Es un ejercicio interesante reflexionar sobre los cambios que se han producido en nuestra vida en las últimas dos décadas y cómo han influido en ellos los aparatos tecnológicos, en nuestra forma de comunicarnos o de consumir. Si lo hacemos, es desconcertante ver que hay elementos como el móvil, el acceso a Internet o incluso la forma de relacionarnos, que los vemos como si siempre hubiesen estado con nosotros o como si siempre nos hubiésemos comportado de esta manera. Cuando recordamos cómo quedábamos con las amigas para salir antes de tener móvil o cómo nos movíamos con mapas de papel descubriendo ciudades o haciendo rutas, nos resulta casi increíble.
La relación del ser humano con la tecnología siempre ha sido de amor-odio. Por un lado, nos fascinan los avances tecnológicos que nos proporcionan máquinas y dispositivos que nos facilitan la vida, pero, por otro lado, cuando estas máquinas y dispositivos amenazan nuestra intimidad, nuestra libertad y nuestros puestos de trabajo, nos asustan y empezamos a cuestionarnos, ya no solo su utilidad, sino si realmente son buenos o son malos. Como si la bondad o la maldad dependiera del dispositivo y no de nosotros, que somos quienes los hemos creado y quienes los estamos usando.
Los adelantos tecnológicos siempre han sido la gran palanca de cambio hacia mejoras en el bienestar material de la sociedad y en avances sociales; educación y sanidad universal serían dos grandes ejemplos. Quererlos frenar, a mi entender, es poner puertas al campo.
Es necesario ir a la historia para darnos cuenta de que el debate sobre si un mundo más tecnificado es mejor es recurrente en la historia de las economías avanzadas. Llevamos siglos viviendo estas situaciones y teniendo las mismas discusiones, y es verdad que no se identifican en el momento que se viven, que no se reconocen las causas, pero sí que reconocemos las consecuencias. Esto nos debería ayudar a entender que el avance tecnológico es inexorable y que deberíamos poner el acento en el cómo y para qué usamos la tecnología, para que la «angustia» que nos provoca nuestra dependencia de ella sea más llevadera.
Hoy en día el gran debate es el de la humanización de los robots y nos asustamos al pensar en ello. Pero lo que de verdad nos debería asustar es la robotización del ser humano, el perder nuestra esencia. La tecnología seguirá avanzando, pero está en nuestras manos no olvidar nuestra alma y nuestro corazón.
Nuestros encuentros y desencuentros con las máquinas
En las revoluciones industriales encontramos, valga la redundancia, nuestros encuentros y desencuentros con las nuevas tecnologías y las máquinas.
Todas las revoluciones industriales se han caracterizado por la creación de tecnologías que permiten mejorar las ventajas competitivas de una organización o país, reduciendo costes, incrementando productividad, reduciendo tiempos y mejorando la calidad de vida de la población.
Podemos contar cuatro revoluciones industriales y una quinta que está por llegar, muy ligada a la cuarta que estamos viviendo.
En la primera Revolución Industrial (aproximadamente de 1760 a 1830), apareció la máquina de vapor, que usaba el agua y el vapor para mecanizar la producción. En la segunda (entre 1860 y 1914), del uso de la electricidad, los hidrocarburos y la existencia de nuevos medios de transporte surgió la producción en masa y la consecuente división del trabajo. En la tercera, llamada científico-técnica, (aproximadamente entre 1965 y 1990, coincidiendo con la aparición de Internet) apareció la electrónica y la tecnología de la información para automatizar la producción. Ahora, estamos inmersos en la Cuarta Revolución Industrial, la revolución digital, que se caracteriza por una fusión de tecnologías que está borrando las líneas entre las esferas física, digital y biológica. Se trata de sistemas inteligentes, interconectados, con capacidad autónoma para la toma de decisiones. Y a las puertas, esperando (algunos autores vaticinan que será sobre 2035, otros incluso antes) está la Quinta Revolución Industrial con el avance de la inteligencia artificial y la industria 5.0.
Las tareas que realizamos los seres humanos las podríamos dividir en ocho categorías: primera, las que usan el cuerpo humano para mover objetos físicos; segunda, usamos manos y ojos para crear cosas; tercera, las que involucran materiales en procesos productivos impulsados por máquinas; cuarta, relacionada con los procesadores de cálculo; quinta, implica software para el intercambio de información; sexta, la que proporciona la conexión humana con la tecnología; séptima, la que permite arbitrar la actividad humana; y octava, la que necesita pensar de un modo crítico para resolver problemas complejos a partir del diseño, la creatividad y la intuición.
