Ciencia — 1 de mayo de 2024 at 00:00

Oppenheimer y la bomba atómica: reflexiones filosóficas

por

Oppenheimer

Revolucionaria debió de ser, para el pensamiento humano, la teoría atómica. ¡Lo difícil que le debe de ser aceptar a la mente que todo lo que nos rodea, los sucesos infinitos, los seres y cosas infinitas, las cualidades infinitas son debidas a esferas en movimiento que se chocan, se adhieren y forman unidades más complejas (que hoy llamamos moléculas), de estructuras muy precisas en 3D que determinan los infinitos adjetivos y exuberancia de la vida y la naturaleza! El filósofo Demócrito de Abdera les llegó a dotar de una especie de ganchos que les permiten tener afinidades entre sí y que hoy denominaríamos «valencia» para así componer estructuras más grandes.

Adoptar esta imagen de lo real en la mente como ciertamente real, ya es un mérito para el audaz. Pero comenzar a investigar seriamente, año a año, una generación después de otra desde Dalton, para tan solo un siglo y medio después a abrir la caja de Pandora de las interioridades del átomo y liberar su poderosísima energía es un milagro de la ciencia y de la voluntad humana, para bien y para mal. Las explosiones de Trinity, de prueba, e Hiroshima y Nagasaki como objetivos de guerra y las más de mil explosiones experimentales sobre la tierra y debajo de ella, en el aire y en el mar, son prueba de ello.

Aquellos que hayan adquirido un poco de trinitita, la piedra-vidrio que se formó en la arena de Nuevo México, en la extensión de un kilómetro de diámetro, deben de ser quizás conscientes de la importancia de este evento de la madrugada del 16 de julio de 1945 y quieren guardar un cristal alquímico de historia, como cuarenta y cuatro años después, otros lo harían con el Muro de Berlín. Es realmente el nacimiento convulsivo de una nueva era, la era nuclear que lo iba a redefinir todo.

El periodista E. Lawrence, enviado para documentar la primera explosión nuclear de la historia, lo supo, al llamarlo «el primer llanto de un mundo recién nacido», dado a luz, y nunca mejor dicho, con el cegador destello de la fusión nuclear de seis kilogramos de plutonio.

Claude Delmas, en su Historia política de la bomba atómica, explica hasta qué punto las bombas nucleares (tanto las de fisión como la termonuclear o de fusión) redefinieron las relaciones internacionales y la estrategia de guerra, y fueron la causa verdadera de la Guerra Fría. Aunque el libro no está actualizado (es de 1967), es un muy buen testimonio de los primeros veinte años en que estuvimos al borde del abismo, como hoy de nuevo lo estamos con la guerra de Rusia y Ucrania. Nos queda claro que las bombas fueron realizadas al principio para ser usadas, naturalmente, como armas tácticas; luego, como armas estratégicas —sobre todo con el desarrollo de los misiles balísticos intercontinentales—; y solo después, como armas de disuasión (o sea, para no ser usadas). Pero en la medida que la tensión aumenta, es cada vez más fácil la «chispa» que provoque una «escalada» de acciones nucleares. Mao Tse Tung decía que era necesario disponer de esas armas para no sufrir bullyng de otros países, y, sin embargo, Claude Delmas nos trae declaraciones pavorosas de hasta qué punto tanto Stalin como Mao habrían estado dispuestos a usarlas aunque el mundo quedara convertido en cenizas radioactivas.

Kruschev quedó aterrorizado ante el discurso que Mao Tse-Tung pronunció en Moscú:

“¿Podemos hacernos una idea del número de vidas humanas que costará una guerra futura? Probablemente, un tercio de los 2700 millones de seres humanos que pueblan la Tierra, esto es: solo 900 millones de hombres. Pienso que este número no es exagerado si, de hecho, son usadas las bombas atómicas. Es pavoroso, sin duda. Pero incluso la destrucción de la mitad de la humanidad no sería algo malo. ¿Por qué? Porque no somos nosotros los que queremos la guerra sino ellos, y son ellos los que nos fuerzan a la misma. Si combatimos, podemos usar la bomba atómica y la bomba H[1]. Personalmente, creo que la humanidad será sometida a tales pruebas y que la mitad o más de la población total perecerá. Debatí esta cuestión con Nehru. Él es aún más pesimista que yo. Le dije que, aunque la mitad de la humanidad quede aniquilada, la otra mitad escaparía a la destrucción. El imperialismo sería completamente aniquilado, mientras que el socialismo dominaría el mundo. En medio siglo o un siglo, la Tierra sería repoblada de nuevo con este cincuenta por ciento, incluso más”.

