Yo animal es un paseo filosófico y a la vez científico que explora el alma de los animales, a través de sus conductas, la evolución de los individuos y el derecho animal.
¿Os habéis preguntado alguna vez de dónde nace el dolor que muchas personas sentimos cuando vemos un animal en la cuneta de una carretera o cuando vemos algunas tradiciones en las que los animales son maltratados? ¿O el dolor y la tristeza que te embargan cuando hueles un bosque quemado?
Si lo comentas con amigos, compañeros de clase o trabajo, a menudo, intentando empatizar, simplemente te dicen: ¡pero si solo son animales!
Pero los seres humanos también somos animales pobladores de este fascinante planeta que llamamos Tierra, que también es un ser vivo, que nos acoge, nos ayuda y nos permite vivir, formando parte de este maravilloso engranaje llamado vida. Y precisamente es la vida lo que compartimos y nos une al resto de seres vivos y a la misma Tierra.
Francisco, el autor del libro, nos recuerda que la palabra animal designa el ánima, el principio animador de este reino de la naturaleza, el aliento de vida que compartimos con los animales, que se manifiesta como una capacidad de emoción semejante a la nuestra.
¿Qué es el alma de los animales?
Después de haber leído el libro, si en mi corazón había algún atisbo de duda sobre si los animales tienen alma, me ha quedado claro: tienen alma como la tenemos los seres humanos.
Francisco, en su dedicatoria del libro me escribió: «Para que los seres humanos seamos verdaderos hermanos mayores de los animales, protegiéndoles, siendo tiernos con ellos, cuidando su entorno y, sobre todo, recuperando la relación de alma a alma».
Una relación que antaño, estoy convencida, tuvo el ser humano. Si no, ¿cómo se explica, por ejemplo, la domesticación de ciertos animales?
Actualmente, podemos adiestrar, pero no domesticar. La domesticación sigue siendo, a día de hoy, todo un misterio.
Para domesticar se necesita algo más que técnica, quizá algún conocimiento que ahora ya no tenemos o tenemos dormido y olvidado en nuestro interior, pero que nuestros lejanos antepasados tenían y sabían usar muy bien.
Quizá el secreto de la domesticación está en esa relación de nuestra alma con el alma de los animales y en esa relación ancestral que tuvimos con la madre Tierra, ese saber leer directamente la naturaleza que, según algunas leyendas, olvidamos con la llegada de la escritura. Un conocimiento interior que nos mantenía unidos a ella, que nos permitía sentirla y saberla interpretar, que nos permitía comunicarnos con los otros seres vivos.
Existe una teoría sobre el origen o el porqué de las pinturas rupestres, la llamada magia simpática, una forma de comunicación del ser humano con las manadas de animales. ¿Le han llamado «magia simpática» por lo sorprendente y misteriosa que resulta o por la grandeza que supone? Los filósofos clásicos llamaban a la magia la magna ciencia, la ciencia que nos explicaba las cosas, sus causas y las relaciones con todo-el universo.
Pensando en esta «mágica» forma de comunicación, me viene a la mente una de las escenas más impactantes de la película Australia. Nullah, el niño aborigen protagonista, se pone en el extremo de un acantilado para parar la estampida de las reses con la ayuda de su abuelo, el viejo chamán que permanece durante toda la película en un segundo plano protegiendo y transmitiendo sus conocimientos a su nieto. Unos conocimientos que la mayoría de los seres humanos ya hemos olvidado por completo, unos conocimientos que le enseñan a Nullah, el verdadero lugar en la naturaleza del ser humano y su relación de respeto y amor hacia la Tierra y el resto de seres vivos con los que compartimos el aliento de vida.
El alma grupal
Francisco nos explica muy bien el concepto de alma grupal, una de las enseñanzas que la filósofa y teósofa rusa H. P. Blavatsky recogió de la filosofía oriental, una especie de archivo donde las experiencias de los individuos de una especie se van guardando para irradiar a sus congéneres.
Es un concepto que la primera vez que me lo explicaron me fascinó. Fue la llave filosófica para entender un sinfín de comportamientos animales que hemos visto en muchos documentales, por ejemplo, el de las tortuguitas cuando salen del huevo en la arena y, siendo tan pequeñitas, van corriendo hacia el mar; el de los salmones, que remontan los ríos hasta el lugar donde nacieron para desovar; la organización de una colmena o de un hormiguero; las migraciones de muchas aves…
Un concepto que nos permite comprender la inteligencia de los animales y el valor propio de cada individuo perteneciente a una especie. Como nos recuerda Francisco, «cada especie por sí misma tiene un valor y cada individuo por sí mismo tiene un valor. Los individuos son valiosos por sí mismos porque son los artífices y protagonistas de la aparición o generación de una especie. La especiación se produce, en parte, por las decisiones arriesgadas y valientes que toman algunos individuos».
El simbolismo de los animales
En uno de los capítulos del libro redescubrimos cómo el simbolismo de los animales nos ha acompañado durante toda la historia de la humanidad a lo largo de los siglos y en las distintas civilizaciones de todos los rincones del planeta.
Los animales han servido de inspiración a los seres humanos en la búsqueda del sentido de la vida, en la relación con lo divino y en el desarrollo de las potencias internas.
Para Francisco, el estudio del simbolismo es una de las partes de la ciencia que más nos aproxima al conocimiento del alma de los animales.
En la Antigüedad, se usaban los animales como símbolos de ciertas cualidades que representaban los misterios de la vida.
