Cada vez que ha surgido una nueva tecnología relacionada con la comunicación entre los seres humanos, se produce un interesante proceso de discusión sobre sus peligros, sus carencias, sus efectos indeseados…
Platón, en su diálogo Fedro, es el primero que lo hace, al plantear los efectos negativos de la escritura en las habilidades humanas para el conocimiento. Se trata del famoso diálogo entre el faraón Thamus y el dios Thot, en el que el primero reprocha al segundo haber inventado la escritura, una técnica que produciría el olvido en nuestras almas y el conocimiento «desde fuera» y no «desde dentro de nosotros mismos». Afortunadamente, Platón no escuchó su propia advertencia y pasó a la escritura las más bellas y profundas palabras que tanto bien siguen haciendo a las almas. Pero mantuvo el relato, como una llamada de atención.
Desde entonces, los seres humanos han inventado toda clase de técnicas para prolongar las propias habilidades en la comunicación entre ellos, que Marshal Mac Luhan, en 1964, denominó como «extensiones de nuestros sentidos» y avisó de que las próximas ampliarían la capacidad de nuestros cerebros.
Es lo que está ocurriendo ahora con lo que podríamos calificar como «la extensión de nuestra inteligencia», que despierta preocupaciones varias. Nuestros colaboradores nos ofrecen en este número oportunas reflexiones sobre la inteligencia artificial, desde muy variados puntos de vista. Quizá sería oportuno recordar el enigmático aviso del sabio Platón y preguntarnos qué es lo que hay en nuestro interior que merece tanto preservarse.