Ética y estética
Lo que entendemos por ética y estética no ha sido algo que se haya mantenido de manera fija a lo largo del tiempo, por lo que nos hemos ido encontrando con diferentes visiones que han ido apareciendo a través de las distintas civilizaciones. Estas han estado en su mayor parte determinadas por la historia, la literatura, la religión e incluso la ciencia.
Pero ha sido la filosofía y su escala de valores la que ha configurado de una manera casi absoluta los planteamientos de la ética y la estética a través de la evolución.
Es evidente que en nuestra sociedad se han perdido las actitudes éticas de los ciudadanos, siendo esta la raíz de muchos de sus males. La carencia de estos valores éticos y morales han hecho que el hombre se olvide de aquellos principios de generosidad, bondad, justicia…
El consumismo desmesurado, la tecnología, así como la globalización llevan al ser humano hacia un punto donde solo impera el egoísmo y sus propios intereses… Ha perdido la capacidad de sentir, de emocionarse ante la naturaleza o cualquier obra de arte. Se ha vuelto automático, mecanizado, pendiente solo de sus propias necesidades, dejando de lado lo más importante de su ser, su parte interna.
La ética y la estética están relacionadas porque sus principios buscan establecer un orden y una armonía en el mundo. Desde la ética se busca establecer principios y valores que guíen nuestras acciones para contribuir al bien común, mientras que desde la estética se busca encontrar una belleza y un equilibrio en el arte y en la vida en general.
La filosofía puede, de una manera práctica, volver a enseñarle al ser humano cuál es el camino que debe seguir. Enseñarle que posee una parte física y otra espiritual, que pertenece a los dioses, y que, a través de sus experiencias y vivencias morales, éticas y estéticas, pueda volver a «reconocerse» como ese ser espiritual que algún día se transmutará en una verdadera dama y un verdadero caballero.
Qué es la ética
Cómo filósofos, eternos buscadores de la sabiduría, antes de adentrarnos en el mundo de la ética y su historia a través del tiempo debemos saber qué es la ética, cuál es su significado y su proceso de desarrollo a través de las diferentes civilizaciones.
¿Qué es la ética? La palabra ética proviene del latín ethicus, derivado de ethos, que significa ‘carácter’ o ‘perteneciente al carácter’.
Pero antes de nada debemos diferenciar dos términos: ética y moral. La ética sería entonces una disciplina de la filosofía que estudia el comportamiento humano y su relación con las nociones del bien y del mal, el deber, la felicidad y el bienestar común.
La moral deriva de la palabra latina moralis, que significa ‘relativo a las costumbres’, y es el conjunto de normas, costumbres y hábitos establecidos para cada sociedad. Pero ¿cómo vamos a unir estas dos acepciones? Porque tanto la ética como la moral van a afianzar la base, a construir los cimientos de la conducta humana, enseñándonos las virtudes y la mejor manera de comportarnos.
Es decir, el ser humano tiene unas costumbres, unas normas establecidas, pero esto no nos garantiza que sean todas buenas y elevadas. Es aquí donde aparece la ética para tratar de que esas costumbres, esas normas, a través de enseñanzas y vivencias, sean lo más elevadas posibles, poniéndonos en contacto con los arquetipos atemporales del Bien, la Verdad, el Amor, la Belleza…
La ética se origina de la necesidad del ser humano de diferenciar lo bueno de lo malo, y de entender la forma en que nuestras conductas influyen en nuestra vida y en nuestro entorno.
La creación y aplicación de normas para establecer cierto orden social es uno de los primeros indicadores de esa necesidad. Se considera el código de Hammurabi el conjunto de leyes escritas más antiguo encontrado. En él se recogían una serie de normas y se penalizaban los actos considerados delitos o crímenes.
