Ulupi, eres hija del rey de los Nagas, que moran en las profundidades del mar de sabiduría, pero tu amor por Arjuna besándote al bañarse en tus aguas, te ha traído a la orilla de la vida y la muerte, pues tu eternidad no es el tiempo de Arjuna.
Tu vida es duradera como los mares que respiran con la presencia de la luna llena. Vives en el misterio de las profundidades, pero el amor de Arjuna te ha llamado, y lo has conducido a tu reino, a tu palacio encantado, el del rey Kauravya. Y en él ha ardido el fuego del sacrificio, encendido por Arjuna, alimentado por este héroe. Y te ha amado, porque también él es hijo de un dios, del dios del cielo, Indra.
Pero el héroe debe consumar su sacrificio en la tierra, sus trabajos continúan, sus pruebas continúan, y aunque el reposo en las ondulaciones del amor siga en su corazón como una caracola del mar, respondiendo a sus ecos, aún debe arder, quemar, purificarse, dejar el rastro de fuego que demuestra que es hijo de un dios. Por él mismo, que renueva en el tiempo su eternidad; por el mundo, a quien transforma y ennoblece; por el IDEAL, el dios mismo, que así responde con su voluntad y amor a la ley. Y no hay ley superior que la del sacrificio, gracias al cual todo vive y se mantiene unido.
Y tu amor, Ulupi, es sacrificio. Sacrificio sereno, sin lágrimas, pues el seno del mar profundo las impide. Pero no sin angustia, la propia y natural de todo lo que vive. Angustia por ver marcharse a tu amado. Angustia por saber que otras serán sus amadas, cuando su corazón ha reposado en tu mar insondable y en él se ha confundido con tus abrazos. Tu amor, como un suspiro, guiará sus aventuras en la tierra, y quizás aun en sus amores de un día te vea a ti misma, en tu sin-tiempo, en el lecho de tu palacio de tu mar insondable.
Y educarás a sus hijos, con otras, asumiendo formas mayávicas, para que sean hijos dignos de tal padre.
Y evitarás la maldición de los ocho Vasus, por haber vencido a su hermano crucificado y sufriendo y muriendo en un lecho de flechas, a Bishma, el hijo de la diosa del Ganges. Así, no descenderá por ello a los infiernos de la impiedad Arjuna, pues siguió las órdenes de Krishna, el gran maestro de ceremonia en el Kurukshetra, el campo de batalla.
Oh, nagini Ulupi, gracias a tu amor, Arjuna morirá y renacerá. En tu amor, que es como un mar insondable, morirá y renacerá, pues eres la hija del rey de los Nagas, y puedes evocar el poder de la joya de las serpientes, las que viven y se renuevan en el mar de la sabiduría y que, cuando es necesario, «moran bajo las piedras triangulares» y enseñan y guían a los mortales hijos de un día.
Ulupi, eres la princesa de un reino sumergido, de un pasado inmóvil, desde el cual, como un alma-serpiente, como un rayo de luz, puedes guiar aún los cometidos del héroe, y extender la luz de amor en su presente, y ser el refugio de su corazón en sus pruebas, que, en cierto modo, se convierten así también en las tuyas, pues sus victorias serán siempre hijas de tu amor.
Si Draupadi es el fuego llameante que permite llegar a Krishna y hermanados los cinco pandavas en su amor; si Subhadra, hermana de Krishna, es la luz espiritual libre ya de la prisión y raptando a Arjuna (pues es ella y no él quien conduce el carro de batalla); si Chitrangada es el amor-necesidad mismo, en el que engendrará un hijo con el que tendrá que combatir y aun morir, Ulupi es la reina de sus profundidades, de su santuario más íntimo, su amada misterio, la hija del rey de las serpientes.