La basura está por todas partes. El autor de Lo que encontré bajo el sofá, Eloy Moreno, nos recuerda que si no limpiamos la propia, nadie lo hará por nosotros. Y los sofás pesan tanto… da tanta pereza moverlos y barrer tanta pelusa…
Esta novela nos cuenta historias que suceden en paralelo aunque estén separadas por kilómetros o centímetros. Me gusta que sea el propio autor el que renuncie a desvelarnos el contenido de su obra. «No tengas miedo a comenzar una novela sin resumen, sin saber qué puede ocurrir, desconociendo hasta qué punto te vas a encontrar en ella», dice Eloy Moreno.
A los curiosos nos gustan estas cosas y, en breve, me ventilé sus 314 páginas, donde aciertos y «errores» conviven sin que en ningún momento me provocaran desánimo.
Es una pena tener que ofrecer algunos datos para indicar por dónde transcurrirá el viaje, ya que el autor ha decidido no hacerlo.
Intentando respetar esa decisión, tan solo apuntaré que Alicia habla en primera persona. Una profesora que se instala en Toledo junto con su niña pequeña, para hacer una sustitución en un instituto. Marcos, un policía, le enseñará la ciudad como un guía aficionado y otras cosas más. Y aquí comienzan los secretos y las miserias personales, tan grandes como casas. Otro cúmulo de personajes se mezclarán en diferentes direcciones directa o indirectamente con este dúo improvisado.
Y hasta aquí «puedo leer».
Eso sí, si hay algo que me fascina de este libro, es su capacidad para que te enamores de Toledo. Sus piedras, minúsculos callejones y leyendas te atrapan aunque ya conozcas esta hermosa ciudad. No me extraña que Eloy Moreno, en sus dedicatorias, dé las gracias a Toledo «por existir». Sin duda, la ambientación en otra ciudad no habría sido lo mismo.
Lo mismo que este contexto físico enamora, chirrían otros aspectos de esta novela, donde creo que el autor se empecina al máximo para hacer de cada frase una belleza única. Las florituras continuadas no funcionan cuando intenta construir, en algunos pasajes, una especie de poesía combinada con juegos de palabras, que a veces, entran con calzador.
El ritmo es ágil. Encabalga historias grandes, pequeñas y medianas, con protagonistas de peso y anónimos. Es muy meritorio por la dificultad que conlleva y es de reconocer su esfuerzo, aunque a veces las piezas no encajen con naturalidad.
Eloy Moreno
Eloy Moreno no solo mezcla personajes con vida; también temáticas: acoso escolar, amor frustrado, misterios escondidos en piedras y corrupción. Mucha corrupción y despropósito que no solo ejecuta el poderoso, sino piratillas de medio pelo, como cualquiera de nosotros. La crítica a nuestra sociedad, con basura por doquier, está por todas las esquinas, centro, laterales, márgenes y todo aquel hueco que haya en el libro, por muy pequeño que sea. El ejemplo de todo eso que huele tan mal, tiene el nombre de Marcos, el policía –que convive entre su indignación y la mano negra con la que practica aquello que tanto critica–, con el que Eloy Moreno, en mi opinión, no llega a ejecutar un buen cierre.
Criticar es sencillo, pero no por ello se anulan los méritos. Lo que encontré bajo el sofá los tiene, pese los excesos mencionados.
Y no puedo evitar en este caso, en el de este autor, romper en aplausos al recordar sus comienzos. Leí su primera novela: El bolígrafo de gel verde. Una historia que no me dijo mucho, pero que tiene el valor añadido de la valentía. Eloy Moreno luchó con uñas y dientes para meterse en el mundo literario a pesar de la desquiciante madeja que tejen las editoriales, que tanto saben de encumbrar como de defenestrar. Los lectores le dieron su reconocimiento.
Por eso, es digno de alabanza que Eloy Moreno renuncie a hablar de sí mismo para dar las gracias a esos lectores, asignando ese espacio para el currículum que los escritores –en muchas ocasiones– tanto embellecen en sus portadas, contraportadas y solapas. Eso dice mucho de él, sobre todo como persona. No tendría por qué estar relacionada la personalidad del autor con su obra. De hecho, ser escritor no tiene nada que ver con ser buena persona. Es obvio. Ni es necesario ni influye en cada una de las letras que une. Pero, hay casos en los que la perspectiva y el lado desde el que se miren las cosas juegan una baza extraliteraria que puede sumar puntos. Eloy Moreno es uno de esos casos.
Cortesía de «El club de lectura El Libro Durmiente» www.ellibrodurmiente.org