El papel de la filosofía
Dejaremos para otro momento y para otros investigadores la constante discusión acerca de si la filosofía es la madre de todas las ciencias o, al contrario, está supeditada a ellas.
Asumimos que la filosofía, en tanto que verdadera búsqueda de la sabiduría, más que madre, es el eje sustancial de todo conocimiento, sea científico, artístico o de cualquier otra naturaleza.
Sin la inquietud que caracteriza al filósofo, es imposible llegar al fondo, a la causa de las cuestiones. Y el científico, el artista, el hombre de acción, el místico, todos necesitan encontrar respuestas válidas a los múltiples interrogantes que les presenta la vida y les plantea su propia conciencia.
La medicina, que tiene mucho de ciencia y mucho de arte, necesita el soporte de la filosofía, tanto para desarrollar el aspecto técnico con mayor seriedad como para afinar la intuición ante la singularidad de cada paciente, y las variadas formas que existen para paliar la enfermedad y recuperar la salud.
Ciencia y arte: otra vez filosofía
Utilizando la definición de Hans-Georg Gadamer, médico filósofo alemán del siglo XX, el ejercicio de la medicina consiste en permitir que un cuerpo asuma su propio ritmo dentro de la totalidad en la cual se mueve, sea su propia esfera, sea el mundo que lo circunda.
Pero al hablar de cuerpo, queremos expresar junto con otros muchos pensadores de todos los tiempos, que no nos referimos al conjunto funcional de órganos, sino a los diferentes planos que conforman la riqueza de la integridad humana. Hay algo más que el cuerpo.
Para los antiguos griegos, el alma es la vida del cuerpo. Y aunque el concepto de alma haya perdido valor para las ciencias modernas, no queda más remedio que volver a emplearlo para satisfacer las experiencias con las que el médico se enfrenta a diario. Por desgracia, también las diversas Iglesias, sin abandonar la idea del alma, la han alejado del cuerpo, convirtiéndola en una entidad aislada, sin relación con la vida en general.
Platón ya indicaba que no se puede sanar el cuerpo sin conocer el alma; y aún más, afirmaba que no se puede sanar un cuerpo sin estar al tanto de la naturaleza del todo (Fedro 270).
Siendo así, el ejercicio de la medicina consistiría en el arte y la ciencia de hacer que el alma –la vida del cuerpo– asuma su propio ritmo dentro de su propia totalidad.
Pero no es únicamente el médico el que puede lograr este ritmo equilibrado; el paciente tiene también un papel fundamental. Más allá de todos los conocimientos teóricos y prácticos que posea la medicina, su verdadero arte consiste en dejar libertad al paciente para que asuma su enfermedad y recupere su ritmo a través de su voluntad.
El médico, en tanto que técnico y artista, hace las veces de un buen escultor: por una parte puede ver el mármol –el paciente enfermo–, que es la materia prima con la que trabajará, pero también ve más allá de la piedra informe y percibe la figura armónica en la que llegará a convertirse –el hombre equilibrado y con salud–.
Por esa causa, hay una relación estrecha entre la medicina y la estética –el arte–, además de la ya señalada entre la filosofía y la medicina. Y bien nos demuestra la Antigüedad hasta qué punto las diversas disciplinas artísticas fueron aprovechadas para ayudar a recuperar la salud.
El arte y la belleza son el reflejo de la necesidad de encontrar el justo equilibrio entre el cuerpo y el espíritu. En la Grecia clásica, estética, filosofía y medicina tenían un punto de partida común: la investigación del universo y sus expresiones, del universo y sus formas, el trabajo propio de un sabio, de un Mago.
La magia del arte de curar
En un tratado estético-literario como los poemas homéricos, ya se encuentran detalles acerca del cuerpo humano y sus dolencias, así como diversos recursos curativos, tanto empíricos como mágicos.
Entre los recursos mágicos, se destacan especialmente dos: la catarsis y el canto. Pero la purificación y el encantamiento no tenían una vinculación exclusiva con el tratamiento médico, sino que estaban presentes en otras formas del saber, tanto teóricas como prácticas: la retórica, la filosofía y la estética.
Otros tratamientos mágicos se basaban en el entusiasmo o posesión del hombre por el dios; el empleo de la música y de la danza para restablecer el equilibrio entre el alma y el cuerpo; la trasferencia consistente en expulsar el agente causal de la enfermedad hacia un animal o hacia otro hombre; la plegaria dirigida a las divinidades que poseían capacidades terapéuticas; el sueño curativo que tenía lugar en los templos consagrados a Asclepios, especialmente en Epidauro; y también la astrología, que tomaba en cuenta la influencia de los astros sobre los hombres.
Por lo tanto, es fácil descubrir que la medicina, en el mundo griego, tiene relación con la estética, donde se aprecia la unión de lo empírico y lo mágico, o en otros términos, la ciencia y el arte.
El arte de curar es muy especial: no produce ninguna obra nueva; más bien, trata de volver a producir lo que ya había sido producido por la Naturaleza. El médico produce la salud por medio de su arte, pero en realidad no crea nada, sino que restablece la salud del enfermo. El arte médico consiste en una sabia imitación de la Naturaleza con el fin de procurar la salud.
Entre las ciencias naturales, la medicina es la única que nunca se podrá interpretar como una técnica, puesto que continuamente está experimentando sus formas de hacer.
El verdadero arte de curar, que abarca tanto el conocimiento teórico como la habilidad práctica, requiere conocer cada caso humano en particular y lo que se debe hacer ante ese caso único e irrepetible.
En palabras de Laín Entralgo, “la medicina es arte cuando quien la practica sabe qué hace y por qué hace lo que hace”.
El Dr. Antonio Alzina es Director Internacional del Instituto Seraphis.