Las tareas del primer tipo, desde hace miles de años, se han ido sustituyendo, primero por animales de tiro y más tarde por máquinas. Des de hace unos trescientos años, las tareas del segundo tipo también fueron sustituidas. Y más recientemente se fueron sustituyendo las tareas del tercer al quinto tipo. Sobre todo, se han ido mejorando máquinas que sustituyen las tareas del tercer y cuarto tipo con el despliegue de robots y microprocesadores. Se calcula que en las economías avanzadas, esto ha provocado una reducción constante en el empleo a lo largo de dos generaciones.
Pero cada avance de tecnología crea nuevos campos donde el conocimiento es importante, y no solo el que permite interactuar con las tecnologías. Por tanto, se destruye empleo, pero también se crea nuevo, al que los individuos y las sociedades nos vamos adaptando.
Las tres revoluciones anteriores a la que estamos viviendo cambiaron la forma de vivir, creando nuevos modelos de organización y de sociedad. Sí, a nivel social siempre fueron y son partos dolorosos, pero si las miramos con perspectiva, las etapas que las siguieron, en general, fueron mejores.
Inmersos en la Revolución 4.0
El nombre de Revolución Industrial 4.0, se oficializó en 2016, en la Reunión Anual del Foro Económico Mundial de Davos; allí se discutió el futuro de la economía digital como herramienta de transformación económica, social y cultural.
Empezó con timidez, como si fuera una prolongación de la tercera. Ahora la estamos viviendo intensamente, acelerada por el confinamiento al que nos llevó la Covid-19, y se acabará imponiendo con más o menos dureza, en función de cómo nos vayamos preparando y asumiendo que será así.
Podría parecer que esta Cuarta Revolución es una prolongación de la tercera, pero hay tres características que la hacen distinta y, por tanto, nueva: la velocidad, el alcance y el impacto en los sistemas.
La velocidad de los avances no tiene precedentes históricos cuando la comparamos con las otras revoluciones industriales anteriores. Su ritmo de evolución es exponencial y no lineal como las otras. Alcanza a casi todas las industrias en todos los países. Y la amplitud y profundidad de estos cambios transforman sistemas completos de producción, gestión y gobierno. Por eso algunos autores dicen que vivimos la revolución más compleja jamás vivida, pero quizás en plena primera Revolución Industrial alguien escribió algo similar.
Como sus antecesoras, la Revolución 4.0 tiene el potencial de elevar los niveles de ingresos globales y mejorar la calidad de vida de los seres humanos. La tecnología ha hecho posible productos y servicios que han aumentado la eficiencia y el placer en nuestras vidas: comprar un vuelo, un producto, ver una película, jugar… sentados en el sofá de casa. Pero solo los consumidores que pueden permitirse la tecnología para acceder al mundo digital se benefician de ello; aquí se produce la llamada «brecha digital».
Por otro lado, la digitalización, al igual que la automatización, sustituye trabajadores por máquinas incrementando la brecha entre rendimientos del capital y los rendimientos del trabajo, dando lugar a un mercado laboral cada vez más polarizado entre «baja cualificación/baja remuneración» y «alta calificación/alta remuneración», que tensiona las relaciones sociales e incrementa las desigualdades.
Por tanto, las desigualdades económicas y digitales deben ser preocupaciones clave, las preocupaciones sociales más importantes. En la Revolución 4.0, quienes se están beneficiando más son los proveedores de capital intelectual y físico, los accionistas, inversionistas e innovadores, lo que explica la brecha existente en la riqueza entre los que dependen del capital y los que dependen del trabajo. La pobreza ha alcanzado niveles terribles creando un nuevo tipo de pobre, «el asalariado pobre».
La tecnología es una de las razones principales por la cual se han estancado o disminuido los ingresos de la mayoría de la población en los países de altos ingresos, debido al incremento de demanda de trabajadores altamente cualificados y la diminución de la demanda de trabajadores con menos educación o habilidades, generando la destrucción de la clase media, cosa que explicaría el descontento, la insatisfacción y el sentimiento de injusticia que sienten las clases medias por tener acceso limitado a la riqueza que genera la Cuarta Revolución.
Además, todo esto viene alimentado por las redes sociales. Según el Digital Report 2023 de la consultora de redes sociales We are social, un referente a la hora de analizar el sector digital, el número de usuarios de Internet en el mundo alcanzó los 5160 millones de personas, lo que representa al 64,4% de la población mundial, y más de 4700 millones de personas en todo el mundo emplean ya las redes sociales, lo que supone un 59,4% de la población global.
En un mundo idílico, la conectividad sería un ágora para el entendimiento de las diferencias y la cohesión intercultural. Sin embargo, también crea expectativas poco realistas sobre el éxito de un individuo o de un grupo que llevan a la frustración y, por otro lado, propaga ideas extremas que provocan la polarización social.
