En general, sabemos que las formaciones montañosas se deben al choque de placas tectónicas: el suelo se pliega, y las enormes masas de roca y demás componentes de la corteza terrestre se amontonan convirtiendo las llanuras en montañas.
Pero el choque de placas no es la única razón por la que se altera la superficie de nuestro planeta.
También se forman montañas y cordilleras por la acción opuesta, es decir, por placas que se separan.
Esto sucede con las dorsales oceánicas, que son grandes elevaciones submarinas situadas en la parte central de los océanos, cordones montañosos que envuelven a la Tierra a lo largo de 64.000 kilómetros de lecho submarino. Cuatro veces la longitud de los Andes, las Rocosas y el Himalaya juntos.
Estas formaciones están activas, y las placas tienen un movimiento que tiende a separarlas; hay varias teorías, y aunque todavía no está determinada firmemente la razón de tal movimiento, sí se conocen sus consecuencias.
A través de las grietas del surco central de las dorsales (llamado Rift), el magma que brota a altas temperaturas, al entrar en contacto con las gélidas aguas de esas profundidades, se solidifica, formando volcanes y relieves alrededor de las grietas.
A consecuencia de este proceso, el centro de la dorsal es más joven que su periferia, y el suelo de los océanos es considerablemente más reciente que las cortezas continentales.
En 1977 un grupo de geólogos franceses emprenden una expedición en las cercanías de las Islas Galápagos, investigando y buscando detalles respecto a las condiciones de esta cordillera. Se sumergen a profundidades extremas, hasta ese momento nunca alcanzadas.
Los picos de estas formaciones se encuentran a un promedio de 3800 metros bajo la superficie oceánica, pero sus valles alcanzan profundidades de 5000 a 7000 metros.
Los geólogos descendieron, y descendieron realmente mucho, al límite de las posibilidades del equipamiento del que disponían hace más de treinta años. La emoción de alcanzar semejantes profundidades y exponerse a valores de presión enormes, no solo se focalizó en las muestras geológicas que obtuvieron, sino en que se encontraron con una gran sorpresa.
Las vertientes de magma estaban rodeadas de fauna marina, hecho inimaginado, ya que en un ambiente de oscuridad absoluta era impensada la presencia de este tipo de vida… pues en completa oscuridad, no hay fotosíntesis; en consecuencia, no hay vegetales, y eso haría imposible la presencia de vida animal. Se extrajeron con asombro, entre otras cosas, gusanos que alcanzaban casi un metro de largo y más de 5 cm de diámetro.
El enigma no lo pudieron responder los geólogos y fue trasladado a varios expertos en biología… La respuesta llegó años después.
El tamaño de las grietas fue cambiando a través de los miles de años de formación terrestre. En la actualidad, agua magmática, es decir, calentada por magma que se encuentra muy cerca de la superficie, drena por pequeños orificios llamados “respiraderos hidrotermales”, como si fuesen “heridas” que nunca terminan de cicatrizar.
El agua geotermalmente caliente que se libera a través de esas pequeñas heridas, además de formar partículas con aspecto similar al humo, es una fuente de complejidades químicas ricas en minerales y el escenario ideal para la existencia de bacterias muy ricas en azúcar. Estas son el plato preferido de almejas, gusanos y diversos moluscos, y a partir de allí, otros depredadores (como cangrejos y caracoles) acuden en busca de un banquete que dispara un ecosistema extraño y floreciente, oculto en la extrema oscuridad de las profundidades.
Tradicionalmente, la vida ha sido pensada y entendida a través de su vínculo con la energía solar.
Antes de este hallazgo a fin de los 70, los biólogos marinos suponían que los organismos de las oscuras profundidades existían consumiendo una especie de microlluvia de desechos de los niveles superiores del océano. Esta idea limitaba la vida submarina a la vida vegetal existente en la superficie, y por lo tanto, la hacía también dependiente de la luz del sol. Si fuera este el único mecanismo por el cual se obtienen los nutrientes en el fondo del mar, las formas de vida a más de 4000 metros bajo la superficie serían muy escasas; por eso la sorpresa.
Recientemente (enero de 2012), la revista Plosbiology ha publicado investigaciones llevadas a cabo en 2010 por científicos de la Universidad de Oxford, de la Universidad de Southampton y del British Antarctic Survey, explorando la cordillera submarina Dorsal de Scotia Oriental en las profundidades del océano Atlántico Sur, donde se detectaron nuevos tipos de anémonas, pulpos y estrellas de mar, hasta el momento desconocidos, pero en este caso lo extraño es que en la zona no se hallaron ni gusanos, ni mejillones, ni cangrejos, ni almejas, la típica fauna que se conocía en el resto de los respiraderos de otros océanos.
Podríamos extendernos, tanto en los detalles científico-técnicos de los hallazgos como en la complejidad de la continua evolución geológica del planeta, y en el increíble despliegue biológico de sus formas de vida y sus relaciones.
Pero en este caso, conectándonos con el eje de la revista, es decir, la problemática humana, nos vamos a detener en tratar de extraer una idea que pueda ser humanizada, e incluso utilizada en nuestro día a día.
Profundidad negativa, ausencia de luz, presión, podríamos sumar falta de alimento y escasez de energía vital; cuestiones hostiles por sí mismas, y mucho más si se dan todas juntas, coincidiendo en tiempo y lugar… Sin embargo, la vida se las ingenia para sonreír, para florecer y para reinventarse. Allí hay una gran idea, allí hay un gran ejemplo de la naturaleza.
Una vez más, la vida misma nos cuenta que desconocido no significa inexistente, y el sabio no se conforma con lo que conoce.
Vemos aquí el resultado de unificar caminos, en este caso el de la ciencia y la filosofía.
La herramienta fundamental de la filosofía es la pregunta, ir en busca de respuestas que a su vez abren puertas para preguntas mayores, un desafío constante, un avance sin final, que no desanima por el hecho de no concluir, al contrario, pues el camino en sí mismo es el gran premio.
La ciencia de la mano con ese espíritu filosófico es una gran manera de que esos caminos infinitos en busca del conocimiento puedan ser transitados con el respaldo de la lógica y la razón, pero también incentivados con el “algo más”, la energía de las profundas necesidades puramente humanas, que sabe de sus limitaciones pero no se entrega a ellas. No se conforma con los parámetros que ya posee, por más que sean fruto de las más elevadas deducciones y las más valiosas voluntades.
El viejo Sócrates se sigue actualizando varios siglos después, y sonriendo nos paramos en un presente que quiere mirar firme al mañana, sabiendo que hay mucho más de lo que apenas sabemos.
Para saber más:
www.natgeo.tv/cienciaaldesnudo “profundidades marinas”
www.plosbiology.org “hydrothermal”