Michael Davidov es profesor de piano y música de cámara en el Conservatorio Superior del Liceo de Barcelona, además de jurado en el Concurso Internacional de Piano Delia Steinberg desde hace algunos años. En 2013 creó su propio evento, un festival que se desarrolla cada mes de septiembre en Marbella. Cuando tenemos esta entrevista con Davidov, acaba de finalizar.
Entonces, aparte de las clases que da en el Liceo, está el festival que organiza en Marbella…
Sí, el Liceo es el conservatorio donde doy clases regularmente durante el curso, pero lo de Marbella es una vez al año en septiembre, dura una semana y media y es como un curso intensivo de verano. Resulta muy interesante porque su formato no es de concurso, es un festival que comprende tres eventos: el concurso internacional, la masterclass internacional, donde vienen profesores a dar clases, y el ciclo de conciertos. Cada día y cada noche hacemos un concierto, con varios intérpretes. Además, al final del curso damos un espacio en el que cada participante puede tocar una o dos obras de su repertorio.
¿Cómo nace en usted la afición a la música y cómo llega a dedicarse profesionalmente a ella?
En mi caso fue bastante fácil por una parte, un poco difícil por otra. Mis padres son pianistas, tanto mi padre como mi madre, y eran profesores de la Universidad de Tashkent, en el Conservatorio Superior. Mi padre se dedicaba a la pedagogía desde muy joven y mi madre también. Además, teníamos un piano en casa, así que no era muy difícil empezar, ¿sabes? Pero recuerdo también bastantes conversaciones con mi padre sobre el tema de cuándo empezar con un niño a dar clases, y él siempre me decía que empezaría a dar clases con un niño solo si mostraba realmente capacidades para la música.
¿Y las tenía?
Lo cierto es que nací prácticamente con oído absoluto, identificaba muy fácilmente las notas, aunque después descubrí que no era realmente el oído absoluto común, digamos, sino que yo reconocía más el carácter de las notas, o sea, qué me transmitía la nota, y así la reconocía. O sea, no reconocía la altura a la que está la frecuencia a la que vibra la nota, sino el carácter, el tono, el color que transmitía la nota. Mi padre pensaba que era oído absoluto, como la mayoría de los músicos de orquesta, así que supongo que al principio me lo pasaba bien, teniendo en cuenta que empecé cuando tenía un año. Hay fotos mías en Tashkent, en las que está mi padre conmigo al piano enseñándome. Yo debía de tener entre un año y año y medio, porque emigramos de Tashkent cuando tenía tres años, y recuerdo que jugábamos a un juego que consistía en aparcar coches de juguete entre las teclas de mi bemol y el fa sostenido, que es donde más espacio hay entre las teclas negras. Él me decía: «Venga, vamos a buscar el hueco para aparcar el coche», y así fue muy fácil empezar.
¿Qué pasó cuando salieron de Tashkent?
Después de que mis padres emigraran a Israel, pasaron años sin que tocara el piano. Fue un poco complicado porque mis padres, económicamente, no se podían permitir un piano, y recuerdo que buscábamos vecinos que tuvieran instrumentos, o algún amigo que igual tenía un piano. Hubo una señora que tenía uno y nos acogió en su casa, y ahí sí que reanudé un poco el estudio.
¿Y eso fue con cuántos años?
En Israel estuvimos hasta que yo tuve siete u ocho años; después nos vinimos a España, a Estepona. Eso fue en el 93, y ahí pasaron otro año o dos sin que yo tocara el piano, pero cuando nos establecimos ya sí tuve un piano.
¿Y sus padres consiguieron establecerse dando clases?
Es principalmente de lo que vivían, sí. Mi padre daba algunos conciertos, y mi madre había dejado de darlos; dejó de dedicarse a la música de manera profesional cuando se quedó embarazada de mi hermana en Israel. Daba algunas clases, pero ya no estudiaba, ya no daba conciertos. Mi padre también pasó por épocas difíciles, en las que no había posibilidades de tocar en ningún sitio.
Yo era un emigrante nuevo en un pueblo del sur de España, en una época en la que prácticamente no había emigración. Yo recuerdo ser el único niño de fuera en la escuela de Estepona.
¿Y con el idioma cómo se apañó?
No estudié nunca español, salvo en la escuela. Al principio era difícil, escribía «yo» con «j» y cosas así. El único verbo, la única conjugación verbal que conocía era el pluscuamperfecto, porque me gustaba el nombre. Decía: «pluscuamperfecto», qué cosa más increíble, ¿no? Ya tenía experiencia en aprender idiomas, ya sabía inglés, ya sabía hebreo, el hebreo lo hablaba como nativo prácticamente… y ruso. Me gustaba mucho. Aprender otro idioma en realidad para mí no fue algo especial, fue más natural, y relacionarme con otros niños en ese idioma e ir a la escuela facilitó muchísimo las cosas.
Entonces, a partir de que está en Estepona reanuda la relación con el piano.
Sí, de una manera más programada, más estable.
¿Y a esa edad le seguía gustando?
