Dos monjes estaban sentados en un prado cerca de su monasterio cuando unos conejos se acercaron a curiosear, dando vueltas alrededor de uno de ellos.
–¡Es increíble! –exclamó el que no tenía ningún conejo cerca–. Tú debes de ser el mismísimo san Francisco… Los conejos vienen y se acercan a tus pies y, en cambio, parece que huyen de mí. ¿Cuál es tu secreto?
–No tengo ningún secreto –respondió su compañero–. Lo que ocurre es que yo no como conejos.