Este diciembre se estrena en los cines de todo el mundo la tercera y última parte de El Hobbit. A pesar de ser una trilogía cinematográfica, en realidad se trata de un solo libro. Pero… ¿cómo puede ser que un solo libro se pueda convertir en tres películas? Solo adentrándonos en la Tierra Media de Tolkien lo descubriremos.
John Ronald Reuel Tolkien, hijo de emigrantes ingleses, nació en Bloemfontein (en la actual Sudáfrica) el 3 de enero de 1892. Su padre, Arthur, murió al mes de su nacimiento mientras la familia visitaba a los abuelos en Birmingham (Inglaterra). Su madre, Mabel, murió en 1904 cuando John tenía apenas doce años a causa de complicaciones con su diabetes. El joven John quedó a cargo de un tutor y llegó a vivir hasta en diez hogares distintos durante toda su infancia.
La primera persona que le inculcó el interés por las palabras fue su madre, que además ejerció de maestra, y precisamente, a raíz de su muerte, ese interés creció. Años después fue al “King Edward´s School” (Birmingham), donde desarrolló definitivamente su afición por todo aquello relacionado con las palabras y las lenguas. En la escuela, y gracias a este interés, conoció a los que serían sus amigos en esa etapa de su vida y con los que fundó el “Club de Té de la Sociedad Barroviana” (TCBS), basado en la pasión común por las leyendas heroicas y por las grandes sagas literarias (como por ejemplo “Beowulf”, un poema épico anglosajón). Este interés no solo continuó, sino que creció durante su estancia en la Universidad de Oxford, en la que ingresó en el año 1911 y donde cursó Lengua y Literatura Inglesa.
Pero este periodo de felicidad para Tolkien termina con el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Partió a Francia y luchó en la batalla de Somme (del 1 de julio al 18 de noviembre de 1916), donde muchos de sus amigos fallecieron. Esto marcó de manera muy profunda a Tolkien que, una vez más, había perdido a los suyos. Durante el tiempo que estuvo luchando, encontró algunos momentos en las trincheras para escribir, y las historias que imaginó las llamó “El libro de los cuentos perdidos”. Aquí, por primera vez, en su mente apareció la Tierra Media, empezó a dar forma a un mundo que ya jamás lo abandonaría.
El punto de partida de todo el universo de la Tierra Media es, precisamente, su pasión por las palabras y las lenguas por un lado, y la sensación de que en el Reino Unido no existía una verdadera mitología como en otros países (Grecia, Roma, los pueblos americanos, los países nórdicos…) o que lo que tenían, como las leyendas artúricas, consideradas inglesas normalmente, en realidad eran una mezcla de diferentes tradiciones: francesas, romanas, etc. Por todo ello, Tolkien decidió crear una auténtica mitología con todos los elementos necesarios: religión, historia, creación y, por supuesto, lenguas de los diferentes pueblos. Así nace su proyecto vital, su obra, que le ocupó toda la vida, e incluso dejó partes incompletas que algunos de sus hijos han ayudado a terminar. Ese es el caso de El Silmarilion, que escribió en los ratos libres que tenía en las trincheras, en 1917, pero que no se publicó hasta después de su muerte y con algunos retoques por parte de su hijo Christopher. Esta obra es, precisamente, el origen de su mundo, la génesis del universo que hoy en día conocemos como la Tierra Media.
Pasada la Primera Guerra Mundial, Tolkien volvió a Oxford, esta vez como profesor de anglosajón. Durante años estuvo dando clases, y un día como cualquier otro, mientras corregía exámenes de manera rutinaria en sus aposentos, cogió una hoja en blanco y escribió: “En un agujero en el suelo vivía un hobbit”. Con estas sencillas palabras empieza la historia de los hobbits, que se publicó el 21 de septiembre de 1937 con el título de El Hobbit.
El éxito del libro fue inmediato y rápidamente le pidieron una segunda parte. Tolkien aprovechó entonces para meterse de lleno en su mundo, y nació El Señor de los anillos. Tolkien, que era lingüista y no escritor de novelas, no planificaba ni tenía esquemas de la historia, pero a medida que escribía iba perfeccionando su técnica y cada vez era más detallada su narración. La gran ventaja para Tolkien a la hora de escribir historias tan ricas era que tenía pleno conocimiento de todo lo relacionado con su mundo: la geografía, la historia política de los reinos, las diferentes razas e idiomas. Con ello conseguía una visión de narrador experto, conocedor de todo y todos en su mundo, lo que da una gran veracidad a las diferentes historias. No hay que olvidar que El Señor de los anillos es solo un capítulo de la historia, una serie de hechos dentro de la gran mitología.
La lengua que define a cada pueblo
En lo que respecta a las diferentes lenguas de la Tierra Media, hay que tener en cuenta que era especialista en poesía anglosajona, lenguas germánicas y tenía grandes conocimientos de las sagas nórdicas, griego antiguo y otras lenguas y dialectos clásicos, lo que le ayudó en la construcción de todas las lenguas de los diferentes pueblos de su mundo: Sindarin, Quenya, Noldor (pueblos élficos), Khuzdul (rúnico enano), Adunaico (humanos, lengua de la que deriva el Oestron o lenguaje común), la Lengua Negra (que se hablaba en Mordor)…
Algo curioso en su concepción de las lenguas es que les otorga vida y características ético-filosóficas. Las que pertenecen a razas nobles y puras no cambian con el tiempo (elfos, enanos…), se mantienen inmutables, mientras que el lenguaje de los orcos, de los humanos o la mismísima lengua negra (que hablaban Morgoth o Sauron) van cambiando con el tiempo, van degenerando literalmente. Esto es algo que se puede comparar con las normes éticas y atemporales, es decir: aquello que es bueno, bello, verdadero… lo es siempre, lo válido es atemporal. En realidad, el único texto completo de la lengua negra es la inscripción del Anillo Único, y el propio Tolkien no desarrolló esta lengua más que lo básico para darle esta esencia de “lengua perdida” y, sobre todo, una sonoridad desagradable, mientras que para crear las lenguas puras fue muy cuidadoso con su musicalidad y armonía.