Y todo esto se está produciendo en un momento de sostenibilidad crítica a nivel medioambiental, donde parece claro que no podemos seguir con los ritmos de crecimiento y «expolio» de los recursos naturales que quedan. Hablar de crecimiento ya no tiene sentido; tenemos que hablar de eficiencia, y aquí sí que la tecnología no es opcional, es necesaria para gestionar un mundo que se nos queda pequeño.
Cada vez es más fácil, rápido, barato y eficiente producir algo, pero al mismo tiempo la desigualdad de recursos y oportunidades entre las personas también se acentúa. Por tanto, se debería ir pensando en una nueva filosofía socioeconómica que haga una buena redistribución de todo, no solo de riqueza.
Como nos dice Marc Vidal, una de las figuras más influyentes en transformación digital, la respuesta al momento actual no está en hablar de crisis y querer volver a otros tiempos, sino en intervenir teniendo en cuenta que estamos viviendo una revolución en todos los sentidos.
Dicen que está naciendo una nueva sociedad surgida de los avances tecnológicos, donde conceptos como el empleo van a cambiar; su materialización dependerá de una fase posterior que digiera todos los cambios socioeconómicos acontecidos y esto, seguramente ya será en la Quinta Revolución.
La Quinta Revolución Industrial o Revolución 5.0
Con el avance de la inteligencia artificial y la inminente llegada de la industria 5.0, donde sabemos que en campos como la creatividad, la empatía o el pensamiento crítico, campos «puramente humanos», las máquinas tendrán un buen desempeño estaremos en la Quinta Revolución Industrial.
Se extenderá la Internet de las cosas (IoT, Ineternet of Things), que conectará al ser humano con los objetos y que le facilitará la vida todavía más. Además, irrumpirá el Internet del Todo (IoE, Internet of Erverything), donde ya no seremos nosotros quienes entraremos en la red sino que serán nuestros robots, que se supone que serán más capaces que nosotros de entender y descifrar el mundo líquido en el que vivimos; al menos, eso dicen los expertos.
Justo ahora hay un gran debate en los medios de comunicación sobre la regulación de la IA, centrado en el ChatGPT de OpenAI, que, según explican los expertos, es la antesala de todo lo que está por llegar. Detractores y defensores argumentan en contra y a favor. El debate, según como lo escuches, parece estéril, discutir por discutir, porque da la sensación de que el tema no se aborda con la necesidad que requiere.
Si individualmente nos cuesta adaptarnos a los cambios, la capacidad de los sistemas gubernamentales y las autoridades públicas parece mucho menos adaptable. Y es precisamente la agilidad en dar respuesta al trepidante ritmo de cambios el gran reto de los legisladores y reguladores; por ahora están demostrando ser incapaces de dar respuesta. En este aspecto, las empresas son más ágiles, confían más en el asesoramiento de expertos. La visión de nuestros gobernantes debería ser más amplia, no tan cortoplacista como está siendo. Sería bueno que hubiese una colaboración más estrecha entre Gobiernos, empresas y sociedad civil. Los retos son mayúsculos y a largo plazo, la pequeña política a la que nos tienen acostumbrados, sean del color que sean, no sirve para lo que estamos viviendo y para lo que está por llegar.
La Cuarta Revolución Industrial está cambiando no solo lo que hacemos, sino también lo que somos. Afecta a nuestra identidad, nuestra privacidad, nuestro sentido de la propiedad, nuestras compras, ocio, tiempo de trabajo, cómo nos relacionamos… Y dicen que todos estos cambios serán aún mayores en la Quinta Revolución.
Nada más y nada menos que Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, un gran entusiasta de la tecnología, se pregunta «si la inexorable integración de la tecnología en nuestras vidas podría disminuir algunas de nuestras capacidades humanas por excelencia, como la compasión y la cooperación. Nuestra relación con nuestros teléfonos inteligentes es un ejemplo de ello. La conexión constante puede privarnos de uno de los activos más importantes de la vida: el tiempo para hacer una pausa, reflexionar y entablar una conversación significativa».
Sociedad líquida donde la única constante es el cambio
El cambio hoy en día viene sin previo aviso y, en algunos casos, transforma la manera de pensar, vivir y trabajar. Cada vez es más acelerado y esto dificulta nuestra adaptación. Cuando los cambios son radicales los llamamos disrupción, una palabra que se ha puesto de moda y cuyo uso coloquial, sin ton ni son, que muchas veces se hace de ella, le quita fuerza a su significado.
La tecnología va avanzando muy rápidamente y nuestra capacidad de adaptación no es tan rápida. Por tanto, la disrupción es uno de los principales riesgos de la humanidad.
El filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman, definió nuestra sociedad como la sociedad líquida: una sociedad donde el cambio es constante y cada vez más acelerado, donde la incertidumbre es la única certeza.
En la sociedad líquida las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas puedan consolidarse en unos hábitos y en una rutina determinada.
La sociedad líquida nos lleva a vivir una vida líquida, una vida caracterizada por no mantener un rumbo determinado, pues al ser líquida no mantiene mucho tiempo la misma forma. Así, nuestra principal preocupación es no perder el tren de la actualización ante los rápidos cambios que se producen en nuestro alrededor y no quedar aparcados por obsoletos, como pasa con nuestros dispositivos.
Algunos pueden pensar que este tren de la actualización cada vez va más rápido debido a la tecnología, y no digo que no pueda haber parte de razón. Pero yo me decanto más por lo que nos dice Bauman: la vida líquida asigna al mundo y a las cosas, animales y personas la categoría de objetos de consumo, objetos que pierden su utilidad en el mismo momento de ser usados.
Vivimos asediados buscando la singularidad en el consumo de objetos y experiencias que nos producen un simple placer efímero que no sacia nuestro desasosiego. Y esto es porque en toda esta vorágine de cambios hemos ido perdiendo —mejor dicho, olvidando—, nuestra esencia humana. El ser humano se ha ido robotizando.
Y es precisamente la esencia humana, la única que nos puede ayudar a mantener nuestro rumbo y a adaptarnos a los cambios.
Reconquistar nuestra esencia humana
Como dice Klaus Schwab, ni la tecnología ni la disrupción que la acompaña es una fuerza exógena sobre la que los humanos no tenemos control. Todos nosotros somos responsables de guiar su evolución, en las decisiones que tomamos en nuestro día a día, como individuos, ciudadanos, consumidores e inversores. Por tanto, debemos aprovecha la oportunidad y el poder que tenemos para dar forma a la Cuarta Revolución Industrial y dirigirla hacia un futuro que refleje nuestros objetivos y valores comunes. Para hacer esto, sin embargo, debemos desarrollar una visión global y compartida de cómo la tecnología está afectando a nuestras vidas y reformando nuestros entornos económicos, sociales, culturales y humanos.
Al final, todo se reduce a las personas y los valores. Necesitamos dar forma a un futuro que funcione para todos nosotros, poniendo a las personas primero. Para ello debemos reconquistar nuestra parte más humana a nivel individual y también como sociedad.
La Revolución 4.0 puede tener la capacidad de «robotizar» a la humanidad y privarnos de nuestra alma y nuestro corazón, pero está en nuestras manos que esto no sea así y que prevalezca la mejor parte de la naturaleza humana para elevar a la humanidad a una conciencia colectiva y moral basada en un sentido compartido de destino.
Para Platón el alma está compuesta de tres partes: la racional, con permiso del gran filósofo la llamaré naturaleza humana, la voluntad y los apetitos. La virtud en Platón es el dominio de la parte apetitiva por la racional, que para lograrlo se apoya en la voluntad. La vida líquida nos enfoca hacia los apetitos y hace que olvidemos nuestra voluntad y nuestra naturaleza humana.
Quizás deberíamos desempolvar la palabra virtud, encerrada en el baúl de los olvidos por rancia y pasada de moda, y devolverle su dignidad recordando su verdadero significado platónico, para redescubrir nuestra naturaleza humana y controlar nuestra parte apetitiva. Controlando nuestros apetitos controlaremos la vida liquida. Para ayudarnos, Platón nos da las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Las máquinas, los dispositivos, la inteligencia artificial, todo ha surgido de la naturaleza humana (parte racional, que nos dice Platón), y es precisamente esta naturaleza humana la que debe regir nuestra relación cordial y equilibrada con la tecnología y todo lo artificial. Es esta naturaleza humana, inspirada en aquellos valores puramente humanos como la bondad, el amor, la compasión, el perdón, el coraje o la solidaridad, la que a nivel individual y a nivel social debe definir el cómo y el para qué deben usarse los avances tecnológicos. Los robots, por muy inteligentes que sean, incluso siendo más inteligentes que nosotros, no son ni buenos ni malos, son lo que nosotros queremos que sean.
Puede que algún día las máquinas puedan imitar los valores humanos, pero estos nunca dejarán de estar en nuestra alma y nuestro corazón porque son nuestra esencia. Está en nuestras manos compartirla sin olvidarla.
Como decía un viejo proverbio hindú, «Cuando veas las cosas grises, aparta el elefante que tienes delante».
Bibliografía
La era de la humanidad: hacia la quinta revolución industrial. Marc Vidal. Ed. Deusto.
La cuarta revolución industrial. Klaus Schwab. Ed. Debate.