La ciudad de Córdoba es como una flor con el perfume de las ciudades eternas. La flor del naranjo, con su aroma embriagador, es un dulce recuerdo, todos los años, de esta verdad.
De gran importancia en su historia íbera, se convirtió en capital de al-Ándalus, quizás la ciudad más grande y culta de su tiempo, señora del imperio o califato omeya. Y las excavaciones de los últimos años confirman también su enorme importancia en el periodo romano, como capital de la Hispania Ulterior.
En el museo arqueológico de la ciudad, uno de sus mosaicos romanos nos saluda con la exuberancia de sus diseños geométricos: es el llamado mosaico de Lucio Axio. Dos pedestales dedicados también a este personaje hacen que se lo identifique como un gobernador de la provincia de Chipre, y que habría sido cuestor en la provincia Baetica. Las dos estatuas habrían sido, una de ellas dedicada por el vicus forensis, y otra, por el vicus hispanus.
Es posible que en el mosaico se haya querido hacer alusión a su nombre, evidentemente vinculado a axis —hacha de doble filo—, y propio de la élite de la cultura romana, y hacer un símil de significados haciendo un discurso filosófico, y más aún, cosmogónico.
Porque si prestamos atención, en el motivo central del mismo, vemos las espiraladas ondas de las aguas primordiales y, a salvo, surgiendo de ellas, hábilmente proyectadas sobre el plano del mosaico, una pirámide que estaría coronada por un hacha de doble filo (axis) vertical, que ha sido abatida también sobre el plano para poder ser diseñada, dejando en el centro del vástago, y no en su extremo, la cabeza misma de hierro del hacha. Es difícil precisar qué significan los motivos en los extremos de dicho vástago. Quiero imaginar que representan la agitación o impulso de ese mismo hacha en las cuatro direcciones del espacio, siguiendo así el mito de creación del cosmos de Ares-Dionisos, trazando el laberinto en su concavidad original del espacio.
De un artículo sorprendente del profesor Jorge Ángel Livraga en un editorial de la revista Nueva Acrópolis, en España, en 1973, extraemos los siguientes párrafos sobre el hacha de doble filo o labris:
«Ya en la vieja Creta encontramos el hacha con el nombre de Labris, directamente relacionado con el laberinto, y creemos que no es mera casualidad la semejanza entre la denominación de labris y la del laberinto. Si hubiéramos de dar una definición, podríamos decir que el laberinto es aquello que hizo el hacha: el laberinto es la imagen que ha dejado el hacha en su camino a través del espacio… El hacha se torna, pues, un símbolo de la fuerza ordenadora que puede abrirse paso a través de las tinieblas, a través del caos primordial. Es la primera imagen de la razón, pero de una razón poderosa dirigida por la más pura voluntad.
El hacha como voluntad tiene doble filo: uno que se abre paso en el mundo exterior, y otro que se abre paso en las tinieblas del mundo interior. Así, si en el exterior es el ordenamiento de las cosas, en el interior es la búsqueda de una Verdad Suprema».
Es muy ilustrativo que, en torno a este motivo central, todos los otros del mosaico sean formas geométricas, de los que es difícil saber los significados, salvo quizás los nudos sin fin o de eternidad de Salomón, de funciones apotropaicas, y las esvásticas, símbolos en general de buena fortuna y también de poder creador en el mundo romano, como en el hindú o en el cretense. Es como si todas estas formas geométricas representasen el mundo de los arquetipos de Platón, donde se hallan los «formas primeras» que va a necesitar el hacha como Razón y Voluntad Creadora para construir el cosmos en la materia del mundo.
La pirámide es también símbolo de «impronta del Logos sobre la materia», ordenándola así con el poder del hacha y estableciendo en la caverna del espacio-tiempo un cosmos de orden y armonía. El ser humano quiere también reproducir este misterio, de dentro afuera y, así, la pirámide se convierte en su Montaña Evolutiva, en la imagen de civilización, o sea, una sociedad regida por el Bien, la Verdad, la Justicia y la Belleza, según la explicación del filósofo de la Academia.
Debe de ser importante también en el mosaico el que la pirámide tenga siete peldaños, evocando la estructura septenaria de la naturaleza; o que el vástago del hacha forme una cruz con su cabeza, en el centro mismo del diseño, en tres círculos que evocarían el Triple Logos platónico, y que se interseccionan entre sí, generando, precisamente, el hacha1, que indica su poder activo. Lo mismo ocurre con las veintidós ondas de las aguas primordiales, que son los veintidós poderes del Alma del Mundo representadas por las letras sagradas, o los caminos del árbol de la vida en la Cábala, o las veintidós caras de la cruz sólida. 22= 3 +7+ 12 (Triple Logos-Septenario de Fuerzas-Poderes Creadores); veintidós ondas que forman las letras primitivas con las que el Logos va a generar el discurso de la existencia en el Libro de la Vida, o sea, que representan las veintidós potencialidades de la materia primordial.
Esta imagen cosmogónica es la misma que la egipcia en que el Poder-Ser surge de las aguas genesíacas de Nun como un obelisco: es el dios Atum, el perfecto, el que existe por sí mismo y de donde surgirá la enéada de dioses de Heliópolis que construirán el cosmos.
En el mundo romano, evidentemente el hacha tuvo una enorme importancia y tenía sus portadores especiales, los lictores, que acompañaban con sus fasces o ramas, unidos al cónsul indicando que el poder de Roma, basado en la unión de voluntades fundamentada en la justicia y la ley, estaba con él. Como dice el autor antes citado, en el mismo artículo:
«También los romanos usaron repetidamente este mágico símbolo, en el que la unión de los haces mediante cadenas representa la fuerza que deriva de la unión, la voluntad que reúne y agrupa aquello que solo es endeble cuando está separado. De allí que el hacha solo pudiera usarse erguida y fuera el elemento distintivo de los magistrados romanos. La fuerza del poder, el derecho de vida y muerte, el gobernar hacia afuera en tanto se hubiera logrado asimismo gobernarse por dentro».
¡Y qué mejor forma de honrar y decir gracias a quien se consagró al bien público que con un discurso filosófico relacionado con su mismo nombre, en imágenes, perennes en las teselas de piedra de los mosaicos!
1 Agradezco a mi discípulo João Pedro Pio, pues conversando, ha sido él quien ha sugerido algunas de estas asociaciones.