Arte — 1 de noviembre de 2023 at 00:00

El teatro mistérico. Esquilo: la fuerza del pacto y la sangre

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teatro mistérico

El teatro mistérico no es solo la cuna de las artes escénicas en el mundo occidental, sino una experiencia profunda, catártica, que sigue cautivando al ser humano que se pone en contacto con él. Las obras clásicas de los autores que han llegado hasta nosotros nos siguen produciendo un sobrecogimiento, un asombro que nos hace intuir que nos encontramos ante un fenómeno de una gran profundidad.

No es totalmente racional este teatro que los griegos nos legaron, pero es una irracionalidad que se asoma por encima, que nos permite arribar a paisajes del alma que, utilizando las meras herramientas de la lógica, nunca podríamos atisbar. Cualquiera que acuda a uno de los teatros romanos en Sagunto o en Mérida a contemplar una obra clásica de Eurípides, de Sófocles o de Esquilo comprende que está ante un fenómeno cultural genial pero fuera de la convención de lo ordinario.

Y es esto extraordinario lo que invade todo nuestro ser, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, abriendo rutas nuevas en nosotros. Los espectadores, o los lectores, ya no podremos ser los de antes porque Dionisos, hijo de Sémele, y que por segunda vez nació de Zeus, genera una progenie que también nace dos veces a la vida.

 

Los orígenes del teatro mistérico

Se sitúa el florecimiento del teatro griego en el siglo V a. C., procedente de los misterios de Eleusis. Alrededor del s. VI, brillaban esplendorosos los grandes dramaturgos que aún seguimos viendo en escena hoy en día: Esquilo, Sófocles, Eurípides… Pero nos advierte el profesor Livraga, en su obra El teatro mistérico, que «de este mundo apenas nos han llegado pedazos de papiros, trozos carbonizados de bastas telas de lino, vasos cerámicos… testimonios de un mundo sumergido en el tiempo». Así que nos indica que vamos al encuentro de lugares y tiempos donde estuvimos. Acariciando esa misma idea, terminaba F. Scott Fitzgerald El gran Gatsby: «Así seguimos, golpeándonos como barcas contra corriente, devueltos sin cesar al pasado».

En la búsqueda filosófica de quiénes somos, tenemos que remontarnos a los orígenes, al encuentro de nuestra identidad, y es nuestra identidad consciente lo que también encontramos al final del camino.

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El profesor Jorge Á. Livraga decía que es un error pensar que el teatro es solo una ficción frente a la realidad. Efectivamente, la gran literatura es un encuentro con la esencia del ser humano sin las limitaciones del espacio y del tiempo. Y es que es eso lo que precisamente llamamos arte, aquella manifestación de la cultura que nos muestra lo que a primera vista no se ve, pero que es el corazón invisible y la explicación de eso que apreciamos y que, en su aparente explicitud, esconde lo que es. Es al ser al que nos asomamos en las grandes manifestaciones del espíritu, y es eso que gusta de ocultarse lo que nos explica la vida.

Pero tiene otra grandeza el arte y es que se convierte en experiencia para nuestra alma. Experiencia que viene de algo purificado y que no exige de nosotros que nos manchemos con el alquitrán de la vida. Como las enseñanzas de los Maestros, los grandes artistas nos regalan los tesoros que han encontrado en su búsqueda, nos proporcionan un mapa para que no nos perdamos, para que sepamos qué pruebas aparecen en el camino y cómo solucionarlas.

En su libro El teatro mistérico en Grecia, el profesor Livraga explicaba que es metafísico el espíritu del teatro, y por eso se denomina teatro mistérico, ya que procede de los misterios de Eleusis, siendo este una popularización de los mismos Y si esta popularización de los misterios produce semejantes efectos en el alma del espectador, nos preguntamos extasiados de qué magnitud debían de ser esos misterios de los que procedían. El eco nos devuelve íntegra nuestra curiosidad sin satisfacerla, ya que apenas conocemos nada de ese mundo sumergido en la niebla.

Se dividía el teatro en tres géneros: la tragedia, el drama y la comedia.

En la tragedia, el destino y los dioses dirigen las acciones de los hombres, quienes ven precipitarse los acontecimientos sobre ellos sin comprender qué ha causado las desgracias que les acosan. Pero, según se desarrolla la trama, comprende el espectador que el infortunio que se cierne sobre los personajes está motivado por una ruptura grave del orden moral. Los hombres están sujetos a una ley, diké, y con sus actos, que rompen el equilibrio de la naturaleza, producen un Hybris, palabra de difícil traducción que puede ser pecado, exceso… y así se pone en funcionamiento un mecanismo de compensación de la naturaleza, y mediante la ejecución de la justicia se restablece la armonía.

 

La Oriestíada y el inconsciente colectivo

Un aspecto que se pone de manifiesto en el teatro mistérico es que nuestras acciones rebasan nuestra individualidad afectando a las unidades mayores sociales a las que cualquier ser humano pertenece.

El crimen cometido por un ser humano no le afectará solamente a él, sino a los miembros de su familia, a su ciudad, a la naturaleza que le rodea…

Y nos muestra un hilo del tiempo que no conoce las barreras entre el pasado, el presente y el futuro. Cuando atentamos contra la ley de la naturaleza, todo se ve afectado. Volviendo al ejemplo que hemos citado antes, al cometer un crimen, los antepasados se verán afectados no pudiendo descansar en paz, y en el presente y en el futuro aparecerán dinámicas de comportamiento que se impondrán ante los individuos, que parecerán carecer de libre albedrío. Los desórdenes y los crímenes dejarán secuelas en un mundo invisible que afectará a todos los que se vean sometidos a ellos.

Como vemos, muchos siglos antes de que se hablara en psicología de las constelaciones familiares o de las dinámicas de comportamiento que se heredan dentro de un árbol genealógico, los griegos nos enseñaban que los lazos de sangre, los lazos culturales, hablaban de vínculos entre los seres humanos que nada tienen que ver con la casualidad sino con el origen y el destino del hombre. Nuestros lazos familiares son pactos de sangre, las comunidades mayores a las que pertenecemos nos hablan de troncos comunes de los que se desprenden las ramas, que si miramos descuidadamente puede parecernos que nada tienen que ver entre ellas.

La naturaleza es una y en un juego de espejos infinitos una determinada acción se refleja en todos sus componentes.

One Comment

  1. Fantástico artículo Charo. He disfrutado leyéndolo.. un saludo vieja amiga.

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