Querido lector… de tal guisa comienza alguna de las cartas que recibirás de este lúcido pensador de nuestro tiempo que es Álex Rovira. Cuando el atrevimiento coincide con la reflexión objetiva sobre las raíces de los males que padece nuestro mundo, surge un título como este: “La buena crisis”. ¿Es esto posible?, ¿hay algo de bueno en todo lo que estamos pasando? Para descubrirlo, tendrás que abrir el libro y convertirte en el destinatario de una relación epistolar que te llevará al epicentro del terremoto que actualmente sacude la economía mundial. Si no lo habías pensado de antemano, lo que descubrirás en la zona cero seguramente te haga exclamar: ¡Toma, claro, este es el mundo que hemos construido!
Afirma Jordi Pigem en el prólogo a la obra: “Una buena crisis, en cambio, nos conducirá a un mundo postmaterialista, en el que una economía reintegrada en los ciclos naturales esté al servicio de las personas y de la sociedad, en el que la exigencia gire en torno al crear y celebrar en lugar de competir y consumir, y en el que la conciencia humana no se vea como un epifenómeno de un mundo inerte, sino como un atributo esencial de la realidad viva e inteligente en la que participamos a fondo”.
Podemos estar de acuerdo con que la evolución de las sociedades habrá de tomar este camino como único camino posible para la vida. De lo que no estamos tan seguros es de que la actual crisis llegue a provocar una catarsis de suficiente envergadura como para lograr el cambio de paradigma sobre el que se ha cimentado. ¿Dónde se encuentra el punto de rotura en el que el hombre entienda que la finalidad de su existencia no es acumular cosas, tener poder o logar un éxito vacío y carente de real trascendencia? Aún con todo, sí que es posible que nos encontremos ante el principio del fin de la era capitalista y las sociedades liberales, proyectadas como el culmen de todas las perfecciones y cuyas grietas nos anuncian su pavoroso fracaso. Dice Álex en la reflexión previa: “superar esta crisis no equivale a ‘volver a tener’, sino hay que ‘conseguir ser’. Y abunda: “Lo que hoy es una aparente desgracia puede convertirse mañana en la circunstancia que definió una inflexión hacia la consciencia, la calidad, la humanidad, la ética y la belleza”.
Una de las bondades de este libro está en su capacidad para despabilarnos del aletargamiento idílico generado alrededor de la zona de confort en la que se desarrolla nuestra existencia. Tal vez, el precio que hemos pagado por el mundo tecnificado y de comodidades propio de nuestra sociedad de abundancia sea el de habernos reblandecido en exceso. El esfuerzo como divisa, el desvelo por el interés general y una vida dedicada a fines superiores a lo puramente material dotan al hombre de fortaleza, tesón y voluntad firme. Todos ellos, valores necesarios para enfrentarse a la adversidad, por áspera que esta sea. Sin caer en masoquismos estériles, debemos saludar a la crisis como parte consustancial a la propia vida. Gracias a ella nos reafirmamos en nuestros principios y cuestionamos las supuestas certezas. Muchas de ellas se han revelado más tarde como simples decorados de papel. Toda crisis, sufrimiento, adversidad o golpe inesperado, encierra una enseñanza cuya asimilación ha de favorecer la transmutación interior. Esta es la forma correcta de encarar la vida y es la que nos han mostrado infinidad de movimientos filosóficos desde la Antigüedad cuyas enseñanzas se nos presentan más necesarias que nunca. Nuestra debilidad para encarar el dolor reclama la reactualización de un saber enterrado bajo el falso ideal del tener como única vía para alcanzar la felicidad. Viene al caso la afirmación de Sigmund Freud: “He sido un hombre afortunado: nada en la vida me fue fácil”.
Para dar nacimiento a algo nuevo, previamente nos tenemos que preguntar qué hacemos con lo que ya tenemos. Se requiere cierta dosis de valor para aceptar que, tal vez, una parte de nuestra historia personal haya sido equivocada. Si nos falla el coraje, nos resistiremos al cambio hasta que nos sea inevitable. En estos casos, el cambio viene impuesto desde fuera y si este no se asume, dejará a la persona anclada en el rencor y la desorientación propia del dolor. No se producirá una verdadera transformación que dé lugar a un desarrollo evolutivo natural. Para que este se produzca, el cambio debe ser aceptado y aun provocado por uno mismo, en un sentido que va de dentro hacia afuera. El ejemplo que nos describe Álex del gusano de seda y su esfuerzo por romper el capullo que dará lugar a la crisálida es tan bello como inspirador.
