Imaginémonos que somos miembros de la realeza y vivimos en un grandioso castillo cuyos amplios pasillos tienen las paredes cubiertas con retratos de gran tamaño de nuestros antepasados familiares. Seguramente, habremos visto alguna película de época que nos permitirá recrear la escena. Pero imaginemos una peculiaridad: los retratos no son de papá, y del abuelo, y del bisabuelo, sino de mamá, de la abuela y de la bisabuela, y así hasta remontarnos cientos de años.
Tal vez en los tiempos que corren hasta puede parecer un toque de modernidad, dado el empeño que se pone actualmente en visibilizar a la mujer. Pero, si queremos ser cuidadosos en el estudio de la historia, y más si nos referimos a Europa, los linajes nos llevan siempre a los personajes masculinos de las familias. Y no solo en la realeza; también entre las familias acomodadas, los títulos y los privilegios se reservaban al varón y primogénito, quedando las mujeres y los segundones fuera del reparto o como alternativa cuando la línea natural fallaba.
Esta es la razón de que las casas reales lleven el apellido de los representantes masculinos. Si tomamos, por ejemplo, el caso de la reina Victoria de Inglaterra, vemos que ella tuvo por nombre Victoria de Hannover, que era la casa real de su padre. Pero su hijo Eduardo, que fue el siguiente rey y era de su misma sangre, se llamó Eduardo de Sajonia-Coburgo y Gotha, porque su padre (es decir, el esposo de la reina Victoria) pertenecía a esta casa real. Por otros motivos, relacionados con el origen alemán de este apellido y con la Primera Guerra Mundial en curso, un decreto real cambió esta denominación por la de Windsor, que era un nombre más británico, y que sigue siendo la casa real de la familia real británica en la actualidad. Pero el hecho, en este caso y en el de todas las casas reales europeas, es que la línea paterna es la que da nombre al linaje.
Si nos damos una vuelta por los antepasados de la realeza de toda Europa, nos encontraremos con algún hombre que fue importante no solo por sus obras, sino por ser el antepasado común de muchos miembros de las familias reinantes posteriores. Ya en la misma generación, varios integrantes de estas diferentes casas son parientes. Y si rastreamos la línea natural de ascendencia, la patrilineal, vamos encontrando conexiones más antiguas.
Pero hagamos algo distinto.
A veces, hay cosas escondidas a la vista de todos, y se nos escapa algo importante de lo que está sucediendo porque miramos en otra dirección. Hasta ahora a nadie se le había ocurrido investigar hasta dónde llegaríamos si buscáramos algún antepasado femenino que fuera común para un número importante de personajes de sangre azul, y si en lugar de seguir la línea patrilineal, nos centráramos en la matrilineal. Es tan sencillo hacer lo uno como lo otro. Después de todo, la biología es la biología, y todo ser humano ha tenido padre y madre (por lo menos hasta ahora).
Genealogía y secretos de familia
Una investigación que algunos amantes de la genealogía han realizado recientemente nos lleva hasta un nombre femenino muy antiguo y muy importante, aunque solo sea por la cantidad de descendientes famosos con los que ha llenado los libros de historia. Aquella mujer se llamó Garsenda. Su título era el de condesa de Forcalquier y gobernaba un territorio en el sur de Francia en el siglo XII, la región occitana de Provenza. Recordemos que casi todas las casas reales tienen su origen en algún conde antiguo. Si seguimos la línea femenina de los descendientes de Garsenda, es decir, la de sus hijas, y la de las hijas de sus hijas, ya empezamos a ver a reinas y reyes europeos a partir de la sexta generación, reyes que llegan hasta nuestros días.
