Culturas — 1 de febrero de 2024 at 00:00

La cabeza encantada con la que habló don Quijote

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cabeza encantada
1897, Barcelona, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (Centro Editorial Artístico de Miguel Seguí)

La aventura de la cabeza encantada es una de las más pintorescas que nos ofrece Cervantes en su famosa novela. Sobre el viaje de don Quijote a Barcelona, nos dice Arturo Marasso[1]:

«Esta nueva aventura corresponde a uno de los trabajos de Hércules, ya que Don Quijote de la Cartago de los Duques, llega a un emblemático Egipto».

Don Quijote y Sancho llegan a Barcelona acompañados por un «extraño bandido», llamado Roque Guinard. A la entrada ven que los árboles estaban llenos de bandoleros colgados. Y Roque les dice: «no habéis caído en manos de un cruel Osiris», siendo el nombre de este dios el que mejor nos ubica en el antiguo Egipto.

Personalmente diría que, más que entrar en un simbólico Egipto, entramos en ideología hermética, o más bien en los textos de Hermes, ya que estaban muy de moda en la época de Cervantes, pues las traducciones que años antes hiciera Marsilio Ficino, director de la Academia platónica de Florencia, habían impactado sobre los escritores del Renacimiento.

Y por si queda alguna duda, tenemos las famosas estatuas parlantes, que los antiguos sacerdotes egipcios sabían construir; se habla de ellas en los libros herméticos. A lo largo de la historia han hablado de ellas importantes escritores famosos, por ejemplo Plotino (Enéadas, IV, 3, 11)[2] o Jámblico (Les Mysteres d’Égypte)[3].

Si viajamos a Egipto y nos acercamos a visitar los colosos de Memnón, que son dos gigantescas estatuas de piedra que representan al faraón Amenofis III, el guía nos dirá que estas estatuas, hace ya muchos siglos, producían al amanecer un sonido musical. El «canto» iba dirigido al sol, que representaba al dios egipcio Ra. Nos da cuenta de ello también el historiador Estrabón, que los visitó en el año 20 a. C., y también Calístrato[4], siendo visitados por numerosos turistas de la época.

Cervantes disfraza con engaños esta aventura que le hacen a don Quijote, siguiendo la tendencia que ha usado en su obra, al menos en la segunda parte, dejándonos con la idea de que son locuras. Así podemos leer en la novela:

«Dice más Cide Hamete (el narrador): que hasta diez o doce días duró esta maravillosa máquina; pero que, divulgándose por la ciudad que don Antonio tenía en su casa una cabeza encantada, que a cuantos le preguntaban respondía, temiendo no llegase a los oídos de los despiertas centinelas de nuestra fe, habiendo declarado el caso a los señores inquisidores, le mandaron que lo deshiciese y no pasase más adelante, por que el vulgo ignorante no se escandalizase; pero en la opinión de don Quijote y de Sancho Panza, la cabeza quedó por encantada y por respondona, más a satisfacción de don Quijote que de Sancho»[5].

Para explicarnos el engaño, dice el narrador:

«Quiso Cide Hamete Benengeli declarar luego, por no tener suspenso al mundo, creyendo que algún hechicero y extraordinario misterio en la tal cabeza se encerraba; y así, dice que don Antonio Moreno, a imitación de otra cabeza que vio en Madrid, fabricada por un estampero, hizo esta en su casa, para entretenerse y suspender a los ignorantes…

(…) El pie de la tabla era asimismo hueco, que respondía a la garganta y pechos de la cabeza, y todo esto venía a responder a otro aposento que debajo de la estancia de la cabeza estaba. Por todo este hueco de pie, mesa, garganta y pechos de la medalla y figura referida se encaminaba un cañón de hoja de lata, muy justo, que de nadie podía ser visto. En el aposento de abajo correspondiente al de arriba se ponía el que había de responder, pegada la boca con el mismo cañón, de modo que, a modo de cerbatana, iba la voz de arriba abajo y de abajo arriba, en palabras articuladas y claras; y de esta manera no era posible conocer el embuste. Un sobrino de don Antonio, estudiante agudo y discreto, fue el respondiente; el cual, estando avisado de su señor tío de los que habían de entrar con él en aquel día en el aposento de la cabeza, le fue fácil responder con presteza y puntualidad a la primera pregunta; a las demás respondió por conjeturas, y, como discreto, discretamente».

Lo importante es que don Quijote lo cree. Pero como estaba loco… nos quedamos con la duda.

1897, Barcelona, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (Centro Editorial Artístico de Miguel Seguí)

Dice Raimon Arola[6]: «el arte que puede hacer el milagro de que las piedras hablen es el arte de la alquimia»; y más adelante nos informa: «los metales que servían para la realización de las estatuas debían ser consagrados cuando el metal estaba en fusión y bajo las influencias perfectamente establecidas de los astros».

Cervantes nos describe con todo detalle cómo es la cabeza encantada y de qué materiales se compone:

«Tomando don Antonio por la mano a don Quijote, se entró con él en un apartado aposento, en el cual no había otra cosa de adorno que una mesa, al parecer de jaspe, que sobre un pie de lo mismo se sostenía, sobre la cual estaba puesta, al modo de las cabezas de los emperadores romanos, de los pechos arriba, una que semejaba ser de bronce».

Sigue diciendo don Antonio Moreno a don Quijote: «Esta cabeza, señor don Quijote, ha sido hecha y fabricada por uno de los mayores encantadores y hechiceros que ha tenido el mundo, que creo era polaco de nación y discípulo del famoso Escotillo, de quien tantas maravillas se cuentan; el cual estuvo aquí en mi casa, y por precio de mil escudos que le di, labró esta cabeza, que tiene propiedad y virtud de responder a cuantas cosas al oído le preguntaren. Guardó rumbos, pintó caracteres, observó astros, miró puntos, y, finalmente, la sacó con la perfección que veremos mañana, porque los viernes está muda».

En aquella época los escritores tenían que esconder con mucho ingenio lo que leían en los libros antiguos. Cervantes lo disfrazó de locuras, pues él escribió para los tiempos venideros. Es posible que algún día se puedan explicar estas «locuras» o fenómenos de una forma más comprensible, y podamos admirar la magia natural egipcia. No sería la primera vez, pues ya ha ocurrido con otros personajes de aquella época, cuando hablaban, por ejemplo: de los astros.

 

[1] Cervantes, la invención del Quijote, de A. Marasso.

[2] Las estatuas vivas, de Raimon Arola.

[3] Las estatuas vivas, de Raimon Arola.

[4] Según dice R. Arola, Calístrato trata de la estatua de Memnón en su libro Descripciones en Imágenes con estas bellas palabras: «Aunque la naturaleza dispuso que el género de las piedras fuese mudo y sin voz, inmune al sufrimiento e incapaz de gozar, del todo inaccesible a los embates de la fortuna, a esta piedra de Memnón el arte le infundió placer e inyectó dolor en la roca y solo de esta obra de arte sabemos que tuviese pensamientos y voz».

[5] (Cap. LXII, II) Don Quijote de la Mancha. Cervantes.

[6] Las estatuas vivas, de R. Arola.

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