El Señor de los anillos: la Comunidad del Anillo , el primer libro de la trilogía, fue publicado en 1954 por Allen & Unwin. Tolkien tardó doce años en finalizarlo (junto con Las dos torres y El retorno del rey). La popularidad de La Comunidad del Anillo lo convirtió en el segundo libro más leído después de la Biblia. En los años 60 había clubes de fans, admiradores que se cambiaban el nombre por uno de su obra o que se casaban en ceremonias “élficas”…
Hay un hecho que, a raíz de la popularidad de su obra, empezó a preocupar a Tolkien: algunos lectores o “expertos” académicos encontraban ciertas analogías entre los hechos que se narraban y las guerras que acontecieron (Primera y Segunda Guerra Mundial); incluso algunas personas buscaban en los personajes de Saruman o de Sauron a Hitler. Sentía especial rechazo por la comparación del Anillo Único con la energía nuclear.
Por todo esto, en el prólogo del Señor de los anillos escribió:
“Y en cuanto a su significado, no hay ninguno por parte del autor. Ni es alegórico ni es tópico. Me disgusta la alegoría y todas sus manifestaciones, y es así desde que he madurado para detectar su presencia. Prefiero con mucho la historia, real o ficticia, adaptable al pensamiento y experiencia del lector. Muchos confunden “adaptabilidad” con “alegoría”, pero la primera reside en la libertad del lector y la segunda, en la intencionada dominación del autor”.
En busca de los valores perdidos
Si buscamos en esta obra los elementos útiles, con los que el autor sí estaba conforme, encontramos grandes ejemplos o mensajes muy positivos, virtudes a imitar, valores atemporales y un gran mensaje ético:
– Ser valiente sin tener valor,como los hobbits. Este pequeño pueblo nos enseña a no rendirnos, a mirar hacia adelante pase lo que pase, aun cuando parece que no hay esperanza o todo está perdido. Ellos, como Bilbo o Frodo, luchan con todas sus fuerzas con enemigos poderosos hasta el final.
– Amistad sin condiciones: siempre se acompañan de grandes amigos, con lo que demuestran que la amistad puede vencer todo, pues aparece un heroísmo colectivo. Y así introduce la fraternidad, el pluralismo, la multiculturalidad y la multirracialidad frente al individualismo y el egoísmo (“ un Anillo para gobernarlos a todos”).
– La esperanza es básica. Tolkien decía: “Esperanza sin garantías”. Nos explica que la derrota o desesperanza solo puede existir en los que conozcan el futuro, pero nadie puede conocer los acontecimientos del futuro con certeza, ni los más poderosos, como Galadriel, que en una ocasión le dice a Frodo: “ No puedo decirte lo que ocurrirá, lo desconozco”.
– Amor por la naturaleza: Tolkien era un gran amante de la naturaleza, respetaba mucho la Tierra y todo lo que hay en ella. Tanto es así que dio vida a la tierra de su mundo. La Madre Tierra, para Tolkien, era torturada por los humanos (en la época de la Revolución Industrial y con la tecnología desmedida) y por el mal de Sauron. Por suerte, dotó a los pueblos élficos de la capacidad de respetar y amar la tierra y de ellos tomamos ejemplo.
Leyendo entre líneas podemos ver que en realidad su obra no se basa solamente en la guerra del bien contra el mal. Va más allá y convierte esta lucha en una lucha por los valores del mundo. Existen personajes que en sí mismos representan la ausencia de estos valores, como por ejemplo los Espectros, esclavos de Sauron y del Anillo, vacíos de toda moral y sometidos a sus debilidades. Otros personajes, aunque poseen valores, no son elevados, y por ello es fácil que caigan en actos terribles o que se les manipule (lo que teme Gandalf y por lo que no quiere portar el Anillo: teme no ser suficientemente virtuoso y caer en poder de este, pues el Anillo Único se alimenta de miedos y debilidades).
Precisamente este objeto, el Anillo Único, es la perfecta representación de la falta de moral, de la oscuridad, de los vicios y del egoísmo. Es la manifestación de los peores temores de Tolkien, de las bajas cualidades del hombre, y también la representación de cierto temor a la tecnología destructiva; el Anillo era la herramienta del mal para destruir la naturaleza (Tolkien veía cómo cada día había menos verde en su mundo y más gris, así como Saruman destruye con sus acólitos los grandes bosques para fabricar armas y herramientas de destrucción). La tecnología nos puede esclavizar, es seductora y adictiva, y en malas manos lo destruye todo.
Todas y cada una de las páginas escritas por J. R. R. Tolkien son, aparte de una obra de ficción fantástica y fascinante, una enseñanza, un ejemplo de cómo vivir, de cómo amar y de cómo superarnos, aun cuando seamos un pequeño hobbit. Vale la pena leer y releer esta obra una y otra vez y descubrir en sus páginas todo un mundo y unos personajes increíbles y, ¿por qué no?, imaginar que podría ser parte de la mitología inglesa que tanto anhelaba Tolkien y que, personalmente, pienso que lo consiguió.