Para constatar su importancia como ancestro de numerosos miembros de la realeza moderna, podemos imaginar qué hubiera ocurrido si, al igual que en la película Qué bello es vivir, un ángel nos permitiera ver cómo se habría desarrollado la historia sin su existencia. En la película, el protagonista, en un momento de desesperación, desea con fuerza no haber nacido, y para mostrarle el alcance de su deseo, el ángel encargado de hacerle recapacitar le muestra cómo es el mundo si se borra de él su nacimiento y, por tanto, sus conexiones con otros humanos y sus interacciones. Ve entonces cómo amigos y familiares, a los que reconoce por su aspecto, se comportan de modo muy diferente a lo que él conoce, y cuyas circunstancias vitales son completamente distintas porque hay hechos que no sucedieron, ya que él no nació y no estuvo allí para interferir en sus vidas.
Con Garsenda pasa lo mismo. Si ella no hubiera existido, no habría habido descendientes suyos reinando en Europa durante más de 650 años, algunos tan relevantes como Luis XIV de Francia, Catalina la Grande de Rusia o la misma reina Victoria de Inglaterra. Y durante todos esos siglos no hubo solo siete casas reales europeas como ahora, sino que muchos países tuvieron reyes descendientes de Garsenda, en sus distintas versiones de emperadores, zares o káiseres, como Bohemia, Hungría, el Sacro Imperio Romano Germánico, Polonia, Suecia, Portugal, Cerdeña, Grecia, Austria, Rumanía, Rusia, Sicilia, Navarra, Castilla, Aragón, Bulgaria… Sí, la casa real más grande de todos los tiempos es la casa de Garsenda.
En el caso de los miembros de la realeza, esto tiene una especial relevancia, porque el hecho de ser rey conlleva en sí mismo unas consecuencias, no solo para la persona que ostenta ese cargo (que llega a la vida con un papel difícilmente eludible), sino también para el pueblo sobre el que reina. Obviamente, con mayor intensidad cuando los reyes ejercían de verdad el poder. En otros tiempos, el reino, con sus gentes y sus riquezas, era una propiedad que se heredaba y se legaba a los descendientes. Cobraba entonces gran importancia que el rey (o la reina) fuera ecuánime o vengativo, noble o ruin, timonel de su vida o marioneta de los demás, y marcaba en gran medida la diferencia entre la prosperidad y la opresión para las gentes bajo su gobierno.
Sin embargo, en este artículo no nos vamos a meter en política. Solo queremos husmear un poco en cómo se extendían las familias reales en distintos territorios. Al igual que, al tirar una piedra a un lago, las ondas de agua se expanden hasta alcanzar cierta distancia, así se planteaban los enlaces familiares entre los linajes de nobles y reyes, como una forma de influir en las políticas de sitios distantes. La política matrimonial entre las diversas dinastías servía para afianzar o acrecentar imperios o para modificar las líneas fronterizas de los países.
Los apellidos de los descendientes de Garsenda repartidos por Europa son diferentes oficialmente porque tomamos en cuenta la línea patrilineal. Si analizamos la línea matrilineal, se comprueba en seguida la pertenencia a la casa de la condesa occitana. Solo tenemos que acordarnos de que, en este caso, las líneas de herederos se cortan no cuando falta un hijo varón (que es el modo de estudio habitual), sino cuando falta una hija mujer.
Por la parte que nos toca, es interesante ver el lugar que ocupan los personajes reinantes españoles tanto en los orígenes de esta línea matrilineal como en la actualidad.
Garsenda y España
Desde el comienzo del linaje hay conexiones con reyes de Castilla y Aragón. Para empezar, el primer rey de la línea de Garsenda que reinó por derecho propio fue Juan I de Castilla, perteneciente a los Trastámara. La casa Trastámara era una dinastía de origen castellano que fundó su padre, Enrique II de Castilla, y que se extendió por los reinos de Castilla, Aragón, Nápoles y Navarra. Pero hemos llegado hasta este primer rey en el estudio matrilineal a través de su madre, Juana Manuel de Villena (reina consorte), que era hija del escritor Don Juan Manuel (autor de El conde Lucanor) y, lo más relevante para nosotros, de Blanca de la Cerda y Lara. Si seguimos la línea matrilineal hacia arriba, llegamos a Garsenda. En Juan I detenemos el estudio porque, aunque es un miembro de la realeza que mencionamos por su pertenencia a este linaje, la línea matrilineal debemos seguirla a través de su hermana, Leonor, y de los descendientes femeninos de esta rama.
