Culturas — 1 de junio de 2024 at 00:00

Brunilda, la valquiria predilecta de Wotan

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Brunilda

¿Quiénes son las valquirias?

Según apunta H. P. Blavatsky en el Glosario teosófico, las valquirias eran llamadas «las acogedoras de los muertos», y continúa diciendo: «Según la poesía popular de los escandinavos, estas diosas santifican con un beso a los héroes que sucumben en la pelea y, llevándolos del campo de batalla, los conducen a las mansiones de la felicidad y a los dioses en el Walhalla». Son «las vírgenes que asisten a las batallas y sirven de beber a los héroes en el Walhalla, sus amadas y protectoras».

Su aspecto es el de jóvenes muy bellas y atléticas, de cabello largo y rubio, ataviadas con escudo de guerra y casco alado y portando lanza, arco y una poderosa espada. Para sus correrías, viajan a lomos de espléndidos caballos voladores y son unas fabulosas amazonas, de una fuerza y agilidad extraordinarias. Habitan en el Asgard, el Olimpo escandinavo, y cuidan del Walhalla, donde preparan las mesas del gran salón en el que Wotan recibe a los héroes caídos en combate, atendiéndoles y sirviéndoles hidromiel y cerveza.

En el fragor de la batalla, excitan a los combatientes con el amor que sus encantos insuflan en su corazón y el ejemplo de su bravura en medio de la lucha. Simbolizan a la vez la embriaguez de los impulsos bélicos y la ternura de su recompensa, la muerte y la vida, el heroísmo y el reposo del guerrero. Representan la aventura del amor concebido como una lucha, con sus alternancias de éxtasis y de caída, de vida y de muerte.

Las valquirias son, quizá, las heroínas más conocidas de la mitología nórdica, las diosas vírgenes guerreras que inspiraban y ayudaban a los héroes en medio del combate y acompañaban a los caídos llevándolos en sus corceles alados al gran banquete del Walhalla, el cielo de los valientes.

Brunilda y Wagner

Brunilda es la más famosa y conocida de las valquirias. Wagner, en su tetralogía El anillo del nibelungo —una de las obras de arte más grandes concebidas por el ser humano—, que consta de cuatro óperas tituladas El oro del Rin, La valquiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses, recoge sabiamente muchas de las leyendas y tradiciones nórdicas y germánicas. El material para su inmenso trabajo lo fue recopilando de diversas fuentes de la Antigüedad, principalmente de los Eddas, los libros sagrados de la mitología escandinava, y de las leyendas germanas, pero fue su genio poético el que creó una obra extraordinaria que solo le pertenece a él. Wagner consigue que, escuchando su música, experimentemos los sentimientos de todos sus personajes, pues sabe ilustrar magistralmente la poesía y el simbolismo del libreto con una música genial, dando su leitmotiv a cada personaje y a cada tema o situación, lo cual facilita al oyente identificarlos cuando los escucha.

En el libreto de La valquiria, el autor narra que estas poderosas vírgenes eran hijas del dios Wotan y de la vieja Erda, que había sido (como Metis) una diosa de la sabiduría y que, después de haber sido seducida y subyugada por Wotan para dar a luz a las nueve valquirias, había perdido sus poderes y se había retirado al interior de la Tierra, donde dormía oculta y apartada del mundo.

La psicóloga y analista junguiana Jean Shinoda Bolen, en su libro Las diosas de la mujer madura, refiriéndose a los cambios que se produjeron en la humanidad primitiva durante la transición de los diferentes matriarcados a la nueva época patriarcal que aún perdura, comenta: «En cualquier caso, tanto si la sabiduría reside en el vientre de Zeus como si se encuentra enterrada bajo tierra, en esencia la historia es la misma. La divinidad más poderosa es ahora un dios celestial que reina desde la cima de una montaña, y la que una vez fuera una importante diosa de la sabiduría desaparece del escenario del mundo (…) En la mitología griega, la diosa Atenea nunca desobedeció ni perdió el favor de su padre. Es una imagen eterna del arquetipo de la hija del padre», siempre sometida a su autoridad.

