El culto ancestral a la Gran Madre, a una diosa que lo abarca todo, cielos y tierra, es común a prácticamente todos los pueblos desde sus inicios prehistóricos. En términos generales, es tanto la Naturaleza y Gran Matriz, que supone el principio femenino de fertilidad, alimento y hogar, como la materia primordial –en el plano metafísico–, que se verá fecundada por el principio masculino del rayo, de la luz, de la fuerza que pone todo en movimiento.
La Gran Madre supone, a la vez, vida y muerte, pues responde a la ciclicidad necesaria para la renovación, para la transformación. Con ello procura la purificación y el renacimiento. Hace evolucionar.
En Creta y la cultura minoica, ella es también la Señora del Laberinto y, por extensión, del Hacha Doble. Ella guarda los misterios de lo que no se ve; de las leyes, procesos y mundos escondidos, tanto en su interior –sea telúrico o celestial– como en la voluntad de los que, blandiendo el hacha, buscan penetrar en su interior. Penetrar en esos misterios supone abrirse camino dentro del oscuro laberinto con la voluntad vertical de un «hacha interior».
Los investigadores se encuentran ante la gran dificultad de establecer un orden en las creencias y cosmovisión de la Creta minoica debido a la falta de fuentes, y también al hecho de que su escritura no ha podido ser descifrada hasta ahora. Pero lo que sí está claro es que existía un culto centrado en una gran deidad femenina, heredada de tiempos paleolíticos, que contiene todo lo existente y que, al mismo tiempo, aparece bajo diferentes caras: las facetas de sus múltiples aspectos.
Podemos considerar la cultura minoica como una adaptación de la cicládica, con influencias del Cercano Oriente, desde la península de Anatolia. Pero al mismo tiempo —de acuerdo con mitos y numerosos paralelismos de símbolos y características—, ha quedado demostrado su parentesco con Egipto, tan cercano geográficamente hablando. La Creta minoica fue una cultura pacífica, en contacto comercial con civilizaciones circundantes, por contraposición a la civilización guerrera de Micenas. La falta de referencia escrita sobre gobernantes o reyes conocidos en Creta contrasta con los grandes y conocidos caudillos micénicos.
En general, en la religión minoica no se representa a divinidades y, por ello, no existen estatuas de culto hasta época relativamente reciente. Tampoco existe –o conocemos– un «panteón» divino con «familias» de dioses. Esto no quiere decir que no existieran figuras masculinas, fueran reyes o deidades, pues sí aparecen en frescos y sellos que los representan, pero, igual que no representaban a la divinidad personalizada, tampoco se aprecian distinciones de personajes específicos, por lo que es difícil saber ante qué figura estamos.
Así pues, también nos encontramos con el reto de no saber «quién es» la famosa «diosa de las serpientes» cretense, pues no se puede decir con seguridad si representa a una sacerdotisa, una chamana dominando ciertos poderes o una adoradora de esos aspectos, o si se trata de una divinidad concreta.
En este sentido, ofrecemos aquí una interpretación de los símbolos y características que la acompañan, ayudándonos de estudios comparativos.
Las llamadas «diosas de las serpientes»
Se llama diosas de las serpientes a varias estatuas de cerámica vidriada encontradas en Cnosos. Han sido datadas aproximadamente hacia 1600 a. C. Fueron encontradas por un equipo de arqueólogos dirigidos por Sir Arthur Evans en 1903, el gran descubridor de Cnosos, en una estancia del ala oeste del palacio de Cnosos apodada Tesorería Sacra. Actualmente se hallan en el Museo Arqueológico de Heraklion en Creta.
La más famosa de ellas mide 29,5 centímetros de altura. Es una figura femenina ataviada con un vestido largo, de estrecha cintura y con un corpiño que deja el pecho al descubierto. En cada mano sostiene una serpiente y, actualmente, lleva encima del tocado un felino, que originalmente no existía.
Esta estatuilla, en un principio, fue denominada Adoradora sin cabeza por ser de menor tamaño que la otra estatua, a la que denominaron Diosa de las serpientes (a la izq. en fig. 1). La estatua de la Adoradora fue hallada sin la cabeza y sin el brazo izquierdo y fue «reconstruida» (inventada) por el equipo de Evans tomando como referencia la otra estatua mayor. Esta última lleva tres serpientes enroscadas: en la cintura y en las manos. Inicialmente le faltaba la parte inferior de la falda, que también fue reconstruida tomando como referencia otras figurillas halladas en las excavaciones.
