Quizás cuando en las Profecías de Juan XXIII1 leemos casi al final, «Siete de Grecia al mundo, después de la visión. Y palabras nuevas conquistarán la tierra. Repetidas por Cristo. Repetidas por sus nuevos hijos. Será un momento de renacimiento y de grandes cánticos», quizás se refiera a los mismos siete sabios griegos que vemos representados en un gran mosaico en el Museo Arqueológico Nacional en Mérida.
Recordemos que estos siete sabios griegos, entre los que se incluye a Tales de Mileto, Solón de Atenas, Cléobulo de Lindos, Biante de Priene, Periandro de Corinto, Pítaco de Mitilene y Quilón el lacedemonio, son un nombre genérico, dado que la lista incluye unas veces a unos nombres y otras a otros, aunque algunos como Tales de Mileto están siempre. Es quizás una forma de representar a los sabios perfectos (o sea, grandes Iniciados) que estuvieron detrás del renacimiento del alma griega y de su paideia, y cuya acción floreció en el siglo de oro de Pericles extendiendo su perfume por todo el helenismo alejandrino, romano e incluso durante la Edad Media, el Renacimiento y después. La acción de estos misteriosos y ocultos siete sabios griegos sería evidente en el llamado nacimiento de la filosofía con los presocráticos, y quizás algunos de los nombres referidos (Tales, Quilón…) sean los suyos realmente o los de sus discípulos.
Si la profecía de Juan XXIII es cierta, habiendo sido la visión en 1935, indicaría la presencia creciente de su alma y sabiduría en un nuevo impulso y conformando núcleos que se conviertan en guardianes y corazón expansivo de los valores eternos que, precisamente, atribuimos al alma griega, tan bien condensada en la Acrópolis de Atenas, y en máximas como «Guarda la medida», «Conócete a ti mismo», «No tengas prisa por hablar jamás», «Nada en exceso», «No desees lo imposible», etc.
Los siete sabios han sido repetidamente evocados en mosaicos, como este de Mérida, o junto a Sócrates (que se convertiría así en un octavo), rodeando a la musa Calíope, en Baalbek.
Afortunadamente, en este mosaico no hay ninguna duda, pues los nombres de los sabios aparecen en sus letras griegas junto a ellos.
El mosaico fue descubierto en 1982 en una casa romana cercana al foro provincial de Mérida. Como vemos en la imagen, está enmarcado por una serie de bandas y motivos de hojas de hiedra (símbolo de la inmortalidad), flores de cuatro pétalos formadas por círculos secantes, triángulos dentellados, ajedrezados blancos y negros con pequeñas flores o rosáceas en el centro, y formas como de baldosas con cruces, en cuadrados blancos inscritos en otros negros. Los siete sabios griegos forman el «cielo» de la composición, y el tamaño de las figuras es mayor. Simbólicamente indican lo que sucede en el mundo real, de las causas, en lo inteligible, que es donde está viva su presencia.
La «tierra» de la escena, el aquí y el ahora, es la parte inferior del mismo mosaico, y es lo que sucede en el tiempo, en el reino de las causas y efectos que se suceden, entrelazándose.
Esta escena del mosaico ha sido interpretada como un encuentro entre Agamenón, a la izquierda, Aquiles guiado por Ulises y una dama a quien se identifica con Briseida. Así lo dijo en el año 1988 el especialista Jose María Álvarez Martínez, y a partir de ahí, todos han repetido sin ninguna duda ni examen real la escena.
Pero lo primero que debemos destacar es que el mismo José María Alvarez no lo tiene muy claro2, y duda en su artículo sobre si será o no. No hay ninguna escena en la Ilíada que se corresponda con esta imagen. No tiene claro si el gesto de la mano derecha es una amenaza o un saludo (que es lo que más parece). Semánticamente es incongruente, porque Aquiles nunca dio explicaciones ni disculpas ni amenazó a Agamenón, simplemente consideró injusta su decisión, y no quiso combatir. «Canta, oh diosa, la cólera del Peleida Aquiles…». No lo menciona, pero tampoco tiene sentido que destaque los nombres de los siete sabios griegos y no indique quiénes son los que están en la parte inferior de la escena, pues los héroes homéricos no eran considerados menos que los sabios griegos en el mundo romano, y menos en el griego. Que al mosaico se le feche a finales del siglo III o en el siglo IV d. C. no varía esto.