Este discurso fue pronunciado el 17 de noviembre de 1957. Los dirigentes soviéticos quedaron aterrorizados ante esta matemática del horror, del terror y de la muerte. Además, se preguntaron a sí mismos qué tercio o qué mitad desaparecería. Era evidente que, para comenzar, serían las dos grandes potencias nucleares quienes sufrirían las consecuencias de esta guerra: los Estados Unidos… y la Unión Soviética, que se suicidarían en común. Aunque China perdiese un tercio o la mitad de su población, quedarían entre 350 y 500 millones de chinos. O sea, que Mao Tse-Tung aceptaba la idea de una guerra nuclear o termonuclear, mientras que para los rusos debería hacerse todo lo posible para evitarla.

Esta dinámica, evidentemente, ha cambiado, y cuando Putin se mostró dispuesto a usar armas nucleares ante el avance del ejército ucraniano, Xi Jinping le dijo claramente a Putin que, como hiciera tal cosa, él apoyaría al bloque americano y occidental. Demasiada inseguridad amenaza los mejores negocios.

 

Oppenheimer

Los seres humanos somos demasiado predecibles y, sin embargo, también paradójicos. Quizás nos hallamos al límite de una guerra nuclear (total, de retorno a una Edad de Piedra, o parcialmente), pero tras la crisis de los misiles rusos en Cuba, estamos mucho menos atemorizados, tal vez por las drogas psicológicas a que somos sometidos, que nos insensibilizan. Y todo lo contrario, es cuando más interés tenemos en cómo se forjó la primera bomba nuclear y quién fue el padre de la misma, Robert Oppenheimer. El libro de Kai Bird y Martin J. Sherwin El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, Prometeo americano, premio Pulitzer de biografía, se ha convertido en un best seller, y la película de Christopher Nolan Oppenheimer, de 2023, basada en el mismo, ha obtenido seis Oscar, incluido el de mejor película del año[2].

De gran interés, asimismo, es la serie Punto de inflexión, de nueve capítulos, sobre «la bomba y la Guerra Fría», que analiza las secuelas políticas de la tragedia de Hiroshima y Nagasaki de un modo tendencioso, como todo lo que vemos, pues nada menciona de las llamadas revoluciones de los colores (sucesivos golpes de estado «pacíficos» realizados por Estados Unidos en países limítrofes de Rusia), infames maniobras[3] de un país que está implosionando sobre sí mismo y que es, entonces, extremadamente peligroso para el mundo. Nunca antes su poder militar y su presión han sido tan descarados, nunca antes tanta la pobreza de su gente, hundiéndose en el abismo su clase media.

Robert Oppenheimer es, sin duda, el «padre de la bomba atómica», y solo un genio como él fue capaz de dinamizar a más de un centenar de físicos en el proyecto Manhattan, en una ciudad secreta en Los Álamos, Nuevo México, creada ex profeso para realizar la bomba atómica, y en la que vivían miles de científicos, físicos e ingenieros con sus familias, más todo el aparato logístico militar. Ser capaz de disciplinar a los físicos era como ser «pastor de gatos», pero su liderazgo, medio ángel, medio demonio, él mismo físico nuclear y con una cultura e inteligencia excepcional y una voluntad de acero, llevaron a cabo tal prodigio.

Describe muy bien tal acción el libro ya mencionado[4], al comienzo del capítulo 21:

Todo el mundo sentía la presencia de Oppenheimer. Daba vueltas por El Monte[5] en un jeep del ejército o en su Boick, grande y negro, y se dejaba caer sin avisar en uno u otro de los despachos diseminados por el laboratorio. Solía sentarse en el fondo, empalmando un cigarrillo tras otro y escuchando en silencio lo que se estuviera hablando. Su mera presencia parecía incitar a las personas a esforzarse más. Vicki Weisskopf se maravillaba ante el hecho de que Oppie parecía estar físicamente presente casi cada vez que se lograba un nuevo avance en el proyecto. “Estaba en el laboratorio o en la sala de seminarios cuando se medía un efecto nuevo, cuando se concebía una idea nueva. No era que contribuyese con muchas ideas o sugerencias; a veces sí, pero la influencia principal nacía de su presencia, continua, intensa, que nos despertaba a todos una sensación de implicación directa”. Hans Bethe recordaba el día en que Oppie se pasó por una reunión sobre metalurgia y escuchó un debate inconcluso sobre qué tipo de contenedor refractario debería usarse para fundir plutonio. Después de atender los argumentos, se sumó al coloquio. No propuso exactamente la solución, pero cuando se marchó, todos tenían claro cuál era.