Por ejemplo, explica que el antiguo Egipto sutilizó la síntesis del animal para explicar el cosmos. El cristianismo, sin ir más lejos, ha representado los arquetipos espirituales mediante los animales; por ejemplo, los símbolos sagrados de la paloma, el pez y el cordero.
La dignidad de los animales
El ser humano se ha alejado tanto de la naturaleza que ha dejado de percibir su alma e incluso, algunos, la suya propia.
El alejamiento de la naturaleza unido a la voracidad materialista, mercantilista y consumista contemporánea, donde el ser humano supone que tiene al resto de seres vivos y a la propia Tierra a su disposición, ha hecho que se haya dejado de tratar a la Tierra y al resto de seres vivos de igual a igual. Se tratan con un fin utilitarista para poder obtener beneficios y con cierta supremacía de especie.
Francisco nos explica que esta forma de pensar y de proceder viene avalada por interpretaciones literales de la mitología hebreo-cristiana, y aunque esto solo es referencia para la comunidad judeocristiana, ha influenciado en personalidades y agrupaciones poderosas que, durante siglos, han estado legislando bajo este marco ideológico de «mandato divino», sumado al enriquecimiento y acumulación de poder político que supuso la Revolución Industrial y la moral protestante para una parte de la población europea y norteamericana, que propició legislar protegiendo los mercados y la obtención de beneficios sin freno.
Actualmente, existe un choque entre lo que pensamos y creemos individualmente y lo que vivimos como sociedad. Individualmente se reconoce que no hay una vida más valiosa que otra, que no existe una forma más valiosa que otra. Pero como sociedad se siguen haciendo juicios de valor en función de la renta per cápita. Lo vemos continuamente en los medios de comunicación, sigue siendo más drama la muerte de europeos o norteamericanos en un accidente de avión que la muerte por hambre de miles de personas en África. Este marco moral no se ajusta a lo que se vive cotidianamente, a las creencias individuales. Esta es una de las causas de la angustia existencial, de la pérdida de la noción del alma y de la falta de respeto hacia otros seres vivos y la Tierra.
«Afirmar que los animales tienen alma es afirmar que cada individuo es único».
La dignidad es propia del alma, del individuo, con lo cual, si afirmamos que los animales tienen alma, estamos afirmando que tienen dignidad.
Por tanto, poseer la noción del alma es muy importante para vivir dignamente, respetándonos a nosotros mismos, entre nosotros, respetando a la Tierra y al resto de los seres vivos. El que menos respeto se tiene a sí mismo es el que trata más indignamente a las personas y al resto de los seres.
Cuánta razón tiene Francisco cuando nos dice: «Todos los seres vivos, incluida la Tierra, merecen respeto y un trato digno. Es la vida digna y el trato digno lo que posibilita que se desarrollen relaciones simbióticas o de ayuda mutua que benefician al conjunto. No es una cuestión de utilidad sino de armonía natural».
Importancia del derecho animal
Antaño los animales eran valiosos por su ayuda en el trabajo del ser humano. Con la Revolución Industrial cambió el paradigma.
Actualmente se ha recuperado el valor que conferimos a los animales, pero no por la riqueza que nos pueden generar, como antaño, sino por el valor en sí mismos. Su valor está en la dignidad propia y en su propio derecho a la vida. En esto parece que hemos evolucionado en positivo.
Como especialista en derecho animal, Francisco cree que el derecho nacional e internacional de protección de los animales es insuficiente, porque los considera cosas y no sujetos de derecho (aunque existen algunos países donde ya se les considera seres sintientes). El derecho les protege en tanto en cuanto pertenecen a alguien.
Para él, el gran reto del derecho animal es el reconocimiento de los animales como sujetos de derecho. Se debería llegar al reconocimiento de la personalidad jurídica de cada animal. «Esto implica estudiar la personalidad en un sentido más general y menos antropocéntrico para poder reconocer la personalidad en cualquier forma de vida».
Francisco reconoce que, si bien no es fácil conocer el proceso interno de autoidentificación en seres que no poseen nuestra capacidad de comunicación, a través de sus conductas y de sus formas de comunicación no verbal es posible detectar aspectos relevantes de ese mundo interior que diferencia a cada individuo.
Vivimos un momento crítico, uno más por los que ha pasado la humanidad junto a la Tierra y el resto de los seres. Algunos científicos le llaman el Antropoceno, una «nueva era geológica» caracterizada por el gran impacto del hombre sobre la Tierra, que todavía genera mucho debate entre los científicos.
En 2020 la revista Nature publicó que la masa producida por el ser humano, por primera vez en la historia, era superior a la masa de los seres vivos. A bote pronto, el dato es muy inquietante, pero cuando se analiza y se ve la sobreexplotación a la que se están sometiendo los recursos terrestres, es muy alarmante.
No podemos continuar así. Cada año que pasa tardamos menos en consumir lo que la Tierra puede generar en un año. En 2023 el mundo agotó en siete meses lo que el planeta es capaz de producir en un año.
Esto nos debería hacer parar, reconvertir nuestra arrogancia en humildad y recuperar un vivir más cercano a la naturaleza, otorgándole la dignidad y el respeto que se merece y que también nos merecemos nosotros como pobladores que somos de la Tierra, acercarnos a ella para volver a percibir su alma y la del resto de seres pobladores de la Tierra.
Recordemos que «todo en la naturaleza tiene su kami, su alma o espíritu, su duende».
Me quedo con esta frase del libro: «El conocimiento del alma ayuda a generar una nueva visión de la vida, más amplia, más incluyente, más universal, una visión cada vez más necesaria».