Sociedad — 1 de marzo de 2025 at 00:00

Hacia una nueva concepción de igualdad: diversidad y equidad

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nueva concepción de igualdad

Hoy en día, existen muchas maneras de entender qué es la igualdad: igualdad entre las razas, entre los géneros, de oportunidades, económica o jurídica, entre otras. Sin embargo, la igualdad, especialmente la económica, se considera algo deseable pero difícil de alcanzar. Esto se debe, en gran medida, a que las desigualdades sociales se han profundizado en las últimas décadas, producto de los sistemas económicos predominantes, como el capitalismo y el comunismo.

El comunismo, como modelo práctico de organización política, económica y social inspirado en las ideas de Karl Marx, aspiraba a alcanzar la igualdad de las clases sociales eliminando la propiedad privada de los medios de producción. Sin embargo, su implementación práctica ha fracasado en cumplir este ideal. La mayoría de los regímenes comunistas evolucionaron hacia dictaduras de partido único que, en lugar de erradicar las jerarquías, crearon nuevas élites políticas y económicas, intensificando las desigualdades.

Estas estructuras autoritarias mantienen su poder mediante la represión de la oposición, la limitación de libertades fundamentales (libertad de opinión, de libre circulación, de pensamiento y de religión), y la imposición forzada de una concepción de igualdad que contradice la libertad individual de elegir las propias metas y valores. Como dice el filósofo Jorge Ángel Livraga: «Ante la inventada igualdad, la escala de valores, que es la que con sus peldaños naturales nos permite ascender y aun tener la libertad de descender, se pierde. Nada más contrario a la libertad que la igualdad»[1].

Además, las dificultades económicas generadas en los regímenes comunistas por la ineficiencia en la producción y la falta de innovación han dado lugar en muchos casos a la escasez de bienes básicos y a desigualdades en el acceso a estos.

En paralelo, el capitalismo globalizado ha contribuido a que la riqueza se concentre en manos de unos pocos, creando grandes disparidades entre clases sociales y entre los países ricos y las naciones en desarrollo.

Ambos sistemas, el liberalismo y el marxismo, comparten la concepción de una organización social basada principalmente en la economía, en la distribución de los bienes materiales, como vía para lograr el bienestar y la felicidad humana. Esta cosmovisión materialista de la vida reduce las aspiraciones principales de todos los seres humanos a la consecución de unas condiciones de vida material iguales para todos, sin tener en cuenta la diversidad de capacidades, aspiraciones y libertades individuales ni la pluralidad de formas de entender y vivir la vida.

El mito de Procusto: la homogenización de la diversidad

En las últimas décadas, ha existido una tendencia a homogeneizar a los seres humanos, reflejada en el mito de Procusto. Este personaje de la mitología griega obligaba a sus huéspedes a ajustarse al tamaño de una cama de hierro: si eran más altos, les cortaba las extremidades sobrantes, y si eran más bajos, los estiraba hasta que encajaran.

Este mito de Proscuto se usa por ejemplo en la educación para referirse al intento de uniformar a los estudiantes en los sistemas educativos sin considerar sus características particulares. «Esa homogeneización que ocurre en la escuela tiende a la producción de individuos en serie que responden a un currículo, normas, tiempos, evaluaciones, jerarquías que se trazan por igual para todos y se espera por ende que respondan de la misma manera, que aprendan lo mismo y al mismo ritmo, que cumplan las normas y practiquen determinados comportamientos, lo que en cierto modo, va en detrimento de la libertad e individualidad del estudiante»[2].

Por otro lado, la globalización, si bien ha promovido un mayor intercambio cultural e interconexión entre las personas, a nivel mundial también está produciendo una homogeneización de las sociedades. «Los procesos de migraciones y las diásporas culturales han provocado una progresiva pérdida de la identidad, la superposición de una cultura, concretamente una “mono-cultura”»[3].

Este proceso de homogeneización cultural se ha producido como resultado de la imposición o popularización, en muchas regiones del mundo, de las costumbres y valores de los países que son económica, tecnológica y políticamente dominantes. Esto ocurre a través de industrias de éxito masivo a nivel mundial, como el cine y la televisión, así como mediante las nuevas formas de lenguaje promovidas por las redes sociales. Como consecuencia, se observa una disminución de las particularidades locales y de la diversidad cultural[4].

Lo anteriormente descrito parece evidenciar que determinadas concepciones de igualdad pueden resultar peligrosas cuando no se consideran las diferencias físicas, psicológicas, religiosas o políticas de las personas y de las comunidades. Por eso conviene que revisemos a qué nos referimos cuando hablamos de igualdad y cuál ha sido la evolución de esta idea hasta nuestros días.

¿Qué significa ser iguales?

La idea de igualdad plantea cuestiones fundamentales como ¿qué significa ser iguales?, ¿tener los mismos derechos, oportunidades o resultados?, ¿es la igualdad natural o una construcción social?

