Dice Emilio Lledó que lo clásico es enriquecedor en cualquier época y útil en la gestión de nuestras dudas y de nuestra necesidad de entender. Cierto, en los clásicos podemos encontrar casi todo, incluido el interés por la amistad que también nos concierne a los modernos, y que nos atrae, en palabras de Lledó, por la magia del asombro. La admiración nos lleva hacia aquellos que encarnan lo que no somos pero nos gustaría ser.
Ya Montaigne decía que «el último extremo de la perfección en las relaciones que ligan a los humanos reside en la amistad; por lo general, todas las simpatías que el amor, el interés y la necesidad privada o pública forjan y sostienen son tanto menos generosas, tanto menos amistades, cuanto que se unen a ellas otros fines distintos a los de la amistad, considerada en sí misma».
Qué es y qué no es la amistad
Todos hemos utilizado las palabras amigo o amistad en numerosas ocasiones y contextos, no siempre con el mismo significado. En esta ocasión, vamos a ceñirnos a un tipo de amistad muy específico, a la amistad de la buena, a la de verdad, a la de mejor calidad.
Podemos llamarla amistad filosófica, porque es la que cuadra más con la aspiración de descubrir las cosas importantes de la vida, aquellas que nos pueden hacer evolucionar como humanos mientras vivimos en este lado de la vida. No somos los primeros en notar que ni todos los amigos ni todos los conceptos de amistad tienen el mismo valor. Platón, Aristóteles, Cicerón, Emilio Lledó, Alfonso López Quintás o Delia Steinberg son algunos de los filósofos de diferentes épocas que han considerado la verdadera amistad como algo lo suficientemente importante en el crecimiento humano como para valorarla y acotar claramente lo que es y lo que no es.
Decía Ortega y Gasset que «el arte supremo será el que haga de la vida misma un arte. Deleitosa es la pintura o la música, pero ¿qué son ambas, emparejadas con una amistad delicadamente cincelada, con un amor pulido y perfecto?».
La amistad es una relación anhelada por la mayoría como algo deseable y útil (¿quién no quiere tener un amigo?), pero, además, en su mejor versión, es provechosa para nuestro progreso como humanos perfectibles, y puede incidir en nuestra visión del mundo y en el conocimiento de nosotros mismos.
La verdadera amistad, como señala Delia Steinberg, no es amiguismo, no es mantener una relación interesada por los beneficios personales que se puedan obtener, cosa que también advertía Aristóteles. El amigo no es aquel que nos sirve solo para matar la soledad, o un compañero de diversión, o alguien a quien recurrir en momentos de apuro para pedirle ayuda.
La amistad filosófica requiere unas condiciones poco frecuentes en el mundo en que vivimos, tan degradado moralmente, pero precisamente ahí estriba su importancia, en su capacidad para encauzar o mejorar moralmente a los que se amistan, y por ello los filósofos de todos los tiempos le dieron una importancia vital suficiente como para aspirar a ella. No es espontánea ni eterna por sí misma. Pero es natural y duradera si se pone el suficiente empeño. Los compañeros hacen cosas juntos: estudiar, pintar o trabajar, pero los amigos comparten una labor inmaterial, colaboran y se acompañan en un tipo de viaje diferente.
La amistad como sinergia
Como señala Alfonso López Quintás, los amigos surgen del trato afable, colaborador, leal y generoso, y se convierten el uno para el otro en algo único en el mundo, tal como enseñó el zorro al Principito en la inmortal obra de Saint-Exupéry, cuando le hizo ver que la rosa que tanto cuidó en su asteroide se había convertido para él en un ser singular, único, a pesar de que en la Tierra hubiera encontrado miles de rosas iguales.
La sinergia es la magia de la amistad. López Quintás explica que una amistad verdadera aparece cuando dos personas integran sus ámbitos de vida: se entremezclan dos realidades y se crea otra nueva llena de valor. La amistad genera situaciones y cualidades humanas mejores y más provechosas que las alcanzables mediante la acción individual de cada amigo, apareciendo algo más valioso que no existía previamente.
