Abre la puerta es el primer tema del que, posiblemente sea el mejor disco español de rock progresivo. Así de rotundo. Sé que esta afirmación puede tener muchos partidarios, y también soy consciente de que mucha gente no estará de acuerdo. La mayoría de aficionados del rock habréis escuchado el primer disco de Triana, pero si hay algún «despistadillo», recomiendo que lo escuchéis; seguramente quedaréis atrapados por su belleza.
Aunque inicialmente el disco iba a llamarse Triana, es conocido popularmente como El patio, en honor a la portada, que representa a los músicos en un popular patio andaluz. Es casi obligada la visión del documental dedicado a ellos en el legendario Popgrama de Carlos Tena y Diego A. Manrique emitido en Televisión Española en 1979: https://www.youtube.com/watch?v=_FVeb5vSwcg.
No quiero desgranar musicalmente la canción, pues necesitaría un artículo completo. Simplemente es una maravilla, una auténtica obra maestra, no solo del rock español, sino del rock en general.
Hablar de rock progresivo en España en 1975 (fecha de publicación del álbum, aunque el grupo se formó un año antes) era casi una utopía. Sin embargo, los 70 fueron el embrión de grandes bandas que, de haber nacido en Manchester o Los Ángeles serían aclamadas en todo el orbe del r&r. No puedo mencionarlas todas, pero algunas como Bloque, Iceberg, Smash, Canarios, Atila, Imán, Máquina… tenían una calidad excepcional y, desde mi punto de vista, marcaron la edad de oro del rock progresivo español. Después llego la famosa «movida» y el sueño se esfumó… Pero esa es otra historia.
Triana inició una forma de interpretar la música totalmente nueva, con claras influencias de la música flamenca y del rock progresivo de grupos como Pink Floyd o King Crimson. Sin embargo, no fueron los primeros, pues el grupo Smash, unos años antes, ya había iniciado la fusión entre el rock y el flamenco.
Jesús de la Rosa (1948-1983) ha sido, sin lugar a dudas, el gran genio del rock en España. Su inconfundible voz, con ese deje flamenco que no se molestaba en reprimir (por suerte) y los matices que extraía a sus teclados junto con unas composiciones bellísimas, fueron el alma de Triana, con el complemento de Eduardo a la guitarra flamenca y Tele a la batería.
Yo quise subir al cielo para ver,
y bajar hasta el infierno para comprender
qué motivo es
que nos impide ver
dentro de ti
dentro de mí.
El comienzo nos invita a un viaje espiritual de mirar hacia el interior de uno mismo. Es un canto al poder del amor; nos habla de la vida y de los sueños que están por realizar. Y todas estas ideas están expresadas de una forma muy hermosa, poética.
Es un tema repleto de optimismo, habla de un nuevo amanecer, de vida, de ilusión:
Abre la puerta, niña,
que el día va a comenzar.
Se marchan todos los sueños,
qué pena da despertar.
Sin pretender dar una lección de historia, conviene recordar que en 1975 estamos en los últimos estertores de una dictadura de casi cuarenta años. La palabra libertad está presente en la mayoría de los jóvenes de la época. Se respira esperanza en el futuro y también una cierta inquietud.
Sin embargo, el joven de la Transición es optimista, y cree que los nuevos aires de libertad serán fructíferos, también a nivel artístico y musical.
En el siglo XVII nace en Leipzig el filósofo, científico y político Leibniz. En su obra Teodicea aparece el concepto de filosofía del optimismo. En ella nos habla de la bondad de Dios, la libertad del ser humano y el origen del mal. Leibniz expone la idea del mal en un mundo creado por Dios, al que otorga las cualidades de creador, omnipotente, eterno y dotado de suma bondad. Con estas cualidades, Dios ha creado el mejor de los mundos. Sin embargo, es evidente que en el mundo existe dolor, enfermedad, guerras, injusticias…, es decir: el mal está presente.
Pero no podemos hablar de un Dios imperfecto, pues como él dice, es suma bondad y perfección, y ha creado el mejor de los mundos. La clave para explicar esta aparente injusticia es la libertad. En una creación sin defecto no habría posibilidad de elegir entre el bien y el mal y, por lo tanto, no habría libertad, sino que todo estaría predestinado. Por consiguiente, aunque existe una especie de predeterminación divina, esto no anula la idea de libertad. La voluntad de Dios no obliga, no hay determinismo. El ser humano es libre de elegir, y lo que él propugna como solución es encontrar la armonía en la acción. Del mismo modo que el universo es armónico y todos sus movimientos y acciones obedecen a la armonía, así la función del ser humano para contrarrestar el mal en el mundo es encontrar su propia armonía.
Un factor clave para lograr la auténtica libertad es lograr el dominio de uno mismo. Sin ese dominio es difícil ser libre. Seremos esclavos de nuestras debilidades, de nuestros egocentrismos, de nuestras ideas. De ahí que, para alcanzar una libertad duradera, deberíamos saber controlar y manejar nuestro cuerpo, nuestros sentimientos y nuestras ideas. Y recordar que nuestra libertad no debe ser obstáculo para que los demás desarrollen su propia libertad. La libertad no entiende de fanatismos ni de intolerancias. No estamos solos en el mundo y nuestra libertad debe caminar de la mano de la libertad de los demás. Por eso hay una necesidad moral de vigilar las consecuencias que acarrean nuestras acciones.
Han pasado cincuenta años de la creación de Triana y las circunstancias han cambiado bastante. Incluso planea una ola de pesimismo, de temor a una posible globalización de la guerra. Sin embargo, coincido con Leibniz en que estamos en el mejor de los mundos. Y también coincido con que tenemos la suerte de ser libres. Sin embargo, el concepto de libertad no es hacer lo que a uno le venga en gana (sin importar lo que afecten a los demás mis acciones). Tenemos la libertad de subir a nuestros cielos y bajar a nuestros infiernos para buscar los motivos que nos impiden ver la armonía dentro de nosotros mismos y dentro de los demás.
Prefiero la filosofía del optimismo que la resignación del pesimismo. Todavía hay esperanza en el ser humano y siempre podemos encontrar la belleza en una canción.
Hay una fuente, niña,
que la llaman «del amor»,
donde bailan los luceros
y la luna con el sol.