Brunilda

Para Richard Wagner, autor no solo de la música, sino también del libreto de su tetralogía, Brunilda es, en su ópera La valquiria, la hija predilecta de Wotan que, llevada en primer lugar por un amor puro hacia su padre —del que conocía bien su deseo de salvar a toda costa a la raza de los welsungos—, y luego por la compasión que le inspira Sigmund, que no quiere abandonar este mundo dejando desvalida a su amada Siglinda, se atreve a desobedecer las órdenes paternas y decide salvarle la vida al héroe en su enfrentamiento con Hunding. Wotan, que en una escena anterior junto a Fricka (la Hera griega, protectora del vínculo matrimonial, que le ha estado reprochando sus escarceos amorosos) se había sentido obligado a prometerle a su ofendida esposa que dejaría morir a su hijo Sigmund en la lucha que iba a entablar con el villano Hunding, le comunica a Brunilda que se disponga a acompañar al Walhalla al héroe que ahora debe morir. Pero se da la circunstancia de que Sigmund era portador de la espada invencible Notung, que había obtenido mágicamente extrayéndola del fresno donde un día la dejó clavada su padre, y Wotan, ante la actitud de Brunilda, que había decidido salvarlo, se siente obligado a partirle en dos la espada con su fuerte lanza y el héroe cae vencido a manos de Hunding, el esposo «oficial» de Siglinda. Así, cumplía Wotan con la palabra dada a Fricka y burlaba la protección que Brunilda había decidido dar al héroe desobedeciendo la última orden del padre.

Muerto Sigmund, la consternada Brunilda se apresura a recoger los pedazos de la espada partida y huye veloz en su caballo alado con la desvalida Siglinda, que ya portaba en su seno al último héroe de la raza de los welsungos creada por Wotan, el valiente Sigfrido. Este será el protagonista de la tercera ópera de la tetralogía.

El castigo de Brunilda

El castigo que le impone Wotan a Brunilda por su desobediencia es tremendo: la despoja de su inmortalidad y la abandona, dejándola dormida en lo alto de la roca donde se reunían las valquirias, expuesta a que el primer hombre que llegue hasta allí la despierte y la posea. En un vibrante diálogo, lleno de emoción y ternura, Brunilda expone a su padre la razón que le llevó a la desobediencia, que no era otra que saber del amor que Wotan profesaba a su amada raza de los welsungos, y suplica a su padre que le conceda al menos la gracia de que el hombre que la despierte sea un héroe, alguien que no conozca el miedo y sea digno de ella. Wotan, que al principio se niega, acepta, conmovido por el amor incondicional que le demuestra su hija predilecta, y, cediendo a su ruego, invoca a Loge para que extienda un impenetrable anillo de fuego rodeando la roca donde deja dulcemente dormida a Brunilda con un beso. Solo Sigfrido, el héroe nacido del amor de Sigmund y Siglinda, se atreverá a llegar hasta ella en la siguiente ópera de la tetralogía, que narra, como hemos apuntado, la vida del último welsungo.

El amor como redención

El principal simbolismo que apunta Wagner en La valquiria es el amor como sentimiento supremo que salva y redime de toda culpa. Tanto la unión matrimonial de los hermanos gemelos Sigmund y Siglinda, hijos de Wotan y condenada por Fricka, como la desobediencia de Brunilda a su padre al intentar salvar a Sigmund, son sublimadas por el amor que generó ambas situaciones. Wagner describe a lo largo de esta obra el fracaso masculino del poder ante sus propias leyes que el principio de necesidad le obliga a cumplir, y el triunfo femenino del amor y la compasión encarnados por Brunilda. A continuación exponemos un breve resumen del argumento de esta maravillosa ópera de Wagner.

Brunilda

La valquiria. Acto I

Al anochecer y en medio de una gran tormenta, llega Sigmund cansado y hambriento  a la casa donde viven Hunding y su esposa Siglinda, buscando un refugio donde pasar la noche. Aparece en escena la casa con un enorme fresno en el centro, que extiende sus ramas hasta el cielo atravesando el techo. La bella Siglinda se le acerca inquieta preguntándole quién es y qué quiere. El viajero le pide un poco de agua y comienza el diálogo hablando cada cual de su triste vida. Una extraña ternura nace entre ellos mientras en la orquesta empieza a sonar nostálgico el tema del amor.