El proyecto Manhattan fue el mayor esfuerzo científico tecnológico de la historia, solo superado por el de poner un pie en la Luna, y las mentes científicas más brillantes del momento trabajaron en él, electrizadas por Oppenheimer. Aunque también fue gracias al genio logístico de Leslie Groves, el ingeniero militar constructor del Pentágono. Ambos fueron como el padre y la madre de dicho esfuerzo, que no solo incluía los trabajos en Los Álamos, sino toda una red humana y material de 130.000 empleados repartidos por toda la geografía de Estados Unidos, y no solo eso, también por Canadá y el Reino Unido. Evidentemente, el cerebro era Oppenheimer, galvanizando todo trabajo científico y técnico en Los Álamos.

La carta que Einstein firmó (pero que no escribió) al presidente Roosevelt fue la chispa detonante, pero, a pesar de la fama, el genio de la teoría de la relatividad no fue el escogido para liderar este esfuerzo y lo más seguro es que hubiera rechazado la propuesta, ya que fue, desde el principio, un enemigo declarado de las armas atómicas y de toda forma de uso no pacífico del poder desatado del núcleo del átomo. Todos en el proyecto Manhattan trabajaban al límite pensando que competían con la Alemania nazi, que estaría fabricando una bomba nuclear también. Heisenberg, padre de la física cuántica, sería el alma y el cerebro de dicho programa. Pero estaban muy engañados. A pesar de lo que normalmente se cree, nunca la Alemania de la Segunda Guerra Mundial tuvo un proyecto real de construcción de la bomba nuclear, y sí de un reactor. O porque Heisenberg y su equipo no quisieron decir todo lo que sabían que se podía hacer, o, lo más probable —como dijo el físico alemán más adelante—, porque conseguir uranio 235 enriquecido o plutonio necesitaba de un despliegue industrial (según los conocimientos de la época) del que la Alemania nazi era incapaz, máxime con guerra ya en dos frentes, oriental y occidental. De hecho, cuando Heisenberg oyó por radio la noticia de la bomba sobre Hiroshima, quedó muy impactado y se aisló en el cuarto de su domicilio[6]-cárcel (en que eran espiados los científicos alemanes allí prisioneros) para hacer cálculos y obtener la medida de masa crítica de uranio necesaria para ello (una de las claves para hacer la bomba atómica era saber dicha «masa crítica», que origina la reacción en cadena de los neutrones desprendidos en la fisión).

Ciudades e instalaciones que formaban parte del proyecto Manhattan en EE. UU.

 

Un líder de equipo

Oppenheimer, además de inteligentísimo y con una capacidad de empatía que le hacía estar rodeado siempre de gente (mujeres y hombres), era extremadamente valiente. En el clímax de su trabajo, para ver la primera explosión atómica, la de Trinity, y situado a solo nueve kilómetros de la zona cero, salió del búnker y se recostó en la arena para ver con más detalle. Años más tarde recordaría este momento:

«Sabíamos que el mundo dejaría de ser el mismo. Había quien reía y había quien lloraba. La mayoría guardaban silencio. Recordé un verso de las escrituras hindúes, el Bhagavad Gita. Vishnu trata de convencer al príncipe de que debería cumplir con su obligación y, para impresionarlo, toma la forma de un ser de muchos brazos y dice: “Ahora he devenido muerte, el destructor de mundos”. Supongo que, cada uno a su manera, pensamos algo así».

Si muchos millones de personas más conocen el Bhagavad Gita hindú es gracias a la película Oppenheimer y a la cita suya. Es el momento culmen de este tratado filosófico del Mahabharata; en cierto modo, la Iniciación de Arjuna, pues Krishna, su Yo divino, se le revela con todo su poder, como Yo de todo el universo. Lo que es la energía atómica en lo material es quizás el poder del Yo divino (simbolizado por Krishna) en lo espiritual cuando despierta a la acción. Así lo describe este libro y es fácil ver cómo surgió la analogía:

«Si el fulgor de millares de soles brillase como una llama de una sola vez en el cielo, ni siquiera así sería semejante al esplendor de ese divino ser (…) Todo el espacio entre el cielo y la tierra ha sido inundado por ti en todas las direcciones; oh Señor, al ver tu maravilloso y terrible aspecto, los tres mundos tiemblan de miedo» (dice Arjuna); y luego, Krishna:

«Soy el terrible tiempo, destructor de todos los seres del mundo; aun sin tu intervención, todos los guerreros firmes en ambos ejércitos serán extinguidos».