Aunque existen algunos antecedentes, como por ejemplo los conocidos papiros del antiguo Egipto, con reglas morales, se considera que la historia de la ética se origina cuando los antiguos filósofos griegos comenzaron a estudiar la ética como parte de la filosofía. Sócrates es considerado el padre de la ética, ya que todo su pensamiento giró en torno a una idea, el bien.
La ética en los griegos
La ética griega de todos los periodos gira, principalmente, en torno a dos términos, eudaimonia y areté, o bien, según su traducción tradicional, felicidad y virtud.
«Felicidad», el término que Aristóteles usa para designar el bien humano supremo, es la traducción habitual del griego eudaimonía. Aristóteles argumenta que los seres humanos deben tener una función que debe ser única de los humanos.
Por otro lado, nos habla de que hay dos clases de virtudes: morales e intelectuales. La virtud moral se expresa en acciones que evitan tanto el exceso como el defecto. Una persona con templanza, por ejemplo, evitará comer o beber en exceso, pero también evitará comer o beber demasiado poco. La virtud elije el medio entre el exceso y el defecto. El término medio que es distintivo de la virtud moral es determinado por la virtud intelectual de la sabiduría La sabiduría, la virtud intelectual que es propia de la razón práctica, está inseparablemente vinculada con las virtudes morales de la parte afectiva del alma. Solo si se posee la virtud moral, se adoptará una receta apropiada para una vida buena. Solo si se está dotado de inteligencia, se hará una valoración correcta de las circunstancias en que debe hacerse su decisión.
Aristóteles estaba convencido de que la felicidad es el bien último o supremo al que se aspira, y que llevar una vida virtuosa y ética era condición imprescindible para ser feliz.
Es muy interesante la manera simbólica en que la escuela pitagórica aborda el tema de la felicidad, de la mano del símbolo y el mito. Para los pitagóricos, la plenitud del hombre estaba relacionada simbólicamente con los dioses Orfeo y Dionisos. Del primero vendría la idea de que el hombre puede lograr la felicidad a través de la belleza y la armonía, y de Dionisos se alcanzaría a través de la pureza y el entusiasmo.
De la unión de esos cuatro elementos surgía la felicidad en el hombre. De la belleza y de la armonía el hombre debía extraer la proporción. El hombre que se volvía armónico, es decir, bello, se volvía saludable. En el mito de Orfeo se nos habla del poder que tenía su lira, con cuya música era capaz de apaciguar la agresividad, de dominar a las fieras, provocar la paz, curar el alma, purificar la psique de la gente y curar las enfermedades. Esto encierra un gran simbolismo. El hombre que logra establecer una buena proporción interior, un equilibrio, de alguna manera vuelve a la salud, al centro, a la satisfacción interior y exterior. Además de esto se hablaba de la pureza y del entusiasmo de Dionisos.
Se relacionaba el entusiasmo como Dios en nosotros, como un fuego, una suerte de fuerza luminosa que pone brillo en todas las cosas, y que eleva la conciencia del hombre rompiendo todas las trabas, todas las miserias, todos los miedos (de ahí la idea del entusiasmo relacionado con el vino, como aquello que vence las barreras entre los seres humanos). La pureza era concebida como la carencia de imperfecciones, es decir, la carencia de elementos que son ajenos a nuestra naturaleza. Dionisos simbolizaría esa fusión entre entusiasmo y pureza.
Este planteamiento lleva a los pitagóricos a decir que el hombre feliz es el hombre sabio, pero entendiendo por sabio el que ha integrado dentro de sí pureza, entusiasmo, belleza y armonía, tomando entonces el concepto de sabiduría no como sinónimo de cantidad de conocimientos sino como el saberse conducir por la vida de acuerdo a las leyes del universo.
El ser humano tiene más posibilidades de felicidad en la medida en que sabe conducirse por la vida, y eso no es algo con lo que se nace, si bien puede existir predisposición, sino que es algo que se conquista, que hay que desarrollar, lo cual exige que el hombre se conozca a sí mismo. Esta felicidad, la del sabio, estaría en contraposición con la «felicidad» del ignorante que aún no tiene una clara noción de su existencia.
