No son muy espléndidos como ingenieros los peces. Y no podemos achacarlo a la ausencia de extremidades, dado que hormigas, abejas y avispas realizan todo su trabajo con la boca. Los peces están obligados a hacer lo mismo, ayudados quizá con la cola.
Las construcciones que podemos encontrar asociadas a los peces se reducen a túneles que les sirven de guarida, o a diversos artefactos donde el pez realiza la puesta. En el tipo de los constructores de galerías, como es el caso del Opisthognatus aurifrons, el pececillo, porque generalmente es de tamaño reducido, excava en el fondo arenoso una galería que le servirá de morada y cámara de cría. Citemos, sin embargo, al grupo de los gobios, pequeños peces cabezones de las aguas costeras, donde algunos de sus representantes, por uno u otro motivo, se señalan como curiosidades. Uno de estos gobios, por ejemplo, es un maniático de la limpieza y el orden. Detecta inmediatamente cualquier cambio en el entorno de su cueva, así como los objetos que se hayan podido introducir en la misma o desprenderse de las paredes. Una vez localizada la «basura» intrusa, arremete contra ella , y sin importar tamaños, desaloja de su porción de vivienda o alrededores conchas, rocas, algas o cualquier otro tipo de resto que las corrientes o los científicos curiosos hayan podido colocar allí. El caso es que su casa permanezca como él la dejó, exactamente con el mismo número y posición de guijarros y caracolas. Este gobio decorador, aunque haya permanecido varios días separado de su hogar, redistribuye siempre los enseres a su exacto gusto.
Camaradas
En otra ocasión, se permite el lujo de cobrar sus servicios en especie. Sin ninguna habilidad que le haga merecedor de figurar en este artículo, otro gobio se asocia con un pequeño camarón, que está ciego. Ambos viven dentro de una cueva que el camarón ha excavado. Ambos se nutren de los restos que la marea les acerca, y el gobio lo único que tiene que hacer es avisar a su socio invidente de la presencia de peligro. Durante el deambular de estos camaradas, el camarón tiene especial cuidado en no perder el contacto físico con su compañero, para lo cual se vale de una larguísima antena. Si estos animales se separan, el gobio responde con fidelidad, y con celeridad se engancha al apéndice de su ciego amigo, que seguramente corretea asustado y desorientado por las cercanías de su cueva sin encontrarla. Ambos, más tranquilos, sobre todo el camarón, pueden así regresar a la seguridad de su hogar, dulce hogar.
Pisito de soltero
El caso de la espinocha es distinto. Este pececillo (Gasterosteus aculeatus), habitante de las aguas dulces y salobres del hemisferio norte, es un maestro consumado en el arte de tejer. Cuando se acerca la época de la puesta, el macho dedica todo su tiempo y energía a trenzar con la boca filamentos de algas, formando una especie de manguito subacuático, que endurece con una secreción mucosa excretada por los riñones. Su dignidad le va en ello, ya que la hembra de la especie elige los mejores nidos para depositar la puesta. Una vez escogido un nidito de amor a su gusto, se introduce en él y desova. Entonces es cuando se lleva la sorpresa, y quizás alguna que otra desilusión. Cuando termina de poner sus huevos, es expulsada a empellones por el propietario-constructor del pisito, que inmediatamente fecunda los huevos, y espera la llegada de otra candidata. Nuestro pequeño fabricante será el encargado de vigilar la puesta hasta la eclosión de los huevos.
Hogar flotante
Aunque para nidos extraños, tendremos que trasladarnos a Extremo Oriente. En sus cursos de agua dulce habita un pequeño pez del paraíso, de no más de 9 cm de longitud, el Macropodus opercularis. Muy capacitado para sobrevivir en aguas paupérrimas en oxígeno, este animal se las arregla para construir un nido guardería lejos de las peligrosas aguas donde habita. Durante la época de cría, el macho construye un nido de lo más raro. Envía hacia la superficie burbujitas de aire envueltas en una especie de moco. Estas burbujas, al aglutinarse, acaban por formar sobre el agua un auténtico colchón de espuma. La hembra, una vez concluida la puesta en el fondo, transporta los huevos uno a uno en la boca y los deposita sobre este nido flotante.
