Hay una plaga que está causando estragos en nuestras ciudades en estos días, generando angustia, dolor y miedo. Y no me refiero al COVID, sino a la peste del crimen. En Estados Unidos ha sido durante muchas décadas un tema político clave para los gobernadores de las grandes ciudades. Se ha invertido mucho dinero y se han realizado grandes estudios sobre este problema y, sin embargo, no parece que estemos más cerca de la solución. Esta es una enfermedad para la que aún no hemos encontrado una vacuna, a pesar de los aparentes esfuerzos realizados en esa dirección.
Quizás la solución no consista en inventar algún nuevo método o reforma, sino en aplicar lo que ya sabemos. Cuando no podemos encontrar soluciones en el presente, a veces es útil consultar la experiencia de la humanidad, personificada por los sabios de la historia. Las ideas del filósofo confuciano Mencio, por ejemplo, tienen una relevancia de gran interés en este tema.
Mencio (o Mengzi) fue un filósofo chino que vivió en el siglo IV a. C., al final de la dinastía Zhou, una era que los historiadores llaman «el período de los Reinos Combatientes». Este período, como puede suponerse por su nombre, fue de constantes conflictos entre los diferentes Estados que componían el reino de Zhou. Los que estaban en el poder vivían agitados por un miedo constante a ser asesinados o despojados de sus cargos, y la gente común vivía bajo el peso constante de los impuestos, el bandolerismo y la guerra.
Mencio se consideró a sí mismo como un seguidor de Confucio, el gran sabio que vivió cien años antes, cuando dijo: «Desde que el hombre vino a este mundo, nunca ha habido uno más grande que Confucio» (2A2). Desarrolló aún más una de las ideas en que se fundamentó Confucio: la benevolencia o humanidad (ren).
A pesar de la lucha que debe de haber presenciado a lo largo de su vida, Mencio creía que los seres humanos son buenos por naturaleza, y que dentro de ellos hay un brote de benevolencia que necesita ser alimentado y engrandecido para que crezca hasta su plena fructificación.
Pero si somos benévolos por naturaleza, según Mencio, ¿por qué la gente recurre al crimen?
Por supuesto, es difícil generalizar sobre el delito, ya que existen diferentes tipos de delitos y diferentes tipos de delincuentes. Suponiendo, sin embargo, que estamos discutiendo leyes fundamentadas en el sentido común que ayuden a preservar la armonía de la sociedad (y no leyes utilizadas como herramientas de represión), hay ciertos elementos en los que todos concordamos en lo que se refiere a los orígenes del crimen.
En primer lugar, las personas tienen necesidades básicas: alimentos de calidad, vivienda segura, una red social, etc. La mayoría de las personas que no tengan las fuerzas internas para superar las duras circunstancias de la pobreza y la ignorancia, recurrirán a la delincuencia en situaciones en las que esté en juego su supervivencia. Según Mencio, si una persona recurre al delito por estos motivos, no es enteramente culpa del delincuente, sino culpa de los encargados, que carecen de benevolencia y no cumplen con sus deberes.
«Cuando la gente muere, simplemente dices: “No es culpa mía”. Es culpa de la cosecha. ¿En qué es esto diferente de matar a un hombre acuchillándolo, mientras uno no deja de repetir: “No es culpa mía. Es culpa del arma”? ¿Hay alguna diferencia entre matarlo con un cuchillo y matarlo con un mal gobierno? (1B 12).
Por supuesto, siempre habrá personas que puedan crecer y prosperar independientemente de sus circunstancias. Estos son seres humanos excepcionales, como plantas del desierto obstinadas que pueden crecer en cualquier lugar. Lamentablemente, la realidad demuestra que estas personas son una minoría. La mayoría de las personas son como plantas comunes, que requieren una tierra rica en recursos, temperaturas equilibradas y un suministro de nutrientes y agua.
Sin embargo, incluso si las necesidades físicas de uno están satisfechas, esto no es suficiente. Según Mencio, «el camino de la gente es este: si están llenos de comida, tienen ropas que les abrigan y viven cómodamente pero no tienen instrucción, entonces tienden a ser animales» (3A4).
Para Mencio, los seres humanos se diferencian de los animales en que tienen necesidades que trascienden sus anhelos biológicos. En los países del primer mundo, por ejemplo, la mayoría de las personas no carecen de nutrición física, pero muchas carecen de nutrición emocional, intelectual, mental y moral.
La educación, sin embargo, no consiste solo en impartir conocimientos. «Educar a una persona en la mente pero no en la moral es educar una amenaza para la sociedad», como dijo Theodore Roosevelt. También es educación enseñar autodominio, convivencia, armonía social.
Si la gente tiene lo que necesita pero carece de educación, seguirá recurriendo al crimen, por aburrimiento, pereza o codicia. Ese es el caso de los «bandoleros de porche», que roban paquetes de los porches.
Si la gente solo está intelectualmente informada y no moralmente formada, el crimen no terminará, sino que se volverá más sofisticado. Ese es el caso de los llamados delitos de guante blanco.
Las personas no están robando paquetes o lavando dinero para sobrevivir, están robando porque carecen de autocontrol y están envenenadas por la codicia.
Si bien Mencio atribuye mucha responsabilidad a la sociedad, también habla del esfuerzo individual que requiere cada ciudadano, y especialmente de quienes tienen la responsabilidad de liderar. Estos deben hacer un esfuerzo constante de superación y nutrir los «brotes» de virtud dentro de sí mismos.
Siguiendo las enseñanzas de Confucio, Mencio considera crucial el ejemplo de vida virtuosa del gobernante y, por lo tanto, no todos pueden ni deben ser gobernantes. Los verdaderos líderes traerán más armonía social, harán que la gente se esfuerce naturalmente más y, como consecuencia, habrá menos delincuencia.
Mencio, además, ve al gobernante como un servidor del pueblo. Gobernar es, entonces, un acto de sacrificio, de dejar de lado el yo personal para servir a la sociedad.
«Lo más importante son las personas, luego viene el bien de la tierra y los granos, y solo en tercer lugar el gobernante» (Mencio, 7B:14).
Finalmente, la autoridad moral del gobernante proviene de ser un ejemplo supremo de lo que se le pide al pueblo. Después de todo, ¿cómo puede un gobernante pedirle a la gente que actúe mejor que ellos?
De alguna manera, Mencio no nos está diciendo nada que no sepamos ya. Si bien no podemos tratar el crimen de manera simplista, no hay duda de que si todas las personas tuvieran satisfechas sus necesidades básicas y recibieran una educación de calidad basada en valores humanos duraderos, los niveles del crimen disminuirían significativamente.
La verdadera pregunta no es por qué hay delincuencia, sino por qué no se les otorgan todas estas cosas a todas las personas cuando tenemos los medios para hacerlo…
¿Qué haría falta para que así fuera?
Además, ¿las personas a cargo están dando un ejemplo moral?
Si no, ¿qué es necesario para que así sea?