Historia — 1 de enero de 2022 at 00:00

Yo, Arnau de Vilanova

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Arnau de Vilanova

Estoy cansado, cansado y envejecido, o mejor sería invertir el término: estoy viejo y, por tanto, cansado… Físicamente, por supuesto. Gracias al Espíritu Divino, fuerza y motor de todas nuestras acciones, esta fatiga humana no atañe a mi alma, acostumbrada a luchar frente a las dificultosas vicisitudes de la vida. Al igual que esta nave que surca las indómitas mareas para llegar al puerto prefijado, mi alma ha sabido sortear los incontables escollos de la existencia, sabedora como es de su destino.

Pronto, si Dios Nuestro Señor lo permite, divisaremos el faro de Génova, que ahora se encuentra entre los pliegues de la niebla nocturna, y guiará este bajel hasta el refugio portuario bajo el diestro pilotaje del capitán. La fe y el conocimiento, capitán y piloto de nuestras existencias, también conducen, sabiamente, al término de nuestras singladuras con la conciencia de haber cumplido nuestra misión. Solo que pocos son los conocedores de las auténticas cartas de navegación que Dios Omnipotente nos ofrece llenas de signos. Mis indicios en la ciencia médica como físico, en la que maestros en ello supieron instruirme, dan a mi entendimiento la certeza suficiente para reconocer la fatiga de mi cuerpo. La máquina se agota.

Mis muy humildes experimentos en la divina ciencia hermética, de la que nuestra divino Hacedor tuvo a bien concederme un chispa de su sapiencia, me hace comprender que el ar. de vi.[1] quiere tornar a su cuna eterna. La estrella reclama su fulgor. Es por ello por lo que una premura misteriosa me empuja a verter en estos pliegos, como cuaderno de bitácora, todas las motivaciones e inquietudes de mis acontecimientos humanos.

Arnau de Vilanova

Todo hombre debe tomar el hilo de sus actos y llevarlo a la reflexión cada día, cada año, cada ciclo de su vida. Larga ha sido la mía, más por los años que por los grandes acontecimientos vividos; y no sería bueno esperar al último punto para meditar. Caería en error imperdonable. Y, ya que «error que no se corta, se tolera», hago reflexión de mis actos y, como yo con mi inteligencia podría desviarme de la verdad por la gran flojedad e ignorancia que hay en la naturaleza humana, por eso, no escribiré nada de mi cabeza sino solamente lo que el Espíritu Santo, que no dice mentiras, hace escribir a sus servidores.

El principio es el mejor camino para comenzar. Así, recuerdo mis años primeros en tierra valenciana donde mi madre me alumbró. Tierra fértil, lozana, regalada con todas las virtudes que la sapientísima Natura le otorgó. Allí corrí los primeros pasos del saber junto a los frailes predicadores, de los que tomé grandísimos indicios, especialmente de fray Junípero, abad de honda humanidad y sabiduría que me enseñó el habla de los sarracenos para poder acceder a multitud de textos y códices del arte médica, que ellos conservan de los clásicos.

Por aquel tiempo se me abrieron las alas del conocimiento, llegando a comprender lo que para otros se hallaba oculto. Convivir con tres interpretaciones religiosas de Dios, pues las tres religiones convivían en Valencia, enriqueció mi inteligencia juvenil, dándole el discernimiento necesario para vislumbrar algo de la verdad. A edad conveniente me enviaron a Montpelier para obtener la maestría en medicina, lo que fue al cumplir veinte años; o sea, en el año del Señor de 1260. Al poco se celebró mi matrimonio en la ciudad de Valencia con Inés de Blasi, de la que tuve una hija, único vástago que Dios Todopoderoso me concedió por ser mi mujer débil de naturaleza. La cual hija gradezco al cielo por ser doncella recatada, honesta y virtuosa.

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Todos estos años los recuerdo placenteramente. ¿Qué más podía pedir un hombre? Tenía familia, estudios que me proporcionaban holgada existencia como magister medicinae, amigos y patria que me conocían desde mi nacimiento… ¡Cuántos años fecundos en saberes me fueron dados alcanzar! Las ciencias orientales llegaron hasta mi entendimiento limpiando cualquier sedimento erróneo y vivificando las tiernas raíces de mi juventud. Astrología, alquimia, filosofía, así como las Sagradas Escrituras, Kábala y Alcorán fueron el alimento de mi alma voraz por encontrar la verdad que, sin duda, se encuentra en todas y cada una de las visiones que los hombres elegidos y guiados por el santo Espíritu ha iluminado a lo largo de los siglos y milenios.

Hoy lo sé, y no me importa ser acusado de herejía. Durante años y años no he dejado de difundir la creencia en una espiritualidad común a toda criatura humana; y la necesidad de una reforma que devuelva al cristianismo el verdadero sentido evangélico de fraternidad.

Desde que mi señor rey Pere (Dios tenga en su gloria) me tomase como médico de cámara hasta su muerte en 1285, tuve un tiempo de estudio y tranquilidad. Fue entonces cuando acepté el magisterio en Montpellier, donde investigué sobre teorías galénicas en mi libro Speculum medicinae, pues la fisiología estaba muy teorizada y era bueno abrir los ojos a lo que Natura nos mostraba. Por ello escribí mi segundo libro: De intencione medicorum. También expuse las «mentiras de Averroes». En otros trabajos traté de llevar luz científica a los jóvenes aprendices de nuestro magisterio. Pero las aulas de Montpellier no solo eran templo de estudio, siendo constante mi observación de un hervidero de pasiones enfrentadas, más propias de gente facinerosa que de hombres de ciencia y sosegado estudio…

El temblor suscitado por el maestro Ovidio[2] en cuanto a la historia del mundo y la decadencia era un signo del espíritu. Miembros extraños pretendían dirigir el conocimiento científico, materia que solamente pertenecía a los magísteres. Por eso, dado que se movían dentro de mi ciencia, más por ambición de poder que por verdadero espíritu de santificación; comencé, indignado de tanta hipocresía, falacias e ignorante soberbia, mis escritos acusadores sobre «la evidencia de que el demonio había desviado, ingeniosamente, la Verdad de Cristo de todo el pueblo cristiano».