Platón plantea que la felicidad absoluta no se puede conseguir en esta vida, aunque el hombre puede acceder a un cierto grado de felicidad. Esa felicidad surge de su doble naturaleza, la celeste y la terrestre. Para Platón el ser humano es un ser que no pertenece a este mundo físico, sino que ha caído del mundo celeste, el mundo de las ideas, donde existe lo Bueno, lo Justo, lo Bello. Convivirían en el hombre una parte animal, fruto del contacto con este mundo físico, y otra parte celeste, que es el alma, que tiene las «alas quebradas», y ante determinadas cosas despierta, siente una especie de cosquilleo, de recuerdo. La satisfacción que proviene del contacto con cosas bellas y justas es un recuerdo que hace al alma añorar su patria celeste, el mundo de los arquetipos.
El hombre bruto, cuya alma está excesivamente dormida, entiende por felicidad la simple satisfacción de sus apetencias, pero para el que tiene el alma despierta y añora cosas que no puede ver, la felicidad va a ser la búsqueda de elementos afines a su naturaleza superior, y buscará no tanto el placer material, sino el placer del alma. Las almas más sensibles son más felices en la medida en que estén en contacto con la belleza o la justicia. Platón nos va a hablar también de que, en la combinación de esas dos partes, se mezclan varios metales: hierro, bronce, plata y oro, en proporciones distintas para cada ser humano. Lo importante es que cada uno encuentre y descubra su propia naturaleza, y se conozca a sí mismo para que pueda encontrar su destino.
Epicuro compara la filosofía con la medicina, con la misión de curar el alma, devolverle la salud que le ha sido arrebata por las adversidades que trae consigo la existencia. Es mucho más que una teoría y un saber objetivo, es una actitud personal, una actividad que proporciona felicidad a la vida; que, a la manera de las medicinas al cuerpo, aporta salud al alma. La filosofía se presenta como la solución a los problemas que el hombre está enfrentando constantemente; por esto, la filosofía en Epicuro es algo que no se queda encerrado en una academia o que queda escrita y guardada, sino un estilo de vida, que día a día se va construyendo a medida que se existe en el mundo.
La filosofía de Epicuro descansa en la necesidad de calmar la angustia del hombre corriente. Trata de combatir el miedo que el hombre siente, fundamentalmente por la conciencia de su mortalidad, convenciéndolo de que la muerte se inserta en el ciclo natural de las cosas, tratando de que acepte la mortalidad como algo desprovisto de elementos sobrenaturales y terroríficos, ya que la condición básica para disfrutar de la tranquilidad epicúrea es aceptar los hechos naturales tal como son.
Esto vale para aquellos que sienten que su vida es observada y manejada por las decisiones divinas, causando un temor constante a la hora de actuar en la cotidianidad buscando agradar a la divinidad y evitando enfurecerla con acciones indignas. Con respecto a la muerte, Epicuro está en contra de que el hombre se llene de intranquilidad y dolor por una realidad que aún no llega, de que el pensar en la muerte le nuble su presente y tenga así la visión de un dramático porvenir. Por esto recalca que no se debe temer, ya que hombre y muerte no se van a encontrar cara a cara. El peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente nosotros no existimos. Así pues, la muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los segundos, estos han desaparecido ya.
Podríamos seguir con muchos autores más, pero, aunque todos ellos tengan sus propias ideas y pensamientos sobre la ética y la moral, lo que tenemos que tener en cuenta como filósofos es que ellos vivieron una vida plena, y a pesar de todos los problemas lucharon por defender esas ideas. Pero, sobre todo, a su manera, trataron de que el ser humano fuera evolucionando, fuera elevando su conciencia para ponerse en contacto con su parte más elevada.
Estética
«Toda forma auténtica de arte es una vía de acceso a la realidad más profunda del hombre y del mundo» (Juan Pablo II).