La verdadera amistad filosófica da sus frutos cuando los amigos entienden la vida como una escuela. Los resultados de dicha relación superan las expectativas de los amigos, y conocemos varios casos transmitidos por los protagonistas.
Teilhard de Chardin (paleontólogo jesuita y filósofo del siglo XX) y Édouard le Roy (matemático, filósofo y teólogo) mantuvieron correspondencia durante veinticinco años. Entre ellos cristalizó una amistad que enriqueció el pensamiento de Teilhard y la creatividad de Le Roy. Ambos reconocen esta simbiosis, surgida de la preocupación común por encontrar respuestas en la ciencia y la filosofía sobre el papel del ser humano en el universo y su evolución, lo que les planteaba individualmente a cada uno conflictos existenciales. Confiesa Teilhard que sus encuentros semanales se convirtieron en los mejores «ejercicios espirituales», de los cuales salía siempre más sereno.
Cicerón escribe su tratado sobre la amistad a partir de su propia experiencia con su amigo Escipión el Africano. El romano llega más lejos porque, después de aclarar que comparte con los antiguos la idea de que el alma no muere con el cuerpo, afirma que lamentarse por la muerte del amigo es más propio de un envidioso que de un amigo. De Escipión le queda el recuerdo de su amistad, que define como el más profundo entendimiento de objetivos, esfuerzos y opiniones, y ese recuerdo es un modelo que le inspira y al que aspira.
Montaigne, filósofo y escritor del siglo XVI, escribe sobre su amistad con La Boétie (filósofo y magistrado): «En la amistad de la que yo hablo, las almas se enlazan y confunden la una con la otra en una mezcla tan universal que no hay manera de reconocer la costura que las une».
Indro Montanelli recoge el caso del pitagórico Fincias, que fue condenado a muerte por el tirano Dionisio, y cuando le pidió un día para salir de la ciudad y ordenar sus asuntos, Dionisio aceptó si dejaba como rehén a su amigo Damón. Este se presentó confiadamente y Fincias regresó a tiempo. Conmovido, Dionisio conmutó su pena por una petición de que le aceptaran como amigo a él también.
Miguel Hernández plasmó en unos sentidos versos el dolor por la muerte de su amigo Ramón Sijé, a quien dedicó una elegía en la que expresa que «por doler, me duele hasta el aliento». Con la extraordinaria metáfora de «temprano madrugó la madrugada» nos transmite su dolor, puesto que «siento más tu muerte que mi vida». Y se despide llamando a su amigo «compañero del alma».
La verdadera amistad
La amistad no debe ser lastre sino propulsión; no estorbo sino ayuda; no olvido sino memoria de lo que importa; no palo en la rueda sino bastón de apoyo del peregrino que tiene una meta, que sabe adónde se dirige, aunque a veces no conozca el camino exacto.
Confucio decía que el único motivo que permite trabar una verdadera amistad es la búsqueda de las virtudes y el mutuo perfeccionamiento.
«La virtud es la que forma las amistades y las conserva. En ella, en efecto, encontramos la armonía, la estabilidad y la constancia del alma. La virtud, cuando manifiesta y difunde su luz y en ese proceso descubre y reconoce el mismo brillo en otra persona, se acerca a esta para iluminarla y recibir a su vez la luz que percibe en el otro, y así se enciende entre los dos el amor o la amistad» (Cicerón).
Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, distingue entre la amistad que solo busca el propio provecho, la que obra siguiendo el propio gusto y la amistad perfecta, que es la que se da entre los hombres buenos e iguales en virtud, pues por el hecho de ser buenos quieren el bien el uno del otro. Aristóteles defiende como meta para el ser humano una vida buena, con acciones bellas y virtuosas guiadas por la razón. Es esta, por tanto, la amistad más permanente y también la más infrecuente por la calidad de los amigos.