Y este es el gran drama del guerrero. Y en el momento en que Oppenheimer había dejado de buscar el conocimiento puro de las leyes puras de la materia, en esto se había convertido, en un guerrero. Había tomado partido, luchaba contra las dificultades y todos los impedimentos, contra la ausencia de medios, contra el tiempo… Estaba forjando un «arma mágica» que iba a significar la muerte instantánea de centenares de miles de civiles (mujeres, ancianos y niños, más que soldados, por lo que bien podemos llamar a esto, como a la sucesión de ataques aéreos en la fase final de la guerra de Alemania, un genocidio), y la espada de Damocles sobre la Tierra entera y la civilización que podría volver a un punto cero durante decenas de miles de años. Como diría Platón, el oro cayó en la plata. El sabio se convirtió en guerrero y venció en su batalla.

El físico Isidor Isaac Rabi, luego nobel de Física, lo vio desde lejos, después de la explosión:

«Nunca olvidaré cómo caminaba, nunca olvidaré el modo en que salió del coche (…). Estaba en su apogeo (…). Caminaba como dándose aires. Lo había conseguido».

Quizás él como guerrero, y no ya como sabio, venció. Eliminó a todos los enemigos que le apartaban del objetivo, que era crear la bomba. Había cumplido la misión encomendada. El capitán había llevado el barco a buen puerto. Pero a buen puerto… de qué. Como filósofo (pues él no era militar, era un científico, un brahmán, por tanto, dentro de la genealogía hindú, un Drona, como en el Mahabharata, que es un brahmán convertido por necesidad en un kschatrya y que luego debe pagar por ello y servir con infinita angustia a una causa que no es la suya ni justa, pero a la que está vinculado por deber), ahora llega la conciencia, que le martiriza sabiendo el destino de los japoneses que sufrirán el impacto. Y, sin embargo —así es contradictoriamente el ser humano—, después de la prueba de Trinity está detrás de todos los detalles para que el suceso como bomba en Hiroshima y Nagasaki sea total, y máximos los daños inflingidos; no debe dejarse ningún detalle libre, la bomba debe causar la mayor destrucción posible, el mundo, además, debe verlo.

Bien, después de ser lanzada la bomba y de que le describieran los efectos, y sabiendo el post-guerra y los peligros futuros de la carrera armamentística nuclear —que Niels Bohr le hizo saber antes de Trinity—, cayó en una profunda depresión.

Si la ciencia está al servicio del progreso humano, como debe ser, ¿también lo está para cristalizar el poder de violentar a otros seres humanos, o de servir a oscuros intereses o locas ambiciones?, ya que eso en realidad no es progreso, sino regreso a la ignorancia y la animalidad. La guerra quizás forma parte de la vida humana, tal y como vemos en la naturaleza y en el mismo cuerpo humano, rechazando elementos extraños; pero ya desde la filosofía Nyaya en la India, casi mil años antes de Cristo, se enseñaba que cada ser humano es uno en sí mismo, pero que la humanidad entera es también un organismo, y un organismo no puede, no debe autoagredirse, por lo que los seres humanos somos «ciudadanos del mundo», estamos destinados a vivir en paz y armonía. No hacerlo viola la ley natural y genera dolor, angustia, opresión y vacío, dureza de corazón.

Curiosamente, los científicos, buscando levantar el velo de esta naturaleza y ver sus verdades íntimas, formaban una comunidad transnacional, pero… ¿estaba la humanidad preparada o debemos sufrir violentándonos los unos contra los otros, hasta que la conciencia racional vaya emergiendo como un sol desde el magma fluido de nuestras pasiones?

Es fácil pensar que Oppenheimer, dada su alma sutil y pacífica, haya hecho estas reflexiones antes de la bomba, o después, intentando exculparse, sientiéndose solo un brazo ejecutor del destino, justo como en el Bhagavad Gita se dice:

«Sé tu el brazo ejecutor (del Karma); aun sin tu intervención, todos ellos sufrirán su destino».