En estos años, los más turbulentos de mi existencia, fui requerido de mis servicios médicos por mi señor rey Jaume II, lo que me llevó a viajar continuamente a la corte de Aragón, donde ya era conocido también como seguidor de Joaquín de Fiore[3]. Pero el camino estaba sembrado de enemigos y adversarios poderosos. Después de mi escrito De tempore adventus Antichristi, en 1297, me abrieron sumario inquisitorial y fui acusado y condenado a prisión en París el 18 de diciembre de 1299. Ahora bien, al ser enviado por mi señor rey Jaume[4],en misión diplomática ante el rey Felipe de Francia (que desde entonces es mi nefasto enemigo), fui liberado al siguiente día, después de pagar una fuerte suma de rescate. Pero nada debe amedrentar a quien actúa honestamente y con verdad. Yo quería el bien de la cristiandad para mejor gloria de Cristo Nuestro Señor.

Arnau de Vilanova

Me acusaron de herético. ¡Ignorantes! ¿Quién puede limitar al Espíritu Divino…?

Los pleitos religiosos siguieron hasta 1301, en que fui reclamado a la Corte Pontificia para recriminarme duramente el Santo Padre haber introducido discusiones teológicas. Le dije a Bonifacio VIII que nunca pretendía entrar en dichas cuestiones; solo defender las doctrinas espirituales. Le dije que era de un reino, junto al Mare Nostrum, en donde se podía hablar con más libertad y adonde llegaron pueblos de otras costumbres, lenguas y creencias que nos hicieron más comprensivos…

Por suerte, mi arte me congració con el papa y, además, conseguí curarle unos cólicos renales motivados por unos cálculos que diluí en la orina, gracias a la fórmula de los clásicos y que yo (al cielo pido perdón) disfracé de misterio, logrando renombre de ocultista. Su Santidad me retuvo como médico papal; pero no quería escuchar más consejos que los referentes a su salud, aunque los designios divinos querían proveerme en gran medida al ponerse enfermo el santo padre a causa de una disentería, y los enemigos, hasta ese momento al acecho, se confabularon en mi contra con la acusación de cómplice de envenenamiento papal. ¿Yo? ¡El más fervoroso discípulo de Hipócrates! Y para mayor sospecha, se conocen mis contactos epistolares con Bernat Deliciós[5].

Soy acusado y arrestado vergonzosamente por los jueces y de nuevo me vuelve a liberar mi bien amado rey don Jaime, quien maneja a sus príncipes cardenalicios, y bajo la condición de marchar de la curia, me conceden la libertad.

Libre y con nuevas fuerzas que nacen de la injusticia de mis detractores, soy bien recibido en Sicilia por el rey Federico, hermano de mi señor, que se entusiasma con mis escritos y proyectos de reforma… Pero, debo volver a la docencia de Montpellier, así como a otros requerimientos desde la corte aragonesa y pontificia, pues que ha sido elegido un antiguo amigo mío. Quien fuese Beltrán de Got, era ahora Clemente V. Entonces veo la gran esperanza de que él me escuche, ya tiene mis escritos y espero su aprobación con reconocimiento público (aunque, después de varios años, hoy comprendo que he sido engañado y manipulado, ya que, hasta ahora, no he conseguido la prometida sanción). Puede que lo consiga al final de este viaje, cuando llegue a puerto… Mas, no sé si lo haremos en buena hora… llevamos muy mala travesía…

No tengo miedo a la muerte; pero aún tengo tanto por hacer… Si pudiera llevar a término mi trabajo espiritual, eso haría que se abriesen muchos libros valiosísimos, que todavía está escondidos, impidiendo que se despierten los intelectos de muchos jóvenes. Es muy duro, trágicamente difícil ir contra corriente… como esta nave que las olas quieren tumbar… Bien, adelante; si no puede ser ahora, algún día, en un futuro, me darán la razón, y…

Un golpe de mar, cerca de Génova, cortó el pensamiento y la vida de Arnau y todos los tripulantes del bajel, que fue engullido por las aguas.

Esa noche del 8 de septiembre de 1311, el alma de Arnau de Vilanova se alejó hacia la luz. Felizmente ignorante de la sentencia que, cinco años después, dictaría la Inquisición, declarándole oficialmente heterodoxo; y reprobando y destruyendo sus obras espirituales.

[1] *ar. de vi. (Sefirot).

[2] Ovidio. Poeta latino, año 43 a. C., autor de la Metamorfosis.

[3] Joaquin de Fiore. Monje cisterciense, promotor del movimiento cristiano heterodoxo.

[4] (II de Aragón).

[5] Bernart Deliciós. Fraticeli espiritual de la reforma.

One Comment

  1. Emilia Gallardo Perez

    Gracias Sony por recordarnos con tanto corazon y bello sentimiento a nuestro querido valenciano Arnau de Vilanova. Siempre lo vi como un filosofo sanador y cuando era estudiante y entraba en la antigua Facultad de Medicina, recuerdo que me gustaba pasar una de las puertas que lleva su nombre. Arnau de Vilanova también inspiró mi juventud filosófica. Mi agrademiento y un abrazo.

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