A todos nos son familiares algunos filósofos de la época renacentista, personalidades como Gemistos Pletón, Marsilio Ficino, Tomás Moro o incluso Maquiavelo. Sin embargo, no son tan conocidos los filósofos españoles de aquellos tiempos, y los hubo. Es cierto que, en general, siguieron las líneas ya establecidas, prolongando los modelos y planteamientos de la escolástica medieval, pero fueron abundantes y algunos de gran relevancia.
Personajes como Francisco Suárez, Arias Montano, Luis Vives, Francisco de Vitoria, Fernán Pérez de Oliva e incluso el algo posterior Francisco de Quevedo fueron algunos de sus mejores exponentes y, entre ellos, hay que contar a Alonso de la Vera Cruz, al que se considera el primer filósofo de América. Al menos, de la forma de hacer filosofía en América tal como se entendía en el «Viejo Mundo», pues sin duda el afán de comprender el mundo y la posición del hombre en él, sus enigmas y naturaleza han existido, al menos para algunos, en todo tiempo y lugar.
Pues bien, Alonso de la Vera Cruz nació en un pueblecito de Guadalajara, Caspueñas, en 1507, siendo bautizado como Alonso Gutiérrez Gutiérrez. Sus padres pudieron enviarle a la recién creada Universidad de Alcalá de Henares (fundada en 1499 por el cardenal Cisneros), donde estudió Gramática y Retórica, continuando después sus estudios en la de Salamanca, donde fue discípulo de Francisco de Vitoria y Domingo de Soto. Allí se graduó en Artes (o sea, Filosofía) y Teología, ocupando durante unos años una cátedra en dicha universidad.
Con veintinueve años se trasladó a Nueva España junto con un grupo de frailes agustinos de los cuales iba a ser profesor. Al llegar a Veracruz comenzó su noviciado, que completó en 1537 en Ciudad de México, siendo entonces cuando cambio su nombre adoptando el de Alonso de la Vera Cruz. La amplitud de sus conocimientos junto con su afán pedagógico, su fe y su preocupación social le impulsaron a desplegar, desde el primer momento, una intensa actividad en favor de la cultura, su religión y las gentes, tanto indios como españoles. Desde luego, no era un fraile de convento ni un filósofo intelectual, sino un hombre emprendedor, de acción y plasmación de realidades.
Enviado a la región de Michoacán, aprendió bien pronto la lengua de los tarascos, pues comprendía que era imposible ninguna evangelización si no se empleaba la lengua nativa que pudieran entender. Muy pronto, en 1540, fundó un convento, el de San Juan Bautista, en la localidad de Tripetio, con su colegio, donde enseñaba filosofía y teología y donde creó la primera biblioteca de América. Poco después, hizo lo mismo en Pazcuaro, junto con el obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, estableciendo el Real Colegio de San Nicolás Obispo. Esta fue una de las primeras universidades de América junto con el Real Colegio de Santa Cruz en Tlatelolco, fundado unos años antes, en 1533.
Continuó fundando conventos y comenzó a escribir sus tratados de filosofía. En esta década de 1540 escribió un curso de «Artes», constituido por tres obras en las que desarrollaba las ideas de Aristóteles sobre lógica, dialéctica y ciencias. Como hombre del Renacimiento, proponía volver a estudiar y trabajar los textos originales, al tiempo que intentaba evitar la idea de la filosofía como mera especulación.
Sus planteamientos se centraban en torno a cuatro cuestiones: ¿cómo se piensa bien?, ¿qué relación existe entre el pensar y el ser?, ¿qué es la naturaleza?, y por último, ¿qué es el alma?
Las tres obras que conforman ese curso de filosofía son: Recognitio Summularum, Dialéctica resolutio y Physica speculatio. Las dos primeras estaban dedicadas a la lógica y la dialéctica, siguiendo básicamente a Aristóteles aunque con influencias de los estoicos, de Porfirio y de Pedro Hispano, muy en la línea de la tradición escolástica medieval.
De los tres, el más extenso y quizá el más interesante es el dedicado a la física, donde aborda la naturaleza de este conocimiento: ¿cuál es el objeto del estudio de la naturaleza?, ¿cómo plantearlo? En él incluye, junto a los capítulos inspirados en los tratados de Aristóteles sobre biología, botánica, meteorología, etc., consideraciones sobre el funcionamiento de los sentidos y el conocimiento que estos nos proporcionan, su relación con el intelecto y la razón y la vida del espíritu.
