Las noticias sobre corrupción y abusos de poder se han convertido en el pan de cada día de los noticiarios. Los ciudadanos de a pie se asombran (cada vez menos) de hasta dónde llega el descaro de algunos personajes en los que confiaron para que velaran por sus intereses y que deberían ser el ejemplo de la sociedad.
Los corruptos no son gente honrada. Esto es evidente, pero parece que a fuerza de hablar de la corrupción y de sus efectos nos olvidamos de que los corruptos son PERSONAS AMORALES: SIN-MORAL o sin valores sociales de convivencia y solidaridad. Con otras palabras: son unos egoístas, sinvergüenzas e hipócritas.
La sociedad ha perdido el control
En un interesante artículo aparecido en el diario El País, de fecha 3 de diciembre de 2013, titulado “Los defraudadores son gente seria” y cuya versión abreviada se puede leer en digital (economía.elpais.com/economía/2013/12/02/actualidad/1385991322_816114html), se recoge un estudio realizado sobre la corrupción a nivel internacional con algunos datos curiosos: los corruptos, ellos y ellas (pues aquí no hay sexismo ni racismo alguno), suelen tener entre 35 y 55 años, ocupan cargos de responsabilidad en áreas de finanzas, son temerarios y no actúan solos, pues necesitan cómplices para burlar los controles de seguridad; su fuerza está en que han adquirido un gran prestigio en su profesión (de ahí lo de ser considerados “serios”), suelen ser muy sociables y extrovertidos (son simpáticos). Por eso, dice el artículo, “no se les ve venir”; su escudo, además, viene reforzado por la fuerza de sus cómplices (que les ayudan a saltar los sistemas de seguridad y de control establecidos) y por las propias empresas (y partidos políticos) que no quieren delatarlos públicamente para mantener limpia la imagen de la empresa (o partido) y no se vea afectada su reputación. Parten siempre desde una posición de fuerza y de “superioridad” que les hace sentirse “por encima de la ley”.
Ese mismo día los medios de comunicación europeos recogen la noticia del suspenso que da el supervisor bursátil europeo (ESMA, según sus siglas en inglés) a las tres principales agencias de calificación mundial (S&P, Moody´s y Fitch), esas que establecen los niveles de riesgos de cada país y hacen que su crédito (el obtener dinero) sea más barato o más caro (tenga menos o más intereses a devolver por los Estados); las mismas agencias que han forzado a varios países a pedir el temido “rescate económico” y que han puesto a España casi en caída libre económica. Y en el diario citado anteriormente, se lee en la cabecera del artículo: “El supervisor europeo advierte de que persisten prácticas del pasado y cuestiona la independencia de los tres grandes grupos en la evaluación de la deuda soberana”. ¡Sí, has leído bien! ¡Se cuestiona la independencia de este oligopolio que establece el valor de la deuda de cada país! Los mismos que han forzado a despedir a miles de personas y que hacen que una parte importante de los ingresos del Estado se dediquen a pagar intereses de su deuda pública en vez de a sanidad, educación, etc.
¿Y por qué el supervisor del ESMA afirma lo anterior? Pues por cuatro cositas de nada y de poca importancia, a saber:
1. Los directivos de alto nivel tienen la mala costumbre de dejar de lado a los analistas especializados y ser ellos (los mandamases, que no saben pero mandan mucho porque tienen un cargo muy gordo y unos títulos muy largos en el rótulo de su puerta) “los que toman las decisiones finales acerca de subir o bajar la calificación (de solvencia) de un país”.
Se saltan la independencia de los analistas especializados que establece la legislación, independencia establecida para evitar posibles conflictos de intereses con otras áreas. Deciden los altos cargos que carecen de preparación, en vez de los profesionales cualificados.
2. Falta de confidencialidad y filtración de información privilegiada “a terceras personas no autorizadas sobre futuros cambios en las calificaciones antes de la publicación del informe y, en algunos casos, antes de que el comité que evalúa la solvencia se haya reunido”. ¡Sí, has vuelto a leer bien! ¡Antes de que el comité de evaluación se reuniera ya se sabía lo que se iba a decidir!
3. El esperar días y semanas para hacer pública una decisión sobre la calificación de la deuda de un país. (Imaginamos que “alguien” obtendría y obtiene muchos beneficios de esto).
4. Muchos de los “analistas expertos” no tienen experiencia o están poco cualificados. ¡Sí, has leído bien de nuevo! ¡Parece que algunos de los analistas expertos son amiguetes, recomendados o becarios! Para pagarles menos, supongo.
Unos días después, se recoge otra noticia internacional: los seis principales bancos europeos son multados por prácticas ilegales y pactar el EURIBOR (lo que se paga por las hipotecas, perjudicando a millones de clientes-ciudadanos de a pie).
¿Toda esta corrupción te suena de algo? ¿No tienes la sensación de haberlo escuchado en tantas y tantas noticias?
Según el informe de referencia, el fraude supone a nivel mundial el 5% del PIB (Producto Interior Bruto): 2,6 billones de euros. Que en España supone 50.000 millones de euros (8 billones de las antiguas pesetas), dinero con el cual no habría que hacer recortes en nada.
