Parece que la cercanía del melancólico otoño ha inspirado a nuestros colaboradores, elaborando entre todos la misteriosa paradoja de ser capaces de comprender y vivir la diversidad, siendo capaces a la vez de concebir la unión de lo que parece tan distinto para, así, ascendiendo, vislumbrar ese Uno inefable que los sabios antiguos mencionan un tanto enigmáticamente. En efecto, la unidad puede establecer una dialéctica vital con la diversidad, hasta el punto de que no es posible que exista una sin la otra.
La mejor manera de comprender este misterio es la reflexión sobre cómo se desarrolla nuestra vida en medio de esa tensión de contrarios, llamados a la armonía. Con frecuencia, nos turba la tendencia al enfrentamiento entre los seres humanos, hasta qué punto somos capaces de la destrucción total con tal de que prevalezca el criterio o la visión del mundo frente a los demás. Da la sensación de que es más fácil decantarse por lo diverso que por lo unificador, aunque intuimos que lo que nos une es mejor que lo que nos separa.
Viene en nuestra ayuda la experiencia de la unidad, que se encuentra con más frecuencia de lo que creemos. En este número de Esfinge, hay muy buenos ejemplos útiles: por ejemplo, cuando comparamos tradiciones de diferentes épocas y tradiciones que se encuentran expresando una misma concepción de lo que es o lo que puede ser; o cómo la poesía, con su ritual de belleza, nos acerca a todos, salvando épocas remotas y lugares lejanos.
Es como si hubiese un mismo anhelo de unidad perenne en todos los seres, lo cual es reconfortante en una época de enfrentamientos e intolerancia.
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