En este sentido, en el tratado titulado De Caelo, después de estudiar los astros explica sobre las regiones y los climas de América, hasta donde se conocía en aquella época, incluyendo una descripción de las costas del continente desde la península del Labrador hasta la Tierra de Fuego. También escribió tratados sobre teología, como el Speculum conjugiorum, donde analizaba la validez de los matrimonios entre los indígenas antes de su cristianización, por ejemplo.
Quizá uno de los aspectos más destacados de su producción son los escritos que podemos llamar de «filosofía jurídica», en especial De dominio infidelium. En esta obra plantea, siguiendo a su maestro Francisco de Vitoria y los teólogos de Salamanca, que la soberanía procede de Dios, pero a través del pueblo. Y que el gobernante, el rey, solo era legítimo si la voluntad del pueblo lo aceptaba, si delegaba en él el poder que Dios le otorgaba. El gobernante se convertía en dictador, bien por la forma en que accedía al poder (tyrannus ab origine, o a título) o bien por la manera de gobernar (tyrannus a regimine). En cualquiera de los dos casos puede ser depuesto.
Para Alonso de la Vera Cruz, de ninguna forma había siervos por naturaleza y, en consecuencia, el dominio sobre los indios del rey, que lo delegaba en los encomenderos, no se podía sostener ni justificar moralmente. Los indios debían ser instruidos y cristianizados debidamente y en su lengua, pues era absurdo enseñarles en castellano o latín, al menos al principio. Los indios eran los legítimos dueños de sus tierras y ni el papa ni el emperador podían disponer de ellas. Enumeraba también todos los argumentos que se solían dar para justificar la conquista y sometimiento de los indios y que él consideraba ilegítimos.
Por el contrario, señalaba que fueron los indios sometidos por el terror azteca los que aceptaron el dominio español, colaborando con el final de dicho Imperio, indicando las motivaciones que él consideraba legítimas, como «el régimen tiránico de los príncipes bárbaros» (aztecas), que debía evitarse; la antropofagia y sacrificios humanos de aquellos; «las alianzas establecidas durante la conquista entre los españoles y otros pueblos indígenas, como los tlaxcaltecas y la libre y voluntaria elección de los indios».
Ideas como la relativa al origen del poder real, revolucionarias en el contexto de la época, y las relativas a los legítimos títulos del poder sobre los indios y la conquista, enmarcadas en el gran debate teológico y político suscitado en España al respecto durante todo el siglo XVI, muestran la gran preocupación no solo por la cultura o la filosofía clásicas, sino por los problemas de su tiempo.
Entre sus alumnos estuvo el gobernador indio de Pázcuaro, hijo del último cacique de los tarascos, y se considera discípulo suyo a Francisco Cervantes de Salazar, historiador, escritor, profesor y rector de la Universidad de México a finales del siglo XVI.
En definitiva, Alonso de la Vera Cruz fue un auténtico hombre del Renacimiento, comprometido con la recuperación de la cultura clásica, pero no en un mero sentido intelectual, sino convencido de su utilidad práctica, pues la lógica y la dialéctica servían para él «para pensar bien» y no eran un mero alarde o vanidad intelectual. Partícipe de la gran corriente renovadora de la escuela de Salamanca, reflexionó y se cuestionó sobre los fundamentos del poder real, de la soberanía y el derecho de conquista, asumiendo posturas muy avanzadas para la época. Preocupado por impulsar la cultura, la filosofía y la ciencia en América, creó colegios, bibliotecas y universidades, y se preocupó de aprender las lenguas de los indígenas esforzándose por mejorar las condiciones de vida de estos.
En definitiva, un personaje extraordinario al que algunos consideran el primer filósofo de América, actividad que impulsó poderosamente en Nueva España. Un hombre de acción de gran pragmatismo y preocupación social, en el que pensamiento, sentimiento y acción iban siempre unidos.
Bibliografía
BEORLEGUI, Carlos. Historia del pensamiento filosófico en Latinoamérica. Ed. Deusto, 2010.
GULLÓ OMODEO, Marcelo. Madre Patria. Ed. Espasa, 2021.
TELLEZ, José. Filósofos españoles del Renacimiento. Ed. Espasa, 1945.
BEUCHOT, Mauricio. Perfil del pensamiento filosófico de fray Alonso de la Vera Cruz. Universidad Autónoma de México.
Biografías de la Real Academia de la Historia. https:dbe.rah.es. biografías