Cuando pasen muchos años
y sesudos literatos
se acerquen a mis escritos,
me dirán solemnemente:
–Tus versos… ¿cómo se llaman?
Yo les diré simplemente:
–¡Son los rizos de una Dama!
Son chiquitos, juguetones.
Son mechones que se escapan
de la cárcel de la rima.
Su sedosa cabellera
se ha enredado entre mis dedos
y ese brillo de su pelo
se hace versos
cuando lo acaricio yo.
Algunos velan su rostro,
otros le tapan la nuca.
Sobre sus hombros desnudos
son como manto de reina.
Sobre su frente, diadema.
A menudo,
su melena se desata
entre risas,
como la espuma del mar.
¿Será Venus esa Dama
cuyos rizos se me acercan?
Me los deja la marea
y yo acudo presurosa
con un pequeño pincel.
Mas al llegar al papel
se me transforman en versos…
Así pues no son romances,
ni cuartetas, ni tercetos.
¡Mirad que os lo digo seria!
No me trencéis el poema…
¡Dejadme los rizos sueltos!