Texto adaptado de una conferencia dictada por el autor
El artículo que proponemos trata de un tema aparentemente extraño, porque, en el fondo, la vida es extraña y también todo lo que nos trae. La vida, en realidad, es un misterio, pero ¿qué podemos decir del misterio? Tal vez nada.
Si nos trasladamos a Oriente, comprobaremos que el tao es una filosofía que ha impregnado la cultura china desde sus orígenes.
La antigüedad de esta cultura es enorme. Se dice que, allá por el 3500 a. C., hubo un extraño personaje del que no se sabe mucho, llamado Fu Xi, que enseñó a los humanos a cazar, a pescar, a cocinar la carne, les otorgó unas leyes y les mostró ocho curiosos signos que conformaban lo que hoy conocemos como Pa Kua. Estos signos son la base del pensamiento filosófico chino, y su influencia en la cultura china pervive hasta nuestros días, aunque la modernidad ha transformado este país en un gigante económico que relega al olvido sus raíces filosóficas.
Sin embargo, a pesar de haber perdido su espiritualidad primigenia, la cultura china sigue conservando elementos de su filosofía ancestral que nos permiten rastrearla en la superficialidad propia de nuestro tiempo.
La vorágine del auge tecnológico y la prioridad que damos a la economía han oscurecido los principios y valores que nos identifican como humanos, y tal vez debamos preguntarnos si no deberíamos rescatar lo que todavía queda de valioso en este aspecto para no ser engullidos por un mundo materialista.
La paradoja es que Occidente, falto de la mística oriental de otros tiempos, ha ido recogiendo humildes semillas, pero semillas al fin, de este pensamiento tradicional de Oriente, que hoy revive en nuevos intereses desde nuestra mirada occidental.
Tal vez hoy sepa lo mismo sobre Confucio un chino o un europeo, es decir, poco, pero sentimos la necesidad de rescatar algo válido para el ser humano que intuimos perdido.
La filosofía china es, desde sus orígenes, profundamente metafísica, marcadamente mística. Una impronta poderosa que la caracteriza es la taoísta.
El taoísmo puede causarnos perplejidad en un principio porque dice mucho y, a la vez, no dice nada. «Ninguna cosa es», dice uno de sus postulados.
Mejor símbolos que palabras
Como la realidad es siempre más profunda que lo que pueden explicar las palabras, hay que recurrir a una herramienta más poderosa: los símbolos. Y el tao podemos decir que funciona simbólicamente, porque del verdadero tao no podemos decir mucho, aunque tiene un aspecto que es del que se puede hablar.
Si dibujamos una circunferencia y nos preguntamos qué es, las respuestas pueden ser variopintas: un círculo, una línea central en un campo de fútbol, una piedra redonda o cualquier otra ocurrencia de la imaginación. Habrá incluso a quien le sugiera alguna idea en particular: continuidad, encierro, etc. En cualquier caso, se convierte en un símbolo porque aporta diferentes conceptos.
Lao Tse, en el siglo VI a. C. escribio el Tao Te King, un libro que habla sobre el poder y la manifestación del tao. Pero, lo primero que nos tenemos que preguntar es: ¿qué es el tao?
«Hay algo sin forma y perfecto que existía antes de que el universo naciera. Es sereno, vacío, solitario, inmutable, infinito, eternamente presente. Es la Madre del Universo. A falta de un nombre mejor, lo llamo tao. Fluye a través de todo, dentro y fuera de todo, y al origen de todo retorna».
«Por doquier fluye el gran tao, y aunque nada crea, todo nace de él. Se funde con todo, y en el corazón de todo se oculta. Todo se desvanece en él; salvo él, nada perdura».
Aunque el taoísmo original se perdió, podríamos considerar que fueron los maestros zen sus continuadores. El zen constituyó una fusión entre el taoísmo y el budismo en China, y los relatos zen contienen ese halo de incógnita y desconcierto que emanaba de los axiomas taoístas:
—Maestro, ¿cómo se entra en el tao?
—¿Oyes el murmullo de aquel arroyo?
—Sí, maestro.
—Allí está la entrada.
Son relatos que no podemos comprender con la razón, lo mismo que el misterio de la vida que, por ser inexpresable, también se escapa a la razón. La ciencia, en cambio, es experimental. Busca pruebas tangibles.
