Este año 2021 se cumplen dos siglos del nacimiento de Fiódor Dostoyeski. En concreto, el 11 de noviembre de 1821 en Moscú, y fallecido en San Petersburgo en 1881. Tuvo una vida que bien podría haber sido el guión de una de sus grandes novelas; paradigma del alma rusa, como apuntaría desde su residencia en París el escritor ruso Rémizof en el obituario de la muerte del novelista.
Admirado Fiódor, tu padre, médico reconocido, te educó de un modo despótico, tiránico. ¿Te inspiró para describir a tu personaje, el padre brutal y alcoholizado de tu gran novela Los hermanos Karamazof? Creo que sí. El escritor se cuenta cuando cuenta. Pero tuviste el bálsamo de tu madre, mujer tierna, cariñosa y culta de la cual heredaste la parte luminosa de tu alma; pero vivió poco y te dejó a merced de la total autoridad paterna que, gracias al destino, te envió a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo. Allí te formaste, un poco, en tu segunda década vital y allí te llegó la mala noticia de la muerte de tu padre en torno a una nebulosa de falsas teorías: ¿muerte a manos de sus explotados siervos? No era de extrañar tras la influencia de la Revolución francesa que recorría Europa. O tal vez, según otros historiadores, la envidia de otro terrateniente vecino que ambicionaba ampliar sus terrenos… ¿Quién sabe? ¿Qué importa? Es tan habitual en las pasiones y mezquindades de los humanos… Lo importante es cómo repercutió en ti, y por ende, en tus escritos, que es lo que pervive de tu dolor y gloria.
Del dolor de esos hechos luctuosos en tu juventud, guardaste un amargo recuerdo y un sentimiento de culpa, pues reconociste que viste en ese asesinato lo que tú habías deseado tanta veces. ¿Otra vez te cuentas en Crimen y castigo? ¡Cómo removiste con tus reflexiones la psicología común que hasta el reconocido psiquiatra austríaco Freud se ocupó de tu sentimiento de culpa filial! No se puede negar que tu profunda introspección hacia el alma humana subyuga la atención del lector hacia el análisis moral. ¿Por qué, si no, tuviste tanta influencia en análisis de tus personajes como Nietzsche, Einstein y otros?
Por todo ello, surge en ti un destello, una ráfaga de lucidez elevada del alma y declaras en tu novela El idiota: «El hombre puede vivir sin ciencia, sin pan, pero sin belleza no podría seguir viviendo, porque no habría nada más que hacer en el mundo». Reflexión explícita de un hombre angustiado entre su existencia y su ideal existencial.
Completamente de acuerdo contigo, mi admirado escritor. La necesidad de lo bello, necesidad atávica que procede de la memoria akásica, depositada por nuestros ancestros a través de los milenios, nos impele a reconocernos en ese «algo» especial que, según el sabio Platón, forma parte de los tres arquetipos que nos dirigen hacia las estrellas: lo bueno, lo bello, lo justo que deviene en lo verdadero como compendio de lo que es necesario para vivir, sobrevivir y evolucionar.
Ese hombre angustiado que se debatía en ti aún tuvo que batallar en vicisitudes tremendas que te salían paso a paso, día a día, año tras año… Los cuatro años en Siberia por la condena ante tus actividades liberales revolucionarias. A esto te forzó la precaria situación del pueblo, siervos sojuzgados por la burguesía y la aristocracia a la mínima supervivencia, perdidos moralmente el derecho de ambos estatus por el egoísta y cruel desprecio al inferior. Después de conmutarte la pena de muerte, fue una destructiva experiencia que plasmaste en los Recuerdos de la casa de los muertos… Al finalizar te incorporaron a aquel regimiento de tiradores siberianos en Tver, donde conociste y te casaste con aquella viuda, María Dmitrevna, mujer sencilla y humilde que te aportó algo de calor humano. Pero tu pequeña resurrección fue cuando te autorizaron a volver a San Petersburgo y publicar tu experiencia en Siberia que, ahora sí, tuvo éxito. Contabas cuarenta años. Pero aún te llegó la guadaña de la fatalidad con la muerte de María, esposa y buena mujer y tu hermano menor…
Y todo ese dolor y frustración amarga lo fuiste volcando en las grandes novelas El jugador, Crimen y castigo y varios escritos mientras huías por Europa a causa de deudas y tu ludopatía, que te provocó graves dolencias, como la epilepsia… Pobre alma angustiada… ¿Sabes? Yo te comprendí y compadecí cuando narras la escena de Los hermanos Karamazof, cuando el padre Zosima, monje santo, se arrodilla ante el protagonista principal, Alekséi, besa sus pies y le bendice porque está «tocado» por la gracia de la redención a través del sufrimiento… Creo que este momento es una experiencia mística autobiográfica, pues, según el axioma milenario «el dolor es vehículo de conciencia». Y tú, mi admirado maestro, tuviste ambos, pues no se puede negar, leyéndote, que fuiste dotado de conciencia profunda, que volcaste en tus narraciones, y empatizaste con tantos humanos que han sufrido, sufren y sufrirán indefectiblemente con el bálsamo de una conciencia despierta que redime. Curioso que esta fuese tu última gran novela…
Así he visto, brevemente, señor Fiódor, su tormentosa vida más que nada en el plano emocional, en choque frontal con la mente, que impele a razonar. Tarea difícil por cuanto usted arrastraba cadenas injustas desde la infancia. El alma eslava es así, similar a la mediterránea; pero sin el bálsamo de la calidez solar. El alma eslava está apática para idealismos falsos, hueros de sincera fraternidad. Usted lo supo y le rebela, le descorazona, le entristece y solamente puede volcarlo en sus escritos. Como una catarsis (‘limpieza’ en griego) que limpie el alma en el manantial de la redención. Si el dolor es vehículo de conciencia, cierto es, Fiódor Dostoyeski.
De tu posterior vida familiar, personal, se sabe que te volviste a casar años después con la bella, inteligente y jovencita Anna, que sería madre de tus cuatro hijos. Ella fue la bibliógrafa de todas tus obras y guardiana fiel de todo tu legado cultural. No en vano creció y se educó con las lecturas de tus libros bajo la influencia de su padre, ferviente admirador tuyo; por ello empezó a trabajar a tu servicio como taquígrafa de tus borradores. Así surgió el amor de dos almas gemelas que compartían ideas intelectuales y emocionales.
Ella, hermosa, sensible y admiradora del genio con la natural lozanía de su juventud. Él no se supo resistir, ni quiso, al regalo que le ofrecía la vida en su madurez…Transcribo lo que él mismo nos narra en sus memorias y comenta sobre una joven de la que se enamora un pintor muy mayor y le pide en matrimonio. Entonces le consulta a Anna qué opinaba de eso:
«Póngase en su lugar por un momento, imagínese que soy el pintor, le confesara mi amor a usted y le pidiera que fuera mi esposa. ¿Qué respondería usted?». Anna dijo: «Yo respondería: te amo y te amaré siempre».
Y así es como Fiódor Dostoyevski logró el equilibrio emocional hasta el final de su vida.