Hemos tenido la oportunidad de presenciar los Juegos Olímpicos de París 2024. Hemos sido espectadores de auténticas proezas gimnásticas en prácticamente todos los deportes que forman parte de los Juegos. Pero… ¿era esa la esencia, la idea central de aquellos viejos juegos que rescató del olvido el barón Pierre de Coubertin?
Han pasado casi 3000 años desde que el rey Ífito de Elida recibiera la recomendación del oráculo de Delfos de «recuperar los Juegos de la Paz», misión que veía muy complicada dados los continuos enfrentamientos entre las ciudades-Estado vigentes en aquellos tiempos, hasta que consigió pactar con Cleóstenes de Pisa y Licurgo de Esparta la Ekecheria o tregua sagrada:
«Olimpia es un lugar sagrado; el que se atreva a pisar esta tierra con fuerzas armadas será condenado como impío. También es impío aquel que no castigue un delito si está en sus manos poder hacerlo» (texto escrito en forma circular y concéntrica en un disco de hierro que se guardaba en el templo de Hera, esposa de Zeus y señora de la palabra empeñada y de los juramentos).
Es obvio que aquellos Juegos antiguos que se celebraban en la Grecia arcaica y clásica hoy han perdido la capacidad de detener las guerras, han perdido gran parte de su esencia con el transcurrir implacable de Cronos, el tiempo cronológico. Pero Aión, el tiempo eterno, ha querido conservar una pequeña parte de aquella esencia, y es evidente que «algo mágico» queda en los Juegos, antaño sagrados…
Son muchos los atletas que han participado en los Juegos Olímpicos modernos desde Atenas 1896 hasta París 2024 y no aciertan a definir lo vivido en los Juegos, pero todos, absolutamente todos, coinciden en definirlo como «algo especial y diferente a cualquier otra competición atlética». Si miramos con los ojos del alma aquellos viejos Juegos Olímpicos, vamos a poder rescatar de las voraces fauces del tiempo pequeños tesoros de conocimiento para poder vivirlos cotidianamente y hacer que en cada día de nuestra vida haya un Kairos que descubrir.
Ya sea en la grandes casas del saber o en los Juegos, se trataba de brindar una formación integral y global para los jóvenes, desde lo místico hasta lo cotidiano. Esa idea la recuperó el barón Pierre de Coubertin, al lanzar el lema: «mens férvida in corpore lacertoso», que resume en acertada frase la finalidad principal de aquellos Juegos sagrados.
El deporte en sí, sin una finalidad pedagógica y práctica, era desconocido por nuestros antepasados. Como vemos en la gesta de Filípides al recorrer 492 km (ida y vuelta de Atenas a Esparta) en 96 horas para pedir ayuda a los espartanos contra los persas. La carrera de largo alcance y resistencia servía para llevar mensajes de importancia política y militar, además de permitir a quien lo realizaba una vivencia que se grababa a fuego en su alma, pues imaginemos qué debió sentir Filípides al concluir su hazaña heroica rebosante de generosidad, con el fin de ayudar a sus compatriotas. Seguramente, algo muy parecido a la gloria que sienten los que son rozados por las alas de Niké: «Diosa alada que desde el Olimpo, donde habitas, trazas con la estela de tu vuelo, un sendero vertical para nuestras conciencias…».
Los Juegos sagrados ayudaban a cimentar una base moral y ética en todos los participantes. El actual lema olímpico Citius, Altius, Fortius, Communiter, refleja muy bien la altura moral que se buscaba y se busca conseguir.
Citius: no solamente más rápido en la carrera, sino también en el sentido de rapidez, de comprensión, de la vivacidad de la inteligencia.
Deportista es todo aquel que no solo ha vigorizado su musculatura y ha desarrollado su resistencia por el ejercicio de algún deporte, sino que en la práctica de ese ejercicio ha aprendido a reprimir su cólera, a ser tolerante con sus compañeros, a no aprovechar una vil ventaja, a sentir profundamente como una deshonra la mera sospecha de una trampa, a tener una actitud alegre bajo el desencanto de un revés.
Altius: más alto, no solamente con relación a una meta deseada, sino también para el perfeccionamiento moral del individuo.
