Existen numerosas especies de hormigas que utilizan un singular tipo de hormigueros. Son aquellas que, por diversos métodos, han encontrado una forma de simbiosis con vegetales, estableciendo una relación tan estrecha como no se halla en el resto del mundo vivo.
Básicamente, existen dos tipos de plantas que albergan colonias de hormigas. A esta relación simbiótica se le ha denominado «mirmecofilia». Por un lado, nos encontramos los vegetales que otorgan al hormiguero básicamente protección, cobijo, aunque también ciertas dosis de alimento.
Por otro, se trataría de plantas que obtienen principalmente alimento de estos insectos. En su mayoría, son plantas de vida epifita, es decir, que viven sobre otras plantas, y que, por lo tanto, no tienen a su disposición un suelo nutricio que las alimente. También, vegetales de zonas desérticas y pantanosas que crecen sobre sustratos pobres y arenosos.
De entre el primer caso, plantas que cobijan a las hormigas a cambio de protección, señalemos uno fascinante.
Las hormigas del género Pseudomyrmex, por ejemplo, mantienen una cordial relación con los árboles del género Acacia. La acacia, de la que se conocen hasta 750 especies, fabrica para defenderse espinas que se intercalan entre su follaje. Pues bien, la mayoría engrosan la base de estas espinas, y ofrecen así un hogar idóneo donde se instalan las Pseudomymex. Cada espina alcanza un volumen interno de 7 cm3, y las hormigas ocupan tantas espinas como necesidad tienen de albergar a toda la colonia, formada por unos 30.000 ejemplares. Las obreras patrullan constantemente el árbol, día y noche, y lo salvan del ataque no solo de insectos, sino de otras plantas epifitas o parásitas, e incluso de hongos. La salud del árbol, gracias a estos diminutos seres, es perfecta. A cambio, el árbol suministra, además de refugio, alimento. En este caso, la genialidad constructora da paso a un franco sentido práctico que sustituye la labor de edificación por el aprovechamiento de la situación presente.
En cuanto al caso de plantas que las hormigas se encargan de alimentar, producen tubérculos, rizomas u hojas engrosadas en las que anidan las hormigas. que, en ciertas especies, excavan en el tejido de la planta; en otras, el vegetal crea el nido y las hormigas solo deben abrir la entrada de dichas estructuras, en las que depositan excrementos y orina y, posiblemente, alimentos. La planta toma los nutrientes que necesita de esas sustancias en descomposición. Se ha demostrado que el azufre, fósforo y carbono de los alimentos acumulados por la hormiga aparecen en los tejidos de la planta en la cual habita. La presencia de numerosos estomas en las cámaras de estas plantas sugiere que, además, el dióxido de carbono, liberado durante la respiración de las hormigas, puede ser absorbido y utilizado durante el proceso de fotosíntesis, llevando al extremo el aprovechamiento. En las cámaras que contienen los desechos de las hormigas, crecen raíces adventicias, que los absorben directamente como nutrientes.
El caso mejor estudiado de esta clase corresponde a Mymecodia tuberosa, planta epifita del sudeste de Asia y norte de Australia, que se ha especializado tanto en esta simbiosis, que diferencia sus tejidos internos para favorecer la instalación de las hormigas. Posee un enorme tubérculo con numerosas cámaras, unas arrugadas y oscuras, y otras lisas y claras. Las hormigas crían en las cámaras de textura lisa, mientras que depositan excrementos y desperdicios en las oscuras.
El desarrollo de este tubérculo es una respuesta directa a la colonización de la hormiga. El ciclo se cierra con el tipo de semilla que genera la Mymecodia. Poseen semillas muy apetecidas por el insecto, que las almacena en los tubérculos, donde las hormigas se encargan de que germine.
Huertos subterráneos
Otro tipo de hormigas utilizan de manera muy distinta a los árboles. Las hormigas conocidas como «parasol» reciben este nombre por la forma curiosa que adoptan en sus desplazamientos. Corren tronco abajo con un trocito de hoja cortado y sujeto entre las mandíbulas, como si fuera una sombrilla. Pero no lo hacen para evitar la crudeza del astro. En realidad, están recolectando para sus huertos particulares.