La palabra estética deriva del griego aisthetike, que significa ‘lo que se percibe mediante sensaciones’ y que deviene del sustantivo aisthesis, ‘sensibilidad’. Por ello, la estética es una rama de la filosofía que se caracteriza por estudiar la esencia de lo bello y de la percepción de la belleza del arte.
La estética no es un concepto inmutable, sino que cambia según los contextos históricos, geográficos o culturales. Lo que para una época o una cultura puede ser considerado bello o artístico, para otra puede ser visto como feo o vulgar. Los cánones de belleza han cambiado a lo largo del tiempo, así como los criterios para valorar una obra de arte.
El sentido de la belleza es algo innato desde la creación del hombre, y sus orígenes se remontan a la prehistoria. A través del arte y de los instrumentos de uso cotidiano que han llegado a nuestros días podemos distinguir cómo ya entonces existía una preocupación por la belleza.
Por ello, el concepto de estética y belleza ha ido evolucionando junto a la evolución del ser humano. Al principio quizá no se le daba demasiada importancia a la estética o belleza, pues toda su energía estaba destinada a la tarea de supervivencia
Con el tiempo, la supervivencia fue haciéndose más fácil y el ser humano empieza a desarrollar una sensibilidad hacia las formas que contempla, formas que no dudará en reproducir a su manera y que podemos contemplar en los monumentos, pinturas, y tumbas de la época. Estamos ante la aparición de la belleza y la estética.
Restos escultóricos nos muestran a mujeres con sus órganos reproductores muy marcados (pechos, vientres, caderas anchas) para, de alguna manera, facilitar el alumbramiento y, por ende, la perpetuación de la especie. Ellas eran el prototipo de belleza.
Con el arte paleolítico rupestre, la representación de lo real, animales salvajes en particular, alcanza tal grado de perfección que nos encontramos ante verdaderas obras maestras por la vivacidad y realismo de sus figuras. Estas pinturas rupestres nos muestran hasta qué punto el artista prehistórico domina ya la figuración; el dibujo de un bisonte expresa el conocimiento que el cazador prehistórico tiene de este animal.
Para los egipcios, el canon de belleza y estética estaba representado por la proporción y la armonía, lo cual ha quedado reflejado en todos sus monumentos y pinturas de la época.
El cuerpo humano debía estar armónicamente proporcionado y le daban especial relevancia a las pinturas y adornos tanto en las mujeres como en los hombres. La concepción de la belleza se manifiesta curiosamente en el arte dental egipcio, donde aparecen construcciones de dientes artificiales de marfil primorosamente tallados por artífices especializados; algunos de estos dientes han sido hallados en las tumbas de los faraones.
El concepto de belleza en Grecia no solo consideraba lo exterior de las formas del cuerpo humano, sino también la belleza del alma. Un ser humano bello debía conllevar un alma bella y un cuerpo armónico por las cualidades que los dioses poseían y que se extendían a los mortales.
Lo bello en el pensamiento griego se entendía como un concepto objetivo, lógico y racional, asociado a las leyes de la naturaleza. Para que la obra del hombre fuese considerada bella, esta debía responder a cánones semejantes a las leyes eternas que rigen el comportamiento de la naturaleza.
En la escuela pitagórica se creó una fuerte conexión entre las matemáticas y la belleza. Se dieron cuenta de que los objetos que poseen simetría son más llamativos; por ello, se entendía al cuerpo humano como símbolo de belleza si guardaba una relación simétrica en todas sus partes.
Aristóteles es capaz de definir la belleza como «aquello que, además de bueno, es agradable»; considera, de igual forma, que se puede encontrar belleza en aquellas cosas que no sean bellas, y lo sería entonces su imagen, no debiendo existir ningún tipo de censura, ya que incluso en las emociones más exageradas —la piedad o el miedo en una tragedia— se pueden llegar a reconsiderar estas emociones y, por lo tanto, convertirlas en bellas.