Poco después se escuchan los ladridos de los perros y los cascos de los caballos, y aparece Hunding con sus seguidores. Sorprendido al ver al forastero, dirige a su esposa una mirada inquisitiva y feroz y le dice que les prepare la cena. Observa inquieto el enorme parecido del huésped con su esposa y le conmina a que cuente su procedencia. Acepta Sigmund, no sin cierta reticencia, hablando de su padre Walse (Lobo) y de su hermana gemela, de los que no ha vuelto a tener noticias. Hunding se siente muy violento al reconocer al welsungo y, aunque le permite pasar la noche para respetar las leyes sagradas de la hospitalidad, le advierte que a la mañana siguiente los dos habrán de luchar a muerte. Luego, ordena a Siglinda que le prepare su bebida nocturna y le espere en la habitación.

Se queda solo Sigmund, invadido por la nostalgia de sus recuerdos familiares y preocupado por su indefensión ante Hunding, recordando que un día su padre le había prometido una espada. Pasados unos minutos, vuelve Siglinda, que le ha dado a beber a su esposo un brebaje somnífero para poder quedarse a solas con Sigmund. Ante la ansiosa mirada del huésped, le enseña la espada que un día clavó un misterioso viajero en el fresno y nadie había podido arrancar hasta entonces, pues estaba destinada al más valeroso de los héroes. Sollozando le dice que ojalá él sea el elegido para poder extraer la espada y poder liberarla. Sigmund la consuela conmovido y, tras un vibrante diálogo amoroso, la escena se ilumina repentinamente con la luz de la primavera, mientras él canta la famosa «Winterstürme wichen dem Wonnemond».

https://www.youtube.com/watch?v=NB5e62wSjEQ

Después se acerca al árbol y arranca la espada Notung ofreciéndosela a su amada. Los dos se abrazan apasionadamente y se abandonan al amor mientras el resplandor de la luna primaveral ilumina a la feliz pareja:

«Novia y hermana eres para mí. Florezca, pues, en nosotros la sangre de los welsungos», canta Sigmund, escapando después los dos precipitadamente en una huida desesperada hacia la libertad.

Acto II

Con las luces del amanecer, Wotan llama a Brunilda para anunciarle que debe luchar por su hijo Sigmund, al que ha prometido la victoria con su mágica espada en el combate que ha de enfrentarlo al odioso Hunding, el cual le ha pedido ayuda a Fricka. Brunilda le advierte que se acerca la diosa, y Wotan se prepara para afrontar el enojo de su esposa, que viene dispuesta a defender el derecho matrimonial de Hunding.

Wotan trata de frenar la cólera de Fricka afirmando que «no considera sagrado el juramento que une a dos seres que no se aman», pero ella insiste sobre la importancia de la fidelidad conyugal, recriminándolo por sus frecuentes andanzas con otras mujeres. Se produce una violenta discusión que termina con la victoria de Fricka, haciéndole jurar a Wotan que propiciará la derrota del welsungo, arrebatándole su espada para que perezca a manos de Hunding.

Brunilda ve alejarse a Fricka con gesto triunfante y comprende lo que ha ocurrido. Conmovida, escucha las confidencias de su padre, al que nunca ha visto tan abrumado por la tristeza. Wotan le ordena cambiar la orden dada anteriormente y le dice que habrá de acompañar a Sigmund al Walhalla tras ser derrotado por Hunding.

Brunilda sabe que ese no es el deseo de su padre, pero Wotan mantiene su exigencia de que le obedezca y ella se queda sola y desanimada, mientras la orquesta describe la dolorosa tormenta de su corazón. Ve entonces llegar a la fatigada pareja de welsungos, que continúa su huida sin descanso; Sigmund intenta tranquilizar a su amada y la recuesta en su regazo para que duerma un poco, cayendo esta en un profundo sueño.

Aparece ahora solemne la valquiria para anunciarle a Sigmund que habrá de acompañarla al Walhalla. El héroe pregunta a quién va a ver allí: ¿a su padre? Sí. ¿Y podrá acompañarlo Siglinda? Brunilda le contesta que no, pues «aún debe respirar el aire de esta Tierra», comunicándole entonces que Siglinda ya porta en su seno un hijo suyo. Entonces el héroe se niega a abandonar a su amada, prefiere matarla y llevársela con él antes que dejarla sola en este mundo. Brunilda le escucha emocionada, y en ese momento decide desobedecer la orden de Wotan y salvar al héroe.