Los géneros Atta y Acromymex son un tipo de hormiga que se dedica, miles de años antes que el hombre, a la agricultura. Aunque deberíamos inventar la palabra «micocultura» para ellas (de mycos, ‘hongo’). Ambas trepan al techo de la selva y, pedacito a pedacito, desfolian árboles enteros para llevar las hojas a sus nidos, si bien Atta ha establecido una relación simbiótica con algunos árboles, como el yagrumo, ya que este árbol tolera la presencia de las podadoras, e incluso ofrece en el interior de su tronco cavidades que las hormigas utilizan como hormiguero. Es lógico, ya que a cambio del peaje de parte de su cubierta foliar, la colonia de hormigas mantiene perfectamente saneado y limpio el árbol. Acromymex se convierte donde aparece, sin embargo, en una peligrosa plaga.
En ambos casos, la arquitectura que estas hormigas realizan en su hormiguero va destinada a albergar cámaras de maduración y fructificación de un hongo, del cual se alimentan. La actividad de Atta comienza con la época lluviosa, cuando los machos y las hembras aladas vuelan y se aparean. Poco después, los machos mueren y las hembras caen al suelo, perdiendo las alas. Pero las hembras se han llevado equipaje en este vuelo. Antes de emprenderlo, han tenido mucho cuidado de recoger un trozo del hongo Rhozites gongylophora de las cámaras de cultivo. Un detalle a modo de ajuar nupcial.
Cada reina, en el suelo, tira excremento sobre la hifa del hongo y lo entierra de 10 a 30 cm bajo de la superficie. Después de tres días, la hormiga empieza a poner diez huevos diarios durante diez o doce días, comiéndose hasta el 90% de estos huevos para producir un sustrato adecuado para el cultivo del hongo. Las primeras larvas aparecen después de dos semanas, y la hembra las alimenta de huevos hasta que empupan en unas dos semanas. Los primeros obreros salen después de diez o doce días y se alimentan del hongo. Estos excavan, agrandando el hormiguero, y a las siete semanas abren un hoyo hasta la superficie. Conforme la colonia aumenta, también lo hace la diferencia morfológica de estas hormigas. Sin saber cómo, existen dentro del mismo hormiguero ejemplares cientos de veces más grandes que sus hermanos. Esta diversidad de tamaño viene dictada por la especialización en el trabajo.
Los obreros, de tamaño grande, salen para cortar hojas u otro material, que los acarreadores, otro tipo, llevan a los jardineros, quienes a su vez las preparan en una pasta que ellos utilizan como sustrato para el cultivo de hongos. Estos jardineros son diminutos. No pueden ser de otra manera, ya que solo así caben en el interior de las cámaras de cultivo, y pueden pulular sin temor a hacerle daño al más preciado tesoro de la colonia: el hongo.
Los soldados, con mandíbulas gigantescas, vigilan y protegen el nido. La reina es la única hembra reproductora en la colonia, y se encarga de poner los huevos. Las larvas se alimentan únicamente del hongo; las obreras cortadoras, de savia y del hongo. Los niñeros y jardineros son los obreros más pequeños y los cortadores y soldados los más grandes.
Para salir o llegar al nido hacen un largo recorrido por caminos bien marcados y libres de vegetación, señalados por feromonas y por el continuo trasiego.
En el interior del hormiguero se distribuyen pequeñas oquedades en donde prosperan los jardines de hongos. Estos necesitan cuidados especiales y, sobre todo, una temperatura que va de 24º a 30º C. Otro hongo que cultivan es un basidiomiceto del grupo de los agaricales; una de las especies más conocidas es Rhozites gongylophora. Hay una simbiosis estrecha entre el hongo y las hormigas cortadoras. Lo que utilizan como alimento son las formaciones que aparecen sobre el micelio, pequeñas cabezuelas llamadas góngilos. Esta estructura está recorrida por galerías, orificios y túneles, lo que facilita la circulación del aire y el control de la temperatura.
En el exterior del nido puede verse un montículo de color ocre, al que se denomina «basurero». Allí se depositan todos los deshechos, que día a día las obreras sacan afuera, manteniendo la honguera escrupulosa e higiénicamente limpia y sin contaminación.
Estas hormigas producen un sonido que da la señal de alarma ante un peligro de la colonia, lo que estimula a congregarse. Pero además, hay una serie de feromonas que en su conjunto mantienen la cohesión de los individuos. El buen crecimiento del hongo se debe también a las feromonas que segrega la glándula metatorácica, como la mirmicasina, que actúa como herbicida, evitando la proliferación de hongos inferiores, el ácido indolilacético, que fomenta el crecimiento del hongo, y el ácido fenilacético, que mantiene la honguera libre de bacterias.
El hombre aún no ha podido tener cultivos libres de plagas y ha tomado y ensayado las sustancias que producen las hormigas para mejorar sus productos. Nuevamente los insectos nos enseñan algo.
