En un mundo saturado de mensajes publicitarios en los que, por incesante repetición, aprendemos a reconocer los signos de marcas como Apple, Nike o McDonalds, no resulta fácil el penetrar la superficie para encontrar y comprender el lenguaje de los símbolos.
Los símbolos van más allá de los signos y son a menudo imágenes tomadas de la naturaleza (símbolos animales, plantas, astros, etc.) y poliédricos, es decir, tienen significados múltiples. Además, el individuo interactúa con los símbolos, con lo cual estos adquieren una forma de vida singular, tal como lo sugieren las investigaciones de C. G. Jung acerca de lo que llamó sincronicidad.
Evidentemente, los símbolos existen en el marco de un contexto cronológico-temporal-espacial. Como lo ha demostrado Joseph Campbell, los grupos humanos toman de su contexto las imágenes que formarán símbolos y emblemas. Y serán por ello diferentes los sistemas simbólicos de quienes viven en la selva, las montañas o en regiones muy frías.
Y, sin embargo, nos asombran los patrones comunes que emergen en pueblos distanciados en el tiempo y en el espacio. ¿Será ello debido a que todos participamos y nos sumergimos en el inconsciente colectivo del que habla Jung?
Una de las características del lenguaje simbólico es que utiliza analogías y correspondencias. Si, por ejemplo, en Egipto vemos el corazón representado como una vasija que en el juicio del alma del más allá es pesado contra una pluma, el mensaje analógico no es de interpretación difícil. El corazón del difunto, en el que se van registrando todas las experiencias de su vida, debe llegar al final de ella «liviano como una pluma» y no lleno de amarguras y pesares. Es como la recobrada juventud e inocencia de la que hablan tantas tradiciones y que tan maravillosamente expresa la máscara de oro de Tutankamón. Es notable que el sarcófago de oro externo del faraón nos muestra un semblante mucho más serio y preocupado.
Macro y microcosmos
Una de las versiones accesibles de la visión clásica, que considera que el mundo arquetípico se encuentra reflejado tanto en el macrocosmos estelar como en el microcosmos humano, lo constituye la llamada Tabla Esmeraldina, frecuentemente citada por los alquimistas.
Traducción de la Tabla Esmeralda según Isaac Newton:
«Es verdad sin mentir, cierto y más verdadero.
Lo que está abajo es como lo que está arriba y lo que está arriba es como lo que está abajo para hacer los milagros de una sola cosa.
Y como todas las cosas han surgido de una cosa por mediación de una sola, así todas las cosas tienen su nacimiento de una sola cosa por la adaptación.
El sol es su padre, la luna su madre, el viento lo ha llevado en su vientre, la tierra es su enfermera.
El padre de toda perfección en todo el mundo está aquí.
Su fuerza o poder es total si se convierte en tierra.
Separa tú la tierra del fuego, lo sutil de lo groseramente dulce con gran industria.
Sube de la tierra a los cielos y vuelve a descender a la tierra, y recibe la fuerza de las cosas superiores e inferiores.
Por este medio tendrás la gloria de todo el mundo.
Y, por lo tanto, toda oscuridad volará de ti.
Su fuerza es, ante todo, fuerza. Porque destruye todo lo sutil y penetra todo lo sólido.
Así fue creado el mundo.
De esto son y vienen admirables adaptaciones, de las cuales el medio (o proceso) está aquí en esto. Por eso me llamo Hermes Trismegisto, teniendo las tres partes de la filosofía del mundo entero.
Lo que he dicho de la operación del Sol se ha cumplido y terminado».
Siguiendo este principio de correspondencia entre lo de arriba y lo de abajo, el cuerpo humano también reflejará los principios cósmicos y los arquetipos primordiales. Por ello no deben extrañarnos las imágenes medievales y renacentistas que relacionan los doce signos del zodíaco con las diferentes partes del cuerpo humano.
Es así como Aries regiría la cabeza, Leo el corazón y Piscis los pies. En astrología médica, estas relaciones se interpretan también como fragilidades, que los nativos de cada signo correspondiente deben cuidar; por ejemplo, los de Capricornio, las articulaciones, especialmente las rodillas.
Estas relaciones «simpáticas» también se extienden a los planetas astrológicos y a relaciones de signos y planetas con partes del cuerpo humano, como las manos.
Y es que, por analogía, partes importantes del cuerpo humano reflejan el todo, e incluso permiten la lectura del destino personal (el que corresponde a una encarnación) de una persona en las palmas de las manos marcadas por cambiantes líneas de la vida. O el intervenir sobre zonas dañadas de manera indirecta, como hace la acupuntura (auriculoterapia) a través de los centros que tenemos en las orejas, verdadero microcosmos del cuerpo entero.
