Hoy vino el viento frío a mi cañada
lamiendo con sus garras mis rosales;
las flores tiritaban asustadas
y yo no pude hacer por alejarle.
Quizá se hagan más fuertes en su rama
si sienten de la helada su zarpazo;
el hado que las prueba ¡tiene alma!,
mas no todas resisten el abrazo.
Pasó por fin la hora de penuria
dejando mi jardín todo maltrecho.
Y yo fui recogiendo a cada una
de aquellas que cayeron en el suelo.
Regalo de experiencia y de conciencia,
con ellas hago ofrendas en mi templo…