En contra de lo que se pensaba, las neuronas no son las únicas responsables de nuestra memoria. El equipo de neurocientíficos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en Cambridge, Estados Unidos, ha descubierto que este circuito depende de los astrocitos y que nos hace más propensos a recordar lo que hemos visto antes. Los astrocitos, unas células del sistema nervioso con forma de estrella, también tienen mucho que ver en todos los procesos relacionados con memoria y aprendizaje.
Cuando el cerebro está procurando prestar la máxima atención a una imagen, los astrocitos transmiten mensajes alertando a las neuronas de la corteza visual de que deben reaccionar con fuerza a cualquier información visual que estén recibiendo.
Durante mucho tiempo, se consideró a los astrocitos como células pasivas de soporte, un medio de mantener unidas al resto de las células del cerebro, como una especie de pegamento. Y por eso, la atención de la ciencia médica se dirigió mucho más hacia las neuronas que hacia los astrocitos.
El Consejo Superior de Investigaciones científicas (CSIC) también ha efectuado estudios sobre estas células que controlan y regulan la comunicación entre neuronas. El proceso se realiza mediante todo un trabajo en equipo que conduce a la «potenciación a largo plazo» (LTP). En primer lugar, las neuronas liberan un neurotransmisor llamado acetil-colina, que provoca que en los astrocitos aumente la concentración de calcio. Como consecuencia, en ellos se libera otro neurotransmisor llamado glutamato, que detecta las neuronas aledañas y en las que se produce la LTP.
Los astrocitos usan calcio para enviar señales a las neuronas, y estas les responden; neuronas y astrocitos se comunican en ambas direcciones, lo que indica que los astrocitos son socios de pleno derecho en la tarea de hacer funcionar el cerebro.
Un estudio publicado en la revista PLoS Biology plantea que los astrocitos podrían servir como posible diana terapéutica en tratamientos de afecciones relacionadas con la pérdida de memoria como es el caso de la enfermedad del Alzheimer.
Históricamente, los neurólogos no han sido capaces de entender por qué el cerebro humano es mucho más eficaz que los del resto de los animales. El tamaño ayuda, por supuesto, pero no es el factor principal. El cerebro de un elefante es más grande que el de una persona, por poner un ejemplo, pero ni siquiera se le aproxima en su potencia intelectual. El tamaño no es la respuesta.
Puede que los humanos tengamos una capacidad cerebral mucho más grande debido en buena parte a que nuestros astrocitos son más sofisticados y tienen una capacidad de procesamiento más compleja. Los estudios en roedores muestran que las células no neuronales son parte del procesamiento de la información, y un estudio llevado a cabo hace varios años por el equipo de Maiken Nedergaard y Nancy Ann Oberheim del Centro Médico de la Universidad de Rochester sugiere que los astrocitos son una parte fundamental de la maquinaria cognitiva superior que nos define como seres humanos.
Además, los astrocitos, que son diez veces más abundantes que las neuronas, no son silenciosos como se creía. Los científicos han venido midiendo las señales entre las células del cerebro estudiando principalmente la actividad eléctrica. Pero los astrocitos no emiten señales del modo en que lo hacen las neuronas, así que las técnicas convencionales no registran su actividad. Por tanto, cuando los científicos «escuchaban» a los astrocitos mediante técnicas convencionales, no detectaban ninguna actividad relevante en ellos. En vez de percatarse de que sus instrumentos eran inadecuados, los científicos asumieron que los astrocitos eran mudos.
La investigadora Maiken Nedergaard diseñó una nueva manera de «escuchar» la actividad de los astrocitos, desarrollando un sofisticado sistema láser para buscar su actividad mediante la medición de la cantidad de calcio en el interior de las células. Su equipo descubrió lo que podríamos definir como la vida secreta de los astrocitos.
Tal como señaló Nancy Ann Oberheim, los dogmas son lentos de cambiar, y con el dogma neurológico del protagonismo absoluto de las neuronas en la capacidad cognitiva y sensorial también está sucediendo lo mismo. Pero estudios como este constituyen pasos importantes en este cambio de paradigma.