La llamada Adoradora
Se presenta como figura exenta y de bulto redondo. Aparece ataviada con el típico traje cretense: una falda de volantes que le otorga un aspecto campaniforme. Según algunos expertos, cada uno de los siete volantes tendría un significado, como por ejemplo los siete planetas conocidos por entonces, los siete días que componen cada una de las fases de la Luna, u otras posibles interpretaciones, que nos llevarían más allá de este artículo, pero que apuntan a una concepción septenaria del cosmos.
Sobre la falda lleva una especie de mandil con incisiones geométricas en filigrana romboidal (¿de tipo pisciforme?); en el torso, un ceñido corsé de media manga que deja sus senos al descubierto, muy probablemente en referencia a la fertilidad y el alimento que proporciona la Gran Madre.
Tiene los brazos alzados, la postura ritual típica minoica de adoración. Cada mano sostiene una serpiente ondulándose, y sus cabezas miran hacia afuera. Se han interpretado de muchas maneras: como alusión a los opuestos de vida/muerte, al poder de la diosa como principio y fin de todas las cosas, a las corrientes de vida que fluyen desde sus entrañas, a las fuerzas telúricas, etc.
El rostro, en su «reconstrucción», quedó adusto, con los ojos almendrados y la nariz recta; la boca de gruesos labios. Sobre el tocado de la cabeza se puso un felino, uno de sus animales sagrados que la custodian, o bien uno de los aspectos bajo los que aparece. Se le dio una expresión más bien atemorizadora, al contrario de la expresión de la otra diosa con su faz original, que exhibe una dulce sonrisa.
Aspectos simbólicos
En la civilización minoica seguía viva la tradición de una divinidad femenina arcaica, de origen prehistórico, que continuó tanto en el Neolítico como en la Edad del Bronce: la Gran Madre Potnia, «la Señora», en la que todo se englobaba.
Potnia es un término micénico, heredado luego por el griego antiguo con el mismo significado, que tiene un paralelo exacto en el sánscrito patnī, ‘señora’.
Sus numerosas representaciones han llevado a decir a algunos autores que la cultura minoica habría sido de tipo matriarcal. Pero lo cierto es que sí hubo reyes y/o gobernadores. El elemento masculino de la divinidad es el Dios Joven, símbolo solar de luz, de vigorización; de la vegetación, que nace y muere cada año, y que se une a la Diosa Madre en hierogamia o sagrado matrimonio. Es el «compañero» de la diosa, que puede ser interpretado como un dios o como un iniciado en sus misterios.
La divinidad masculina está representada, en ocasiones, flanqueada por animales salvajes, como señor de las fieras. Al respecto, hace poco se publicó en castellano una de las obras de la prestigiosa arqueóloga Nanno Marinatos: La Diosa del Sol y la realeza de la antigua Creta, en la que apoya la sugerencia de Evans: que los reyes minoicos eran, a la vez que reyes, sumos sacerdotes, y por tanto ostentaban también el poder religioso y eran responsables de los ritos.
La diosa incorpora o aparece bajo diferentes aspectos, que se reconocen según los elementos que la acompañan: felinos (generalmente leones), la paloma, la amapola, el lirio, el espejo, la montaña, el templete, el cetro, la lanza, el escudo, la serpiente, la crisálida (como gestación de su hijo, Zeus-Velcanos o Zeus-Niño, el Zeus prehistórico), etc. En el mismo palacio de Cnosos se encontraron algunas tablillas y sellos que hacen referencia a la Señora del Laberinto, generalmente acompañada del hacha de doble filo.
Los senos descubiertos
«La Señora», como una evolución de la diosa neolítica de la naturaleza y la fertilidad, conserva entonces el símbolo que viene desde la prehistoria: los senos descubiertos (ver las llamadas Venus prehistóricas, con sus protuberantes signos femeninos de fecundidad). Por lo tanto, puede aparecer como señora de las fieras, como diosa de las montañas, como dama de las serpientes, etc.
Por lo demás, la frecuente representación de figuras femeninas con el pecho descubierto refleja el hecho de que era una forma natural de vestir de las mujeres cretenses, igual que, por ejemplo, sucedía en Egipto.
Los brazos alzados
La representación más frecuente de la diosa, o de sus adoradores, es con los brazos alzados en saludo ritual.
Este gesto está reflejado también en los que Evans llamó «cuernos de consagración». Es decir, se trata de la postura ritual que imita, con los brazos, el objeto o símbolo sagrado en forma, aparentemente, de cuerno. Supuestamente representa «los cuernos de un toro sagrado». Arthur Evans llegó a la conclusión de que «los cuernos de consagración [eran un] artículo más o menos convencional del instrumental ritual derivado de los cuernos reales del toro sacrificado».