El ruido creciente de la orquesta anuncia la llegada del enemigo persiguiendo a los amantes fugitivos. Un rayo indica la presencia de la valquiria protegiendo a Sigmund, pero en el momento en que este está a punto de asestar con su espada un golpe mortal a Hunding, aparece Wotan que, con su lanza, rompe en pedazos la espada de Sigmund y este, al quedar desarmado, es herido mortalmente por su enemigo.

Wotan, dolorido, no ha tenido más remedio que someterse a sus propias leyes, aunque no por eso deja de desear en el fondo de su corazón que algún día aparezca un héroe capaz de salvar al mundo de su caída. Sin embargo, Brunilda, que conoce bien el amor de Wotan por sus hijos, no va a obedecer sus órdenes y, aunque no ha podido evitar la muerte de Sigmund, recoge los trozos de la espada y huye con Siglinda para ponerla a salvo y proteger al hijo que lleva en su seno, escapando veloz hacia la roca para reunirse con sus hermanas valquirias.

Acto III

https://www.youtube.com/watch?v=gqZqlsMv8Xs (Wagner: Cabalgata de las valquirias).

Comienza el preludio con la célebre Cabalgata de las valquirias, que vuelan en sus pegasos atravesando las nubes para acompañar a los héroes caídos en la batalla y regresan a la roca. Solo falta Brunilda, que llega precipitadamente pidiéndoles ayuda a sus ocho hermanas para ella y para la mujer que ha salvado en su huida del enojado Wotan y de la que ha de nacer Sigfrido, el más valiente de los héroes. La valquiria entrega a Siglinda los fragmentos de Notung y le dice que huya hacia el bosque, donde vive el dragón Fafner, y salve la vida de su hijo.

Las valquirias escuchan horrorizadas lo ocurrido a Brunilda y le advierten de la llegada de Wotan, que aparece colérico para castigar la desobediencia de su hija predilecta. Se produce un diálogo extraordinario entre los dos, lleno de ternura y dramatismo, pues Wotan comprende el amor que ha impulsado a Brunilda a desobedecer su orden. ¿Es tan grave lo que ha hecho? El dios sabe que la valquiria le ha sido fiel, pues ha obrado según lo que él verdaderamente quería, pero se siente atrapado por sus propias leyes, y la necesidad le obliga a castigar su desobediencia. Brunilda le pide una sola cosa: ya que va a perder su condición de valquiria y quedar expuesta a pertenecer al primer hombre que alcance la roca y la consiga despertar, que al menos este sea un valeroso héroe y no un hombre vulgar. Wotan, emocionado y con profunda tristeza se despide de su hija besándola en los ojos y arrebatándole así su divinidad. Invoca entonces a Loge para que rodee de fuego la plataforma rocosa donde ha dejado dormida a su hija predilecta y se aleja tristemente hasta desaparecer de la escena, finalizando aquí esta segunda ópera de la tetralogía.

Final del libreto de La valquiria:

(Escena Tercera)

BRUNILDA.— ¿Fue tan infame lo que cometí, que castigas tan vergonzosamente mi crimen? ¿Fue tan bajo lo que te hice, que me humillas tan profundamente? (…) ¡Oh, di, padre! Mírame a los ojos: calma tu cólera, reprime el furor y explícame claramente qué oscura culpa, con rígida obstinación, te obliga a repudiar a tu más querida hija, cuando lo que hice fue ejecutar tu orden.

WOTAN.— ¿Te ordené yo pelear por el welsungo?

BRUNILDA.— Eso me ordenaste como Señor de las Batallas.

WOTAN.— ¡Pero después retiré mi orden!

BRUNILDA.— Cuando Fricka te enajenó el pensamiento, pues al someterte tú al suyo, fuiste tu propio enemigo. (…) No soy sabia, pero yo sabía una cosa: que tú amabas al welsungo. Yo sabía el dilema que te obligaba a olvidar eso completamente. Tú viste únicamente lo otro, lo que laceraba tan acerbamente tu corazón: tenerle que negar a Sigmund tu protección.