El árbol de la vida: los Sephiroth
La tradición que ha explorado de manera explícita la relación entre los principios animadores del cosmos y el cuerpo humano es la Kábala. Se trata de una interpretación alegórica y profunda de los textos y tradiciones del judaísmo, entre ellas del Pentateuco, es decir, los libros de Moisés. Los principales textos de la Kábala reaparecen en España en la baja Edad Media. Se trata del Zohar, el Libro de los Esplendores, y del Sepher Yetzira, el Libro de las Jerarquías Creadoras.
Los diez principios arquetípicos se organizan en forma de árbol, que, como muestra una célebre imagen kabalista, debe ser plantado en la tierra.
Grabado extraído de OEdipus Aegyptiacus, del jesuíta Atanasio Kircher, Roma 1652.
Los diez Sephirot se organizan en un primer triángulo, luego dos triángulos invertidos y finalmente un último principio que manifiesta los otros nueve aspectos. Entre ellos hay veintidós senderos, que se corresponden con las veintidós letras del alfabeto hebreo y los veintidós arcanos mayores del tarot.
También podemos reconocer una columna central, una columna masculina al lado derecho, llamada de la misericordia, y una columna al lado izquierdo, llamada del rigor.
Los principios arriba expuestos son descriptivos y generales. Luego vienen las múltiples interpretaciones.
Para nuestros fines, hemos elegido tres fuentes recientes, que nos han resultado útiles e inspiradoras.
La primera obra es una interpretación del simbolismo del cuerpo humano, a la luz de la tradición kabalista, de Annick de Souzenelle, a quien tuvimos la fortuna de escuchar disertar sobre este tema en un Congreso de Simbolismo organizado por Nueva Acrópolis en París en 1979.
La segunda fuente son los escritos sobre La anatomía oculta de hombre, del conferenciante Manly P. Hall. Finalmente, tenemos los escritos de H. P. Blavatsky, en especial su tomo I de su monumental Doctrina Secreta, dedicado a la cosmogénesis, en el cual realiza un paralelo entre el árbol de los Sephirot y tradiciones por ella recogidas en el Tíbet. Y también el tomo VI de la misma obra, con escritos no publicados en vida, en el cual se incluyen varios cuadros de correspondencias entre principios arquetípicos y el cuerpo humano, especialmente con los siete orificios de la cabeza y con las siete partes del feto humano.
Agregaremos algunos comentarios propios, frutos de enseñanzas recibidas y de nuestras propias reflexiones.
Las cuatro zonas del cuerpo humano
Varias tradiciones reconocen cuatro zonas en el cuerpo humano.
La primera zona corresponde a la cabeza, que tiene siete aberturas y, según varios comentaristas, siete centros ocultos que se corresponden con el despertar paulatino del hombre espiritual.
En la tradición kabalista, la cabeza es el asiento o proyección del primer triángulo, Kether (corona), Hochmah (sabiduría) y Binah (inteligencia). El hemisferio cerebral derecho se correspondería con la sabiduría y el izquierdo con la inteligencia.
Se trata de facultades complementarias, pero la tradición y educación occidentales han sobrevalorado las que derivan de la inteligencia, como la lógica, sobre aquellas relacionadas con la sabiduría, que nos da el porqué de las cosas y nos conecta con la unidad espiritual esencial.
Binah-inteligencia nos da gran eficiencia y control sobre las cosas de este mundo, pero si no es receptiva a Hochmah-sabiduría, el poder en este mundo no será canal de una necesidad profunda enraizada en lo espiritual.
O dicho de otro modo, el primer triángulo no se reflejará en el segundo, integrando la misericordia y fuerza en «fuerza de corazón», el motor de todas las grandes acciones humanas.
Hemos descubierto así el segundo triángulo invertido, que se corresponde con la zona torácica por encima del diafragma. En esta zona encontramos los pulmones (aire) y el corazón (fuego).
El pesaje del corazón
En Egipto, durante su tránsito al más allá, el difunto pasaba por una prueba llamada «pesaje del corazón». Su corazón Ib era pesado, y debía ser tan liviano como una pluma. El corazón se representaba como una vasija, en cuyas paredes se habían ido grabando las intenciones y acciones del difunto en vida.
Si la segunda zona del cuerpo humano es aquella del tronco por encima del diafragma, la tercera, que se corresponde con el tercer triángulo invertido de los Sephirot, es aquella generativa que incluye estómago, intestino y órganos de procreación física. Es la batería biológica del cuerpo, que era desactivada durante el proceso de la momificación en el antiguo Egipto.
