Filosofía — 1 de enero de 2022 at 00:00

Llegar a ser lo que se es. Un acercamiento al pensamiento de Victoria Camps

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 Victoria Camps

Como dice Emilio Lledó, «el lenguaje de la obra filosófica nos habla, no solo desde su sintaxis, sino desde su semántica, en la que, efectivamente, se oculta el ser. Un ser en cuya morada vive el ser humano…». Estas líneas son un retazo del pensamiento de Victoria Camps en su libro Virtudes públicas, que, con su pensamiento, ha contribuido a mejorar la calidad del discurso público y a mostrarnos lo que debemos llegar a ser individual y colectivamente.

Victoria Camps plantea la necesidad, en el mundo de hoy, de adquirir unas virtudes públicas para llegar a una sociedad con justicia. En este artículo voy a destacar, entre todas las que plantea (solidaridad, tolerancia…), la virtud de la responsabilidad. El motivo de esta elección se reparte entre que la argumentación que realiza para defender esta virtud tiene una arquitectura interesante y que considero que es una virtud que hoy está poco valorizada. Para enmarcar sus características, Victoria Camps enfrenta diferentes teorías de la responsabilidad: las de Nietszche, Sartre, Max Weber y Hannah Arendt. Por otro lado, se pregunta: «¿Quién es el que es responsable?», con lo que desarrolla un interesante análisis sobre nuestra identidad. Empecemos.

Responsabilidad es autonomía, libertad, compromiso y autoridad.

Curiosamente, al acercarnos a Nietzsche nos encontramos que, aunque primero destruye la responsabilidad, luego la rescata. Nietzsche dice que la moral de rebaño ha generado el sentimiento de culpa que nos acongoja cuando no adecuamos nuestra conducta al código común; este sentimiento es el que rechaza Nietzsche. En cambio, considera que el que tiene voluntad propia, el que es libre, responde de sí mismo, pero solo ante sí mismo. Sartre, paradójicamente, considera que la libertad nos hace responsables no solo de nosotros mismos, sino de la humanidad toda. Nuestras elecciones son las que todo el mundo debería tomar, son un modelo, un ejemplo; esta responsabilidad es tan grande que produce «angustia». Tanto Nietzsche como Sartre, al rechazar la moral burguesa, llegan a una responsabilidad que no cuenta con el otro. Pero ser responsable es responder por mis acciones: ¿ante quién?

Victoria Camps

  • Nietzsche dice: ante mí mismo… Camps argumenta: es demasiado poco. Desvincularse de cualquier otro es desvincularse de la realidad.
  • Sartre dice: ante la humanidad entera… Camps argumenta: sin duda es excesivo. Nuestras acciones construyen el futuro, pero no lo hacemos solos. No somos capaces de hacer nada sin el concurso de los otros.

Además, según Victoria Camps, aunque Nietzsche rechace el sentirse responsable ante los demás después de la acción y Sartre se angustie antes de la acción por la inmensa responsabilidad de las propias elecciones ante todos los demás, no se pueden abandonar esas formas de responsabilidad, puesto que la relación con los otros es inevitable.

Con relación a Weber, Victoria Camps rescata su idea de la ética del político, su necesidad de responsabilidad. El político no puede solo atenerse a sus convicciones como justificación de sus acciones. No bastan las buenas intenciones ni los buenos principios, hay que tomar en cuenta las consecuencias, es importante el éxito o el fracaso de las líneas de acción que el político escoge. En esta descripción hay que fijarse en la formulación «no bastan…». Este matiz es el que usa Camps para dar su lugar a la importancia de tener principios. Evidentemente son necesarios, inexcusables, pero eso no impide que debemos valorar también las consecuencias. Dice: «Vivimos una época sin identidades claras, necesitamos puntos de referencia, estos son una condición necesaria pero no suficiente, no pueden legitimar cualquier cosa».

