Filosofía — 1 de diciembre de 2022 at 00:00

Zaratustra, el maestro del eterno retorno

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Zaratustra, el maestro del eterno retorno

En la sección del Ecce Homo dedicada a Así habló Zaratustra, Nietzsche identifica la actitud de afirmación integral de Zaratustra con el concepto de Dioniso. Zaratustra es «él mismo el sí eterno», que afirma y asume plenamente el eterno retorno. Pero en el libro Así habló Zaratustra, la presentación de la doctrina del eterno retorno es paso a paso. Por ejemplo, empezamos en el capítulo «De la redención», donde no llega a nombrar el eterno retorno pero lo insinúa. En este capítulo se confrontan dos concepciones de la temporalidad, la que quiere liberarse del tiempo yendo más allá, para alcanzar una esencia imperecedera y la de la voluntad, que «quiere ir hacia atrás». Aparece el jorobado (máscara del erudito amodorrado por el peso de la historia y su erudición), que se da cuenta de que no es a ellos a quien Zaratustra no confiesa que el tiempo retornará, sino que aún no se atreve a decírselo a sí mismo.

En el discurso «De la visión y del enigma» de Zaratustra, encontramos el célebre planteamiento de la doctrina del eterno retorno. Zaratustra está en un barco que le lleva de vuelta a casa, a la caverna, en compañía de marineros que admira, puesto que tienen un espíritu aventurero, que prefieren el peligro a la seguridad. Les cuenta, después de unos días de silencio, una visión que tuvo, en la que se encontraba caminando en un sendero ascendente en las montañas y un demonio, mitad enano, mitad topo, le atraía hacia el abismo. Puede simbolizar la parte de su propia psique que le impide el avance y el crecimiento, pues dice que lo que vertía eran «gotas de plomo en el oído», que son las voces que se burlan de nuestros esfuerzos. El enano también representa el espíritu de la pesadez y encarna la moral gregaria, la virtud empequeñecedora, y la interpreta según la tradición pesimista del Eclesiastés: «nada nuevo bajo el sol».

Zaratustra reúne el valor necesario para la respuesta, porque el conocimiento ya lo tiene. En verdad, el enfrentamiento entre los dos no es una dialéctica racional sino una lucha de fuerzas. Se impone la voluntad: «¡Alto, enano!, dije. ¡Yo! ¡O tú! Pero yo soy el más fuerte de los dos: ¡tú no conoces mi pensamiento abismal! ¡Ese no podrías soportarlo!».

El enano salta a su hombro y se detienen ante un portón donde está escrito «Instante». El camino y la puerta es una representación del tiempo. Le pregunta Zaratustra si cree que esos caminos que convergen en la Puerta (pasado y futuro) se contradicen eternamente. Y entonces es el enano el que formula el eterno retorno sin consideraciones: «Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un círculo».

Zaratustra sigue el diálogo desde esa afirmación: 

«Cada una de las cosas que pueden correr, ¿no tendrá que haber recorrido ya alguna vez esa calle? Cada una de las cosas que pueden ocurrir, ¿no tendrá que haber ocurrido, haber sido hecha, haber transcurrido ya alguna vez? Y si todo ha existido ya, ¿qué piensas tú, enano, de este instante? ¿No tendrá también este portón que haber existido ya? ¿Y no están todas las cosas anudadas con fuerza, de modo que este instante arrastra tras sí todas las cosas venideras? (…) ¿No tenemos todos nosotros que haber existido ya? ¿No tenemos que retornar eternamente?».

Zaratustra, el maestro del eterno retorno

Aunque Zaratustra se disgusta ante las deducciones, en este caso usa la argumentación, con la premisa del enano «El tiempo es un círculo», y salta a la conclusión «todo retorna». En este texto obvia una de las premisas necesarias para el argumento: «Si el tiempo se extiende infinitamente pero solo hay una cantidad finita de partículas materiales, entonces todas las posibles combinaciones de esas partículas se acaban en algún momento, en el cual todo empieza a retornar».

El capítulo termina con el pastor bajo el claro de luna más desolado, en medio de los salvajes acantilados, con una serpiente negra que le cuelga de la boca, que se deslizó mientras dormía y que representa precisamente el nihilismo. Dado que no logra sacarla, la orden es «¡muerde!, ¡arráncale la cabeza!», una solución poco racional pero con un resultado vital: 

«Ya no pastor, ya no hombre, ¡un transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en la tierra había reído hombre alguno como él rio!

Oh hermanos míos, oí una risa que no era risa de hombre, —y ahora me devora una sed, un anhelo que nunca se aplaca. Mi anhelo de esa risa me devora: ¡oh, cómo soporto el vivir aún! ¡Y cómo soportaría el morir ahora!—».

Esta transfiguración del pastor es porque ha encontrado la fórmula para la afirmación de la vida, ha encontrado cómo convertirse en übermensch.

En «El convaleciente», son los animales quienes exponen el eterno retorno sin reparos. En la cuarta parte del libro, el más feo de los hombres, que representa el sentido histórico, el asesino de Dios, anuncia que merece la pena vivir en la tierra.

La doctrina del eterno retorno podemos interpretarla de forma cosmológica, como una descripción del cosmos, pero en el apartado 341 de La gaya ciencia, uno de los más significativos, se ciñe a la interpretación antropológica, la actitud del ser humano ante el tiempo.

