Vivimos en una sociedad que valora el éxito por encima de todo y, como decía aquella vieja canción, «tanto tienes, tanto vales, no se puede remediar». O sea, el éxito consistiría en haber alcanzado una serie de metas económicas, profesionales y sociales que posicionen al individuo en la cúspide de la sociedad, donde pueda ser admirado y envidiado a partes iguales. Esta idea del éxito se convierte en una obsesión para muchos jóvenes que quieren avanzar en la vida, progresar, como se suele decir, pero que no encuentran los medios ni la «fortuna» para realizar ese camino exitoso que parece tan necesario para la realización vital de cada uno. Y es que, claro, nadie te dice cómo ser una persona exitosa, ni qué camino tomar, ni qué acciones realizar… no es un máster que se haga después de la universidad. Así que la mayoría opta por el camino más obvio: trabajar sin descanso, dedicando horas y más horas a la profesión, que llega a convertirse en un monstruo que fagocita todos los otros aspectos de la vida: familia, amigos, ocio… No hay tiempo libre, no hay momentos de esparcimiento, no hay sueños.
El éxito
En una sociedad donde el éxito va de la mano de la fama y el reconocimiento, es fácil pensar que muy pocos lo consiguen y que los que se quedan por el camino pueden ser pasto de depresiones, angustias y otras alteraciones emocionales: falta de confianza en uno mismo, tristeza, abandono, sensación de incapacidad, amargura, resentimiento… ¿Será que realmente el éxito está destinado solo a unos pocos o tenemos un concepto equivocado de lo que es realmente la victoria? Confieso que en mi juventud formé parte del pelotón de los primeros, los que calibraban su éxito en función de sus conquistas externas; si no eran visibles y valoradas —positivamente— por los demás, no tenían valor. El éxito tenía que ser público o no existía. Y, ¡cuántos llantos! ¡cuántas decepciones me llevé! Y, sobre todo, ¡cuánto tiempo perdido! Porque no fue hasta que la filosofía entró en mi vida, de la mano de la profesora Delia Steinberg Guzmán, cuando empecé a entender en qué consiste esto de tener éxito en la vida.
La filosofía es una disciplina poco comprendida y mal enseñada. De hecho, hasta ha desaparecido de los programas escolares en España, una verdadera tragedia que tal vez traiga consecuencias a largo plazo, porque una de las virtudes de la filosofía, entre muchas otras, es que nos enseña a pensar, a reflexionar sobre las cosas y sobre uno mismo. Y nos enseña también a relativizar, a dar a las cosas el valor que realmente tienen, lo que nos coloca un pasito más adelante en ese camino —que todos queremos recorrer— que nos lleva hasta la felicidad.
La profesora Delia Steinberg Guzmán ha sabido aproximar a los jóvenes a la filosofía, a través de un lenguaje sencillo, sin florituras, pero muy profundo al mismo tiempo. No se trata de aprender de memoria el pensamiento de los filósofos que nos preceden, sino de conocer su obra y recoger las perlas de sabiduría que nos ofrecen. Y con todo ello, formar nuestro propio pensamiento, que eso es, al fin y al cabo, el arte de filosofar. Porque la filosofía es como un hilo de Ariadna que nos guía por entre los rincones oscuros de nuestra personalidad hasta que llegamos, después de muchas batallas y luchas internas, a lo más profundo de nosotros mismos, a nuestra propia esencia. Lo que cada uno es, ahora y siempre.
El héroe cotidiano
En su libro El héroe cotidiano, la profesora Delia Steinberg nos muestra cómo cada uno de nosotros podemos ser héroes de nuestra propia existencia y nos enseña que la vida es como un campo de batalla en el que hay que luchar contra nuestros dragones: el miedo, la pereza, la envidia, la soberbia, la opinión pública… y muchos otros que, aunque forman parte de la naturaleza humana, es necesario pulir y colocar en su lugar, lo que viene siendo educar la personalidad. Y de estas batallas surgen las conquistas, las victorias. Una guerra interior que será la que nos situará, en algún momento, ante las puertas del éxito.
Las pruebas de la vida
Para la profesora Steinberg el éxito se forja en el interior del ser humano y es producto de su constancia, en un camino de superación personal. Esta filosofía se refleja en su libro Camino a la victoria, en el que vuelve a reivindicar la figura del héroe que vive en cada uno de nosotros y la necesidad de conocernos a nosotros mismos para mejorarnos y superarnos. O lo que es lo mismo, superar las pruebas que la vida nos va poniendo en el camino como vía para alcanzar la victoria. Podríamos destacar muchas de las ideas y conceptos que la profesora Guzmán recoge en el libro, todos ellos muy interesantes y útiles: el héroe y el heroísmo, las pruebas, el valor, los límites y las limitaciones… pero hay tres que me parecen fundamentales como punto de partida para quien quiere conocerse a sí mismo y superarse: las caídas, el miedo y la victoria.
Precisamente el miedo y las caídas son los que nos alejan de nuestros objetivos y, por lo tanto, de la victoria. El miedo se presenta con variadas formas, a veces incluso disfrazado de virtud, pero no deja de ser una excusa para no dar pasos adelante. El miedo nos ciega, nos vuelve torpes y sobredimensiona los peligros; resta objetividad a nuestra razón y nos hace perder muchas oportunidades. No hay que confundir miedo con prudencia, ni sensatez con cobardía. El verdadero prudente es valiente, y el que disfraza su miedo de prudencia, no. «La valentía es la práctica del valor, de la acción inteligente hecha con el corazón» dice la profesora Steinberg. Y entre todos los miedos, destaca tres que nos dificultan el acceso al éxito: el miedo al fracaso, el miedo a uno mismo y el miedo al dolor.
Muchos son los motivos que nos pueden hacer caer, porque el camino no siempre es recto, sino que se presenta repleto de obstáculos y dificultades que superar. Son las pruebas. Y, ¿por qué caemos? Dice la profesora Steinberg Guzmán que «porque a veces la lucha es muy dura y la resistencia no lo es tanto. Porque a veces aparece una gota que colma el vaso… Porque es necesario conocer las profundidades del infierno para valorar la altura del cielo. Porque hace falta conocerse a uno mismo, los propios puntos débiles, antes de confiar ciegamente en el éxito sin barreras». En muchas ocasiones, una caída no es más que el impulso que necesitamos para continuar caminando.
Y entonces, al final, ¿qué es el éxito, la victoria? En las palabras siempre sabias y magistrales de la profesora Delia: «la victoria es un estado del alma. Es la íntima alegría que brota ante el éxito cuando hemos puesto en juego todas nuestras fuerzas». Si tenemos la plena seguridad de que hemos hecho todo cuanto está en nuestra mano en pro de nuestro objetivo, ese esfuerzo, esa lucha es la mayor de las victorias.
«El miedo es la prueba. La meta es la victoria» (Delia Steinberg Guzmán).