Altius nos ayuda a comprender a nivel mental estados internos de conciencia que antes estaban ocultos. El que comprende la vida sufre menos. Su conciencia se ha elevado y por eso es capaz de comprender. Desde el punto de vista del atleta formado en estos conceptos morales y éticos, hay dos tipos de experiencias: las buenas experiencias y las experiencias. La derrota es necesaria en nuestra formación. El dolor es necesario para la condición humana. La ignorancia es necesaria para el combate con la sabiduría, esto forma parte de la vida y del camino del ser humano. La derrota y la victoria son estados de conciencia, no es algo objetivo que sucede, aunque parezca que sí. Ante lo que se suele llamar derrota, si un ser humano ha combatido bien, no puede haber nunca un fracaso. Es algo que pasa por fuera, pero no por dentro de uno mismo.
El atleta filósofo es el que se alimenta bien en todos los planos. Trabaja con las manos, el corazón y la mente. Lo que comparten el atleta y el filósofo es que ambos pueden vivir la gloria. No es un don, es una conquista. Solo la victoria bien asimilada nos puede dar una idea de lo que es la gloria. Solo el que se vence a sí mismo puede llegar a ella.
Fortius: no solamente más osado en las luchas dentro del ámbito deportivo, sino también en la lucha vital. Los griegos llamaban a esta virtud Megaloprepeia (magnanimidad), renunciar a las comodidades cuando el mundo «olímpico» llamaba.
Como aconsejaba el filósofo estoico Epicteto a un discípulo:
«Querías vencer en los juegos olímpicos. También yo, en verdad, pues ¡vaya, que hermoso! Pero examina bien, de antemano, lo que precede y lo que sigue a una empresa semejante. Puedes emprenderla después de este examen. Tendrás que someterte al régimen disciplinario y alimenticio y abstenerte de golosinas, hacer ejercicios en las horas señaladas, haga frío o calor; beber agua y vino, solo moderadamente; en una palabra, es preciso librarse sin reserva al ejercicios diario como si del médico se tratase, y después de todo esto, participar en los juegos.
Allí, puedes ser herido, descoyuntadas las piernas, ser humillado, y, después de todo esto, ser vencido.
Cuando hayas sopesado todo esto, ve, si tú quieres, y hazte atleta».
Communiter reúne las anteriores virtudes en la práctica de la convivencia y en la búsqueda incansable de la fraternidad universal.
Para hacer realidad Communiter, hay que ser muy olímpico, y como definía Coubertin, «si alguien me pidiese la fórmula mágica para ser olímpico, le diría: la primera condición es estar alegre».
Platón, en su diálogo Menón, con respecto a la sabiduría, dice: «todo lo que el alma se esfuerza o soporta bajo la guía de la sabiduría termina en felicidad».
Sócrates argumenta que no vale la pena vivir si el alma está arruinada por la maldad. Sócrates piensa que la virtud es necesaria y suficiente para la felicidad. Una persona que no es virtuosa no puede ser feliz, y una persona con virtud no puede dejar de ser feliz.
Luego estar alegre es un estado de conciencia mediante el cual nos acercamos al arquetipo de la belleza, o sea, mediante la alegría desarrollamos una de las fuerzas latentes en nosotros, porque desarrollamos aquello que los antiguos griegos denominaban la «Afrodita de oro».
Ese esforzarse por ser y estar alegres desarrolla en el ser humano la capacidad del entusiasmo.
Entusiasmo y alegría interior dan como resultado un elemento valiosísimo para la formacion del atleta filósofo del pasado y del futuro: moral de victoria.
Para finalizar, unas palabras del profesor Jorge Ángel Livraga, inspirador de muchos atletas filósofos:
«Quiero recordaros que las Olimpíadas no eran simples actuaciones gimnásticas en la Antigüedad, sino que eran eventos religiosos e incluso psicopómpicos; los juegos y las carreras se utilizaban muchas veces tras la muerte de los reyes para vitalizarlos. Hacía falta revitalizar el mundo, y para revitalizar el mundo hacía falta correr, mover los brazos, llegar a determinadas metas. Un Juego Olímpico no es un juego tan solo, sino que de alguna forma es la vida misma; la vida también es un juego. En la vida también clavamos los pies en la tierra, nos cuesta caminar, sufrimos vientos contrarios, tenemos una dura competencia, los músculos duelen, a veces la voluntad afloja, a veces quisiéramos tirarnos en el suelo a descansar con un ¡basta! ¡Basta! ¡Basta! ¡Por favor, basta…! Y, sin embargo, hay algo dentro que nos dice ¡yo puedo! ¡yo puedo! Y así seguimos caminando y seguimos marchando hasta que llegamos a la meta. Si descendemos hacia el fondo de nosotros mismos, vamos a percibir que el triunfo está en nuestros propios corazones…».