Nietzsche

Nietzsche no plantea el eterno retorno como una doctrina cosmológica, es un recurso retórico, curiosamente de la misma forma que Platón en la República habla de los metales en las almas de los hombres para lograr la cohesión en la sociedad. Lo que busca Nietzsche es la afirmación de la vida y de este mundo. En lugar de postular una vida celestial después de la muerte, la promesa del cristianismo, un mundo más allá de este, lo que ofrece Nietzsche es hacer eterno el instante, afirmando el momento presente.

Dice Diego Sánchez Meca que «si el eterno retorno no es más que una interpretación instrumental, no una verdad en sí, es compatible con una idea de la historia en la que ninguna necesidad superior al individuo ordena el devenir al cumplimiento de fines universales. La única necesidad que actúa en la historia son los individuos, que se comportan necesariamente como voluntades (…). El eterno retorno no es más que una de estas interpretaciones, con las que, sin embargo, el ser humano podría superar el nihilismo».

El término nihilismo se interpreta habitualmente como un rechazo a principios religiosos y morales, una ausencia de cualquier tipo de valores, y la creencia de que no hay un sentido de vida, y mucho menos un plan divino. Pero, curiosamente, Nietzsche define el cristianismo como una religión nihilista, porque evadía el desafío de encontrar un sentido en la vida terrenal y buscaba un orden trascendente. El nihilismo era para Nietzsche el resultado de la muerte de Dios, causada por la civilización moderna, y debía ser superado. De las definiciones de nihilismo solo contempla el rechazo a un plan divino y a principios religiosos, pero no a la ausencia de una ética. Las acciones del ser humano se justifican en esta vida terrenal y presente, aquí hay unos valores pero no están en relación con un premio que se obtendrá en otra vida, sino en relación con el presente.

La doctrina del eterno retorno es peligrosa. Alguien que sea capaz de aceptarla sería el que supera la decadencia del hombre moderno, sería un übermensch, aquel que supera los valores tradicionales, y no necesita de un cielo, de un más allá respecto de esta realidad. Es este amor al destino, de forma paradójica, lo que vence o nos lleva, según como lo miremos, a la decadencia. Por otro lado, este hombre no crea, solo repite. Si todo retorna, entonces no hay libertad, todo está determinado de antemano. Todo pasado volverá en todos sus detalles. Nos podríamos preguntar: ¿por qué el übermensh tiene que tomar decisiones para superar la condición actual? ¿En qué consiste su voluntad de poder? Precisamente en que se necesita una capacidad heroica para aceptar esta idea.

Zaratustra, el maestro del eterno retorno

La doctrina del übermensch desligada del eterno retorno perpetuaría la decadencia porque, una vez creados nuevos valores, habría que ser capaz de crear otros nuevos. Y al revés, la doctrina del eterno retorno desligada del übermensch sería determinista, pero así la transformación del hombre produce el milagro de aceptar el misterio de la vida en su conjunto, se transforma uno en niño, con la inocencia del juego, del amor a la vida, como se ve en discurso «Sobre las tres transformaciones», quizás el más famoso del libro Así habló Zaratustra. En él simboliza la tradición y sus valores como un gran dragón.

En la mitología europea, los dragones guardan la entrada a cavernas llenas de oro, pero en este caso, el dragón lo que no permite es salir de la caverna, de la civilización decadente con los mandamientos de sus escamas. «Tú debes»: esta es la transformación del camello en león, opone el «yo quiero» al «tú debes». Pero no es suficiente y tiene que transformarse en niño, porque el niño, dice Zaratustra, es «inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí». El león ha dicho no a los valores decadentes, el niño dice sí, es una prefiguración de la voluntad de poder que se desarrolla en discursos posteriores, «el retirado del mundo conquista ahora su mundo». Y aparece «la rueda que se mueve por sí misma» como eterno retorno.

¿Cómo puede la voluntad de poder actuar en el pasado? Dice Zaratustra en el discurso «De la redención» que redimir el pasado significa transformar todo «fue» en un «así lo quise». Parecería que la voluntad es impotente hacia atrás, prisionera del tiempo que fluye desde el futuro hacia el pasado, que es inexorable, pero lo que hace es una afirmación positiva, no una resignación. Ese es el amor fati, el amor al destino que integra el eterno retorno.

 

Bibliografía

CAMPIONI, Giuliano (2014): “Gaya ciencia” y “gay saber” en la filosofía de Nietzsche, en Guía Comares de Nietzsche, ed. de Jesús Conill-Sancho y Diego Sánchez Meca. Granada, Editorial Comares, 71-91.

D’IORI, Paolo (2006): El eterno retorno: génesis e interpretación; Cuadernos Nietzsche, CNRS, París, págs. 157-207.

NIETZSCHE, Friedrich (2011): Así habló Zaratustra. Edición, traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual, Madrid, Alianza.

NIETZSCHE, Friedrich (2016): Ecce Homo. Edición, traducción y notas de Manuel Barrios Casares, Madrid, Tecnos.

NIETZSCHE, Friedrich (2016): La gaya ciencia. Edición, traducción y notas de Juan Luis Vermal, Madrid, Tecnos.

SÁNCHEZ MECA, Diego (2018): El itinerario intelectual de Nietzsche, Madrid, Tecnos.

 

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