Detrás de todo está el tao. No pudiendo definirlo de manera concreta, podríamos decir que es donde todo se gesta, el origen del universo. Se le ha atribuido el sentido de Dios, pero en Occidente solemos concebir un Dios creador separado del mundo que fabrica. Pero el tao dice: «Cuando hay el tú y el yo, ya hay dualidad, ya no hay unidad, y el tao es unidad». Ya no es preguntarse sobre algo, sino fusionarse con ese algo.
El maestro
Lao Tse, entonces, habla del gran misterio del universo, y nos transmite que puede encarnar en el ser humano. La figura del maestro sería la que escenifica la vivencia del tao. El maestro vive a nivel humano lo que en el universo se vive a nivel cósmico. «Así es arriba como es abajo», dice el principio hermético. Concibiendo al ser humano como un microcosmos, la clave estaría en conocernos a nosotros mismos: «Conócete a ti mismo y conocerás los misterios de la vida y del universo».
Lao Tse nos muestra cómo es un maestro para que atisbemos cómo se puede vivir el tao. El maestro es es como el tao: vacío.
Es un vacío que todo lo contiene y todo lo llena. Es un vacío lleno. Y el maestro también está vacío y a la vez lleno. La clave estaría en vaciarse de personalismos para llenarse de la vida. El ser humano sería un intermediario entre el cielo y la tierra.
En el Pa Kua, en estos signos extraños del I Ching, que es un libro muy antiguo en el que se basó el taoísmo, se habla del cielo y de la tierra. El ser humano estaría en medio, y todo lo que existe se conformaría de estos tres elementos básicos.
¿Cómo puede integrar el ser humano esta multiplicidad?, ¿cómo integrar estos elementos en sí mismo para vivir el misterio de la unidad? Solamente vaciándose. Es un vaciarse de egoísmos, de deseos. De esta forma, el cielo y la tierra se juntan, y el hombre se convierte en canal de otras energías superiores.
Así explicaban que el maestro podía obrar milagros. Para dominar las fuerzas de la naturaleza, uno tenía que dominar sus propias fuerzas interiores, es decir, tenía que purificarse primero.
Muchas de las artes japonesas, incluyendo las marciales, absorben el espíritu del tao, se convierten en caminos espirituales. El tao es el origen y el destino de todas las cosas y también es el camino de todas las cosas, porque el tao lo es todo.
Hay un proverbio zen que explica: «Cuando yo comenzaba a hacer zen, las montañas eran montañas, los ríos eran ríos, los valles eran valles. Después de un tiempo de hacer zen, las montañas ya no eran montañas, los valles no eran valles, los ríos ya no eran ríos. Y ahora que he alcanzado una cierta maestría en el zen, las montañas vuelven a ser montañas, los valles vuelven a ser valles, los ríos vuelven a ser ríos».
Con ello se expresa que, en cierto sentido, hemos de atravesar un bosque de confusión para extraer enseñanzas de la vida. Es el bosque de la existencia, en la que parecemos perdernos por momentos, pero donde nos vamos a reencontrar finalmente.
A través de las pruebas de la vida, enfrentando sus dificultades, que nos producirán dolor en muchas ocasiones, vamos a poder conseguir encontrarnos a nosotros mismos si perseveramos lo suficiente y salir fortalecidos. Después de superar los obstáculos, vemos con más claridad que antes.
El maestro, entonces —dice Lao Tse— está vacío de personalismos, es sereno como el tao, es generoso como el tao, es imperturbable como el tao, es silencioso, suave, delicado, flexible como el tao.
Gracias a Lao Tse o a Confucio, el pueblo chino sintió el impacto profundo de su aliento durante miles de años, como ocurre en las culturas y civilizaciones enriquecidas humana y civilizatoriamente por el paso de maestros vitales de esta envergadura. Las grandes civilizaciones llegaron a serlo, precisamente, por seguir los principios de vida de personajes que en su momento no fueron comprendidos ni seguidos. Aunque aparentemente pudo parecer mientras vivían que habían fracasado en su empeño de transformar a los seres humanos, lo cierto es que su huella quedó para siempre, no solo por sus enseñanzas, sino por el ejemplo de su vida.
Como dice el tao, mantente en el centro y todo sucederá por sí mismo.