Por otra parte, Platón habla de una belleza real y una belleza abstracta, considerando la Belleza como una idea, que existe independientemente de las cosas bellas. En el mundo podremos ver la belleza, pero solo adentrándonos en ella podremos conocer la Belleza verdadera, que es aquella que reside en el espíritu. Lo terrenal, la belleza del mundo, es tan solo una manifestación de la belleza espiritual.
Para Platón el arte es una imitación, el artista copia lo que percibe, que, a la vez, es una imitación de la Forma verdadera. De manera que un artista está alejado dos veces de la Verdad.
Plotino, dentro de sus Eneádas, dedica tres tratados al tema de la estética: Nos dice que hay una belleza sensible, que puede ser captada a través de los sentidos de las cosas exteriormente bellas. Podemos ver lo bello, oler lo bello, sentir lo bello, es una belleza más física.
Por el contrario, hay una belleza superior que se puede percibir a través de los hábitos, las actitudes, las acciones, la generosidad, y también a través de la ciencia y la comprensión de las leyes naturales.
Y finalmente, nos habla de una belleza arquetípica, esa que Platón ubica en el mundo de las Ideas. De este arquetipo de belleza se desprende el resto de la belleza del mundo. Es decir, que como en todas las cosas, incluido el ser humano, vamos desde una parte material a una parte más elevada hasta que entramos en contacto con los arquetipos.
La estética medieval es principalmente teológica: la belleza sirve para expresar las verdades cristianas. La belleza está en la expresión, no en las formas.
En las figuras medievales se pierde interés por la realidad, las proporciones, la perspectiva. En cambio, se acentúa la expresión, sobre todo en la mirada; los personajes se simbolizan más que se representan. El arte tiene una función social, práctica, didáctica. Es un arte simbólico, donde todos sus componentes (espacio, color, iconografía) tienen un significado, generalmente religioso.
En esta época, la belleza es comprendida y argumentada a partir del reconocimiento de que la belleza terrenal y su disfrute en la contemplación pueden hacernos perder, distraernos, de una belleza infinita más verdadera y única.
Renacimiento
El Renacimiento fue una explosión de pintura, escultura, ciencias y matemáticas. Los conceptos más básicos de esta época son conceptos ya establecidos en épocas anteriores. Las ideas estéticas del Renacimiento están basadas muchas de ellas en ideas vistas en Grecia, sobre todo en las de Platón. La estética renacentista es armonía y perfección.
Es bello todo lo que es conforme a la razón, pero también aquello que agrada a la vista, el aspecto de las cosas. La finalidad del arte es la belleza, y el medio para conseguirla es la «imitación». Aunque el arte tiene el inicio en la mente del artista, provoca conmoción en sus receptores. Para que el artista pueda conmover al público, tiene que experimentar conmociones, expresarlas y representarlas.
Durante esta época, se sigue conservando la concepción de belleza griega, se admira la medida, la grandeza y la claridad. Se adora las obras perfectas desde el punto de vista formal. Esta concepción racional se basaba en los cálculos, proporciones numéricas y modelos geométricos.
Sostenía que el hombre es la medida del arte, es lo que fija la escala. Los planos y proporciones de una iglesia tienen que corresponder a las proporciones y formas del cuerpo humano. Y el cuerpo humano bien construido debe estar formado por sencillas figuras geométricas.
Leonardo da Vinci fue pintor, escultor, arquitecto, ingeniero e inventor. Su profundo amor por el conocimiento hizo que tratase de abarcar todas las facetas tanto artísticas como científicas.
Su influencia más notable es la platónica. Hace especial énfasis en la luz, en la iluminación, en los volúmenes y en el brillo. Leonardo dijo en una ocasión: «Nunca se encontrará invento más bello, más sencillo o más económico que los de la naturaleza, pues en sus inventos nada falta y nada es superfluo».