WOTAN.— ¿Lo sabías y, no obstante, osaste protegerle?

BRUNILDA.— ¡Porque yo solo tenía delante de los ojos tu voluntad inicial, aquella a la que, forzado por otros, debiste renunciar! La que sigue en el combate siendo escudo de Wotan, vio lo que tú no viste: yo únicamente veía a Sigmund. Anunciándole la muerte, comparecí ante él, descubrí sus ojos, oí sus palabras y percibí la sagrada necesidad del héroe; escuché la queja del más bravo, la terrible pena del más libre de los enamorados, el desafío del más audaz de los desdichados resonó en mis oídos.

Eso hizo conmover mi corazón con sagrado temor. Tímida y asombrada, estaba allí, avergonzada, y ya solo pude pensar en servirle y en compartir con Sigmund la victoria o la muerte; ¡solo esto podía yo elegir como destino para aquel que inspiró ese amor; e íntimamente fiel a la voluntad que me unió al welsungo, me opuse a tu orden.

WOTAN.— Así, hiciste lo que yo deseaba hacer de buen grado ¡eso que la necesidad me obligó a no hacer! ¿Tan fáciles creías las delicias del amor? El dolor me rompía el corazón, me causaba rabia detener, para bien del mundo, la fuente del amor en mi corazón torturado. Mientras me volvía contra mí mismo, rabioso por mi impotencia; mientras un encendido y furioso deseo despertaba en mí la terrible voluntad de enterrar mi eterna tristeza entre las ruinas de mi propio mundo, tú te confortabas dulcemente y hallaste celestial consuelo. Te embriagaron los encantos del amor, mientras a mí, mi propio amor divino me procuraba tan solo amarguras.

Déjate guiar, pues, por tu despreocupado entendimiento; te has separado de mí. Tengo que evitarte: ya no puedo confiar en ti; separados, no podremos nunca más obrar de común acuerdo; ¡mientras te duren el aliento y la vida, ya no podrás encontrar al dios!

BRUNILDA.— Tal vez no te fue útil la alocada muchacha que, asombrada, no comprendió tu consejo; mi inteligencia solo me aconsejó una cosa: amar lo que tú amabas… Si tengo, pues, que separarme de ti y evitarte, temerosa; si tienes que dividir lo antes indivisible, mantener lejos de ti a tu propia mitad, que además te pertenecía por entero, ¡oh, dios, no me olvides! ¡No deshonres a una parte de tu eternidad, no quieras que la vergüenza la ultraje! ¡Tú mismo te hundirías viéndote objeto de escarnio!

WOTAN.— Te sometiste dichosa al poder del amor: ¡sigue ahora a aquel al que habrás de amar!

BRUNILDA.— Si debo abandonar el Walhalla, nunca más obrar y dominar contigo, obedecer en adelante al hombre altivo, no me des en premio a un jactancioso cobarde. ¡Que no sea indigno quien me gane!

WOTAN.— Te has apartado del Padre de los Combates: no puede elegir él por ti.

BRUNILDA.— Tú engendraste una noble estirpe, de ella jamás podrá nacer un cobarde: el más sagrado héroe, yo lo sé, florecerá en el tronco de los welsungos.

WOTAN.— ¡No hables del tronco de los welsungos! Al separarme de ti, me separé de él; la envidia exigía su aniquilación.

BRUNILDA.— Al separarme de ti, yo lo he salvado. Siglinda cuida el más sagrado fruto; entre dolores y penas como jamás sufrió mujer alguna, dará a luz a lo que cobija temerosa.

WOTAN.— ¡Jamás busques en mí protección para la mujer ni para el fruto de su cuerpo!

BRUNILDA.— Ella conserva la espada que forjaste para Sigmund.

WOTAN.— ¡Y que rompí en pedazos! No pretendas, oh virgen, turbar mi ánimo; aguarda tu destino; ¡no puedo elegirlo para ti! Pero ahora tengo que partir, marchar lejos; ya me he detenido demasiado; me aparto de la descarriada, no puedo saber lo que ya desea; ¡solo quiero ver cumplido su castigo!

