Y por fin llego abril. Los fans de DMBK, entre los cuales me incluyo, esperábamos ansiosos la llegada de su nuevo disco Bolsa amarilla y piedra potente. Los dos singles de adelanto nos hacían presagiar sorpresas agradables. Por una parte, La fuente al más puro estilo stoner, un chorro de energía fácilmente identificable con DMBK. Y la sorprendente Manguara, con inclusión de sintetizadores y la voz de Dandy Piranha dándolo todo.
Sigo al grupo casi desde sus inicios y me impactaron gratamente al escucharlos por primera vez con su Nana, homenaje a Camarón. Aparte de su calidad musical, el sonido que aportan al rock es bastante original. Sus influencias son fácilmente identificables: rock psicodélico, stoner, toques progresivos y matices de flamenco, aunque, como ellos dicen, cuando alguna canción se parece demasiado a Triana, la desechan. Tampoco esconden su predilección por King Gizzard & The Lizard Wizard (grupo australiano de rock psicodélico).
En su primer disco hay verdaderas joyas, como SamarKanda o Grecas; con esas maravillosas partes centrales instrumentales mezcla de psicodelia y progresivo, vamos la «kinkidelia». De Hilo negro es difícil destacar algún tema: todos son buenísimos.
Con Bolsa amarilla y piedra potente aún estoy en la fase de asimilar los nuevos sonidos. Tras escuchar varias veces el disco me han impactado, además de La fuente, Ef Laló, con claras reminiscencias a Lole y Manuel, Pétalos, con esos riffs del final sublimes, y el tema que he escogido para el filo-rock de hoy: Prodigio.
Tratar de desentrañar el significado de sus letras es tarea harto difícil. Ese es uno de los propósitos de Dandy, letrista de la banda. Las metáforas presentes en las composiciones son algo premeditado; seguramente también eso forma parte de la kinkidelia. Sin embargo, en Prodigio nos cuenta una moderna versión de las Bacantes de Eurípides.
Ya cayó la noche y bailaran
como las fieras.
La hiedra va trepando en el altar.
De boca en boca corre el vino del ritual,
la muerte nunca llegará.
Una mirada a Grecia
Las bacantes eran mujeres sagradas que el dios Dionisos habría llevado y traído de India en su viaje. Más tarde recibirían este nombre todas las jóvenes que intervenían en su culto. Se les atribuye una serie de prodigios. Entre otras cosas, tenían una fuerza sobrehumana y la capacidad de hacer brotar fuentes de agua. Para ello se ayudaban del tirso, una vara con hiedra entrelazada que acaba coronada con una piña de pino cargada de semillas. Simbolizaba la fecundidad y la abundancia de la vida. De ahí su relación con el agua y las fuentes.
En el mundo clásico, lo que conocemos como dioses no eran un invento de los seres humanos ante el miedo a la muerte o a las fuerzas de la naturaleza, tal como pretenden hacernos creer ciertas corrientes críticas con el llamado paganismo. Para los antiguos griegos y romanos, los dioses eran potencias naturales vivas que existían independientemente de los seres humanos. Ocuparon el centro de su civilización y de sus existencias, eran realidades trascendentes que influían en sus vidas y también en su arte y su filosofía.
Utilizaban los mitos para hablar de sus dioses. Los mitos introducen símbolos, y estos sirven para explicar la relación entre el mundo de los arquetipos platónico y nuestro propio mundo. El mito utiliza un lenguaje primordial. A través de imágenes y metáforas tratan de acercar profundas enseñanzas a la vida cotidiana del ser humano. Para comprender la sabiduría que contienen, es aconsejable dejar de lado las ideas preconcebidas y tratar de comprender el lenguaje que expresan los símbolos.
En el mito de Dionisos se describe una serie de ceremonias en las que participaban las bacantes, donde pasaban una serie de fenómenos que se alejaban de lo que llamaríamos normal. Se ha querido interpretar que este furor en el caían las bacantes era causado por drogas y excesos en el alcohol, así como el desenfreno sexual.
Esa mala interpretación del culto al dios hace que comúnmente solamos entender la parte más burda de Dionisos, su relación con el vino, las juergas… Pero, en realidad, el culto a este dios es de difícil comprensión. Sus ritos mistéricos eran muy esotéricos.
Para que podamos entenderlo mejor, sería algo similar a como si dentro de miles años encontráramos un texto describiendo el ritual de la eucaristía y la única interpretación que pudiéramos concebir consistiera en que en ese rito «se comía el cuerpo y se bebía la sangre» del fundador de la religión. Es evidente que estamos hablando de símbolos que encierran un significado espiritual y trascendente.
El culto a Dionisos donde participaban las bacantes consistía en ceremonias religiosas solo para mujeres. Curiosamente, las malas interpretaciones de estas ceremonias, referidas solamente al contenido sexual, están hechas por hombres que no tuvieron acceso a ellas; por tanto, debemos desconfiar de estas interpretaciones.
Para la religión griega, Dionisos es símbolo de lo bueno y lo bello que tenemos dentro, que nos hace buscarlo incansablemente fuera. Nuestra parte dionisiaca sueña con crecer y elevarnos interiormente.
Hijo de un dios, Zeus, y una mortal, Semele, es la semilla de lo divino en el ser humano. Para los griegos también representaba la virtud del entusiasmo, que significa estar inspirado por la divinidad.
Si un ser humano está inspirado por un dios (está entusiasmado), parecerá que es un loco para los humanos. Platón nos explica en su diálogo Fedro o de la Belleza, que los antiguos, cuando le pusieron nombres a las cosas, no consideraron ese tipo de «locura» como algo vergonzoso ni como algo despreciable, siempre que tuviera origen divino.
Muchos grandes personajes de la historia o de la ficción estuvieron «poseídos» por esa locura dionisiaca. Y ese era el sentido de las ceremonias dionisiacas: escapar por un momento de lo cotidiano e intrascendente y rozar por un instante lo eterno, lo que perdura más allá del tiempo.
Dionisos es también símbolo de la eterna juventud, la juventud del alma, que es capaz de superar los cambios de la vida, más allá de los problemas, de los altibajos, de las enfermedades, de la vejez física.
Si repasamos la historia, nos daremos cuenta de que los grandes personajes que causaron impacto en la evolución de la humanidad estuvieron poseídos por ese furor dionisiaco que es el entusiasmo. Todos tenemos una parte divina, hija de Zeus, y una parte humana, hija de Semele. La elección es clara: participar de la locura dionisiaca y olfatear el perfume de lo divino o podemos conformarnos con lo cotidiano, que, aunque es humano, no permite traspasar nuevos horizontes.
Hay una gran diferencia entre ser arrastrados por la historia y ser partícipes en la construcción de un mundo mejor.
Es nuestra gran elección.