Capítulo II
Esta gloria de la raza italiana nació en nuestra ciudad cuando el trono imperial estaba vacante después de la muerte de Federico II, que ya mencioné, en el año de la Redentora Encarnación del Rey del Universo, cuando el papa Urbano IV se sentaba en el trono de san Pedro. Nació en el seno de una familia a quien la Fortuna sonreía: digo «sonreía», de acuerdo con la calidad del mundo de aquella época. Mas, sea como sea, ignorando su infancia, en la que surgieron tantas señales de la gloria futura de su intelecto, afirmo que desde el inicio de su adolescencia, después de aprender los primeros elementos de las letras, no se entregó, como es costumbre de los nobles jóvenes de hoy, a frivolidades adolescentes y a la pereza, permaneciendo agarrado al cuello materno. Desistió de toda su adolescencia, en su propia ciudad, para proseguir el estudio de las artes liberales, en las que se hizo admirablemente hábil.
Y a medida que su mente e inteligencia se desarrollaban con el pasar de los años, no se consagró a estudios lucrativos, como la mayoría hace ahora, sino que con un loable deseo de fama eterna, y a pesar de las riquezas transitorias, se entregó por completo a su deseo de conocer las ficciones de los poetas y sus análisis críticos de las mismas. En ese estudio se familiarizó bastante con Virgilio, Horacio, Ovidio, Estacio y todos los otros poetas famosos. No solo se deleitaba en conocerlos, como se esforzaba en imitarlos en majestuosos cantos, como se demuestra en las obras de que hablaremos a su debido tiempo. Y dándose cuenta de que las obras de los poetas no son banales ni simples fábulas o maravillas, como piensa la estulta multitud, sino que en ellas se encuentran los dulces frutos de la verdad histórica y filosófica (motivo por el que la intención de los poetas no puede ser entendida en su totalidad sin un conocimiento de historia, de moral y de filosofía natural), elaboró una división sensata de su tiempo y se esforzó por aprender historia con su propio método y filosofía bajo la tutela de varios maestros, lo que consiguió con denodado estudio y esfuerzo. Y arrebatado por la dulzura de conocer la verdad acerca de las cosas divinas, y no encontrando en la vida nada que le fuera más caro, puso de lado todas las otras preocupaciones terrenas, consagrándose por entero a su búsqueda. Y, para que no dejase ninguna parte de la filosofía por investigar, su mente sabia se adentró en las más íntimas profundidades de la teología. Y el resultado no estuvo muy lejos de su intención. Insensible al frío y al calor, con vigilias y ayunos, o cualquier otra incomodidad física, por medio del estudio asiduo acabó por conocer todo lo que el intelecto humano puede conocer de la Esencia Divina y de los ángeles. Y como en varias etapas de su vida estudió los diferentes ramos del conocimiento, así prosiguió sus diversos estudios bajo la orientación de diversos maestros.
Los primeros elementos, como antes referí, los encontró en su ciudad natal. De ahí, como si fuera un lugar rico en alimento, partió para Bolonia. Cuando se aproximaba a la vejez, partió hacia París, donde reveló la altura de su genio en muchas disputas, y con tamaña gloria para sí mismo que aquellos que lo escuchaban aún se maravillan cuando cuentan la historia. Como resultado de tales estudios, obtuvo, con toda justicia, los más elevados títulos. Durante su vida fue aclamado como «poeta» por unos, como «filósofo» por otros, y muchos fueron los que le llamaron «teólogo». Pero, como la victoria es tanto más gloriosa para el vencedor cuanto mayor fuera la fuerza de los vencidos, creo adecuado mostrar por qué mar revuelto y tempestuoso, empujado de aquí allí al antojo de los elementos, venciendo de igual modo ondas y vientos contrarios, llegó él al puerto seguro de esos ilustres títulos.