El símbolo de los cuernos de consagración recuerda también a un jeroglífico egipcio, el del Ka, que es una referencia a Heka, dios que personifica la magia o la fuerza divina del universo en Egipto.
En cambio, otros autores, entre los que se encuentra Nanno Marinatos, han relacionado este símbolo con un ideograma egipcio parecido, y han sugerido que no son cuernos de toro, sino montañas, o montículos, a modo del jeroglífico egipcio Ajet, que simboliza el lugar donde el sol sale o se pone entre dos colinas: la «montaña con el sol naciente». Es un ideograma para «horizonte», y se entiende como lugar de transición para los dioses y los muertos.
En todo caso, en Creta se representan los templetes alzados sobre montículos, las acro-polis, desde donde se manifiesta la divinidad o se la convoca para que proteja la ciudad.
Los cuernos de consagración de piedra colocados sobre el tejado de los edificios, o en tumbas o santuarios, son signos de la sacralidad de la construcción y lo que contiene.
El símbolo aparece a menudo acompañado de hachas dobles y bucráneos, que forman parte de la iconografía del ciclo minoico taurino. Aquí debemos tener en cuenta que «sacrificar al toro» puede referirse –también en otras culturas– al símbolo/ritual de superar o dominar las fuerzas brutas inferiores, como son los instintos ciegos, en contraposición a la inteligencia, a lo que instaura orden.
De ahí que no falten los que consideran que estos cuernos de consagración puedan referirse también a una esquematización (en espejo) del hacha bifaz, por su perfil.
Las serpientes
En estatuillas, vasijas y frescos cretenses, aparece la serpiente enroscada en los brazos, portada en las manos, alrededor de la cintura, que es punto de unión, e incluso formando nudos en la espalda. Los estudios comparativos apuntan a que una serpiente verticalizada es símbolo del dominio de energías y poderes chamánicos y de conocimiento. Por lo tanto, también de sanación.
En otro aspecto, la serpiente responde a las fuerzas telúricas que, pasando a través de la Madre, alimentan y consagran hogares, templos y lugares de fuerza. De ahí el uso de la serpiente como símbolo en muchas representaciones minoicas que apuntan a este sentido.
El nudo sacro
En ambas diosas de las serpientes cretenses, de las que estamos hablando, se ve un nudo con el lazo que sobresale de entre sus pechos. Evans observó que son análogas al llamado nudo sacro, que es como se llama a una ligadura que deja un lazo por encima, y que a veces lleva flecos colgando del cordón.
Numerosos símbolos de este tipo se encontraron en marfil, en terracotas, pintados en frescos o grabados en sellos; a veces combinados con el hacha de doble filo o labrys. Tales símbolos se encontraron tanto en yacimientos minoicos como micénicos.
Se cree que el nudo sacro era símbolo de la santidad (¿o presencia de lo divino?) en las figuras humanas o en los objetos de culto. Su combinación con el hacha de doble filo puede compararse con el Ankh egipcio (llave de la vida eterna), o con el Tyet, el llamado nudo de Isis, que se presenta a menudo en unión a la columna Djet de la estabilidad.
La importancia del nudo como nexo o encrucijada, como punto de intersección entre fuerzas que quedan «conectadas», o también «atadas, agarradas», tiene su significado y uso sagrado, y por extensión mágico. Es, en todo caso, un elemento común que se presenta en prácticamente todas las culturas antiguas. Indica un punto potencial de unión entre dos mundos: lo visible y lo invisible, en un sentido; y en otro sentido más transcendente, tiene un significado más allá de lo fenoménico: el encuentro entre lo superior, lo que podemos llamar espiritual, y lo terreno o material.
Han pasado miles de años…
… y todavía hoy buscamos el sentido de estas y tantas otras figuras. Nos hablan de concepciones del mundo que hemos perdido; de una actitud que tiene en cuenta no solo la materialidad de los fenómenos físicos, sino el significado detrás de ellos. Nos hablan de tierra y cielo, del equilibrio necesario para sabernos parte del universo y penetrar en sus mensajes, en sus memorias…
Celebrar el Día Internacional de la Madre Tierra significa concienciar que estamos en un cosmos que refleja leyes, fuerzas, orígenes y finalidades de las que nos hemos alejado. Los pueblos antiguos parecen haber percibido el mundo como expresión de algo que está más allá, y lo han reflejado en sus símbolos. Aprendamos y dejémonos inspirar por ellos.
Muchisimas gracias por aportar luz y conocimiento a toda esta cultura e interpretación. Gracias por ponerla al servicio de los demás! Gracias 😉