La importancia que la ciencia ha tenido y sigue teniendo en nuestros días es algo que no cabe poner en duda. El inmenso esfuerzo humano y económico, la creatividad, la elegancia de muchas de sus teorías, los resultados y el impacto en nuestras vidas resultan difíciles de comprender y de obviar. La ciencia está presente en todas las esferas de la sociedad, es uno de los pilares que nos ayuda a comprender el mundo en que vivimos. ¿Quién no se ha dejado llevar por las extraordinarias cualidades de sus cultivadores, abnegados científicos que persiguen la verdad por la verdad…?
Podríamos seguir así el resto de esta reseña y repetir la visión romántica de multitud de biografías, libros de historia y divulgación, documentales que nos presentan la epopeya científica como una magna empresa ajena al lado humano, demasiado humano. Precisamente, este aspecto es el que pone de relieve Michael Brooks en un libro que merece la pena ser leído, comentado, tertuliar sobre él… porque cuando uno termina de leerlo ya no verá jamás igual a esos científicos que uno tanto admiró en su adolescencia.
Toda una retahíla de artimañas, engaños, competencias desleales, trampas y zancadillas, falseamiento de datos, teorías que no se pueden demostrar, drogas estimulantes, estrés por publicar, campañas de desacreditación… Pocas son las maldades que no aparecen en el catálogo que nuestro autor relata con precisión y amenidad. Tal vez el asesinato…, pero tendría que repasar el libro.
Pero Brooks no lo hace con una intención denigratoria. Él mismo es físico cuántico y asesor de diversas publicaciones científicas. Sabe de lo que habla y lo cuenta de una manera que cuando uno inicia la lectura de este volumen de poco más de trescientas páginas, ya no puede dejarlo, atrapado por una sensación de escándalo, curiosidad y bastante desasosiego. Los científicos son seres humanos y, como tales, están atrapados en pasiones, celos, envidias y obsesiones por las que, por descubrir un remedio a una enfermedad, son capaces de inocularse bacterias para observar las reacciones en sí mismos o practicar autooperaciones para probar nuevos métodos quirúrgicos. Una mezcla de zafiedad y heroísmo que hace que la ciencia actual cobre unas dimensiones desconocidas. Fuera del gran relato construido sobre la figura del científico aséptico y desapasionado, cerebral y ecuánime, encontramos comportamientos que dejan mucho que desear o que se arriesgan hasta extremos de poner en peligro su propia vida o, peor, la del vecino.
¿Qué pensarían si les dijese que muchos científicos hicieron y siguen haciendo uso de sustancias psicoactivas para estimular su creatividad, para comprender mejor los problemas que están analizando? ¿Y de la existencia de falseamiento de datos aceptados por todo el mundo en publicaciones científicas de alto nivel, aunque es común mirar para otro lado? Y por qué no hablar de las persecuciones implacables para aquellos que se salen de los caminos trillados del paradigma comúnmente aceptado. Ostracismo que ha provocado la muerte de algunos, para luego ser inmediatamente rehabilitados a la vista de todos.
Si alguien idolatra la ciencia por encima de todas las cosas, que lea este libro… Aun así, sigo pensando que lo mejor del pensamiento humano, de los esfuerzos por comprender el misterio de la vida y del ser humano, la mayor creatividad está en eso que llamamos ciencia, a secas.
Lean, lean…
RADICALES LIBRES. LA ANARQUÍA SECRETA DE LA CIENCIA
MICHAEL BROOKS. EDITORIAL ARIEL. 2012