Examinando con atención el mosaico, veo claramente que no está alzando la mano en amenaza, ni saludando a la manera romana, sino que está ¡haciendo un juramento! Se observan perfectamente los dedos meñique y anular plegados, y apuntando con el índice y el medio, según fue siempre y aún es gesto de juramento y bendición. Un gesto poderoso y polivalente en significados actualmente, que lo vemos en el cetro de los reyes de Francia, o, por ejemplo, en el cuadro de El Salvador del Mundo de Leonardo da Vinci.
Retrato de Hugo Capeto (941-996), rey de Francia, por Charles Steuben (1788-1856).
Esto exige un giro de 180 grados en la interpretación del Mosaico de los Siete Sabios de Mérida. Parece claro que lo más importante son, en sí mismos, «los siete sabios griegos», concepto casi equivalente a Alma Griega o Sabiduría en Acción (simbolizada por la misma diosa Atenea), y que la escena inferior está supeditada, o que se hace en función de los mismos.
Por otro lado, la figura de la izquierda es más grande que las otras. Salvo la dama, los tres están casi desnudos. Recordemos que, en la Antigüedad clásica, las representaciones desnudas indicaban a los dioses, o en este caso la condición divina. Ocasionalmente, los héroes (como hijos de los dioses) o el emperador podían aparecer desnudos o casi. Creo que en este mosaico se refiere, no a la persona, sino al alma divina de las figuras que están en el medio, pues es en una ceremonia de juramento y consagración. Y la más grande sería el mismo dios Marte, con su casco, su lanza y puesto el pie sobre una roca (dominio del espíritu sobre la materia o de la actividad sobre la inercia), un gesto de poder, de gran combatividad y, no solo el arte antiguo, sino incluso la imaginería popular actual representan así al dios de la guerra o a quien le emula. El gesto de dominio viril, marcial, de quien ha subido a la montaña, a la roca, y se mantiene en ella contra todos los enemigos. O de quien la guarda, rodeada en llamas, como Wotan, velando el sueño de la valquiria Brunhilde, la Sabiduría, el equivalente germánico de la diosa griega Atenea.
Siendo esto así, la escena evocaría una ceremonia de consagración al dios Marte, del impulso del alma, pero ante los ojos de la Sabiduría. O sea, un juramento para combatir por las causas de la sabiduría, que son las de la justicia, la bondad y la verdadera belleza, ya que con los clásicos podemos afirmar que la sabiduría es el alma encarnada y activa de todas ellas. Repito, una consagración del poder del alma y de su ímpetu, el dios Marte-Dionisos3, para combatir por lo que un místico dijo que es «el plan de Dios», la evolución, el progreso anímico y real de la humanidad. Allí está el joven que se consagra, ahí está el más maduro y experimentado, quien le guía ante el dios, y la dama, que como en los ritos de caballería representa, como dice el Quijote con Dulcinea, el alma misma del caballero que se consagra a la justicia, el doble luminoso que acompaña sus actos más heroicos y esforzados, «la humilde vigía de los pasos de un guerrero» de la bella canción que le es dedicada. Los actos de quien combate por la sabiduría irán «iluminando todos los colores de su velo».
Los siete sabios y lo que significan hacen de bóveda del templo, como en la bóveda de la noche los mil ojos de eternidad que nos sonríen y guían en medio de nuestra difícil jornada. Porque en esta concepción filosófica y mistérica, el alma siempre es un peregrino que retorna a casa. La suma de todos los caminos de retorno del alma humana es lo que llamamos «evolución».
1 Asombroso libro de revelaciones entregadas al periodista italiano Pier Carpi por un extraño, y pronunciadas en trance, según el mismo, por quien luego sería el papa Juan XXIII (Angelo Rocalli).
2 Ver al respecto las afirmaciones de incerteza que hace en su mismo artículo https://www.academia.edu/6067564/El_mosaico_de_los_Siete_Sabios_hallado_en_M%C3%A9rida
3 Una forma de Marte o Ares asociada al entusiasmo (cuya etimología es «Dios en nosotros», en-theos), al gran poder divino actuando en el alma humana para crear y combatir por lo que es justo, noble y bello.