Los griegos de la edad oscura alimentaban su imaginario con los versos de Homero, gracias a la prodigiosa memoria de los aedos, que amenizaban sus fiestas y celebraciones con los episodios que protagonizaban Ulises, Aquiles, Patroclo, Paris, Príamo, Casandra, Helena , Andrómaca, Hécuba y otros míticos personajes. Homero había compuesto unos relatos que comunicaban mensajes morales y enseñaban cómo se comportaban los héroes y sus familias, y cómo los dioses acompañaban sus peripecias.
Otros pueblos tuvieron también sus propias narraciones y sus propios héroes: los indos, Arjuna y el Mahabaratha; los babilonios, a Gilgamesh y Enkidu; y otros menos conocidos.
Hacía falta una epopeya moderna y el cine se encargó de contarla, a lo largo de más de treinta años. George Walton Lukas Junior puso nombre a unos héroes que en lugar de situarse en el pasado como los homéricos, luchan y viven en un remoto futuro, y utilizó claves políticas y técnicas comprensibles para sus contemporáneos. Pero en el fondo, la historia seguía siendo la misma que las que habían compuesto los aedos antiguos. El lenguaje del cine ha puesto rostros a los nuevos héroes y antihéroes, a los malvados, a los que ejercen como maestros y orientan sus acciones. Hemos vuelto a hablar de la fuerza del amor y cómo el poder convierte a los seres humanos en ávidos ejecutores de sus anhelos egoístas. Hemos aprendido a identificar el «lado oscuro de la fuerza» y a calcular que es fácil dejarse tentar…
En este número tratamos de identificar influencias y mensajes de la gran epopeya de los siglos XX y XXI, mucho más que una historia bien contada por el cine, precisamente cuando de nuevo nos vamos a reencontrar con nuestros héroes en una nueva entrega de La guerra de las galaxias.