Recapitulando, las primeras generaciones por línea matrilineal nos dan estos nombres: Garsenda de Forcalquier, Constanza de Bearne (que por línea materna era biznieta de los reyes Alfonso II de Aragón y Sancha de Castilla), Teresa Díaz de Haro (vizcaína, descendiente del señor de Vizcaya y pariente de los reyes de León), Juana Núñez de Lara (nacida en Palencia, bisnieta de Alfonso IX de León, casada en segundas nupcias con un nieto de Alfonso X el Sabio, Fernando de la Cerda, que es el que nos importa en este caso), Blanca de la Cerda y Lara y, por último, Juana Manuel de Villena.
Leonor de Trastámara es, entonces, la siguiente descendiente matrilineal. Fue reina consorte de Carlos III de Navarra. De los ocho hijos que tuvieron, no todos llegaron a adultos, y fue una hija mujer la que heredó el trono: Blanca I de Navarra, que es la primera mujer reinante no consorte de la casa Garsenda. Además, dos de sus hijas, Blanca II y Leonor I de Navarra también fueron reinas reinantes de esta estirpe (evitaremos en esta ocasión el relato de las circunstancias que las llevaron al trono).
Aquí, el clan Garsenda se divide en dos ramas: una de ellas origina reyes en Francia y Escocia y se extingue (matrilinealmente), y otra se asocia a las Coronas de Bohemia, Hungría y el Sacro Imperio Romano Germánico. Después de extenderse a la casa real de Polonia y a la familia Habsburgo, llega otra vez a España en la persona de la reina consorte Margarita de Austria, esposa de Felipe III. También la segunda esposa de Felipe IV, Mariana de Austria, es descendiente matrilineal de Garsenda.
Por otro lado, a través de Ana de Austria, la casa de Garsenda llega a su hijo, Luis XIV de Francia, el Rey Sol, que patrilinealmente pertenece a los Borbones.
La línea sucesoria de Garsenda se va multiplicando matrilinealmente en diferentes ramas y aparecen algunos de sus vástagos en Francia, España, Escocia, Inglaterra, Sicilia y Cerdeña. Varias de las ramas se extinguen (por línea sucesoria femenina) y solo queda una, que es la que pervive hasta nuestros días, de la que no sabemos si queda mucho tiempo de existencia, ya que la línea matrilineal se agota si no hay descendencia directa femenina.
Esta rama se había afianzado en Suecia a través de dos reinas consortes y una reina reinante, Cristina. La rama se extendió por el Sacro Imperio Romano Germánico y llegó hasta Portugal. Una de las mujeres de la casa Garsenda fue Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V y madre de Carlos III de España.
En este viaje matrilineal aparecen dos nombres con peso propio: Catalina la Grande, emperatriz de Rusia y la reina Victoria de Inglaterra, ambas representantes del linaje de Garsenda.
La madre de Victoria, que también se llamaba Victoria, se casó dos veces y había tenido una hija anteriormente que se llamó Feodora. Esta representante de la casa de Garsenda es un antepasado matrilineal directo de Carlos Gustavo de Suecia, Felipe VI de España y Constantino II de Grecia, entre otros.