En el diálogo platónico Lisis, Sócrates dice que la amistad descansa en el amor y se regula por la virtud. Concluye que la amistad tiene como meta la perfección de la naturaleza humana en cada uno de los amigos que participan de esa amistad. Pero, según la visión platónica, «lo bueno» es «lo que es», no manifiesta carencia de nada, del mismo modo que la salud «es», mientras que la enfermedad es carencia de salud. Por lo tanto, esta amistad superior, para Platón, no es solo «un tipo» de amistad, sino que no se puede llamar amistad a otra cosa que no sea eso. Los buenos quieren a los amigos en su ser «ideal», en su ser «absuelto» de lo meramente real y les ayudan y son ayudados a acercarse a ese ideal.
La amistad como conocimiento de uno mismo
La amistad implica una convergencia de planteamientos ideales en ideas y sentimientos, y permite la fecundación mutua de dos pensamientos. Propicia un crecimiento moral que es facilitado por las acciones conjuntas, a las que ordena. Por eso la persona está en la misma relación respecto al amigo que consigo mismo. Este es el origen de la idea de que el amigo es «otro yo», que encontramos en filósofos tan separados en el tiempo como Aristóteles, Cicerón o Emilio Lledó. Dice el Estagirita que el que mira a un amigo verá quién es y cómo es, y dado que conocerse a uno mismo es uno de los empeños de los antiguos sabios, el amigo será tal como si fuera «otro yo».
Montaigne relata de su amigo que «no solo conocía yo su alma tanto como la mía propia, sino que desde luego habría estado más dispuesto a confiarle mis intereses a él que a mí mismo». Y tras su muerte dice que «me encontraba yo tan hecho, tan acostumbrado a ser siempre su doble en todas las cosas y lugares, que ahora no me considero más que la mitad de mí mismo».
Delia Steinberg, por su parte, afirma que la amistad filosófica entraña un amor al conocimiento del uno al otro, previo paso por el conocimiento de uno mismo.
El hombre virtuoso dirige su conducta por el honor, la integridad de ánimo y la bondad de vida, y reflexiona sobre sus motivaciones y actos, lo que le lleva a dedicarse a sí mismo cierta actividad: es un observador de sí mismo que evalúa moralmente sus acciones. Esto, lejos de ser egoísmo, sirve para su mejoramiento. Lo mismo se puede aplicar a la actitud de un amigo respecto a otro. Por eso es como «otro yo» que colabora en ese ejercicio de evaluación y mejoramiento. El hombre bueno, en ese sentido, debe amarse a sí mismo, porque debe construirse hacia lo mejor, y esto le convierte en útil para sí mismo y para los demás. La amistad superior, por tanto, constituye una posibilidad de perfeccionamiento, y el amigo se convierte a la vez en un espejo y en un estímulo para dicho cometido.
La unión es siempre por arriba; por eso es duradera, por eso es cierta y enriquece a las dos partes. Ha de haber unas prioridades básicas en la vida que coincidan en lo ideal, en lo que está bien o mal, lo que requiere clarificar primero las propias motivaciones y los propios anhelos del alma. Los amigos buenos son los que demuestran con su comportamiento rectitud, honestidad y justicia, actuando según la naturaleza, que es la mejor maestra del bien vivir. Se ayuda al amigo a que no pierda su rumbo, y se admite la ayuda del amigo cuando señala que nos desviamos del camino.
Algunas cualidades que potencia
La amistad requiere voluntad, esfuerzo y constancia de ambas partes para que se materialice. Implica un deseo permanente de enriquecimiento mutuo, de oferta de posibilidades.
Es interesante comprender que cualquier tipo de afecto humano, la amistad entre ellos, es un acto de voluntad, requiere una decisión individual, implica una elección y deriva en un compromiso para cumplir lo que ese afecto conlleva.
Cicerón nos recuerda que no podemos erradicar de la vida la amistad solo para evitar las incomodidades que acarrea, «pues sin preocupación no hay tampoco virtud, que a la fuerza tiene que soportar molestias para rechazar y aborrecer los vicios: la bondad se opone a la malicia, la templanza al desenfreno, la fortaleza a la cobardía». La naturaleza nos ha concedido la amistad como apoyo de la virtud, no como cómplice del vicio.