A ver, a mí me gustaba jugar al fútbol, un poquito más tarde los videojuegos… lo que le gusta a todos los niños. Me gustaba el piano, sí, pero, evidentemente, dedicarse de una manera sistemática y profesional a eso es difícil, porque le tienes que dedicar varias horas al día y yo creo que ni Mozart quería estudiar piano, ¿sabes? Y a Beethoven su padre lo obligaba, y de hecho era un hombre violento que lo obligaba a tocar el piano, pero ahí tenemos a Beethoven. Quiero decir que me gustaban los sonidos, me gustaba encontrarle un sentido a las armonías. Con siete años empecé a componer, hacía mis pequeñas fugas a la manera de Bach… pero pasar horas y horas estudiando el piano era difícil, y no siempre quería. A esa edad uno quiere hacer otras cosas.
Sin embargo, ha acabado dedicándose a la música profesionalmente, enseñando y tocando.
Sí, di mi primer concierto en Israel y creo que tenía unos cuatro años posiblemente. No era un concierto evidentemente completo, de dos partes ni nada de eso, pero sí fue una actuación.
Después, en España, con seis o siete años di algún concierto, y poco a poco fui integrando esta faceta de actuar en público. El piano no es solo estudiar tú en tu casa, sino que descubres que salir a tocar en público quizás te gusta, y lo ves como un objetivo, porque cuando solo estás en casa estudiando cuando eres niño, no se le ve mucho sentido a eso, aparte de si te gustan los sonidos o no te gustan. Ahora bien, con catorce años creo que ya sabía que me iba a dedicar a esto, y tuve claro que no iba a ir a la universidad, que mi camino era el conservatorio o la escuela superior. Luego, cuando terminé cuarto de la ESO con dieciséis años, mis padres decidieron trasladarse a Barcelona, para que pudiera ir a la que es, probablemente, la mejor Escuela Superior. Así fue como ingresé en la ESMUC, acabé mis estudios ahí y ya lo demás fue otra historia.
¿Y cuándo comienza a participar en el circuito de los concursos?
El primer concurso en el que participé fue el María Canals en Barcelona. No había participado en ninguno nacional antes, y fui directamente a por el premio gordo. Yo aún era estudiante… creo que de tercero de superior. Cuando se lo dije a mi profesor del conservatorio, él me dijo que era muy difícil: «Participa, te va a dar una experiencia, vas a ver un poco cómo toca gente de fuera, pero va a ser complicado», me dijo, y me decía también que el mundo de los concursos tiene muchas partes oscuras. «Tienes que tener en cuenta que te podrás encontrar, si haces ese camino de los concursos, con muchas situaciones quizás desagradables; no todo va a ser positivo, y vas a tener que saber cómo llevar los momentos en los que te sientas mal, en los que te deprimas o descubras cosas feas de nuestro mundo profesional», Eso fue lo que me dijo mi profesor, y tenía totalmente razón.
¿Cómo fue entonces su primera experiencia de concurso?
Participé en el concurso María Canals bastante bien preparado, tengo que decir, pero no fue una participación exitosa, aunque me dieran una puntuación bastante alta. Pero hay niveles, unos decimales para arriba, unos decimales para abajo y estás fuera. Fue por muy poco, creo que por unos diez decimales o algo así, que no pasé a la segunda ronda, pero fue una experiencia muy buena porque pude hablar con los miembros del jurado, y algunos fueron muy positivos conmigo, muy agradables, y me dijeron que tenía que seguir intentándolo. Yo era muy joven en aquella época.
Creo que era el concursante más joven, tenía dieciocho años, así que seguí intentándolo. El primer concurso en el que tuve algo así como, digamos, éxito, fue el de Jaén, donde conseguí el tercer premio y era la primera vez que pasaba a una final de un concurso. Luego vino el Concurso Internacional de Piano Delia Steinberg, esa fue la primera vez que gané un concurso.
¿Qué supuso ese primer premio para usted?
Es un poco típico decir que fue un trampolín, pero en realidad sí que me dio ánimos para seguir, porque antes del concurso de Delia sí que había participado en varios certámenes sin ningún éxito, a veces eliminado en primera ronda o incluso sin ser admitido a primera ronda, porque a muchos concursos grandes tienes que enviar antes un vídeo de preselección. Esas preselecciones no las pasaba nunca, y si las pasaba y me presentaba, era eliminado directamente en primera ronda.
La primera vez que te pasa algo así no sabes si es suerte u otra cosa, porque también existe un poco de azar en estas cosas. Depende de cuántos músicos buenos participan, del momento, del día que tenga ese jurado, que te da un punto menos y ya no pasas. Son situaciones que no puedes controlar, pero al ganar el primer premio en el concurso Delia Steinberg, superando pruebas bastante difíciles, tengo que decirlo, la cosa cambió. El concurso de Delia era muy difícil porque la primera ronda es muy corta. Solo son dos estudios y puedes pasar o no pasar en eso. Después la segunda ronda es solo una obra, y de nuevo en esa obra tienes que mostrar lo máximo para poder pasar a la siguiente ronda. La semifinal es una sonata clásica, y tocar una sonata clásica al máximo nivel es tan difícil…
Al ir superando así rondas y después, finalmente, ganando el primer premio, sí que te da muchos ánimos, y entiendes que quizás es un camino, aunque creo que no era del todo mío porque no me considero un pianista de concurso, pero sí ves que es un campo en el que puedes mejorar, y conseguir nuevos éxitos.
