Había un hombre que se llamaba Namarasotha. Era pobre y siempre andaba vestido de harapos. Un día se fue a cazar. Al llegar a un matorral, encontró a una antílope muerta. Cuando se preparaba para asar la carne del animal, apareció un pajarito que le dijo: “Namarasotha, no se debe comer esa carne. Sigue aún más adelante, y verás que luego será mejor”. El hombre dejó la carne y siguió caminando. Un poco más adelante, encontró a una gacela muerta. Intentó nuevamente asar la carne, cuando surgió otro pajarito que le dijo: “Namarasotha, no se debe comer esa carne. Sigue siempre andando y encontrarás algo mejor que eso”.
Él obedeció y continuó caminando hasta que vio una casa junto al camino. Paró, y una mujer que estaba junto a la casa le llamó. Pero él tenía miedo de acercarse porque estaba muy desarrapado. “¡Ven aquí!“, insistió la mujer. Entonces, Namarasotha se acercó. “Entra”, dijo ella. Él no quería entrar, porque era pobre. Pero la mujer insistió y, finalmente, Namarasotha entró. “Lávate y ponte esta ropa”, dijo la mujer. Y así, él se lavó y se puso la ropa nueva. En seguida, la mujer declaró: “A partir de este momento, esta casa es tuya. Tú eres mi marido y mandarás aquí”.
Y así, Namarasotha ya no fue pobre. Cierto día, había una fiesta a la que tenían que ir. Antes de partir a la fiesta, la mujer dijo a Namarasotha: “Cuando bailes en la fiesta, no debes girarte”. Namarasotha asintió y los dos se fueron. En la fiesta, bebió mucha cerveza de harina de mandioca y se emborrachó. Empezó a bailar al ritmo de batuque. A cierta altura, la música se volvió tan animada que él terminó girándose. Pero en el mismo momento en que se giró, se encontró de nuevo como antes de llegar a la casa de la mujer: pobre y en harapos.
Cuento de Mozambique