La línea matrililenal que conduce a Feodora (medio hermana de la reina Victoria de Inglaterra) hasta Felipe VI de España es la siguiente: Feodora de Leiningen, Adelaida de Hohenlohe-Langenburg, Augusta Victoria de Schleswig-Holstein (última emperatriz consorte de Alemania y Prusia), Victoria Luisa de Prusia (abuela materna de la reina Sofía de España), Federica de Hannover (reina consorte de Grecia), Sofía de Grecia (reina consorte que tomó este apellido al llegar a España) y Felipe VI. Nuevamente nos detenemos aquí, porque las líneas matrilineales se cierran con los varones. La línea matrilineal seguiría con las descendientes femeninas, las infantas Elena y Cristina.
La herencia de Garsenda
Esta forma de ver la historia, al alcance de cualquier investigador, nos muestra que el linaje de Garsenda ha sido el más influyente en la historia de Europa de todos los tiempos a través de sus reyes, más incluso que cualquier otra dinastía, como los Capeto o los Habsburgo. Solo hay que ver en cuántos tronos ha tenido representantes y durante cuántos años ha permanecido viva la línea matrilineal sucesoria. Docenas de reyes, reinas y emperadores europeos pueden rastrearse a través de sus líneas de ascendencia femenina hasta un solo antepasado común: aquella condesa francesa que vivió hace más de ochocientos años y cuyo nombre fue Garsenda.
Llegados a la actualidad, al siglo XXI, y dado que todavía hoy hay descendientes reales por línea matrilineal de la fundadora del linaje, ¿quién sería el miembro femenino más importante de la casa?, ¿y quién continuaría la línea, si es que hay descendientes mujeres?
Actualmente, los dos monarcas que quedan de la herencia matrilineal de Garsenda son los de Suecia y España, varones. Cuando sus reinados lleguen a su fin, ya no habrá ningún miembro de la dinastía sentado en un trono de Europa. Las herederas de España y Suecia pertenecen matrilinealmente a las casas de sus respectivas madres, Letizia y Silvia. Por tanto, habrá que esperar algunos años para saber si el linaje de Garsenda ha llegado a su fin, porque los hilos de la historia no son del todo predecibles y siempre pueden aparecer circunstancias que modifiquen las previsiones. La historia nos dice que las monarquías aparecen y desaparecen y los nuevos reyes no siempre llegan al trono por el camino más evidente.
Lo que sí podemos decir es que la representante actual más antigua de la realeza de la casa Garsenda es la reina emérita Sofía de España. Las mujeres de las siguientes generaciones, que son las infantas Elena y Cristina y sus respectivas hijas, de momento no ocupan ninguna posición para acceder próximamente al trono. Pero la historia nunca está escrita antes de que suceda.
Garsenda, la influyente
Algunas personas investigan su árbol genealógico porque quieren conocer sus raíces y de dónde provienen. Es una forma de vencer la brevedad de una vida y estirarse en el tiempo intentando llegar lo más lejos posible. Cuando uno empieza a poner nombres y caras a sus antepasados, es como si la escultura que estaba oculta en la piedra sin trabajar se hiciera cada vez más visible y con más detalles. A veces, aparecen rasgos de carácter o acontecimientos de la historia personal que dan un protagonismo especial a estos ancestros.
Pero algunos ya nacen con el árbol genealógico hecho. Son los que llevan sangre azul en sus venas. Como mucho, solo hay que quitar un poco el polvo del olvido que se acumula con el tiempo para rescatar su historia. Si Garsenda hubiera tenido una bola mágica para ver que su existencia iba a influir considerablemente en la línea histórica y política de unos cuantos siglos en Europa, se habría quedado muda de asombro.
En cualquier caso, la historia es maestra de vida y se puede estudiar de muchas maneras.
Para saber más:
House of Garsenda. https://www.youtube.com/watch?v=sl4WtajjMks
Real Academia de la Historia:
https://dbe.rah.es/biografias/13459/fernando-de-la-cerda
https://dbe.rah.es/biografias/43944/teresa-de-haro
https://dbe.rah.es/biografias/43951/diego-lopez-de-haro
https://dbe.rah.es/biografias/13535/juana-manuel