De Hannah Arendt recoge la maravillosa idea de que educar consiste en asumir la responsabilidad del mundo, no como una totalidad sartriana, sino en dos vertientes. Los padres y maestros son responsables de proteger al niño del mundo, y también hay que proteger al mundo del niño, puesto que este puede innovar de forma caótica y destructiva. Para lograr esta función, el maestro o los padres necesitan autoridad. Este atributo está en franco descrédito tanto en lo público como en lo privado, por innumerables razones y, aunque no las desarrolle en este artículo, invito al lector a acercarse a la obra de Hannah Arendt para descubrir cómo recuperarlo de forma profunda y sin malas interpretaciones. Muchas personas no están de acuerdo con cómo se desarrolla nuestra sociedad y la forma en la que los seres humanos modernos expresan el descontento ante la realidad, negándose a asumir la responsabilidad ante los hijos, pero educar es enseñar, hay que transmitir saberes, y son los hijos los que tomarán las decisiones hacia el futuro. Hoy los jóvenes se inhiben de decidir, y los adultos de enseñar; es más, parece que se invierten los papeles, los jóvenes quieren enseñar y los adultos quieren decidir sobre el futuro.

Con las cuatro teorías, Camps reconstruye la responsabilidad:

  • De Nietzsche y Sartre deduce que responsabilidad es libertad y autonomía, aunque ninguna es absoluta, no somos autosuficientes, somos interdependientes.
  • De Weber, la responsabilidad nos conduce al compromiso con nosotros mismos y con los demás, respondemos de nuestras acciones.
  • De Arendt, la responsabilidad crea individuos con autoridad.

Pero la cuestión no es solo definir la responsabilidad; a la filósofa le importa más desarrollar la tesis de que «la exigencia de responsabilidades supone compromisos e identidades claros». También lo plantea en otra formulación: «Aprender a descubrir el sentido de la responsabilidad social equivale a descubrir el sujeto de la democracia».

 

Hoy en día nadie quiere ser responsable. Las ideologías se han debilitado y los compromisos también. En general, el daño legal es definido y concreto; en cambio, el daño moral es más impreciso y amplio. La imprecisión en las obligaciones morales reduce la responsabilidad a las únicas obligaciones que pueden definirse con exactitud: las que pueden medirse con un reloj, pagarse con un sueldo… Los ciudadanos cumpliendo las obligaciones de pagar impuestos y votar se desentienden de sus responsabilidades. Dice: «Con su papeleta de voto, el ciudadano también introduce en las urnas su responsabilidad social». Hace falta un chivo expiatorio y es la política la culpable de todos los fracasos.

Pero esto no puede seguir así, no es posible una responsabilidad sin sujeto, alguien debe responder. Camps lo plantea de forma impactante, con gran efecto retórico: hoy es difícil que alguien se pregunte: «¿Qué he hecho yo?», ante un daño colectivo (guerra, miseria). Esto podría tener una justificación porque el mundo es muy complejo, pero lo que hay que preguntarse es: «¿Qué he hecho yo para que esto no ocurra?». Y quien no se plantea esta pregunta no tiene derecho a acusar a nadie ni a exigirle a nadie responsabilidades.

La responsabilidad frente a un daño no siempre está vinculada a la noción de culpa, aunque la ausencia de correlación directa entre daño y culpa no debe eximir del deber moral o incluso legal de reparar el daño. Algunos de los graves problemas de nuestra sociedad son la drogadicción, el SIDA y otras enfermedades que, pudiéndose controlar, se expanden en países principalmente del tercer mundo por falta de recursos económicos, el hambre, los refugiados… Son males que no cuentan con un culpable claro; sin embargo, son males que deben ser reparados, de los que alguien ha de responder. Además, la culpabilidad no solo deriva de transgredir una ley escrita o no. Esto nos lo enseñan movimientos que Camps, en la década de los ochenta del siglo pasado, ya catalogaba de futuro, los ecologistas y antimilitaristas.