El amor, la humildad y el humor son las herramientas de las que debemos dotarnos para salir victoriosos tantas veces como seamos probados. Acerca de la humildad y el humor, el libro cita una brillante reflexión de Luis Muñiz merecedora de ser destacada: “Nuestra vida cotidiana nos lleva al límite. Y la única forma de sobrepasar este límite es con el humor, con ese reírnos de nosotros mismos, que es una capacidad especial, propia de gente sana que no coloca el ego por encima de su inteligencia. El dramatismo implica sentirse más importante que los demás. La importancia que nos damos a nosotros mismos es nuestra propia destrucción (…)”. Como nos recuerda Álex Rovira, humor y humildad comparten la misma raíz etimológica: “Humildad es humus, que es muerte aparente pero que, en realidad, es vida”. En torno a esta idea, Jorge Ángel Livraga, fundador de Nueva Acrópolis, un movimiento filosófico surgido a mitad del pasado siglo, afirmaba que a los verdaderos sabios se les puede conocer por su sentido del humor. ¿Qué debemos pensar acerca de esos hombres serios y circunspectos cuya aureola nos habla de su supuesta singularidad? Pues que quizás no sean tan inteligentes. Vaya usted a saber.
Acerca de superación de las supuestas limitaciones que nos constriñen, Álex Rovira nos recuerda el caso de Roger Bannister, quien, no siendo atleta profesional, fue el primer hombre en correr la milla por debajo de 4 minutos. Hasta la fecha, 6 de mayo de 1954, se había creído inhumano poder hacerlo en ese tiempo. “Lo curioso del caso es que, una vez que Bannister superó ese registro, treinta y siete atletas lo mejoraron al cabo de un año y más de trescientos al cabo de dos. Fue él quien al desmoronar una falsa creencia dio permiso al resto de la especie para que avanzara”.
Ya anunciábamos al principio que el lector acabaría dándose de bruces con la causa de la actual crisis, la cual ha adquirido la apariencia de recesión económica y financiera. Pero dejemos que sea el propio Álex quien nos lo diga: “…la crisis económica que estamos viviendo no es más que un síntoma, la punta del iceberg de un proceso mucho más sutil y complejo. Se trataría, en definitiva, de una crisis de consciencia entre cuyos ingredientes esenciales cabría destacar la avaricia, el egoísmo, el narcisismo, la paranoia y abundantes trazos psicopáticos, como la falta de sentido de alteridad, de responsabilidad, de integridad, de visión sistémica, ecológica y a largo plazo. (…) Según los modelos económicos actuales, la persona es algo secundario y el protagonismo lo adquiere, por un lado, el consumidor (el que consume, gasta, devora, come, etcétera) y, por otro, el ser humano comprendido únicamente como medio de producción. Hoy son ‘las cosas’ las que miden el éxito del sistema (vehículos matriculados, superficies construidas, toneladas consumidas…) y la persona, reducida a elemento productivo y de consumo. Sí, las cosas. Y lo peor es que estamos comenzando a interactuar como si fuésemos cosas. Sin conciencia, todos acabamos siendo piezas de intercambio”.
Es difícil no estar de acuerdo con un análisis que nos sitúa en el origen de cuanto estamos viviendo. En su sencillez, este párrafo extractado de un capítulo situado al final de la obra cuyo anonimato podría hacer que lo pasásemos por alto, representa en sí mismo un espejo en el que se refleja lo más feo y podrido de nuestra sociedad. Las posibles soluciones ya han sido esbozadas, ahora nos toca, primero individualmente, llevarlas a la práctica y desarrollarlas hasta donde seamos capaces. Si somos muchos, la consecuencia lógica será la transformación social añorada por intelectuales como Álex Rovira y por tantos otros que, a pesar de su anonimato, trabajan incasablemente por que sea una realidad.
Cortesía de «El club de lectura El Libro Durmiente» www.ellibrodurmiente.org