Capítulo V
Y así fue como Dante partió de la ciudad en que no era solo ciudadano, sino que sus antepasados habían reconstruido, dejando allí a su esposa y su restante familia, cuya juventud les impedía huir. Descansado en cuanto a su esposa, debido a la relación de la misma con uno de los jefes del otro partido, pero sin certezas en cuanto a sí mismo, deambuló por toda la Toscana. Aunque con mucha dificultad, la esposa consiguió defender una pequeña parcela de su propiedad de la multitud enfurecida, al abrigo del título de su dote, y como consecuencia, consiguió asegurar una vida simple para sí y para sus hijos. A su vez, Dante fue obligado a conocer la pobreza y a ganar su sustento por medio del trabajo, a lo que no estaba habituado. ¡Qué honesta indignación fue obligado a reprimir, para sí más amarga que la muerte, en cuanto la esperanza le decía que su exilio sería breve y que rápidamente regresaría!
Contra sus expectativas, con todo, exiliado continuó durante muchos años (después de partir de Verona, donde en los primeros años de su huida había buscado a Alberto della Scala, que le recibió amablemente), bien en la compañía del conde Salvático, en Casentino, bien junto al marqués Moruelo Malespino, en Lunigiana, bien con la familia Faggiuola, en las montañas próximas a Urbino, recibiendo siempre las debidas honras, así lo permitiesen la ocasión y los medios de sus anfitriones. Después partió para Bolonia, donde permaneció durante algún tiempo, y en seguida, para Padua, de donde regresó a Verona. Pero después de ver el camino cerrado y todos contra su regreso, y que sus esperanzas fueran cada vez más vanas de día en día, partió, no solo de la Toscana, sino de Italia, atravesando de la mejor manera posible las montañas que la separaban de la provincia de la Galia, y se dirigió a París.
Ahí se entregó por completo al estudio de la filosofía y de la teología, repasando también todos los otros ramos del conocimiento que, debido a sus dificultades, había olvidado. Y en cuanto pasaba la vida entregada a sus estudios, sucedió que, contrariamente a sus expectativas, Henrique, conde de Luxemburgo fue, por orden y voluntad de Clemente V, entonces Papa, elegido rey de los romanos y coronado emperador. Sabiendo que este había partido de Alemania para subyugar Italia, en algunas provincias que se rebelaron contra su majestad, y que Brescia ya se encontraba sujeta a un fuerte cerco, y creyendo, por diversos motivos que el emperador saldría victorioso, Dante alimentó la esperanza de que la justicia pudiera volver a Florencia por medio de la fuerza del emperador, a pesar de saber que Florencia estaba en su contra.
Así, después de atravesar de nuevo los Alpes, Dante se juntó a los enemigos de los florentinos y a su partido, y por medio de cartas y embajadas intentó alejar al emperador de Brescia para que pusiese cerco a Florencia, uno de sus enemigos principales. Dante sugirió que, si la ciudad fuese conquistada, el emperador tendría poca o ninguna dificultad en obtener una posesión libre y rápida, y poder sobre toda Italia. Mas, a pesar de que él y otros con el mismo propósito hubieran conseguido atraer al emperador hasta allí, la llegada del mismo no tuvo el éxito esperado. La resistencia fue vigorosa y mucho mayor de lo que habían anticipado. De ese modo, y después de no haber conseguido nada en particular, el emperador partió casi desesperado, y volviendo su atención a Roma. Y aunque de un modo u otro haya hecho mucho, instaurando el orden y planeando hacer mucho más, tal orden demasiado súbito dio al traste con todo. Así, los que depositaban en él esperanzas se sintieron de un modo general desalentado, especialmente Dante, que, sin más esfuerzos para volver a Florencia, atravesó los Apeninos en dirección a la Romaña, donde lo esperaban sus últimos días y el final de sus problemas.