Etimológicamente, la palabra igualdad proviene del latín aequalitas. Este vocablo está conformado por el adjetivo aequus, que significa ‘igual’, ‘justo’, ‘equilibrado’ o ‘equitativo’; seguido por los sufijos –alis (‘relativo a’) y –tat (‘calidad de’). En términos generales, podemos definir la igualdad como una situación en la que algo es conforme a otra cosa[5].

Nos dice Livraga al respecto: «De esto se deduce fácilmente que la igualdad es una propiedad adquirida por la comparación de una cosa con otra y no una propiedad de la cosa en sí. No habría, pues, ni ser ni cosa que pudiese ser igual sin la ayuda de otra; no se trata de una cualidad natural sino proveniente de las circunstancias. La igualdad, como todas las propiedades adquiridas, es dependiente»[6].

Las religiones nos hablan de un origen común para todos los seres humanos, lo que implica una igualdad esencial en términos espirituales y morales. El budismo, por ejemplo, enseña que todas las personas tenemos la capacidad de alcanzar la iluminación.

Por su parte, los estoicos sostenían que los seres humanos compartimos la capacidad de razonar y estamos sujetos al mismo orden natural.

Sin embargo, en el mundo en el que vivimos, «la experiencia cotidiana nos enseña de manera irrebatible que no hay dos hojas de árboles iguales, ni dos rostros humanos iguales, ni ninguna otra cosa que lo sea respecto a otra»[7]. Por ejemplo, aunque todos los seres humanos tenemos huellas dactilares, no existen dos personas con huellas idénticas. Cada individuo dentro de una especie posee un genoma único. Del mismo modo, cada copo de nieve es singular en su estructura molecular, aunque a simple vista puedan parecer similares. Así, la naturaleza nos muestra que, en el mejor de los casos, podemos encontrar semejanzas, pero nunca una igualdad absoluta.

Aunque haya ciertos elementos universales, como las leyes físicas y los procesos biológicos fundamentales, la variabilidad es propia de la vida. La naturaleza no busca la igualdad sino el equilibrio que surge de la interacción de elementos desiguales que se complementan.

La igualdad en términos humanos es más una idea ética y política que una característica inherente del mundo natural. La concepción moderna de igualdad se basa en la humanidad compartida y en la dignidad básica de las personas.

Documentos como la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) de la Revolución francesa plasmaron la igualdad como un principio fundamental. Pero no fue hasta el año 1948 cuando el derecho a la igualdad quedó institucionalizado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Esta declaración asigna el mismo valor y los mismos derechos a todos los seres humanos: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros» (Artículo 1). «Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición» (Artículo 2)[8].

¿Cómo medimos la igualdad?

La forma más corriente de medir el nivel de desigualdad social ha sido través de la brecha entre ricos y pobres, reduciendo el problema al ámbito económico.

Por ejemplo, se han utilizado indicadores convencionales como el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita para medir el bienestar social en los diferentes Estados. Sin embargo, este indicador ignora la distribución de la riqueza, atribuyendo valores altos a naciones con profundas desigualdades. Tampoco considera la rica pluralidad de la vida humana, que no puede medirse homogéneamente con un único indicador.

Ante esta tendencia de utilizar únicamente variables basadas en los recursos, bienes o ingresos, para medir la igualdad o el bienestar social, el economista y filósofo indio Amartya Sen, se plantea: «¿Igualdad de qué?, pues si asumimos que las personas tienen diferentes proyectos de vida a realizar, si aceptamos la diversidad humana, y si se trata de pensar una sociedad cada vez más justa, generalizar en lo que las personas necesitan para desarrollar su plan de vida puede resultar una tarea contraria a lo que se propone, es decir, dar origen a situaciones de mayor desigualdad y, por lo tanto, de mayor injusticia»[9].

Los diferentes modelos de vida que elegimos las personas generan variados intereses, deseos, proyectos y niveles de formación, entre otros aspectos. Por ello, más que hablar de igualdad material, parece más adecuado referirse a la igualdad de oportunidades: garantizar que todas las personas tengan las mismas posibilidades de desarrollar su potencial y alcanzar sus metas. Esto incluye acceso igualitario a educación de calidad, empleo, servicios de salud y vivienda, además de la eliminación de barreras estructurales como la discriminación o la exclusión.

El modelo conocido como el Enfoque de Capacidades (en adelante, EC), desarrollado y defendido por Amartya Sen y también por la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, profundiza aún más en la búsqueda de una justicia social real.

El EC se centra en que las personas tengan libertades sustanciales para elegir las cosas que valoran. Las capacidades responden a la pregunta: «¿Qué es capaz de hacer y de ser esta persona?». En este sentido, el EC concibe a cada ser humano como un fin en sí mismo, y no se enfoca únicamente en el bienestar promedio, sino también en las oportunidades disponibles para cada individuo. Este enfoque promueve el respeto por las facultades de elección o autodefinición de las personas, y se ocupa también de la injusticia y las desigualdades sociales, asignando a los Estados la tarea de mejorar la calidad de vida de todas las personas.

Martha Nussbaum explica en su libro La tradición cosmopolita: un noble e imperfecto ideal[10] que el EC no solo se refiere a las capacidades internas de una persona, sino que también incluye las libertades y oportunidades creadas por la combinación de las habilidades personales con el entorno político, social y económico.