Lo que sí es cierto es que la caja de Pandora de la energía nuclear se abrió violentamente la madrugada del 16 de julio de 1945 y no va a ser fácil que los males desparramados retornen al cofre y que este sea solo de esperanza (el uso pacífico de los poderes del átomo, que es una fuente de energía ilimitada). Cada vez más países disponen de armas atómicas y construyen más y más a un ritmo frenético, como China. El desarme, iniciado con tantísimo tesón por Gorbachov, parece haberse congelado. El club nuclear[7] crece: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia, Israel, India, Paquistán, Corea del Norte y otros quieren desesperadamente pertenecer para no tener que arrodillarse ante los poderosos. Si mantener la paz con dos grandes armados nuclearmente fue extremamente difícil (la llamada Guerra Fría), los factores de inestabilidad aumentan con el número de países que pertenecen al club VIP atómico (VIP, aunque algunos como Corea del Norte sean pobres como las ratas, con un salario de vida medio inferior a cien dólares por mes). Negros nubarrones cubren el horizonte, y para más inri, la sensibilidad humana es cada vez menor, anestesiados por una sociedad de consumo en su clímax y en sus estertores de muerte al mismo tiempo, como algunas arañas macho o la mantis religiosa tras el sexo con su compañera.

No podemos evitar el karma que hayamos generado o que estemos generando, pero sí, como decía el profesor Jorge Ángel Livraga en sus Apuntes de Filosofía, «facilitar el regreso kármico de los arquetipos, formas actuales y potentes que pongan en fuga la ignorancia, la miseria y la brutalidad; urge abatir la mentira entronizada en el mundo y liberar a los hombres de las formas esclavistas que hoy los sujetan, impidiéndoles divisar la belleza, el bien y la justicia». Allí comenzaremos a ver una luz al fondo del túnel.

[1] Las rusas, claro, porque China aún no disponía de ellas y, por tanto, los destruidos serían Rusia y EE. UU., lo que a Mao poco le importaría; incluso tampoco que la mitad de lo suyo quedara arrasado si esto le beneficiaba de algún modo.

[2] Es curioso, porque la película Fat Man and Little Boy (en español «Creadores de sombras»), también sobre Oppenheimer y el proyecto Manhattan, en 1989, cuando la amenaza nuclear era mínima, pasó como una sombra, sin pena ni gloria, con una recaudación de menos de cuatro millones de dólares, cuando el gasto fue de treinta, un desastre financiero a pesar de la música de Ennio Morricone y de que el papel de Lesli Grove lo realizaba Paul Newman.

[3] Como podemos ver en el valiente documental Revoluciones de color: revoluciones sintéticas.

[4] El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin.

[5] Nombre en clave de la ciudad de Los Álamos.

[6] Reproduzco cita de la Wikipedia (que también afirma sin pruebas que Alemania sí estaba realizando una bomba atómica, y más bien lo que viene a continuación prueba exactamente lo contrario):

«Al final de la guerra en Europa como parte de la Operación Epsilon, Heisenberg junto con otros nueve científicos, incluyendo a Otto HahnCarl Friedrich von Weizsäcker y Max von Laue, fue internado en una casa de campo llamada Farm Hall en la campiña inglesa. Esta casa tenía micrófonos ocultos que grababan todas las conversaciones de los prisioneros. El 6 de agosto de 1945, a las seis de la tarde, Heisenberg y los demás científicos alemanes escucharon un informe de radio de la BBC sobre la bomba atómica de Hiroshima.

La transcripción de su conversación tras escuchar dicho informe explica los motivos por los que la bomba atómica no fue desarrollada en Alemania. “No hubiésemos tenido el coraje moral para recomendar al Gobierno en la primavera de 1942 que deberían emplear a 120.000 hombres solo para construir la cosa [la bomba atómica]”7. Parece que hubo varios motivos, entre ellos la actitud del Gobierno alemán durante la guerra, los objetivos del comité de uranio y la falta de “ansiedad” de los científicos por desarrollar una bomba atómica.

A la noche siguiente, Heisenberg dio una charla a sus compañeros, a manera de informe, que incluía un estimado aproximadamente correcto de la masa crítica y de uranio-235 necesarios, además de características del diseño de la bomba. El hecho de que Heisenberg hubiera podido hacer estos cálculos en menos de dos días, da credibilidad a su afirmación de que la razón por la que no sabía cuál era la masa crítica necesaria para una bomba atómica durante la guerra se debía única y exclusivamente al hecho de que no había intentado seriamente resolver el problema».

[7] https://cnnespanol.cnn.com/2024/03/13/que-paises-tienen-mas-armas-nucleares-mundo-trax/ indica incluso cuántas ojivas aproximadamente tiene cada país y cuáles misiles intercontinentales.

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