En esos días era señor de Rávena, famosa ciudad de la Romaña, un noble caballero llamado Guido Novel de Polenta. Formado en los estudios liberales, concedía grandes honras a hombres de valor, especialmente a los que superaban a otros en conocimiento. Cuando supo que, contra todas sus expectativas, Dante se encontraba en la Romaña y con gran desesperación, decidió (ya que conocía, desde largo tiempo, el valor de Dante por su reputación) recibirlo y concederle honras. Y no esperó que se lo pidiesen. Con generosa intención, reflexionando en qué medida hombres de valor deben sentir vergüenza de pedir favores, se acercó a Dante con ofrendas, pidiendo al poeta, como especial favor, aquello que sabía que Dante debería pedirle a él, y le dijo que quedaría satisfecho si Dante aceptase residir con él. Ambos deseos, el de aquel que lo hizo, y el de aquel a quien el pedido fue hecho, tenían el mismo fin, y Dante, extremamente agradado con el liberalismo del noble caballero, y también cercado por la necesidad, se dirigió hacia Rávena, sin necesidad de que le repitiesen el convite. Y allí fue honrosamente recibido por el caballero, que encendió de nuevo con simpático enardecimiento las frágiles esperanzas del poeta, le ofreció abundancia de todo aquello que necesitaba y lo mantuvo junto a sí muchos años; en verdad hasta el final de su vida.
Ningún deseo amoroso, ninguna lágrima de disgusto, ningún cuidado doméstico, ni la tentadora gloria de un cargo público, ni el exilio miserable o la pobreza intolerable tuvieron la capacidad de desviar en algún momento a Dante de su principal afán, sus sagrados estudios. Pues, como más adelante veremos, cuando examinemos separadamente sus obras, en medio de las pasiones antes mencionadas, él se ejercitó en la poesía y en los estudios filosóficos. Y si, a pesar de todos los obstáculos mencionados, por fuerza de su intelecto y de su perseverancia él se hizo tan ilustre como lo consideramos, ¿qué podría haber llegado a ser si hubiese sido ayudado, si nada hubiese trabajado en su contra, o si pocos hubiesen sido los obstáculos encontrados, como sucede a tantos otros? Ciertamente no sé cómo saberlo, pero, si me es permitido decirlo, se habría convertido en un dios en la Tierra.
Capítulo VIII
El final de la vida de Dante, como la describí, estuvo dedicado a variados estudios. Una vez que creo haber descrito suficientemente su amor, sus cuidados públicos y privados, y su miserable exilio y su fin, de acuerdo con la promesa que hice, considero adecuado hablar ahora de su estatura física, de la forma en que se vestía, y de un modo general, de sus hábitos más notables. En seguida pasaré directamente desde estos a las obras notables que compuso en su tiempo, un tiempo tan barrido por la tempestad que antes mencionamos de modo breve.
Nuestro poeta era un hombre de estatura media, después de alcanzar la madurez, caminaba un poco curvado hacia adelante, y su porte era grave y gentil. Vestía siempre buenas ropas, del tipo adecuado a su época. Tenía una cara larga, nariz aquilina, ojos enormes, mentón ancho y el labio superior más saliente que el inferior. Tenía la tez oscura, el pelo y la barba espesos, negros y rizados, y una expresión melancólica y pensativa.
(…)
Era admirablemente ordenado y contenido en sus hábitos públicos y domésticos, y era en todas las cosas, más cortés y cívico que los otros.
Era moderado en el comer y en el beber, tanto en tomar sus comidas a horas regulares como en no ingerir más de lo necesario. Y no le gustaba una cosa más especialmente que otra. Le gustaban las carnes delicadas, pero la mayor parte de sus comidas eran normales, y condenaba a aquellos que empleaban grandes esfuerzos para obtener los mejores alimentos y prepararlos con gran cuidado, afirmando que no comían para vivir, sino que vivían para comer.
Nadie era más escrupuloso que él, ya sea que se debatiera con sus estudios o con otros problemas, siendo frecuente que su familia y esposa se sintieran perturbados por ello, hasta acostumbrarse a sus modos y no darle más importancia.