Para promover las capacidades humanas, una sociedad debe apoyar el desarrollo de facultades internas a través de la educación, la promoción de la salud física y emocional, el apoyo familiar y otras muchas medidas. Este modelo abarca desde necesidades básicas como estar bien alimentado o gozar de buena salud, hasta logros más complejos como la felicidad, la dignidad o la participación social.

La equidad como complemento de la idea de igualdad

La concepción actual de igualdad no busca homogeneizar ni eliminar las diferencias individuales, sino garantizar que estas diferencias no se traduzcan en ventajas o desventajas sistemáticas. Según esta idea, todos tenemos el mismo valor y merecemos una vida digna, pero no todas las personas partimos con las mismas condiciones, posibilidades o capacidades para alcanzar nuestro bienestar o la garantía de nuestros derechos como ciudadanos.

Todos somos maravillosamente diferentes, y es precisamente por estas diferencias por lo que a veces necesitamos ser tratados de manera diferente. De ahí surge el concepto de equidad como complemento de la igualdad. La equidad reconoce las características y condiciones individuales y sociales para garantizar que la aplicación de la igualdad sea justa.

Por ejemplo, la igualdad sería dar a todos el mismo tipo de escalera para alcanzar los mangos de un árbol. La equidad sería darse cuenta de que no todos pueden usar la misma escalera y proporcionarles otra forma de alcanzar los mangos de la copa del árbol[11].

La equidad implica proporcionar mayor apoyo a quienes más lo necesitan para nivelar el campo de juego, en lugar de distribuir los recursos de manera uniforme. Un ejemplo de equidad es garantizar condiciones y oportunidades para que niños y jóvenes con necesidades especiales, como discapacidades visuales, auditivas, motoras o intelectuales, puedan acceder plenamente a la educación.

Reflexiones finales

Como hemos visto, la idea de igualdad ha evolucionado a lo largo de la historia humana, pasando de una visión que buscaba homogeneizar a las sociedades hacia un reconocimiento de la diversidad dentro de la igualdad. Concepciones modernas, como el enfoque de las capacidades y el de la equidad, implican directamente el reconocimiento de la diversidad humana y la pluralidad, alejándose de la simple distribución uniforme de recursos o derechos para todos. Estas propuestas se basan en una concepción más amplia e inclusiva del ser humano y de la sociedad.

El filósofo Jorge Ángel Livraga señala: «El que unos seamos diferentes de los otros no significa que valgamos menos ni más (…). Todos somos maravillosamente diferentes (…). Somos distintos e irrepetibles y aun si aceptamos la teoría de la reencarnación, jamás volveremos a ser exactamente los mismos, pues si bien el espíritu es idéntico a sí, no lo puede ser su entorno o sus vehículos»[12].

Los seres humanos necesitamos sociedades que respeten nuestra libertad individual, permitiéndonos acertar, equivocarnos y vivir conforme a nuestras propias necesidades internas. El gran desafío de nuestras sociedades modernas es establecer un marco normativo que combine diversidad, libertad y fraternidad. Aunque estamos lejos de alcanzar este ideal, es imprescindible construir los fundamentos teóricos y los arquetipos que nos orienten hacia la creación de sociedades más justas e igualitarias, basadas en los conceptos modernos de igualdad y equidad.

 

[1] Livraga, Jorge Ángel. Los mitos del siglo XX. Editorial Nueva Acrópolis, 1988, pág. 15.

[2] Gómez, Isabel. De la homogeneidad a la diversidad en la escuela. Revista Tecnológica-Educativa Docentes 2.0, mayo 2023. https://ojs.docentes20.com/index.php/revista-docentes20/article/view/368/914

[3] Martínez-Gómez López, Raquel. El lugar de la cultura en la agenda global. VII Congreso sobre derechos humanos, Valencia, 1 y 2 de febrero de 2024.

https://www.researchgate.net/publication/385902190_El_lugar_de_la_cultura_en_la_agenda_global

[4] https://concepto.de/globalizacion-cultural/#ixzz8wNHY5oDk

[5] https://definicion.com/igualdad/

[6] Livraga, Jorge Ángel. Los mitos del siglo XX. Editorial Nueva Acrópolis, 1988, págs. 9-10.

[7] Livraga, Jorge Ángel. Los mitos del siglo XX. Editorial Nueva Acrópolis, 1988, págs. 10-12.

[8]  https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights

[9] Urbano-Guzmán, María Carolina. El concepto de igualdad en algunas teorías contemporáneas de la justicia. Criterio Libre Jurídico – 2014; 21: 123-139.

[10] Nussbaum, Martha C. La tradición cosmopolita: un noble e imperfecto ideal (Estado y Sociedad). Ediciones Paidós, Edición Kindle.

[11] https://www.coomeva.com.co/en_equidad/publicaciones/168350/sabes-reconocer-la-equidad/

[12]

Livraga, Jorge Ángel. Los mitos del siglo XX. Editorial Nueva Acrópolis, 1988, págs. 18-19.

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