Entre dos mundos
Reptiles y anfibios no son más espléndidos que los peces en sus dotes constructoras. Aunque muchos de ellos adoptan hábitos dignos de figurar entre los manuales de aventureros y supervivientes, no existen casos verdaderamente destacables en lo que a ingeniería instintiva se refiere. Si acaso, mencionemos alguna excepción que cumple la regla, como el de cierto tipo de ranitas sudamericanas. Estas ranitas, de vida fundamentalmente arborícola, encuentran muchas dificultades para realizar su puesta en un curso de agua, decenas de metros más abajo del estrato arbóreo donde suelen vivir. O bien tienen que descender a buscar un remanso de agua donde se críen los renacuajos (algunas han inventado incluso cierto sistema de «paracaídas», como las ardillas voladoras, hipertrofiando las membranas interdigitales de sus patas, para abreviar camino); o bien acarrean con la puesta encima, criando a los renacuajos sobre la espalda; o bien se buscan piscinas particulares, que, después de un ligero arreglo, sirven a la perfección para sus intenciones reproductoras.
La hyla brasileña (Hyla resinfectrix) se encarga de localizar, en lo alto de la copa de los árboles, una oquedad natural que reciba bastante lluvia. Una vez elegida la cavidad, depresión o recipiente de su elección, lo tapiza e impermeabiliza con resina, que unta, como si de mantequilla se tratara, sobre las paredes. Los frecuentes chubascos tropicales de Brasil de encargan de llenar este improvisado aljibe. La hyla deposita allí sus huevos y se va tranquilamente.
Picos y plumas
El caso de las aves es muy distinto. Pocas de ellas no destacan en la construcción de esas intrincadas madejas que son los nidos, e incluso, en muchísimos casos, estos nidos van más allá de la simple funcionalidad para convertirse, cuando menos, en auténticas curiosidades.
La selección del lugar de anidamiento y la construcción del nido constituyen acontecimientos de gran importancia en la biología de las aves, pues el nido va a ser el sitio donde se desarrollen las actividades de puesta de huevos, incubación y cuidado y crianza de los pollos hasta que sean independientes, por lo que debe reunir condiciones de seguridad contra los depredadores y las inclemencias del tiempo. Generalmente, se trata de una estructura construida o acondicionada por los padres, aunque en ocasiones puede ser utilizada solamente una eminencia natural del terreno. Los padres construyen los nidos con el material disponible en la zona (ramas, hojas, pelo) y los cubren por dentro con una capa de plumas, telarañas, pelo u hojas pequeñas para proporcionarle calor a huevos y pollos. Cuando los nidos están en lugares visibles, son cubiertos exteriormente con líquenes o ramas sueltas para esconderlos de los depredadores. Aunque, generalmente, la tarea de construir el nido la desarrolla la pareja, puede ser solo uno de los padres el que la realice, mientras el otro surte el material, defiende el territorio, o sencillamente no participa.
Taladros naturales
También existen especies que fabrican los huecos en donde colocan su nido; tal es el caso de la mayoría de los pájaros carpinteros, quienes perforan los árboles. Para tal fin, la naturaleza ha dotado a este tipo de aves de plumas basales tan duras como verdaderas escarpias, que el pájaro utiliza como apoyo cuando percute en el tronco. Y para no convertir su delicado cerebro en una gelatinosa masa batida por el incesante repiqueteo, le suministra también las adecuadas esponjosidades destinadas a absorber las vibraciones de la operación de taladro. Algunos carpinteros, además, hieren el árbol para que chorree savia por el tronco, evitando así de todas maneras que una serpiente avisada de la presencia del nido trepe por él.