Por debajo de los órganos de generación tenemos dos columnas, nuestras piernas, que terminan en los pies, regidos por el signo doble de Piscis. En el árbol kabalístico, los tres triángulos que hemos visto se reflejan en la última Sefira, llamada Malkuth o el reino. Son nuestras acciones, nuestro caminar en este mundo mientras estamos en él.
En el hombre de Vitrubio retratado por Leonardo, el cuarto reino inferior se corresponde con la mitad inferior del cuadrado en el que está inserto el hombre material, centrado en sus órganos de generación.
El camino de retorno
Si el camino de encarnación que se corresponde con el primer ciclo completo de Saturno (4×7 años aproximadamente), tiempo durante el cual recuperamos elementos que el alma ha recogido en existencias anteriores, ha sido «automático», el camino de retorno es trabajoso.
La naturaleza ha estructurado el mundo en polaridades complementarias, pero el camino de retorno nos obliga a armonizar para eventualmente superar la dualidad.
Es el retorno al primer triángulo. En la Kábala se habla de un abismo que separa a este primer triángulo de los siete Sephirot que rigen nuestro mundo. Y en este abismo duerme un aspecto adicional, oculto, el conocimiento-conciencia.
Pero aún nos queda mucho camino ascendente por recorrer y en nuestro propio cuerpo encontramos una escalera que tiene 33 peldaños que nos permitirá retornar al cielo.
La espina dorsal
Manly P. Hall resume lo esencial concerniente a la espina dorsal:
«Conectando los dos mundos (arriba el cielo y abajo la esfera de la oscuridad) está la espina dorsal, una cadena de treinta y tres segmentos, que protege en su interior a la médula espinal. Esta escalera de huesos juega un rol muy importante en el simbolismo religioso de los antiguos. A menudo, se la menciona como un camino o escalera en espiral. Algunas veces, se le llama la serpiente, otras, la vara o cetro.
Los hindúes enseñan que hay tres distintos canales o tubos en el sistema espinal. Los llaman Ida, Pingala y Sushumna. Estos canales conectan los centros inferiores generativos del cuerpo con el cerebro. Los griegos los simbolizaban por el caduceo, o báculo alado de Hermes. Este consistía en un bastón largo (el Sushumna que va al centro), que terminaba en una perilla o bolita (que está en el centro de la médula oblongada). A cada lado de esta perilla, están las alas arqueadas, que se utilizaban para representar los dos lóbulos cerebrales. Arriba de este báculo suben, alternativamente y en forma de espiral, dos serpientes, una negra y la otra blanca. Estas representan el Ida y Pingala.
Los antiguos hindúes tienen una leyenda concerniente a la diosa Kundalini, en la cual se dice que ella descendió del cielo, por medio de una escalera o cuerda, a una pequeña isla que se halla flotando en el inmenso océano. Relacionando esto con la embriología, es evidente que la escalera o cuerda representa el cordón umbilical, y la islita el plexo solar. Cuando la escalera es cortada y se desconecta del cielo, la diosa huye aterrorizada a refugiarse en una caverna (el plexo sacro), en donde ella se oculta totalmente a la vista de los hombres. Como Amaterasu, la diosa japonesa del Rostro Refulgente, ella debe ser sacada de su caverna, pues, mientras permanece ahí y se resiste a salir fuera, el mundo está en la oscuridad. Kundalini, es una palabra sánscrita cuyo significado es «una fuerza serpentina, o gas enroscado». Esta fuerza, según lo declaran los sabios orientales, puede ser dirigida hacia arriba a través del canal espinal central (Sushumna). Cuando esta esencia se encuentra con el cerebro, abre el centro de la conciencia espiritual y la percepción interna, llevando con ello la iluminación espiritual».
Hemos dejado para el final las tradiciones de la India referentes a Ida, Pingala y Kundalini, que probablemente sean más conocidas que las enseñanzas kabalistas o las del esoterismo cristiano (Gichtel).
Pero todas ellas coinciden en que si —como también enseña Siddharta Gautama— logramos armonizar nuestras acciones (pies), con nuestro sentimientos e intenciones (corazón), y nuestros pensamientos (cerebro), habremos comenzado el camino de retorno hacia nuestra esencia espiritual trascendente.
MUY DIDÁCTICO Y EXCELENTE PRESENTACIÓN. MUCHAS GRACIAS. [email protected]
ESTO ES DEMASIADO INTERESANTE, ME GUSTA EL ESOTERISMO, Y LO OCULTO QUE PRESENTA GRANDES MISTERIOS, GRACIAS POR ESTA CATEDRA DEL MISMO, GRACIAS MIL.