Raramente hablaba sin que le fuera pedido, momento en que lo hacía de modo cuidadoso y en tono apropiado al asunto del que se hablaba. Sin embargo, cuando era necesario, se revelaba elocuente y fluido, y con excelente y pronto discurso.
En su juventud le gustaban particularmente la música y el canto, y era compañero de todos los mejores músicos y cantores de ese tiempo. Su amor por la música lo incitó frecuentemente a componer poemas, a los que sus amigos añadían agradables melodías superiormente ejecutadas.
Ya fue demostrado cómo era ferviente víctima del amor. Es creencia firme y generalizada que ese amor impulsó su genio para convertirse en poeta en lengua vulgar, primero por medio de la imitación, después por el deseo de gloria y para expresar sus emociones de modo más impresionante. La composición era para él de veras dolorosa, no solo superando a sus contemporáneos, sino clarificando y embelleciendo de tal modo la lengua italiana que hizo que muchos, contemporáneos y posteriores a él (como sucederá en el futuro) sintieran deseos de convertirse en expertos en el arte de versificar.
Le gustaba especialmente quedarse solo y lejos de las personas, para que sus contemplaciones no fueran interrumpidas. Si se le ocurría algún pensamiento que le agradase sobremanera cuando se encontraba acompañado, fuera lo que fuera lo que le preguntasen no respondía a pregunta alguna hasta haber aceptado o rechazado ese pensamiento. Eso le sucedía muchas veces, cuando le hacían preguntas en una mesa en la cena, durante un viaje acompañado o en otra situación.
Era absolutamente asiduo en sus estudios, tanto en lo que decía respecto al tiempo que les dedicaba como al hecho de que ninguna noticia que pudiera llegar a su conocimiento desviara de ellos su atención.
(…)
Este poeta tenía también una habilidad maravillosa, una memoria fiel y un intelecto penetrante. Tanto que, cuando su estancia en París, y tomando allí parte como proponente en la disputa de quolibet que tuvo lugar en las escuelas de teología, catorce tesis diferentes presentadas por varios hombres notables, ejecutó los argumentos a favor y en contra de las mismas sin una sola pausa, y los recitó en el mismo orden en que habían sido presentados, analizándolos de modo sutil y respondiendo a los argumentos en contra. Tal hecho fue considerado casi un milagro por la mayoría de los que asistieron.
También tenía un genio superior y aguzados poderes de invención literaria, como lo demuestran a sus lectores sus obras, de forma más clara de lo que conseguirían nunca mis palabras. Deseaba honra y gloria, tal vez más de lo que quedaba bien a su ilustre virtud. Pero, ¿y qué? ¿Qué vida es tan humilde hasta el punto de no ser tocada por la dulzura de la gloria? Era a causa de ese deseo, creo, que amaba la poesía más que otro cualquier estudio, dándose cuenta de que, a pesar de que la filosofía sobrepasase a todos los otros en nobleza, su excelencia puede ser comunicada tan solo a uno pocos, y muchos son los que adquirieron fama mundial por distinguirse en ella, mientras que la poesía es más comprensible y placentera para todos, y los poetas, tan raros. Además, a través de la poesía, esperaba obtener la honra distinta y muy poco común de ser coronado con laureles, y por eso se entregó a su estudio y composición. Ciertamente que su deseo habría sido realizado si la Fortuna hubiese sido tan graciosa con él, al punto de permitirle el regreso a Florencia, donde deseaba ser coronado en la fuente de San Juan, para que allí, donde había recibido su primer nombre por el bautismo, por medio de esa coronación recibiese su segundo nombre como poeta. Mas, como vimos, a pesar de su título ser evidente, y de haber recibido, en cualquier otro lugar que le agradase la honra de ser coronado con laurel (que a pesar de no aumentar el conocimiento, constituye un ornamento y una garantía segura de su adquisición), en su deseo de volver donde no podría nunca más volver, no estuvo dispuesto a recibirla en otro lugar. Así, murió sin recibir tan codiciada corona.