Emparedada viva
El cálao africano, que no es un carpintero, una vez acondicionado el nido en el interior de un árbol, encierra a la hembra dentro del mismo, con barro y saliva, dejando solo una abertura por la que alimentarla. Tras meses de voluntario aislamiento, la hembra abandona el nido, volviéndolo a tapiar con las crías dentro. Cuando estas han concluido su crecimiento, se encargan por ellas mismas de romper el tabique de barro para acompañar a sus padres en la búsqueda de alimento.
Los reyes del tapiz
Famosos por sus habilidades construyendo nidos son los pájaros tejedores. Bulliciosas aves que anidan generalmente en colonias, tienen la curiosa habilidad de trenzar todo tipo de objetos (ramas, hojas, cintas de hierba, hilos, musgo, telarañas o cualquier resto dejado por el hombre) para formar bolsas bastante complicadas, dotadas de una abertura que las más de las veces mira hacia el suelo. De esta manera, se imposibilita la entrada a algún visitante desagradable. Existen muchísimas especies repartidas por todo el mundo. En España podemos presumir de la oropéndola, cuyos nidos son auténticos collages.
Generalmente, empiezan anclando en una rama flexible y fuerte el aro que será la percha de toda la construcción y la entrada. A partir de ahí, evoluciona el resto del nido, en un trabajo incesante que suele ser llevado a cabo por el macho en solitario. La hembra se apareará con el constructor del nido más seguro para su progenie. En algunas especies el trabajo va más allá y, establecida la pareja, se construyen nidos «falsos», vacíos, para desorientar a los depredadores.
Dicho esto, quizás no nos hayamos puesto a pensar en la complejidad que entraña. Pero pongamos un ejemplo. Intentemos atarnos los cordones de los zapatos solo con dos dedos. Eso sería el pico del pájaro. ¿Difícil? Ahora pidámosle a alguien que, además, nos intente robar el cordón. Tal es la camaradería que impera en alguna de estas colonias, donde también existe el espabilado que, en vez de ir a buscar los materiales en origen, decide pedírselos prestados a un congénere sin que este lo sepa, por supuesto, y sin ninguna intención de devolverlos, claro está.
El resultado de esta incesante y variada labor acaba siendo una variedad exquisita de nidos en forma de pera, calabaza, botella, cuerno, helicón, copa, avispero, etc., que se distribuyen caprichosamente por las ramas del árbol que la colonia ha elegido como residencia.
Por ejemplo, tomemos los hogares que construyen los pájaros sastre (Psaltriparus melanotis), los cuales fabrican su nido en una hoja, cosiéndola con telarañas para usarla como techo.
Usando pegamento
La icteria de Baltimore (Icterus galbula) construye con musgo, ramitas, fibras vegetales y cualquier otro material que pueda descubrir –se han encontrado nidos que tenían trenzadas cintas de casete- un gran nido en forma de copa. Los diferentes elementos están aglutinados con diente de león, planta de la familia de las compuestas que contiene una especie de látex blanco. Esta sustancia confiere al nido de la icteria una solidez y resistencia que le hace poder resistir las tempestades más violentas. Además, es impermeable a la lluvia.
Los quíscalos de Wagler (Zarhynchus wagleri), que viven entre Méjico y Ecuador, miden poco más de 30 cm. Armados con un fuerte pico cónico, construyen nidos gigantescos, de cerca de metro y medio de largo, suspendidos, que se asemejan a calcetines o a mangas, abultadas en la parte inferior y con la superior provista de una abertura estrecha. La hembra, la única que penetra a alimentar a los polluelos, tiene que realizar verdaderos ejercicios de equilibrista para llegar hasta ellos.
El cacique verde (Xanthornis viridis) de América Central, con el tamaño de un zorzal, intenta conseguir, además, vigilancia privada gratis para su nido. No es por casualidad que se instalen en las cercanías de un avispero. Si un visitante indeseable se aventura a acercarse al nido, las avispas, irritadas por esta intrusión, no tardan en ponerle en fuga.
