Sobre las cosas que todavía ignoramos, no solemos guardar un prudente silencio; más bien tendemos a hacer hipótesis o afirmaciones dogmáticas. Esta actitud de la mayoría de seres humanos obedece, o bien a una necesidad de búsqueda por la que me planteo nuevas teorías que investigar, o bien una necesidad de seguridad por la que decido que ya sé lo que hay que saber y así tengo la sensación de que todo está en su lugar y puedo descansar.
El conocimiento del cerebro humano pertenece a este ámbito. Hemos descubierto cómo los sentidos, la vista, el oído, el tacto, tienen su raíz y funcionamiento en el cerebro. Incluso hemos localizado las áreas, aunque no sabemos devolver la vista a un ciego todavía. La memoria también la localizamos en el cerebro. En este caso, aún no hay una teoría demostrada de cómo funciona y dónde está ubicada, aunque debido a enfermedades como el Alzheimer se están haciendo numerosos y buenos estudios. Las inteligencias lingüística, matemática, emocional, social, musical, también parece ser que funcionan desde el cerebro y que tienen su localización predominante en un hemisferio o área, aunque no hemos encontrado diferencias materiales (de peso, tamaño, disposición, codificación) entre personas más o menos inteligentes en ninguno de los ámbitos.
Dentro de nuestro cuerpo, el cerebro es casi él último reducto de lo desconocido. Sabemos cómo funciona el corazón, cómo enferma, cómo se mueve, y así con todos los órganos de nuestro cuerpo; pero el cerebro aún se nos resiste. A pesar de ello, hay numerosos libros y estudios de neurocientíficos que sostienen la tesis de que la mente no existe separada del cerebro, de que el amor es fruto del funcionamiento hormonal y de que nuestra libertad es una ficción porque todo está previamente determinado en las 100.000 neuronas en forma de galaxia interespacial que flotan dentro de nuestro cráneo. Son respuestas impregnadas del materialismo dominante en nuestra época, porque incomoda decir «No sé».
A mí también me incomoda el «No sé», pero más me incomoda el materialismo simplificador. Como también busco respuestas que tranquilicen mis tormentos vitales, me he encontrado con otras opciones para entender el cerebro humano que quiero compartir con los cerebros de los lectores.
Hay quienes piensan que el cerebro, las neuronas, con sus estructuras (el cerebelo, el hipotálamo, el área de Broca, el área de Wernicke, los lóbulos…) es un mecanismo, un apoyo de la mente humana. Y así como si se estropea un aparato de radio, que es el apoyo físico que utilizamos para escuchar una emisora, no pensamos que haya muerto el locutor, así, cuando el cerebro sufre derrames o tumores o envejecimiento es evidente que el ser humano no podrá expresarse tal y como es, aunque siga existiendo.
Sí, planteo la posibilidad de que el alma humana exista. No es una locura personal, a lo largo de las civilizaciones el ser humano ha percibido lo inmaterial (hindúes y pieles rojas, aborígenes australianos y romanos imperiales).
La mente y el cerebro pueden no ser lo mismo. Es incontestable que el alma humana se apoya y se imbrica en el cuerpo físico, que desde las manos al cerebro son un medio para manifestarnos en el mundo, que el enamoramiento desata un funcionamiento hormonal desde nuestro cerebro a todas las células del cuerpo. Pero nadie ha podido asegurar que la raíz de la justicia, el amor o la ética están en la materia del cerebro (que compartimos con otros mamíferos).
Yo sigo buscando la respuesta a la libertad, al heroísmo, a la compasión, a la bondad, y por ahora me subyuga el contacto con el espíritu. Y tú, ¿qué piensas?
Muy Interesante tema …
Pareciera, sólo pareciera, que el cerebro es un órgano externo y extraño, que realiza las funciones de relacionarnos con el mundo, pero que no somos nosotros mismos. Lo mismo el cuerpo; nos lleva, nos trae, pero a algo que es más que el cuerpo. La libertad, el heroísmo, la compasión y la bondad no tienen nada que ver con el cerebro ni con el cuerpo. ¿Dónde están? ¿Qué son? Gran Silencio. Gran vacío. Y, por supuesto ya todos los antiguos lo respondieron, pero nosotros, desde nuestro empedernido materialismo nos resistimos a admitir un componente espiritual intangible. ¿Dónde están y que son la libertad, el heroísmo, la compasión y la bondad? Son ideas y principios que rigen a la naturaleza; están por encima de la idea de Yo; flotan en la idea de nosotros y en la idea de Cosmos, porque lo de afuera también existe, y tiene más voluntad y presencia aún que nosotros. Las culturas antiguas no sólo creyeron en el Espíritu; creyeron en la Madre Tierra y el Padre Sol, creyeron que los animales eran señores y que debían pedir y agradecer cada cosa que tomaban porque todo estaba animado y tenía dueño. Ahora lo calificamos de animismo y panteísmo; ¡quiénes somos para ponerle rótulos!