Todos sabemos que las hormigas combaten entre sí. Cuando un hormiguero detecta la presencia de congéneres de distinta parentela en las cercanías, organizan una expedición de exterminio y, o bien canibalizan a las invasoras, o las convierten en esclavas. Solo hormigas engendradas dentro del mismo hormiguero, salvo rarísimas excepciones, no se agreden hasta la muerte.
Además, al ser hijas clónicas de la misma madre, todas las hormigas comparten igual carga genética, cosa que ocurre en la mayoría de los insectos sociales. Por eso se ha acuñado el término «superorganismo», para definir a multitud de seres individuales idénticos y que funcionan como uno solo.
Si aceptamos esto, si consideramos a todo un hormiguero como a un mismo ser vivo, nos llevaremos una sorpresa de tamaño kilométrico. Y si no, también.
Una sorpresa gigantesca
Hace ochenta años llegaron a España, procedentes de Sudamérica, unas diminutas invasoras. Se trataba de la hormiga argentina (Linephitema humile), de apenas 1,5 a 3 mm de longitud. Esta liliputiense se adaptó bien al clima europeo meridional, especialmente al área mediterránea. Muy organizadas, cooperativas y sistemáticas, las hormigas extranjeras resultaron, a la postre, más evolucionadas socialmente que sus contrincantes, imponiéndose sobre ellas sin que aparentemente para nada influyese de manera negativa su reducido tamaño. Este «imponerse», en el mundo de las hormigas, significa que las especies autóctonas de hormigas europeas fueron poco a poco sistemáticamente barridas de sus nichos naturales. Razias sistemáticas de exploración y conquista imponen a la hormiga argentina allí donde antes había otros hormigueros de especies distintas.
La introducción de especies alóctonas no es un problema nuevo, y a su estudio e influencia se dedican muchos científicos. El mundo de la entomología no es ajeno a esta problemática, y un grupo de científicos del Instituto de Ecología de la Universidad de Lausanne, en Suiza, junto con expertos franceses y daneses, llevan tiempo siguiendo la pista a nuestras amigas. Este círculo de especialistas, liderados por Laurent Séller, ha efectuado recientemente (en concreto, durante el último año), en zoología, el descubrimiento más sensacional, probablemente, del siglo. Ellos habían seguido la pista a hormigueros gigantescos, compuestos por una cincuentena o cien entradas que podían llegar a extenderse hasta cerca de un kilómetro. Lo que comprobaron en el caso de la Linephitema humile los dejó anonadados.
Intentando establecer la dispersión de la invasora, se toparon con, probablemente, el superorganismo más grande de la Tierra. Existe un hormiguero continuo de Linephitema humile de más de… ¡6000 km de largo! Efectivamente, una enorme colonia de hormiga argentina se extiende en la actualidad desde Italia, por el Mediterráneo, Gibraltar y la costa atlántica de la península ibérica, hasta Galicia. Un individuo tomado de cualquier punto de esta gigantesca sociedad puede ser trasladado a cualquier otro sin que resulte atacado, experimento que realizaron con más de 5000 individuos tomados de treinta y tres puntos de Italia, Francia y España. De esta manera es como descubrieron la enorme extensión de este monstruo. Y el caso es que la colonia, organizadamente, expande sus dominios cada día. Es difícil imaginar una sociedad humana que funcione bien. Hasta en las más pequeñas, una familia, por ejemplo, existen problemas de convivencia, cuando no franca hostilidad. En el caso que nos ocupa, millones de hormigueros son capaces de gestionarse como uno solo, sin fricciones, sin choques, sin exclusiones. Cooperativamente.
La ballena azul mide treinta metros y pesa 150 toneladas, y las secuoyas de California pueden llegar a medir cien metros de altura. Samuel Chiltern, de la Universidad de Yale, defendió hace tiempo la existencia de un «superhongo» que pesaría 10.000 toneladas y se extendería diez millones de kilómetros cuadrados entre Virginia occidental, en EE. UU, hasta Canadá y Alaska. Queda demostrado que varios billones de hormiguitas acaban de subirse al primer puesto del pódium del Libro Guiness de los Récords.
Aunque no hemos terminado de narrar las increíbles destrezas de los pequeños invertebrados, conviene seguir nuestro recorrido por el reino animal, y echar un vistazo a las artes constructoras de los peces. Sin embargo, deberemos esperar al próximo artículo para seguir sorprendiéndonos con este afán ingeniero tan universalmente presente en este mundo. ¿Conocen las aptitudes constructoras de peces o anfibios…?