Bolsas a toda prueba
La hembra del picaflor australiano o picaflor de fuego (Dicaeum hirudinaceum), de las proporciones de un carbonero, construye sobre una horquilla de árbol un nido grande en forma de pera. Los materiales que emplea para levantar esta rara edificación, suministrados la mayoría por el macho, son fibras tiernas reforzadas con telarañas. Es tan tupida y resistente que esta estructura alcanza la consistencia del fieltro.
El género Anthoscopus goza de una amplia distribución, que llega desde el sur de Europa al este de China. Conocidos por «pájaros moscón», se han hecho famosos también por sus nidos de fieltro. Son muy pequeños y con el pico puntiagudo. La resistencia de los nidos del moscón africano es tanta que algunas tribus de ese continente utilizan sus nidos como cestas. Sus hogares revisten, además, otra particularidad. Poseen una amplia entrada que, sin embargo, no lleva a ningún sitio, es ciega. A la vista no suele estar la verdadera puerta, un pequeño orificio que el pajarillo tapa cada vez que entra o sale, ocultándola a los predadores, y evitando así que encuentren un camino fácil a sus huevos o polluelos.
El ciniris (Cynniris asiaticus) es una pequeña ave india de 10 cm de largo, con unas características biológicas similares al colibrí. Este pequeño pájaro también construye un nido trenzando ramitas, que traba fuertemente con telarañas. De aproximadamente un metro de largo, cabe señalar que el ciniris tiene la precaución de elaborar en la parte superior de su morada, bordeando la entrada circular de esta, un tejadillo para impedir que penetre el agua de los chubascos tropicales.
La lista es interminable, al contrario de lo que le sucede a este artículo. El baya (Ploceus philippinus), en el sudeste asiático, teje una bola casi perfecta, a la que se accede por un túnel vertical que surge desde el fondo. Así, es imposible para serpientes y merodeadores arbóreos acceder al interior.
El malimbus (Malimbus cassini) utiliza su ciencia en construir un nido en forma de cuerno invertido, terminado en bola, al que también se accede por la parte inferior.
En España tenemos, asimismo, al carricero (Acrocephalus arundinaceus), que no solo se muestra como un excelente tejedor, sino como un experto en cuestiones plásticas y de aerodinámica. Atándolo a tres o cuatro cañas, este pequeño pájaro instala su nido en lo más profundo del cañaveral ribereño de nuestros ríos. El milagro consiste en que, ante el más fuerte vendaval, el nido se comba a la par que lo hacen las cañas a las que se sujeta, sin que por ello se deforme lo más mínimo. Cuando el viento amaina, el nido vuelve a su posición normal, sin que haya sufrido deformación alguna.
Citemos, en último lugar dentro de estos pájaros tejedores, al quelea africano (Quelea quelea), que, al contrario de lo que parezca por su nombre, no destaca en sus aficiones literarias, sino por el volumen de las construcciones que realiza en sus nidadas coloniales. Al anidar en bandadas, en el mismo árbol, sus nidos en forma de cestilla cerrada pueden llegar a contarse en tres y hasta cuatro mil unidades…
Concurrida casa de vecinos
Unas junta a otras, son obras individuales. Pero los tejedores también pueden realizar gigantescas obras colectivas. En el África Austral vive el pájaro que construye los nidos más grandes conocidos. Si bien es común que muchas especies de aves aniden en colonias, ya sea en acantilados o en un mismo árbol, lo normal es que estos nidos sean individuales. Gaviotas, otros tejedores o periquitos buscan la compañía solo por seguridad. Lo extraño es encontrar un ave que se instale por parejas en una morada común. Y eso es justamente lo que hace el Philetarius socius, cierto tipo de tejedor sudafricano muy similar a nuestros gorriones.
Conocidos como pájaros republicanos, estas aves construyen una morada digna de cualquier arquitecto. Desde lejos, el árbol elegido como morada por una bandada de republicanos parece una enorme sombrilla de paja, similar a la de cualquier chiringuito de playa. Si nos acercamos, comprobaremos que en la parte inferior asoman pequeños agujeros, por donde pululan entrando y saliendo parejas de estos pájaros. Estos agujeritos son las entradas de los nidos individuales.
