El cuadro se ejecutó probablemente en 1460, sobre lienzo. Ucello describe el episodio legendario con su característica sencillez. En primer término, y dirigiéndose al punto de fuga que marcan las montañas, coloca un jardín estructurado en contornos geométricos, mientras que los lineales contornos de la cueva contrastan con esas líneas rectas. Todos los vectores confluyen en la cabeza del dragón, personaje que centra la atención de los otros dos y, por tanto, del espectador.
La escena se puede dividir en su centro por el tipo de líneas dominantes: a la izquierda, el mal, trazado con rectas y quebradas: la cueva, las alas del dragón; a la derecha, el bien, con líneas curvas: las copas de los árboles, el cuello del caballo, la nube gris.
A la izquierda de la composición vemos a la princesa, cuya verticalidad estática contrarresta el movimiento de las rocas de la cueva, así como el color de su traje destaca sobre la oscuridad de la entrada. Junto a ella, el dragón, que ya en el Renacimiento ha perdido la capacidad aterrorizante medieval y es ahora casi un animal de compañía, como demuestra la cadenilla que lleva al cuello, y que con su gesto de dolor y vencimiento casi nos provoca piedad.
Al otro lado, un San Jorge totalmente abstraído en su tarea; muy joven, montado en su caballo blanco, símbolo de pureza, enmarcado en las líneas curvas del cuello y la cola del animal.
Los dos son figuras etéreas, desprovistas de expresión, pálidos, simbólicos como todo el cuadro.
Tras el caballero, una masa de árboles de copas redondeadas enmarcan con su oscuridad la claridad de la armadura y el caballo. Encima, una nube espiralada nos indica la naturaleza sobrenatural de la escena, opuesta, en la zona del bien, a la angulosa cueva, en la zona del mal. Y encima de ella, una pequeña luna en cuarto menguante nos dice que el mal está terminando.
La paleta es fría, porque así lo pide el carácter casi onírico de la escena.
La atribución del lienzo a Ucello no se hizo unánime hasta su aceptación por la National Gallery y su completo estudio y restauración, en 1959. No se tenía noticia de su existencia hasta 1898, en que se cita por primera vez como perteneciente a la colección Lanckoronski de Viena.
La restauración puso de manifiesto ciertas correcciones del pintor, como modificaciones en el jardín, una gran ampliación de la boca de la caverna, mayor altura en los árboles y la cadena del dragón, que en un primer momento era sostenida por la mano izquierda de la princesa.