Otra peculiaridad interesante de la amistad es su carácter dinámico y creativo, ya que hace nacer otras cualidades valiosas y las entrena mientras se «ejerce» esa amistad, convirtiéndose así en un método de perfección. Dice Lledó: «Somos lo que hemos ido siendo y, en este ser discurrido en el tiempo, alcanzamos a ser lo que somos». Varias son estas cualidades: sinceridad, generosidad (pues no hacemos favores para que nos den las gracias ya que no son un negocio), amor desinteresado, respeto, fidelidad, confianza, paciencia o constancia.
Esta práctica de la amistad facilita la reflexión sobre estas mismas virtudes: ¿qué es lo que hace que alguien sienta confianza hacia otra persona o la inspire a otros? El fundamento principal radica en la integridad de vida, en la autenticidad, en la congruencia, en ser lo que soy y debo ser.
La reciprocidad es también propia de la amistad. Pero hay que tener presente la advertencia de Cicerón: «La primera ley en la amistad es esta: no pedir cosas vergonzosas, ni hacerlas cuando nos las piden». No tenemos derecho a exigir en nombre de la amistad algo innoble ni a hacerlo. Al contrario, hemos de ser capaces de dar consejos con franqueza para corregir con sencillez y firmeza cuando la ocasión lo exija.
Es la sinceridad y el amor a la verdad uno de los pilares de la amistad, tal como señalan de forma unánime los filósofos que tratan el tema, pero también uno de los más difíciles de mantener sin deformarlo. La verdad, dice Lledó, necesita de la experiencia y el compromiso del decir. Hay que estar, en cierta manera, allí donde decimos. En la amistad verdadera no hay engaños ni simulaciones, todo en ella es auténtico y sincero. «No existe, pues, amistad verdadera cuando uno no quiere que se le diga la verdad y el otro está dispuesto a mentir».
Esto convierte la adulación en la peor amenaza. Los que siempre halagan y dan la razón definen el vicio de los hombres frívolos y tramposos que solo buscan agradar con sus palabras. Dice Plutarco: «No necesito amigos que cambien cuando yo cambio y asientan cuando yo asiento. Mi sombra lo hace mucho mejor». La sinceridad es hablar sin rodeos y con confianza, así como disentir sin hipocresía.
Por último, una reflexión sobre la libertad. El ser humano goza de una característica única entre todos los seres de la naturaleza: el libre albedrío. Por eso es responsable de sus actos y de las conductas que elige. La amistad le da la posibilidad de escoger libremente el nivel de sus relaciones con los demás y asumir las que le impulsan y a la vez le exigen un esfuerzo por mejorar como ser humano. Es esta una aportación exclusiva de la amistad verdadera, una oportunidad que no se presenta en circunstancias vulgares, porque previamente hay que dar un paso personal para subir un escalón. Y la libertad de hacerlo está en nosotros. «La posibilidad es —dice Lledó— un importante concepto filosófico (…) y se presenta como un horizonte franqueable, un camino transitable. (…) Cada existencia es un empeño, una aventura, una improvisación, un azar, un proyecto, un deseo». Y añade: «tan importante como afirmar el concepto de libertad, es ponerla en práctica. La libertad se convierte, así, en liberación».
«La amistad es una sonrisa constante, una mano siempre abierta, una mirada de comprensión, un apoyo seguro, una fidelidad que no falla. Es dar más que recibir; es generosidad y autenticidad. Es un tesoro que vale la pena buscar y, una vez encontrado, mantener para toda la vida» (Delia Steinberg).
Bibliografía
De la amistad. Michel de Montaigne. Taurus, 2014.
Sobre la amistad. Marco Tulio Cicerón. Alianza Editorial, 2013.
Identidad y amistad. Emilio Lledó. Tauros, 2022.
Filosofía para vivir. Delia Steinberg Guzmán. Editorial NA, 2005.
El secreto de una amistad verdadera. Alfonso López Quintás. Instituto López Quintás.
Una reflexión muy inspiradora.