Identidad

Descubrir al sujeto que responda en cada situación tiene mucho que ver con encontrar la identidad individual y colectiva. Este problema de la identidad ha sido un problema filosófico paralelo al despertar de la conciencia individual. Tenemos muchas preguntas por responder:

  • ¿Qué constituye la unidad del yo? ¿La memoria? ¿La continuidad física? ¿El alma?
  • ¿Hasta qué punto yo sigo siendo yo o dejo de ser yo a lo largo de la vida?
  • ¿La identidad supone ser auténtico, no engañarse?…

La expresión que utiliza Victoria Camps es simple. Siguiendo al poeta clásico Píndaro nos exhorta a «Llegar a ser lo que eres». Una expresión condensada que nos exige hacer de la vida una narración con sentido, desplegar todas nuestras posibilidades; «no renuncies a rivalizar con tu propio ser», dice.

Victoria Camps

La tesis que plantea Victoria Camps guarda coherencia con las virtudes públicas que ha desarrollado a lo largo del libro: «Llegar a ser alguien es el paso previo para llegar a ser uno mismo», reformulada en «Quien carece de nombre reconocible no sabe quién es ni quién puede o debe llegar a ser», «La conciencia de sí pasa por la mirada del otro». Llegar a ser alguien es una condición necesaria, aunque, como veremos, no suficiente.

Para argumentar la importancia del llegar a ser alguien en nuestras sociedades, dispone un itinerario desde Kant y Hume hasta Marx, desde la dificultad gramatical del yo a la determinación social de la conciencia. Vemos en estos filósofos cómo la identidad es un fenómeno que surge de la dialéctica entre el individuo y la sociedad. Inevitablemente, cuando somos niños, una gran parte de la concepción del propio yo se sitúa en la familia, luego en la escuela, en el barrio, y elaboramos nuestra identidad como reflejo de las actitudes de los demás frente a nosotros mismos. Así que, en primer lugar, llegar a ser alguien es integrar el lenguaje, los símbolos, los valores, las instituciones de la sociedad a la que se pertenece. Esta construcción se apoya en un aspecto esencial del ser humano, la memoria, que conserva y da sentido a nuestras vivencias.

El desarrollo de la conclusión llegar a ser lo que se es, lo hace de forma paradójica, puesto que lo inicia con una negación de la primera premisa, llegar a ser alguien. Dice: para no disolverme en múltiples roles sociales que me impidan conocerme y gobernarme, debo lograr la autonomía. La autonomía es, en este caso, la capacidad individual de no llegar a identificarme plenamente con nada. Pero, en verdad, lo que quiere conseguir la escritora es conducirnos a la identidad como una búsqueda. La identidad es la conquista de lo propio y diferente y de lo común y genérico, no es ni objetiva ni subjetiva. Conquistar lo propio es para no perderse en lo que define la sociedad, y conquistar lo común es conectarse con el pasado y el entorno, luchar por la humanidad, por la dignidad inherente que tiene todo ser humano y con la que merece ser tratado.

Su planteamiento de la identidad ciudadana desarrolla el cómo, cómo alcanzar la idea común sin abdicar de la libertad, cómo llegar a ser lo que se es sin desentenderse de los otros. Primer paso: la ciudadanía es la base de la igualdad a partir de la cual podemos llegar a ser alguien; esta es la plataforma, el lugar desde donde nos construimos. Pero hay que tener en cuenta que es una tarea que no termina nunca, y que no es una tarea solitaria. El trabajo total que debemos realizar conlleva tres niveles de identidad: primero, debemos identificarnos con la humanidad toda, debemos sentir y vivir la fraternidad; en segundo lugar, la convivencia desarrolla la identidad de grupo o comunidad para desembocar en una identidad individual que despierta nuestro centro, la sede de nuestro corazón.

¿Cómo no sumarse a la defensa de Victoria Camps de desarrollar virtudes públicas? ¿Cómo no apoyar que debemos llegar a ser lo que se es, no como un mensaje elitista, sino como un mensaje universal, de todos y con todos?

Referencias

Camps, V. (1993), Virtudes públicas, Madrid, Espasa Calpe.

Lledó, Emilio (1970), Filosofía y lenguaje, Barcelona: Ariel, 1974, edic. ampliada.

Vega, L. y Olmos, P. (2016) Compendio de lógica, argumentación y retórica, Madrid, Editorial Trotta.

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