A menudo escucho, leo, palabras que me instan a ser fuerte en tiempos difíciles.
Expresiones pseudoheroicas, incluso con matiz prehistórico, que en este mundo de precipitación caen como bloques de hormigón sobre mis hombros.
Palabras lanzadas sin sentido, sensibilidad ni simpatía por mentes rígidas que huelen a culpabilidad.
Más concretamente, me vienen desde los políticos, desde líderes religiosos, e incluso las formulan algunos amigos o familiares. Aunque simplemente sea como una especie de mantra que utilizan para alejarse de esa situación difícil.
Y yo me pregunto: ¿tengo que arrollarme a mí misma, pasar por encima de todo lo que me ocurre, para llegar (si es que puedo después de todo el esfuerzo), al final de la crisis, como una flor marchita?
¿Lo que no te mata, te hace más fuerte? ¿O te deja como un despojo humano?
Y me llegan más cuestiones a la mente, cosa que es una bendición para mí, porque al final, la vida del filósofo consiste más en hacerse preguntas que en responderlas rápidamente.
¿Tengo que pasar por encima de lo que realmente estoy sintiendo momento a momento? ¿No soy un ser humano, con cuerpo, sentimientos, mente y algo aún menos tangible? ¿Por qué debo ignorar la mitad de mi humanidad, no debería sanarla? ¿Cómo se sana una emoción?
A lo largo de mi vida he pasado momentos difíciles, y he ido tomando diferentes posturas ante la adversidad.
Las mas rígidas siempre han traído consigo una inmediata victoria, que se ha desmoronado con el doble de caos en los momentos menos indicados. Y se han quedado como cicatrices abiertas, frustrando cada paso que he intentado dar hacia delante.
Esas experiencias y la manera de afrontarlas han frenado mi crecimiento como persona y como artista.
Ahora intento tratar mis emociones igual que trato al cuerpo físico. Si me lastimo, paro, observo, dejo reposar y que duela lo que sea necesario para entender de dónde viene el dolor y por qué, antes de tomar una tanda de medicamentos que me dejen anestesiada.
Reposo y rehabilito. Porque muchas veces puedes seguir corriendo, pero no todo en la vida es una olimpiada a una sola carrera.
Estamos poco acostumbrados a observar cada día, en cada momento, cómo se encuentra nuestro cuerpo, nuestra energía, nuestras emociones y nuestra mente.
Si ahondásemos todos los días en que se mueve, si hiciésemos pie en nuestra profundidad, quizás encontraríamos demasiada tristeza, inseguridad, rabia… y eso nos asusta mucho. Enfrentarnos nos aterra y por eso es más fácil decir que hay que ser fuertes y poner una pared infranqueable, seguir adelante no con nosotros mismos sino a pesar de nosotros.
Me vuelvo a cuestionar: ¿no es más fuerte, entonces, el que se pone cara a cara, día a día con su oscuridad, le da un espacio para sanar, y con esa conciencia fluye con la vida, que el que se enfrenta a base de violencia a sí mismo, escondiendo su fragilidad?
¿Tan malo es dejarse estar?
El estar con uno mismo no es anestesiar a la mitad de ti. Si te ejercitas media hora al día en lo físico, ¿no tienes media hora más para tus emociones?
Para sentirlas, llorarlas, reírlas, verbalizar cuentas pendientes con otras personas, soltar tu rabia, tu frustración, acordarte de aquella situación donde una persona te hizo mal y verbalizar cómo te sentiste, o todas las cosas que no has agradecido, el amor que te hubiese gustado expresar, pero te lo callaste…
Tú solo, frente a frente con tu ser. Eso es un acto de la más pura fortaleza. La fortaleza que nos hace sensibles al dolor de los demás y nos ayuda a ser verdaderos pilares humanos. De una humanidad que toca el cielo, pero también toca la tierra, donde comprendemos en todas las dimensiones.
Las emociones hay que vivirlas para poder sanarlas y seguir adelante. No quedarnos anclados a ellas, pero sí prestarles sus momentos. Pregúntate: ¿por qué estoy sintiendo esto? ¿Qué es lo que realmente me duele? Verás que no te basta con pasar rápidamente, que necesitas acostumbrarte a verbalizarlo en voz bajita. Respira en esa emoción, deja que se exprese, que se agote y al final solo quede la experiencia, la enseñanza.
Ser vulnerable no significa ser débil.
La vulnerabilidad es una puerta al conocimiento, de uno mismo, del universo.
Si las plantas reaccionan a tus emociones, si el agua reacciona, ¿Cómo nosotros seguimos impasibles ante lo que nos sacude?
¿Estamos en el flujo de la naturaleza? ¿O nos quedamos atascados como engranajes mal engrasados?
Las generaciones más sensibles estamos pidiendo que no se le regañe a un niño por tener miedo, que no se aplauda a la viuda que no llora y muere a los meses por una enfermedad salida de la nada. Que no se ridiculice a la persona que necesita llorar al final de una película, que nadie diga a una joven que baila sola en su habitación que deje de perder el tiempo…
Porque las personas sensibles entienden los mundos sutiles, y en su amor al ser humano y al universo, encuentran su fortaleza.
Para reflexionar. Gracias
Impresionante. Para reflexionar y llegar a conclusiones que pueden cambiar la vida. Si uno quiere cambiarla