Los rudimentarios conocimientos en ciertos campos de la ciencia en un momento dado han llevado a formular teorías absolutamente erradas, que fueron aceptadas y defendidas en su época, llegando a alcanzar un reconocimiento y un impacto social tal en el entorno científico y cultural del momento que tardaron siglos en ser refutadas. Conozcamos algunas de ellas.
Fijismo y transformismo
Hay un concepto que ha marcado la ciencia de los últimos dos siglos y es la idea de la evolución. Ya Empédocles, Heráclito y Anaximandro en Grecia dieron una primera noción de la transformación de los seres vivos y del fluir cambiante de la vida.
En Europa, sin embargo, una de las corrientes de pensamiento del siglo XVIII era el fijismo, que interpretaba literalmente el relato bíblico de la Creación, y sostenía que, una vez que se formó el mundo (el 25 de octubre del 4004 a.C. según el arzobispo Ussher, que en el 1658 hizo los cálculos a partir de las generaciones que se habían sucedido desde Adán), Dios había creado a las especies en su forma definitiva, por lo que éstas eran fijas e inmutables. Eso descartaba que pudiesen aparecer especies nuevas con el tiempo, que es lo que sostenía el transformismo, otra corriente de pensamiento que afirmaba que unas especies se iban transformando en otras, y tal como una rueda puesta en marcha, el mundo había ido cambiando desde su creación.
Cuando el fijismo se tornó indefendible, por los avances de la paleontología y la anatomía comparada, que demostraban semejanzas y correlaciones entre los diferentes organismos, actuales y extinguidos, apareció el catastrofismo de la mano de Georges Cuvier (1769-1832), quien sugirió la existencia de 27 catástrofes o cataclismos, los diluvios universales, en donde se extinguieron muchas especies y habrían aparecido otras nuevas. Pero siempre el último diluvio era el que se mencionaba en la Biblia, donde había hecho aparición el hombre, que desde entonces de ninguna manera podía haber evolucionado. Si bien se aceptaron los fósiles animales, los fósiles de humanos primitivos se negaron. El gran axioma de Cuvier fue: «el hombre fósil no existe».
Cuvier será un adversario hostil de Lamark (1744-1829), gran naturalista considerado como el primer evolucionista. El rechazo que sufrió su teoría evolutiva marcó el descrédito de Jean-Baptiste Lamarck, que morirá empobrecido y olvidado. El lamarkismo sin embargo fue la teoría dominante en el campo de la evolución durante gran parte del siglo XIX, incluso tras la formulación del mecanismo de selección natural por Darwin y Wallace. Postula que la función hace al órgano. Por tanto, los órganos se desarrollan en vida según se utilicen, y esas modificaciones se transmiten posteriormente a sus descendientes.
Es famoso su ejemplo del cuello de la jirafa, que se fue alargando por el uso que éstas hacían de él buscando llegar a comer las hojas de las ramas más altas de los árboles, y el del topo, a quien por hacer poco uso de la vista se le habían atrofiado los ojos. Toda la evolución según Lamarck estaba dirigida por la acción de una fuerza interior que busca la perfección.
Charles Darwin (1809-1882) demostró que la evolución no era debida a la herencia de los caracteres adquiridos sino a la selección natural de caracteres variables presentes en una población. Ernest Haeckel (1834-1919), eminente científico que investigó la embriología y principal defensor de las ideas de Darwin, ávido por demostrar la teoría evolutiva, se dejó llevar por sus prejuicios y falsificó dibujos de embriones de pollo y humanos para «probar» su alto grado de identidad.
Tras el escándalo él mismo reconoció el error y declaró: «un pequeño número de mis dibujos, seis u ocho, son falsos. Como el material estaba incompleto me vi obligado a completar y reconstruir cadenas faltantes». No obstante, tal era el auge del darwinismo, que durante más de un siglo, esos dibujos fueron reproducidos en numerosas publicaciones de Biología.
Haeckel afirmaba que el embrión humano a lo largo de las semanas de gestación pasa por todas las etapas por las que ha pasado la evolución de la vida, como si fuese una cinta cinematográfica: por tanto en él se podían distinguir claramente las fases de protozoo, medusa, gusano, pez (con su gran imaginación era capaz de identificar al microscopio incluso las branquias), renacuajo, ave y mamífero.
Preformacionismo y epigenesia
Mientras el vitalismo estuvo en boga, otra controversia se suscitó acerca de la formación de los embriones. Por una parte los epigenistas hablaban de que el embrión era una estructura indiferenciada, pluripotencial, y que la forma del hombre se iba conformando poco a poco, adquiriendo mayor complejidad (corriente minoritaria que permaneció silenciada hasta 1830), y por otra los preformacionistas creían que el ser humano con su forma ya adulta estaba encerrado en las células germinales.
Dentro de esta última corriente, se presentó el dilema de si era el hombre o la mujer quien aportaba la semilla que daba lugar al nacimiento. Así se encontraban enfrentados los preformacionistas espermatozistas que afirmaban haber visto al microscopio dentro del espermatozoide el hombre que se iba a crear, llamado homúnculo, mientras que los ovistas afirmaban que ese homúnculo estaba ya formado en el óvulo, y no en el espermatozoide, y llegaron incluso a remontarse hasta el ovario de Eva, en el Paraíso, porque ella habría albergado en su interior todos los óvulos de todos los seres humanos futuros, unos dentro de otros, como si de muñecas rusas se tratase. Además, de acuerdo a la idea del juicio final, pensaban que la raza humana se extinguiría cuando se acabasen los óvulos preexistentes de Eva, que se habían calculado en 200 000 embriones.