BRUNILDA.— ¿Qué has ordenado que yo sufra?

WOTAN.— Te sumiré en un profundo sueño; ¡quien despierte a la indefensa, la hará, al volverla a la vida, su mujer!

BRUNILDA.— Si debo entregarme al sueño para ser fácil botín del más cobarde de los hombres, al menos concédeme una cosa, y te lo pido solemnemente. ¡Protege a la durmiente con disuasorios temores, para que solo un héroe, libre y sin miedo, me encuentre un día aquí, en la roca!

WOTAN.— ¡Pides demasiado, demasiada gracia!

BRUNILDA.— ¡Al menos tienes que concederme esto! Aplasta a tu hija, que abraza tus rodillas; pisotea a la fiel, destruye a la virgen, que tu lanza deshaga su cuerpo, ¡pero no la entregues, cruel, al más ultrajante oprobio! ¡Manda que arda un fuego, que rodee la roca ardiente llamarada! Que lama su lengua y muerdan sus dientes al cobarde que, insolente, se atreva a acercarse al amedrentador peñasco.

WOTAN.— ¡Adiós, osada, magnífica niña! ¡Tú, de mi corazón el más sagrado orgullo! ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Adiós! Si he de evitarte y no puedo volverte a ver, recibe, amoroso, mi saludo; si nunca más debes cabalgar a mi lado, ni presentarme la hidromiel en el banquete, si he de perderte, a ti, a la que amo, riente gozo de mis ojos, ¡que arda ahora para ti un fuego nupcial como jamás ardió para novia alguna! Que ardiente llama rodee la roca y con devorador horror ahuyente al pusilánime: ¡que el cobarde huya de la roca donde duerme Brunilda! ¡Que solo uno pretenda a esta novia, uno más libre que yo, el dios!

[Brunilda cae, conmovida y entusiasmada, sobre el pecho de Wotan; él la abraza largo rato}

En estos luminosos ojos que a menudo yo acaricié sonriente, recompensando con un beso tu conducta en el combate, cuando balbuciente fluía de tus divinos labios la loa de los héroes; estos dos radiantes ojos que a menudo me iluminaron durante el ataque, cuando la esperanza me abrasaba el corazón, cuando a las delicias del mundo aspiraba mi deseo desde el temor trémulo: ¡Por última vez me solazo hoy en ellos y les doy el último beso del adiós! Mientras para el hombre afortunado brilla su propia estrella; para el desdichado eterno, la suya debe apagarse.

[toma su cabeza entre las manos] ¡Así se aparta de tu lado el dios, así te quita con un beso la divinidad! [la besa largamente en ambos ojos, la guía con delicadeza, y la deposita, tendida, en una pequeña elevación musgosa, sobre la que extiende su amplia enramada un abeto. La contempla y le cierra el yelmo; sus ojos se detienen después en la figura de la durmiente, que ahora ha cubierto totalmente con el gran escudo metálico de la valquiria. Después avanza con solemne decisión al centro del escenario y dirige la punta de su lanza contra una poderosa peña]

¡Loge, escucha! ¡Dirige tus oídos hacia aquí! Igual que te encontré por primera vez, siendo ígneo fuego; como un día te me escapaste convertido en errabunda llama, ¡igual que entonces te até, te ato ahora! ¡Arriba, oscilante llama, rodea de fuego la roca!

[a continuación golpea tres veces en la roca con la lanza]

¡Loge! ¡Loge! ¡Ven aquí!

[De la peña brota un rayo ígneo que poco a poco crece formando una llamarada más clara. Estalla un brillante fuego flameante. Luminoso arder rodea con salvajes llamaradas a Wotan. Este indica con la lanza imperiosamente al mar de fuego que rodee el círculo del borde rocoso formando una corriente; al punto, esta se arrastra hacia el foro, donde ahora arde continuamente alrededor del borde de la montaña]

¡Jamás atraviese el fuego quien tema la punta de mi lanza!

[Extiende la lanza como para el conjuro. Después mira apenado a Brunilda, se vuelve lentamente para partir, y aún mira una vez más hacia atrás hasta que desaparece a través del fuego].

 

 

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