Cuando la dedocracia sustituye al mérito
Todo lo que he recogido de las noticias nacionales e internacionales es aplicable a España, porque los corruptos no son gente honrada y actúan igual en todos los sitios. De la primera noticia recogida sobre ellos, extraigo la siguiente frase:
“Para defraudar, concluye el estudio, es necesario tener un control casi absoluto de un área y gozar de un gran respeto por parte de los profesionales de la casa”.
Siguiendo el hilo de esta frase, voy a buscar errores y a proponer soluciones, que es la finalidad de la filosofía social.
A. Hemos perdido el control de nuestra sociedad y de fiscalizar a la Administración Pública y a las grandes empresas. La sociedad civil ha permitido que los políticos y grandes empresas rompan la espina dorsal del sistema democrático, que es la separación de poderes y el control por parte de servidores públicos cualificados, honrados e independientes, los tan criticados funcionarios. En su lugar se han colocado acólitos, pelotas, becarios, amigos y familiares, en una cadena de favores y desplazando a los funcionarios profesionales e independientes por personas sin preparación y dependientes de quien los coloca a dedo, suprimiéndose el superar una oposición y ascenso por méritos por la “dedocracia”.
Además de poner a los amiguetes y acólitos del partido o familia, está el sistema de “puerta giratoria”, por el cual se sale de la política y se ocupa un alto cargo en una empresa privada; y se vuelve a la política con la ayuda de esa misma empresa… ¿Y a quién defiende el político de turno? ¿A los ciudadanos o a la gran empresa que le apoya?
Se ha permitido que las entidades financieras y multinacionales adquieran un volumen tan desorbitado que, si quiebran, hay que pagarlas y reflotarlas por los ciudadanos o se cae en el riesgo de que se hunda la economía mundial, en algunos casos. Y así tenemos que las ganancias se reparten entre los accionistas y directivos, y las pérdidas, entre todos los ciudadanos: las ganancias se privatizan y las pérdidas se socializan.
B. Lo peor es que todo lo anterior ha sido posible porque hemos perdido el sentido común. Estamos confundidos:
– Vivimos en el mundo de la imagen, de la apariencia, despreciando el trabajo bien hecho y callado por las palabras simpáticas y promesas vacías, pero bonitas.
– Ser jefe es la excusa o carta blanca para hacer lo que se quiere, en vez de ser ejemplo de trabajo y mesura.
– Los cargos, en especial los políticos, se utilizan para lograr ventajas económicas y bienestar material que se es incapaz de lograr en la vida privada.
– Un poco de experiencia y de poder nos vuelve soberbios y temerarios, olvidando a los seres humanos que afectamos con nuestras decisiones: el cargo se ha convertido en un foco de orgullo en vez de un reflexivo acto de humildad.
– El bien común se ha vuelto una utopía, una frase bonita para engañar, en lugar de un ideal por el que luchar día a día.
– Hemos cambiado la idea del “servidor público” por la de “servirse de lo público”.
– El Estado ya no es garantía y defensa de los ciudadanos, sino de la clase política y sus satélites: sindicatos, empresas y trabajadores liberales que viven de las subvenciones y prebendas.
Hemos de dejar de ser corruptibles
- Lo primero es no olvidar una enseñanza filosófica que recojo del profesor Jorge Ángel Livraga: “No es cierto que el poder corrompe. El poder corrompe a los corruptos”. Por ello, nosotros hemos de dejar de ser corruptibles.
- Necesitamos urgentemente un rearme ético, un compromiso humano que nos lleve a decir la verdad a la cara y llamar al corrupto, sinvergüenza; y a apartarlo de la vida pública y de la empresa privada.
- Enseñar con el ejemplo, diciendo ¡NO! a la corrupción cuando nos la ofrezcan, y denunciándola cuando la veamos.
- Ser fuertes para no vender nuestra dignidad “por un plato de lentejas”. Sin cómplices, los corruptos no son nadie, necesitan de gente mediocre y corrupta para prosperar ellos.
- Fomentar la solidaridad entre las personas éticas, para hacer fuerza y resistir a esta ola de egoísmo, compartiendo sueños, pero también ayudándonos para cubrir las necesidades básicas, incluidos los avances educativos, sociales y de salud alcanzados en nuestro país.
- No confundir “parecer” con “ser”. El que “es” honrado lo es en todos los actos de su vida y durante todos los días de su existencia: es honrado siempre.
- Y, sobre todo, como enseñaba el profesor Jorge Ángel Livraga: SER BUENOS. Y esto es lo más contrario a ser tontos y pasivos: ser buenos es ser generosos, fuertes, preocuparnos por nuestro bienestar y por el de todos, ser fuertes en la adversidad y pacientes ante la ignorancia de los que no ven el mundo de otra forma. Esta es una vieja enseñanza de la filosofía. Sidharta Gautama, el Buda, ya lo practicaba hace más de 2000 años: “Nada hay superior a la fuerza del ejemplo”. En este caso, el ejemplo es ser honrado.