El pájaro tejedor republicano trenza estos nidos poco a poco. Una vez elegida la situación idónea, cada bandada se encarga de levantar en común este hogar, que ofrece la ventaja del número frente al ataque de serpientes y otros depredadores. Más de doscientas aves pueden llegar a cobijarse debajo de uno de estos parasoles comunitarios, que alcanzan hasta los cinco metros de diámetro. Año tras año, la colonia aumenta con los nuevos nidos de los vástagos, ya adultos y emancipados, del año anterior. Hasta que el pobre árbol no aguanta más el peso, las ramas se parten y todo el edificio se viene al suelo.
La leyenda del tirano
El siguiente pájaro que vamos a destacar también es un excelente constructor de nidos, pero no estrictamente del grupo denominado genéricamente «tejedores». Se trata del ave martillo africano (Scopus umbretta), emparentado con la garza y la cigüeña. De cierto parecido con el cuervo, en África es un auténtico pájaro de mal agüero, a quien más vale no molestar si se quiere estar a bien con la diosa Fortuna.
Habitante de la sabana, se dedica a recorrer las charcas y riveras para encontrar su alimento. Dondequiera que se construyan canales y embalses, el ave martillo llegará rápidamente. Y si no hay árboles disponibles, preferentemente con las ramas surgiendo del agua, construirá su enorme nido (o nidos, ya que será capaz de edificar varios en una sola estación) sobre una pared, un dique, unas rocas o en el suelo.
Su voluminoso nido en forma de cúpula, hecho con una sólida mezcla de barro y ramas, consta de varias cámaras separadas. Los indígenas, maravillados por la robustez, las dimensiones y la complejidad de este edificio, han creído por largo tiempo que el ave martillo no podía por sí sola levantar tal palacio, por lo que reclutaba muchedumbre de otras aves, a las que obligaba a trabajar para ella. De ahí que le dan el sobrenombre de «pájaro sultán». Algo de cierto tiene la leyenda. El enorme nido del ave martillo atrae a multitud de seres vivos, principalmente pájaros. Se sabe que el búho de Verreaux toma posesión del nido y, cuando está terminado, los cernícalos grises o las lechuzas comunes desalojan a menudo a los legítimos propietarios. Los mamíferos pequeños, como hurones y ginetas, algunas veces se instalan allí. También las serpientes ocupan el lugar. Incluso mientras son ocupados por las aves martillos, multitud de pájaros del grupo de las Paserinae, palomas y minas unirán su nido al de este pájaro. Los nidos desocupados son rápidamente solicitados por pájaros que anidan en huecos, como el ganso del Nilo, el ganso pigmeo de algodón y el ganso de peine. De este modo, el nido del ave martillo proporciona lugares de anidamiento a numerosas especies, que de otro modo no encontrarían un lugar adecuado para criar en la zona.
Quizás tal multitud de vecinos sea lo que levantó la leyenda del pájaro esclavista. Pero lo cierto es que el ave martillo construye su morada sin más ayuda que la de su consorte. A veces tarda seis meses o más para dar fin a su obra. Una vez terminada, adorna las paredes exteriores de su nido de toda una suerte de heterogéneos objetos expropiados Dios sabe dónde: huesecillos, trozos de vidrio o chapa, telas, conchas, etc. Debido a este enorme trabajo, quizás sea por lo que el ave martillo se muda pocas veces de residencia. Agota hasta el final sus posibilidades, y se contenta con realizar las mejoras necesarias.
Aún no hemos terminado con el trabajo de los nidos. Por supuesto, nos quedan los geniales alfareros que construyen los nidos en bola, como las golondrinas… y quizás algo más. E incluso aves expertas en energías renovables. Si quieren comprobarlo, deberán esperar a la próxima entrega de esta serie.