Y luego a partir de ahí, ¿cómo fue todo?
Fue mucho más sencillo, la verdad. Participé en varios concursos más, gané primeros premios, segundos premios, terceros premios… sí que hice más carrera de concursos, aunque me sentía un poco incómodo como concursante. Me sentía muchísimo mejor tocando conciertos, por ejemplo, porque es otro ambiente, es otra forma de comunicar con el público. Los concursos son mucho más, cómo decirte, de laboratorio; tiene que salirte absolutamente perfecto, sin un fallo, y entonces, quizás, si se juntan los cuerpos celestes, consigues éxito. No fue fácil, pero sí me supuso una forma de construir carrera, porque después de los premios te invitan a tocar un concierto o haces contactos con determinadas personas que te puedan ayudar en el camino.
¿Cómo pasa de ser ganador del concurso Delia Steinberg a ser parte del jurado?
Cuando me invitaron a ser jurado en el concurso Delia Steinberg ya tenía mi festival en marcha. Ya había hecho, creo, dos ediciones, y la invitación al concurso de Delia fue una total sorpresa, primero por mi edad. No conocía a jurados tan jóvenes y me sorprendió mucho que me invitaran. Solo recuerdo que, cuando participé como concursante, el contacto con la propia Delia y el resto del jurado fue muy rápido y fácil, pero yo era participante y ellos jurado; no te esperas que dos años después puedas estar con ellos sentado evaluando a otros pianistas. Fue una grandísima sorpresa muy grata, en la que me sentí muy cómodo desde la primera vez que fui jurado con ellos.
Háblenos un poco de su festival. ¿Por qué siente la necesidad de crearlo?
Para mí la idea era crear un evento que reuniera todos los aspectos positivos que yo había vivido como concursante, evitando todas esas situaciones extrañas que me encontré, tal y como me advirtió mi maestro. Situaciones en las que no entiendes algunas decisiones de los jurados o, cuando las entiendes, descubres que son decisiones basadas en otras cosas que no son tu manera de tocar o tu forma de interpretar, ni tienen nada que ver quizás con el piano o con la música. Que pasen esas cosas en mi campo, que es la música que amo tanto, que existan ese tipo de personajes o ese tipo de situaciones tan desagradables… quería evitarlo. Por eso, al hacer mi propio concurso la idea era encontrar lo mejor de los concursos que había visto a nivel organizativo, a nivel emocional y a nivel humano. Contar con personas que realmente sepas que te pueden aportar lo mejor de ellos, y evitar de la mejor manera posible toda la otra parte de los concursos que es la difícil, la que supone que muchos músicos dejen el campo.
¿Cree que lo ha logrado?
Creo que sí, aunque es complicado, realmente muy difícil, pero se pone todo el esfuerzo en ello. Por ejemplo, nosotros ocultamos información biográfica de los concursantes a nuestros jurados. Los jurados que invito son personas en las que confío al cien por cien y sé que van a hacer bien su trabajo, pero de todas formas sé que esa información biográfica muchas veces, incluso a mí mismo, te puede un poco influir o despistar cuando ves a un participante muy joven que, por ejemplo, ya tiene diez concursos ganados. Si sabes eso lo escuchas, aunque no quieras, de una forma ligeramente diferente que a alguien para el que es el primer concurso en el que participa. Aunque no quieras y por muy objetivo que quieras ser. Por eso la información como la edad, el país de procedencia, dónde estudia, quién es su profesor, creo que es absolutamente innecesaria para escuchar la música y para poder evaluar al concursante. Todo eso lo ocultamos a los miembros del jurado, y creo que eso es bastante innovador. Solo hay un concurso de los 450 o 500 que hay en la asociación Alink Argerich que hacemos eso. También creo que hemos logrado bastante con las deliberaciones en abierto, porque los miembros del jurado, después de cada intérprete, tienen que dar su opinión, incluso algún consejo para la siguiente ronda. Cuando ya han tocado todos, hay una deliberación que también es abierta, se graba y es retransmitida por YouTube. Al hacerlo todo en abierto, todo para que incluso los concursantes puedan venir a la sala y escuchar las deliberaciones, se evita muchas veces esa sensación como concursante que tienes de que estás esperando los resultados y no tienes ni idea de lo que está pasando en el cuarto donde tiene lugar la deliberación.
Claro, es una incertidumbre y un poco de preocupación, incluso de miedo, no sabes lo que están diciendo ahí de ti. Así, tanto si es algo positivo como si es algo negativo, una vez que termina el concurso sí que tienes la posibilidades de hablar con el jurado. Hoy en día, que suceden tantas cosas extrañas en los concursos, creo que es muy positivo aportar esa transparencia, y que sea algo educativo además para los participantes. Me gusta mucho hablarles y explicarles cosas, porque muchas veces ves músicos jóvenes con mucho talento, con muchas capacidades, pero muy perdidos.