Miguel Ángel, pintor, escultor y arquitecto, fue otro genio del Renacimiento. Autor de numerosas obras, como la Capilla Sixtina, el David o La piedad. él decía que la belleza externa de las cosas es reflejo de una belleza superior. Su obra responde a los ideales de estéticos de unidad, armonía y perfección.
Como anécdota, podemos citar que en su obra La piedad, que representa el momento en que la Virgen recoge el cuerpo de su hijo muerto, lo que se puede recalcar de esta perfecta obra de arte es la juventud de la Virgen, la cual se ve tan joven como el hijo. Sobre esto Miguel Ángel respondía: «las personas enamoradas de Dios no envejecen nunca».
Es decir, el ser humano que ha evolucionado, que ha ido elevando su conciencia tampoco envejece, porque sus sueños, su alma tampoco envejecen.
Epílogo
Hemos visto en este escueto trabajo cómo, de alguna manera, la ética y la estética van de la mano. Pero también somos conscientes de que hoy en día se han perdido muchos valores. Ni la estética es lo que era, ni la ética tampoco.
Por todas partes vemos los efectos, o mejor dicho los defectos, de esta falta de valores. La ética nos habla de corrupción e incluso hay agresiones verbales y físicas.
La estética sigue el mismo camino. Aunque una minoría sigue visitando los museos y deleitándose con verdaderas obras de arte, la mayoría llaman arte a cualquier cosa, y se pagan enormes sumas de dinero por cuadros y esculturas de autores que no tienen pies ni cabeza, que no sabes cómo mirarlas, y a veces peor aún, sin saber con qué están pintadas.
Pero en todas las civilizaciones ha habido etapas de auge y etapas de decadencia. Etapas en las que las civilizaciones mueren de alguna manera, para poder resurgir con más fuerza.
Entonces, ¿no podemos hacer nada, debemos conformarnos con esta mediocridad, con esta falta de valores? Rotundamente no, no debemos conformarnos.
Pero la filosofía ¿por dónde empieza? Obviamente por abajo, por el ser humano. ¿Cómo? Enseñándole una filosofía práctica que lo lleve a conocerse, a comprenderse, a conocer las leyes de la naturaleza y del universo. Que poco a poco vaya conociendo sus miedos, sus defectos, sus virtudes, y enseñándole también que existen unos arquetipos atemporales para que poco a poco pueda elevarse un poco más hacia esos ideales.
Cuando vayamos de alguna manera transmutándonos, empezaremos a darnos cuenta de que no somos un hombre o una mujer, sino una dama y un caballero que están dispuestos otra vez para la lucha. Para esa lucha de volver a traer de nuevo los valores atemporales, donde vuelvan a reinar otra vez lo bueno, lo bello, lo justo, lo noble, donde la ética y la estética se vuelvan a unir de nuevo y donde triunfen nuevamente esos arquetipos.
La estética volverá a ser bella porque no solamente será reflejo de la belleza de su arquetipo, sino que también será reflejo de una moral y una ética también bellas. Porque no puede haber belleza fuera si no hay belleza dentro. Tratemos de ser cada día un poco más buenos, un poco más justos, un poco más bellos.
Nos dice Plotino que: «los hábitos, costumbres y virtudes bellas como la solidaridad, la justicia, la generosidad o la templanza nos despiertan y nos permiten captar esa belleza arquetípica».
Bibliografía
La República. Platón. Ed. Alianza.
Manual de estoicismo. Epicteto. Ed. Edaf.
Ética nicomáquea. Aristóteles. Ed. Gredos.
Introducción a la ética griega. Christopher Rowe. Ed. F. C. E..
Obras completas. Epicuro. Ed. Cátedra.
Muy Interesante Historia, n.º 04, «Orígenes del pensamiento griego».
Muy Interesante Historia, n.º 166, «La Edad de Oro de Grecia».