El término inteligencia emocional lo puso de moda el psicólogo y escritor norteamericano David Goleman cuando, en 1995, publicó un libro con ese mismo título que fue best seller mundial.
Pero la verdad es que el tema de las emociones ha sido tratado por diversos autores a lo largo del tiempo. En concreto, el filósofo Spinoza, en el siglo XVII, ya trató este tema de las emociones y su importancia en el ser humano y su relación con la libertad personal o libre albedrío.
Spinoza habla de afectos, o sea, de elementos que afectan a nuestro cuerpo en el sentido de que pueden potenciar nuestra acción o disminuirla. Por ejemplo, la alegría (que no la felicidad) es una emoción que no depende de nosotros (es decir, de la que nosotros solo somos causa parcial) y que hace posible una expansión transitoria de ánimo, o sea, de nuestro potencial de vivir y de actuar. Al contrario, la tristeza o la melancolía nos conduce a un repliegue involuntario de nuestro ser y a una disminución provisional de nuestro potencial de vivir y de actuar.
En este aspecto, Spinoza nos dice que la servidumbre humana es eso: la impotencia para contener o moderar los propios sentimientos. Es el estar desbordados por el flujo de nuestros afectos, que son nuestros porque nosotros los vivimos, no porque seamos su causa.
El filósofo nos va a hablar de emociones pasivas y emociones activas. Una emoción pasiva es cuando nosotros padecemos una emoción, pero esta, en realidad, es causada por una idea mal entendida por nosotros, una idea confusa, equivocada, de cómo son las cosas. En cambio, en una emoción activa nosotros trabajamos sobre la causa, sobre el mundo de las ideas, y cuando estas son más claras y más verdaderas, podemos transformar la emoción desde ahí, la podemos trabajar.
Es decir, que para Spinoza las emociones son efectos, no causas. Las causas de nuestras emociones están en nuestra mente, y la emoción es como una reacción a lo que hay en ella. Decía Epicteto: «No son las cosas las que atormentan a los hombres, sino las ideas que se forman acerca de ellas».
Así, aunque es muy fácil decirle a alguien «no te enfades por esto, es una tontería», en la práctica es muy difícil hacerlo, ya que cuando nos toca a nosotros nos damos cuenta de la dificultad.
No podemos evitar sentir una emoción u otra ante algo que nos sucede, pero si queremos cambiar la emoción, tenemos que trabajar en el mundo de las ideas, las ideas que nos hacemos de las cosas, para que, cuando suceda lo que tiene que suceder, podamos reaccionar como nosotros queremos.
Así, libertad es el poder de determinarse a uno mismo cuando, en virtud de una modificación en nuestro modo de comprender, se modifica nuestro modo de sentir, dejando así de padecer determinadas emociones y empezando a ser agentes de nuestros afectos.
También Spinoza nos habla del deseo, y viene a decir: no es que las cosas sean deseables en sí mismas, sino que son deseables porque las deseamos. No es que deseamos algo porque sea valioso, sino que lo deseamos porque nosotros lo vemos como algo valioso.
Así, Spinoza nos dice que, en las afecciones que padecemos, no tenemos ninguna libertad. La libertad personal la podemos ejercer al trabajar sobre nuestras ideas, muchas veces confusas, equivocadas o fantasiosas.
Ese trabajar con nuestro entendimiento de las cosas, ese trabajar con las ideas, si bien es algo que requiere un esfuerzo importante de comprensión, es algo que vale la pena, pues puede transformar nuestras vidas.
«Cuando cambiamos la forma de mirar las cosas, las cosas que miramos cambian» (Dr. Wayne W. Dyer).